Authors: Orson Scott Card
—¿Qué estás haciendo? —susurró Hogaza con brusquedad—. Vuelve a meterte eso en los pantalones.
—No, señor —dijo Rigg—. Te lo voy a dar para que me lo guardes.
—¿Por qué? Contigo están tan a salvo de los rateros como conmigo.
—Más bajo —dijo Rigg—. He recibido una advertencia.
—¿De quién? —preguntó Umbo.
—De ti —dijo Rigg.
Umbo palideció, miró a Hogaza y volvió a mirar a Rigg. Parecía nervioso.
—He estado con Hogaza todo el rato. No te he dicho nada.
—La advertencia venía de ti… en el futuro. Parecías muy nervioso. Me has dicho que le diera las piedras a Hogaza para que las escondiera de inmediato.
—¿De qué hablas? —preguntó Hogaza—. ¿Cómo puede advertirte Umbo sobre algo cuando ni siquiera sabe de qué estás hablando?
—Lo sabe muy bien —dijo Rigg—. Luego te lo explicará. Pero ahora, Hogaza, coge esto y escóndelo… Escóndelo en algún sitio donde esté seguro durante varios días, o varias semanas, o incluso un año entero. No sé cuánto se ha adelantado Umbo en el tiempo antes de volver a advertirme.
—Supongo que eso quiere decir que he aprendido a hacerlo —dijo Umbo—. Porque he sido yo el que ha aparecido y no tú.
—Si estoy entendiendo lo que decís —dijo Hogaza—, habéis perdido la cabeza.
—Tendrás que fiarte de nosotros de momento —dijo Rigg—. Si yo puedo confiarte un tesoro como éste, tú puedes fiarte de que no estamos locos.
—No creo que las dos cosas tengan nada que ver —dijo Hogaza, pero aun así alargó su enorme mano para coger la bolsita—. La esconderé, de acuerdo, pero si alguien me ve o la encuentra por pura casualidad, la responsabilidad será tuya, no mía.
—Exacto —dijo Rigg—. Y para mayor seguridad, no nos digas a Umbo ni a mí dónde la has ocultado. No sé cuál es el peligro, pero debe de haber una razón muy buena para que yo no deba tener las piedras, y me da la impresión de que es mejor que tampoco sepa dónde están. Creo que Umbo también estará más seguro si únicamente lo sabes tú.
—Así que si yo muero, se pierden para siempre —dijo Hogaza.
—Ya tengo más dinero del que jamás había soñado —dijo Rigg.
—Igual que un niño… Tal como viene, se va. —Pero aun así se dio la vuelta y se alejó por el bosque esmeradamente recortado que rodeaba la torre, mientras Rigg y Umbo echaban a andar hacia los peregrinos que volvían a la torre desde las letrinas.
—Ya que estamos aquí, podríamos mear —dijo Umbo.
—¿Quién sabe cuándo se volverá a presentar la ocasión? Algo ha tenido que salir muy mal. De no ser así no habrías vuelto para avisarme y tiene que ser dentro de poco, porque si no, no habrías aparecido ahora.
—Quizá no haya podido encontrarte en otro momento.
—¿Quién sabe? —dijo Rigg—. No me gusta saber que va a salir algo mal. Me he pasado las dos últimas semanas pensando que estaba llevando las cosas bastante bien.
—Pero las cosas se tuercen. Es lo habitual, ¿no? —dijo Umbo—. Mi hermano murió. Tu padre también. Lo que tenga que pasar no puede ser tan malo como eso.
—Salvo que me maten —dijo Rigg—. Me tiren del barco al agua y me ahogue, y tú me digas que tengo que darle las piedras a Hogaza para que…
—Te habría dicho que no te ahogaras —dijo Umbo—, y si quisiera las piedras, te habría dicho que me las dieras a mí.
—Veo que ya has pensado en ello —repuso Rigg.
—Tú sigue meando —dijo Umbo.
Cuando terminaron, Hogaza ya había vuelto.
—¿Adónde has ido? —preguntó Umbo.
—Cierra el pico —replicó Hogaza—. ¿Y ahora qué?
—Rigg y yo hemos decidido que, pase lo que pase, probablemente no sea lo peor del mundo. Es decir, sé que tú y yo vamos a sobrevivir, al margen de lo que le pase a Rigg.
—Creía haber dicho que cerraras la boca —dijo Hogaza con tono más serio.
Les mostraron su pase para tres personas a unos guardias distintos a los que habían hablado antes con Hogaza, para que, al ver las ricas vestiduras de Rigg, no les pidieran una propina. Luego se unieron al reguero de peregrinos que hacía su entrada.
Aunque el exterior era metálico, por dentro la estructura estaba hecha de colosales sillares y tenía una larga y angosta rampa que ascendía en espiral, pegada a los muros. El espacio no tenía una sola ventana, pero estaba brillantemente iluminado con globos mágicos que flotaban en el aire.
—Qué rampa más empinada —dijo Hogaza.
—Te estás haciendo viejo —dijo Umbo—. Yo podría subirla corriendo hasta el final.
—Pues hazlo —respondió Hogaza.
—No —dijo Rigg—. Es muy estrecha y bastaría un empujón de un peregrino enfadado para que te cayeras.
—Pero es imposible que muera —dijo Umbo—. Porque en el futuro sigo vivo y regreso para advertirte de algo, no sé el qué.
—Puede que vuelvas de entre los muertos —replicó Rigg.
—Vamos, eso es imposible —dijo Umbo.
—También lo es volver desde el futuro —dijo Hogaza—. Si puede ocurrir una cosa, también puede ocurrir la otra.
Rigg no estaba seguro de poder explicar nada, al menos no lo bastante bien como para que Hogaza le creyera. Después de todos los años que Padre se había pasado insistiendo en la importancia de no contarle nada a nadie, le faltaba práctica en lo contrario. Nox ya sabía lo que pasaba y Umbo poseía a su vez su propio don. Sin embargo, a esas alturas, contarle a Hogaza otra cosa que toda la verdad habría sido como decirle a la cara que no se fiaban de él. Eso habría provocado su resentimiento… y dejaría de ser de fiar. Si el Umbo del futuro creía que era seguro confiarle a Hogaza las piedras, parecía absurdo no contarle el secreto del poder que tenían entre los dos para remontarse en el tiempo.
Los peregrinos que los precedían en la rampa estaban concentrados en sus propias conversaciones. Con un tono de voz neutro, Rigg y Umbo le explicaron sus dones y lo que podían hacer entre los dos. Entre las preguntas de Hogaza y las correcciones que Rigg y Umbo se hacían el uno al otro, la cosa quedó clara al cabo de poco tiempo.
—¿Aún tienes ese cuchillo? —preguntó Hogaza—. No habrá desaparecido ni nada por el estilo, ¿verdad?
—Está en mi equipaje —dijo Rigg.
—Bueno, en realidad no —dijo Umbo.
Rigg suspiró.
—¿Qué pasa, tu otro yo ha venido desde el futuro para decirte que lo cogieras y lo escondieras entre tus cosas?
—Más bien entre las de Hogaza —dijo Umbo.
—Lo decía en broma —respondió Rigg—. ¿Me estás diciendo que ya sabías que una versión tuya del futuro nos estaba haciendo visitas?
—Él… yo… Me despertó esta mañana y me dijo que lo hiciera. Luego desapareció, antes de que pudiera hacerle ninguna pregunta. Creo que a mi yo del futuro no se le da demasiado bien lo de viajar en el tiempo y unos pocos segundos es todo lo que ha podido conseguir. La cuestión es que no os lo dije porque pensé que creeríais que estaba robando. Y luego a ti te avisé también y parecía un aviso más importante que el mío. O sea, se trata de una fortuna en piedras preciosas y se la has dado a Hogaza.
—Y si te hubiera dicho que te había quitado el cuchillo, ¿habrías confiado en él cuando te dijo que me diera las joyas? —preguntó Hogaza.
—Sí —respondió Rigg—. Probablemente. —Lo pensó un poco más—. Puede que no.
—Creo que ha hecho las cosas bien —dijo Hogaza—. Salvo que en realidad esté robando, pero en ese caso, ¿por qué pedirte que me dieras las piedras a mí y por qué guardar el cuchillo en mi equipaje? No, creo que en lo que va a suceder, soy el único que no pierde todas sus cosas.
—¿Y qué podría hacer que lo perdiéramos todo? —preguntó Rigg.
—Si el barco se hundiera —dijo Umbo—, Hogaza también lo perdería todo.
—Si el barco se hunde, nos ahogaremos —dijo Hogaza.
—Yo sé nadar —dijo Umbo—. Y Rigg también. Como un pez. ¿Y tú?
—Soy un soldado. Siempre llevaba armadura. Me habría ido a pique. Y además, ¿para qué iba a aprender a nadar?
—Es una habilidad muy útil —dijo Umbo—. Sobre todo para gente que vive junto al río y a la que los ribereños podrían tirar al agua.
—La mayoría de ellos tampoco sabe nadar —dijo Hogaza.
—Aún no has respondido —dijo Rigg—. ¿Sabes nadar?
—La idea es quedarse en el barco —respondió Hogaza.
—Venga, dilo —dijo Rigg.
—Si no admites que sabes nadar —dijo Hogaza—, la gente cree que puede matarte tirándote al agua.
—Mirad —dijo Umbo.
Acababan de pasar junto a las esferas de luz y su brillo ya no les impedía ver la mitad superior de la torre. Ahora podían ver que la piedra desaparecía poco más arriba, donde una amplia galería discurría a lo largo del perímetro. Estaba abarrotada de peregrinos.
—No os paréis —dijo una voz brusca tras ellos.
Continuaron.
Pero al mirar hacia arriba, Rigg comprobó que desde el círculo de la plataforma se levantaban más de una docena de pilares de piedra para formar una estructura vertical que sustentaba las paredes de metal. Recordaba haber visto en el exterior de la Torre de O que, más o menos a partir de la mitad, el revestimiento de metal se estrechaba. Así que no era de extrañar que los pilares de piedra se inclinaran hacia el interior, hasta encontrarse junto a un anillo de metal y piedra a mayor altura. Más allá, el metal formaba una simple cúpula sin ningún elemento sustentador de piedra.
Era una maravilla de la ingeniería y el diseño, en la que la piedra soportaba su propio peso y el del metal. Rigg pensó que el metal debía de ser muy fino, o de lo contrario el peso sería excesivo para los pilares.
Llegaron a la plataforma y se alejaron de la rampa de ascenso. El comienzo de la rampa de descenso se encontraba al otro lado y entre ellas, flotando en el aire, había una esfera enorme. Una serie de globos que había debajo y unos pocos que tenía por encima mantenían iluminada toda la superficie. Sin embargo, desde donde se encontraban en aquel momento podían ver que unos cables sujetaban los globos de luz y era muy probable que la esfera mayor tuviese también alguna estructura de sustentación.
La superficie estaba pintada de un modo que Rigg no entendía. No parecía la recreación de nada y los colores, sosos y feos, no combinaban bien. Unas brillantes líneas amarillas dividían áreas grandes de color verde y marrón, que parecían refulgir. Pero el patrón que formaban no tenía sentido. ¿Quizá un panal levantado por unas abejas borrachas?
—Eso es el mundo —dijo Umbo—. Una representación del mundo.
Umbo señalaba un punto concreto de la superficie del gran globo.
—¿Veis? Ese punto rojo es donde está Aressa Sessamo. Y ese blanco es O. La línea azul es el río Stashik. Así que Vado Otoño tendría que estar un poquito más abajo.
—Entonces, la línea amarilla es el Muro —dijo Hogaza—. He patrullado por él y me parece que es bastante fiel. Pero ¿qué es lo demás?
—El mundo entero —dijo Rigg, que lo había entendido al fin—. Es un globo, curvado en todas direcciones, igual que eso.
—Eso lo sabe todo el mundo —dijo Hogaza—. Hasta los privos más ignorantes.
—¡No es posible! —dijo Umbo con fingida consternación—. ¡Nos caeríamos todos!
Rigg fingió que se lo explicaba como si fuese un niño pequeño.
—No, no, pequeño Umbo. El centro del mundo nos atrae y nos mantiene pegados a la superficie. En realidad, «abajo» es hacia el centro del mundo.
—Ese mapa es absurdo —dijo Hogaza—. Nadie sabe lo que hay más allá del Muro. En toda la historia de la raza humana, nadie lo ha atravesado para verlo.
—Pero la vista alcanza más allá, ¿no? —dijo Rigg.
—No tanto como para ver las cosas que aparecen en ese mapa. No sólo las regiones adyacentes, sino todo ello. Si es que se trata de un mapa…
—Claro que es un mapa —dijo Umbo—. Vamos, no puede ser casualidad que aparezca el curso del río y O sea un punto blanco y la capital uno rojo.
—Y es imposible que seamos los primeros que se han dado cuenta —dijo Rigg—. ¿Por qué no hemos oído nada sobre esto?
—Bueno, en realidad no es así —dijo Hogaza—. Al menos, yo sí había oído algo. ¿Por qué creéis que dicen los peregrinos «Desde la Torre de O se puede ver el mundo entero»?
—Yo pensaba que quería decir que, desde la cima, la vista llegaba muy lejos —dijo Umbo.
—Pero también dicen «Todo el mundo está dentro de la torre» —dijo Hogaza.
—Yo creía que no era más que una metáfora —dijo Rigg—. O que se referían a la gran cantidad de peregrinos que la visitan.
—Es raro pensar en el mundo de ese modo. Resulta perturbador. O sea, el mundo es lo que hay dentro del Muro: eso es lo que significa la palabra «mundo». ¿Cómo puede haber más mundo que el mundo? ¿Cómo puede saber alguien lo que hay más allá del mundo?
Rigg había estado contando.
—Hay diecinueve. Diecinueve tierras rodeadas por líneas amarillas. Y un montón de tierra que no está dentro de ninguna de ellas.
—¿Así que hay diecinueve mundos dentro del mismo globo? —preguntó Hogaza—. ¿Eso es lo que dice la Torre de O?
—No me extraña que la gente no hable de ello después de salir de aquí —dijo Umbo—. Es demasiado absurdo. Aunque crean que es así… y el padre de Rigg no era ni tonto ni mentiroso, así que si él decía que vivimos en la superficie de una bola, probablemente sea cierto. De algún modo. Pero si dijéramos que eso es un mapa de un globo con diecinueve mundos en él, ¿quién iba a creernos? La gente nos tomaría por locos.
—Yo os tomaría por locos —dijo Hogaza—. Pero la verdad es que el mapa del mundo, de nuestro mundo, es bastante fiel. El ejército tiene mapas parecidos… del mundo dentro del Muro, con todos los caminos y las ciudades. Pero nadie más puede confeccionarlos. Así que me pregunto cómo sabías que era un mapa, Umbo.
—El maestro de la escuela nos enseñó uno. Más pequeño que éste, pero también con el río, y con Aressa Sessamo en la desembocadura, así como la Gran Bahía. Y la línea del Muro.
—Pues el maestro quebrantó la ley al tener un mapa como ése —dijo Hogaza.
—Oh, lo había dibujado él mismo, creo. Sobre un trozo de madera. Con tiza. Y entonces… desapareció.
—¿Cuánto tiempo hace que os enseñó ese mapa? —preguntó Hogaza.
—No lo sé. Sólo nos lo enseñó una vez.
Rigg había estado estudiando las paredes mientras escuchaba.
—Hay diecinueve pilares de piedra. Diecinueve nervios que suben a la estructura de la torre. Un mapa con diecinueve tierras rodeadas por muros. El diecinueve no es un buen número para trabajar, desde el punto de vista matemático. Dividir el círculo de la torre entre diecinueve… es absurdo, salvo que lo hagas para tener el mismo número que el número de tierras.