Pathfinder (48 page)

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Authors: Orson Scott Card

BOOK: Pathfinder
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—Ni siquiera recuerdo lo que me dije a mí mismo —dijo Umbo—. Y no puedo saber lo que le diré a Rigg.

—Lo que le digas ahora será lo que le dijiste entonces.

—No —dijo Umbo—. Porque ahora lo diré sin ninguna urgencia. Será diferente. Mira, ya lo he dicho. El hecho es que las piedras seguían enterradas detrás de la letrina, porque eso es lo que le dije a Rigg en mi mensaje. Y tenemos el cuchillo, porque me dije a mí mismo que lo ocultara. ¡Vivimos en la versión de los acontecimientos en la que mis mensajes ya se han recibido!

—Entonces, ¿por qué hemos tenido que esperar en El Atraque de Goteras a que aprendieras a viajar hacia atrás en el tiempo?

—¡Porque teníamos que recuperar la piedra! Y porque es algo muy útil. ¡Sería una estupidez aprender a hacerlo para enviar los mensajes y luego no hacerlo sólo porque los mensajes ya se han enviado!

Hogaza sacudió la cabeza.

—Sé que me puse de tu lado cuando discutíamos con Goteras sobre ello —dijo—. Pero ahora… Hay demasiado en juego.

—Es cierto —dijo Umbo—. Hay demasiado en juego para arriesgarnos a volver a las habitaciones en las que nos alojamos en su momento, para que pueda colocarme al pie de la cama y entregarle un mensaje a la versión de mí que está durmiendo allí. O ir al lugar en el que Rigg estaba pagando al cochero para que pueda transmitirle un mensaje que ya ha recibido. Ambas cosas son peligrosas. Podrían reconocernos al pie de la torre y, como mínimo, nos reconocerían en la posada. ¡Podrían llamar a la guardia y entonces nos arrestarían y no podríamos ir a Aressa Sessamo para ayudar a Rigg!

—Sabemos que no nos arrestaron porque… ¡porque no nos arrestaron!

—No sabemos nada de eso —dijo Umbo—. Y recuerda: esta vez, si nos arrestan, llevamos… la bolsa.

Había dicho «la bolsa» en lugar de «las piedras» a causa de la mirada de advertencia que le había lanzado Hogaza. Alguien acababa de aparecer tras la esquina de la letrina.

Soldados. Dos de ellos. De paseo, sin ningún asunto importante entre manos, al parecer. Pero ¿para qué habían ido allí? ¿Los habría visto alguien cavando mientras ellos estaban atentos al pasado y no al presente? Había sido una estupidez dejar que Umbo lo llevara al pasado. Tendría que haberse quedado en el presente para montar guardia.

—Salgamos de aquí —dijo Hogaza.

—¿Por dónde? —preguntó Umbo.

—De vuelta al albergue —dijo el hombretón.

—¿Por qué? ¿Qué necesitamos allí?

—Ropa para cambiarnos —dijo Hogaza—. Y la comida de la viuda.

—Pero si esos soldados nos buscan…

—Será más fácil despistarlos entre la multitud. Si al verlos nos ocultamos en el parque, sabrán que somos fugitivos y nos perseguirán. —Umbo puso cara de duda, pero Hogaza alargó el brazo y lo agarró de la mano, como un padre brutal. Su rostro se transformó en una máscara de furia.

Umbo respondió con auténtico terror.

—Haz lo que te diga cuando te lo diga. ¿Me entiendes? —dijo Hogaza con voz premeditadamente colérica, que hizo que Umbo se encogiera y se apartara.

—Así se hace —dijo uno de los soldados—. Jarabe de palo.

—Hay que meterles el seso en la mollera a golpes cuando aún son jóvenes —dijo el otro, y ambos se echaron a reír.

—Es cierto —les dijo Hogaza con voz rebosante de sarcasmo—. ¿Es lo que hizo vuestro padre con vosotros?

—Cada maldito día de su vida —dijo uno de ellos mientras el otro asentía.

—Pues entonces sois la prueba viviente de que eso no funciona —replicó Hogaza—. Mi hijo es asunto mío, no vuestro.

Los soldados arrugaron el gesto y podrían haber llevado las cosas más lejos —a fin de cuentas, representaban a la autoridad y Hogaza les estaba faltando al respeto—, pero Hogaza se colocó en posición de pelea mientras colocaba a Umbo detrás de sí.

—He luchado en tres guerras fronterizas, jóvenes payasos, y vosotros no sois más que soldados de la guardia urbana. Sólo sabéis pelear contra borrachos y memos, no contra un veterano que ha matado a docenas de hombres en combate. Os voy a golpear las cabezas con tanta fuerza que estaréis una semana viendo por los ojos del otro. Venga, atreveos.

Uno de ellos estaba dispuesto a aceptar su desafío, pero el más inteligente lo contuvo.

—No han quebrantado ninguna ley —dijo— y no quiero perder la tarde arrastrándolo a la cárcel y haciendo informes.

—No habrá que hacer informes si está muerto —dijo el idiota.

—Si matamos a todo el que nos llame idiotas —dijo el más listo—, sólo demostraremos que tienen razón.

Al final se apartaron y se limitaron a observar cómo se llevaba Hogaza a Umbo lejos de allí. Al pasar al lado del más listo, Hogaza asintió en un gesto de respeto.

—El soldado que evita la lucha que puede evitar es un soldado inteligente —dijo.

El aludido respondió con un gesto similar mientras el otro lanzaba a Hogaza una mirada hostil.

Ya de regreso entre la multitud, Umbo dijo:

—No vuelvas a cogerme de ese modo.

—Estaba dándoles una razón para nuestra presencia detrás de la letrina.

—Abandoné a mi padre por tratarme así.

—Puedes abandonarme a mí también, si quieres —dijo Hogaza.

—Lo haré si vuelves a tratarme así.

—¿Te será más fácil perdonarme si te doy la razón en lo de los mensajes?

—No pensaba hacerlo, dijeras lo que dijeses —replicó Umbo.

—Oh, el chiquitín está enfadado. Como aquel soldado, el idiota que pensaba que valía la pena morir por orgullo.

—¡Soy un niño! —exclamó Umbo—. ¡Y tengo derecho a portarme como tal si me da la gana!

—Bueno, muchacho, por lo general no lo haces, así que discúlpame por esperar que tengas la capacidad de raciocinio de un adulto.

—Ojalá Goteras te hubiera acertado en la cabeza con ese repollo —dijo Umbo. Pero si empezaba a hacer bromas, es que su rabia comenzaba a remitir.

—Era una lechuga, privo atontado —dijo Hogaza—. Y si me hubiera apuntado a la cabeza, me habría dado.

Tomaron una comida decente en su puesto preferido de arroz con huevos. No había muchas probabilidades de que los reconocieran, vestidos de aquel modo y no con la ropa que llevaban cuando iban en compañía de Rigg. La mañana estaba ya muy avanzada cuando volvieron a salir de la ciudad.

Estaban hablando sobre tonterías mientras caminaban, cuando Hogaza dijo:

—Mira a ésos. Van a coger el mismo desvío que nosotros.

Eran un hombre y un muchacho y parecían agotados y mugrientos por el camino.

—Espero que puedan permitirse un baño, como nosotros.

—Maldito seas, Umbo. Van a darse exactamente el mismo baño que nosotros.

Sólo entonces se dio cuenta Umbo de que el hombre y el niño que los precedían eran Hogaza y él mismo.

Pero eso era imposible. ¿Cómo podían seguir en el pasado?

—¿A qué estás jugando ahora? —preguntó Hogaza.

—A nada —respondió Umbo—. No lo entiendo. Tendríamos que haber regresado al mismo momento. Cuando retrocedemos en el tiempo, no abandonamos el presente en ningún momento.

—¿Y eso cómo lo sabes? —preguntó Hogaza.

—Porque cuando Rigg lo hizo…

—Tú estabas allí sentado, mirando.

—Exacto —dijo Umbo.

—Bueno, ¿y quién estaba allí sentado, mirando, cuando nosotros volvimos a por la piedra esta mañana?

—¡Nos aseguramos de que no hubiera nadie! —dijo Umbo.

—Volvimos los dos, cavamos en el suelo y sacamos algo. No sólo hablamos, no sólo lo dijimos. Recogimos algo físicamente y lo desenterramos.

—Eso ya lo sé —dijo Umbo—. Pero cuando Rigg robó el cuchillo, no supuso ninguna diferencia.

—Porque estabas con él. Estabas en el presente, anclándolo a él. Regresó a ti.

—Bueno, ¿y con quién regreso cuando voy al pasado y hablo conmigo mismo?

—Cuando sólo retrocedes en el tiempo para hablar, creo que te quedas en el presente —dijo Hogaza—. Pero si regresas y haces algo… creo que eso te lleva por completo al pasado. De modo que al volver al presente, estás saltando hacia delante en el tiempo. Y como no sabías que lo estabas haciendo, no pusiste especial cuidado. No fuiste preciso. Además, tal vez lo que sucede es que no puedes saltar hasta un tiempo que no hayas vivido. Sólo te adelantaste hasta un punto muy próximo al último punto futuro, el punto desde el que habías salido.

—Detesto hablar de estas cosas. Sólo sirven para que me sienta más confuso.

—No es eso —dijo Hogaza—. Simplemente, la pereza te impide pensar.

—Si ni siquiera escogí un tiempo concreto. Simplemente me dejé llevar. Como siempre.

—Bueno, «dejarse llevar» debe ser lo mismo que volver al futuro del que procedes. Con una diferencia de un día, como máximo.

—Atrás, adelante… «Volvemos» al pasado y luego «volvemos» al lugar del «futuro» del que salimos en el «pasado». Necesitamos palabras mejores.

—Lo que necesitamos es un lugar donde pasar la noche —dijo Hogaza.

—Pero estoy listo para continuar. Ahora que tenemos la piedra, ya podemos buscar a Rigg. O, si no podemos llegar hasta él, al menos podríamos recuperar la gema que le vendió a Tonelero.

—¿Recuperar? —dijo Hogaza—. ¿Te refieres a robarla?

—¿Acaso se quedó Rigg con el dinero?

—Con una parte sí… ¿De qué crees que hemos estado viviendo?

—¿Y quién la compró? Yo creo que nadie. Creo que el Consejo de la Revolución fingió que la compraba y luego confiscó el dinero.

—¿Así que les vas a pedir que te la devuelvan?

—No —dijo Umbo—. Vamos a averiguar dónde está, luego iremos al pasado, hasta el momento en que la depositaban allí. Nos apoderaremos de ella y luego nos esfumaremos.

—¿Esfumarse? ¿Ahora puedes hacer eso?

—¡Es lo que les parecerá a ellos!

—Pero si te ven robársela, lo recordarán cuando aparezcamos para tratar de averiguar dónde la guardan y en ese momento nos arrestarán.

—No recordarán nada, porque cuando lo hagamos, aún no habremos regresado para robársela.

Hogaza fingió que se daba una fuerte palmada en la frente.

—No sabes cómo funciona el proceso. Si lo supieras, no habríamos vuelto antes incluso de partir.

—¿Por qué tenemos que quedarnos aquí? —preguntó Umbo.

—No tenemos por qué —dijo Hogaza—. Pero no podemos abandonar nuestro equipaje. No es gran cosa, un poco de comida, una muda y mi navaja, algo que no necesitarás nunca, creo, salvo que quieras rebanarte el pescuezo en el futuro y luego volver para advertirte a ti mismo de que no lo hagas.

—Y nuestras mantas —dijo Umbo—. Bueno, no pasa nada por esperar otro día aquí. Salvo que vayamos a robar nuestras propias cosas mientras tomamos un baño.

—¿Y esperar que nadie se dé cuenta? ¿Ése es tu plan? Porque si alguien nos hubiera robado las cosas anoche, nos habríamos dado cuenta.

—¡Pero no fue así!

—Porque no vinimos a robarnos las pertenencias mientras nos bañábamos. ¡Umbo! ¡Piensa!

Umbo trató de pensarlo realmente, pero hasta donde podía comprenderlo, podía funcionar de cualquiera de las dos maneras. Era difícil entender bien las reglas de aquella mecánica de viaje temporal.

Al final pernoctaron en un sitio bastante menos elegante, cerca de la ciudad. La habitación y la cama eran más pequeñas, las moscas más abundantes y la comida de peor calidad. A la mañana siguiente volvieron a la primera posada una hora más tarde de haber salido. La propietaria los miró con incredulidad.

—Las colas eran demasiado largas —dijo Hogaza.

—¡Pero si os acabáis de ir! ¿Y que habéis hecho con el almuerzo que os di?

—Nos lo hemos comido —dijo Umbo.

—Pero si era un desayuno pantagruélico. ¡Pantagruélico!

Lo había sido. Y delicioso también.

—Tenemos que seguir nuestro viaje hacia Aressa Sessamo —dijo Hogaza—. No podemos perder un día entero haciendo una cola sólo para ver el interior de un edificio grande.

Umbo esbozó su más dulce sonrisa.

—¿Podrías prepararnos algo más de comer? Así tendremos algo que cenar en el camino.

—Seguro que os lo coméis al minuto de haber salido de aquí —dijo ella.

—Puede —dijo Hogaza—, pero también te lo pagaremos.

Accedió, pero estuvo refunfuñando todo el rato mientras lo preparaba y al abandonar la casa pudieron oírla murmurar —tal como ella pretendía— «gente codiciosa y glotona que se lo come todo y no guarda nada para el futuro.»

«No nos hables del futuro, mujer —pensó Umbo—. Si estuviéramos en el futuro y quisiéramos algo que no tenemos, sólo tendríamos que volver al pasado para conseguirlo. Claro que entonces no podríamos volver hasta el presente, así que tendríamos que hacerlo todo dos veces.»

19

CONFIANZA

—Tenemos un plan para dividir el nuevo mundo, al que todavía no has bautizado, en diecinueve zonas —dijo el prescindible.

Ram examinó el globo holográfico, lo hizo girar varias veces y dijo:

—Veo que excluís los tres continentes más pequeños.

—Pensamos que podían usarse como reservas para la flora y la fauna originales de este planeta sin nombre.

—Si tanto queréis un nombre, podéis llamarlo «Jardín». Aunque no sé si lo utilizará alguien, aparte de nosotros.

—Los colonos dirán «allí en la Tierra» y «aquí en Jardín» —dijo el prescindible—. Puede que te interese saber que ninguno de los prescindibles ni los ordenadores de la nave ha predicho que elegirías ese nombre. El candidato más factible era «Ram», pero algunos de nosotros pensamos que eras demasiado modesto para eso.

—No es una cuestión de modestia. Tengo la intención de vivir con esta gente, o al menos con la que saldrá de una de las naves, y sería una ridiculez ponerle al planeta mi nombre.

—Ése fue mi razonamiento. Pero ahora disfruto de la ventaja de mi asociación continuada contigo, cosa de la que los demás carecen.

—No imaginaba que a los prescindibles os gustara apostar.

—No hemos apostado. Aquí sólo se trata de poner a prueba nuestros algoritmos de predicción.

—Las divisiones de los dos continentes más grandes me parecen bien. Supongo que contendrán los recursos necesarios.

—¿Necesarios para qué?

—Para… la vida humana.

—Pensamos que lo único que hacía falta es aire respirable, agua potable, suelo fértil y un clima no hostil.

—Yo estaba pensando en hierro, carbón…

—El planeta carece de combustibles fósiles. Como no tiene una luna que genere mareas de consideración, Jardín ha desarrollado la vida con mucha mayor lentitud. Ahora mismo está en la fase de crecimiento vegetal exuberante y su atmósfera tiene tres veces más dióxido de carbono que la Tierra. Dentro de unos pocos cientos de millones de años, tendrá combustibles fósiles… salvo que nosotros lo impidamos, claro está.

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