Juul dijo que sí, pero negó con la cabeza, como si quisiera decir que no.
Cuando Harry, ya en la entrada, hizo ademán de ponerse los zapatos, señaló la fotografía del joven de la bata blanca:
—¿Eres tú?
—A mediados del siglo pasado, sí —respondió Juul con una sonrisa—. Fue tomada en Alemania, antes de la guerra. Yo iba a seguir los pasos de mi padre y de mi abuelo y empecé a estudiar medicina allí. Al estallar la guerra, volví a Noruega y, cuando me escondía de los alemanes en el bosque, llegaron a mis manos los primeros libros de historia. Después, ya era demasiado tarde: me había hecho adicto.
—¿Así que abandonaste la medicina?
—Depende de cómo se mire. Yo quería hallar la explicación de cómo un ser humano, una ideología, era capaz de seducir a tanta gente. Y tal vez, por qué no, encontrar el remedio. —Con una sonrisa, añadió—: Yo era joven, muy, muy joven.
RESTAURANTE ANNEN ETAGE, HOTEL CONTINENTAL
1 de Marzo de 2000
—Es estupendo que hayamos podido vernos así —dijo Bernt Brandhaug alzando su copa. Los dos brindaron y Aud Hilde sonrió mirando al consejero de Asuntos Exteriores—. Y no sólo en el trabajo —añadió sosteniéndole la mirada hasta que ella bajó la vista. No era guapa, exactamente, tenía los rasgos demasiado grandes y estaba un tanto rellenita. Pero tenía un modo de ser atractivo y coqueto y estaba rellenita como lo está una joven.
La mujer lo había llamado aquella mañana desde la oficina de personal con un asunto que, decía, no sabían bien cómo tratar, pero antes de que hubiese tenido tiempo de explicarle nada más, él la había invitado a subir a su despacho.
Y en cuanto ella se presentó, él decidió que no tenía tiempo y que mejor sería que lo hablasen durante una cena después del trabajo.
—Algún tipo de beneficio complementario teníamos que tener los funcionarios, ¿no? —le dijo Brandhaug.
Ella pensó que probablemente se refería a la cena.
Hasta ahí, todo había ido bien. El
maître
les había dado la mesa de siempre y, por lo que pudo ver, no había nadie conocido en el local.
—Pues verás, se trataba de ese asunto tan extraño que se nos presentó ayer —dijo la joven, dejando que el
maître
le pusiera la servilleta en el regazo—. Recibimos la visita de un hombre de edad avanzada que asegura que le debemos dinero. Bueno, que se lo debe el Ministerio de Asuntos Exteriores. Casi dos millones de coronas, dijo, aludiendo a una carta que había enviado en 1970.
La joven alzó la vista al cielo y Brandhaug pensó que debería ponerse menos maquillaje.
—¿Y no dijo en concepto de qué le debíamos ese dinero?
—Dijo que durante la guerra había sido marino. Tenía algo que ver con Nortraship, la marina mercante noruega, que le había retenido el sueldo.
—¡Ah, sí! Creo que ya sé de qué se trata. ¿Dijo algo más?
—Que ya no podía seguir esperando. Que lo habíamos traicionado a él y a todos los que fueron marinos durante la guerra. Y que Dios nos juzgaría por nuestros pecados. No sé si es que había bebido o si estaba enfermo pero, en cualquier caso, tenía mal aspecto. Traía una carta firmada por el cónsul general noruego en Bombay, fechada en 1944, y donde, en nombre del Estado noruego, le garantizaba el pago retroactivo de una compensación por riesgo de guerra durante los cuatro años que trabajó en la marina mercante noruega. De no ser por esa carta, lo habríamos echado a la calle y no te habríamos molestado a ti con semejante nimiedad.
—Puedes acudir a mí cuando quieras, Aud Hilde —dijo al tiempo que, un tanto horrorizado, se preguntaba si sería ése el nombre de la joven—. Pobre hombre —dijo Brandhaug mientras le indicaba al camarero que les sirviese más vino—. Lo triste de este asunto es que, naturalmente, tiene razón. Nortraship se fundó para administrar la sección de la marina mercante noruega que no había sido requisada por los alemanes. Fue una organización con intereses tanto políticos como comerciales. Los británicos, por ejemplo, pagaron a Nortraship grandes sumas en concepto de compensación por riesgo de guerra por utilizar buques noruegos. Pero, en lugar de abonárselo a la tripulación, el dinero fue a parar directamente a las arcas del Estado y de las navieras. Estamos hablando de varios cientos de millones de coronas. Los marinos de guerra intentaron ir a juicio para recuperar su dinero, pero perdieron en el Supremo en 1954. Hasta 1972, el Parlamento no reconoció su derecho a esa compensación.
—Pues este hombre no ha recibido nada. Porque, según dijo, estaba en el mar de China cuando fue torpedeado por los japoneses, y no por los alemanes.
—¿Te dijo su nombre?
—Konrad Asnes. Espera, te enseñaré la carta. Ha elaborado un cuadro de cuentas con los intereses y los intereses de los intereses…
La joven se inclinó para buscar en el bolso. La carne de los brazos le tembló un poco. «Esta chica debería hacer más ejercicio —se dijo Brandhaug—. Cuatro kilos menos y Aud Hilde sería exuberante en lugar de… gorda.»
—Déjalo —dijo Brandhaug—. No necesito verla. Nortraship depende del Ministerio de Comercio.
Ella le dirigió una mirada inquisitiva.
—El sujeto insistió en que nosotros le debemos ese dinero. Nos dio un plazo de catorce días.
Brandhaug rió de buena gana.
—¿Conque sí, eh? ¿Y por qué tiene ahora tanta prisa, después de sesenta años de espera?
—Eso no lo dijo. Sólo que, si no pagábamos, nos atuviésemos a las consecuencias.
—¡Por Dios bendito! —Brandhaug esperó hasta que el camarero los hubo servido, antes de inclinarse hacia ella—. Detesto atenerme a las consecuencias, ¿tú no?
Ella rió algo insegura.
Brandhaug alzó su copa.
—Ya, bueno, pero yo me pregunto qué vamos a hacer con este asunto —dijo la joven.
—Olvídalo —le aconsejó él—. Pero yo también tengo una duda, Aud Hilde.
—¿Cuál?
—Me pregunto si has visto la habitación que tenemos a nuestra disposición en este hotel.
Aud Hilde volvió a reír y contestó que no, que no había estado allí nunca.
GIMNASIO SATS, ILA
2 de Marzo de 2000
Harry pedaleaba y no paraba de sudar. El local disponía de dieciocho bicicletas ergonómicas hipermodernas, todas ellas ocupadas por urbanitas, por lo general guapas, con la vista clavada en los aparatos de televisión que, con el volumen al mínimo, colgaban del techo. Harry miró a Elisa, del programa
Supervivientes,
que, haciendo mímica, le dijo que no soportaba a Poppe, otro de los participantes. Harry lo sabía. Daban una reposición del programa.
«That don't impress me much!»,
se oía a gritos por los altavoces.
«No, desde luego»,
pensó Harry, a quien no le gustaban ni la música chillona ni el sonido ahogado que surgía de algún lugar de sus pulmones. Podía entrenar gratis en el gimnasio de la Comisaría General, pero Ellen lo convenció de que empezase a ir al gimnasio SATS. Él se había dejado convencer, aunque cuando ella intentó que se apuntase a un curso de aeróbic, se negó. Moverse al ritmo del chinchinpum junto con un rebaño de personas que disfrutaban del chinchinpum, mientras un monitor de fingida sonrisa los animaba a esforzarse con eslóganes espirituales del tipo
«no pam, tzo gavn»,
constituía para él una forma incomprensible de humillación voluntaria. La mayor ventaja de entrenar en SATS, según lo veía él, consistía en que allí podía hacer gimnasia y ver el programa
Supervivientes
al mismo tiempo, sin tener que ver además a Tom Waaler, que se pasaba la mayor parte de su tiempo libre en el gimnasio de la comisaría. Harry echó una rápida ojeada a su alrededor para constatar que, también aquella tarde, él era el usuario de más edad. La mayoría de los clientes del gimnasio eran jovencitas con auriculares en los oídos que, de vez en cuando, miraban hacia donde él se encontraba. No para verlo a él, sino porque el cómico más famoso de Noruega ocupaba la bicicleta contigua, enfundado en una sudadera gris con capucha y sin una sola gota de sudor bajo el juvenil flequillo. Un mensaje iluminó la pantalla de control de velocidad de Harry:
«You are training well».
«Pero me visto mal», sentenció Harry para sí al pensar en los desgastados pantalones de chándal que tenía que subirse constantemente porque el peso del móvil se los bajaba. Y sus zapatillas Adidas no eran ni lo bastante nuevas como para ser modernas ni lo bastante viejas como para resultar
fashion.
Su camiseta del grupo de rock Joy-Division, que en su día podía otorgar cierta credibilidad, era hoy claro indicio de que no tenía ni idea de lo que sucedía en el frente musical desde hacía años. Pero Harry no se sintió totalmente fuera de lugar hasta que su móvil empezó a sonar y diecisiete miradas displicentes, incluida la del cómico, se clavaron en él. Sacó la pequeña máquina diabólica de la cinturilla del pantalón y contestó:
—Aquí Hole.
«Okay, so you're a rocket scientist, that don't impress…»
—Hola, soy Juul. ¿Llamo en mal momento?
—No, no. Sólo es música…
—Pues parece que respiras como una foca. Llámame cuando te venga bien.
—Ahora me viene bien. Es que estoy en el gimnasio.
—Ah, bueno. Tengo buenas noticias. He leído tu informe de Johannesburgo. ¿Por qué no me dijiste que el individuo había estado en Sennheim?
—¿Urías? ¡Ah! ¿Eso es importante? Ni siquiera estaba seguro de haber anotado bien el nombre. Además, miré en un atlas de Alemania y no encontré Sennheim por ninguna parte.
—Mi respuesta es sí, es importante. Si dudabas de si el hombre que estáis buscando fue o no soldado en el frente alemán, ya puedes dejar de dudar. Es seguro al cien por cien. Sennheim es un pueblecito y los únicos noruegos, que yo sepa, que han estado allí son los que se encontraban en Alemania durante la guerra. En un campamento de instrucción antes de partir al frente oriental. La razón de que no encontrases Sennheim en el atlas alemán es que no está en Alemania, sino en Alsacia, Francia.
—Pero…
—A lo largo de la historia, Alsacia ha pertenecido a Francia y a Alemania, por eso allí hablan alemán. Que nuestro hombre estuviera en Sennheim reduce drásticamente el número de posibilidades, pues sólo se entrenaron allí soldados de la división Nordland y de la división Norge. Y, lo que es mejor aún, puedo darte el nombre de una persona que estuvo en Sennheim y que no tendrá inconveniente en colaborar.
—¿Ajá?
—Un soldado de la división Nordland. Se presentó voluntario en el movimiento de la Resistencia en 1944.
—¡Increíble!
—Creció en una granja bastante aislada, con sus padres y hermanos mayores, todos ellos miembros fanáticos de Unión Nacional, y lo presionaron para que se presentase voluntario para servir en el frente. Nunca fue un nazi convencido y, en 1943, desertó en Leningrado. Fue prisionero de los rusos un tiempo y también luchó en su bando, antes de lograr huir y volver a Noruega a través de Suecia.
—¿Y se fían de un antiguo soldado del frente alemán?
Juul se rió.
—Desde luego.
—¿De qué te ríes?
—Es una larga historia.
—Tengo tiempo.
—Le ordenamos que liquidara a un miembro de su propia familia. —Harry dejó de pedalear. Juul carraspeó—: Cuando lo encontramos en Nordmarka, al norte de Ullevålseter, al principio no creímos su historia; pensamos que era un infiltrado y estábamos decididos a fusilarlo. Pero teníamos contactos en el archivo de la policía de Oslo, que nos permitieron comprobar la veracidad de su historia y resultó que, en efecto, constaba allí como desaparecido del frente y sospechoso de deserción. Los datos familiares eran correctos y, además, tenía documentación que acreditaba que era quien decía ser. Sin embargo, y pese a todo, aquello podía ser un montaje de los alemanes, de modo que decidimos ponerlo a prueba.
Juul hizo una pausa.
—¿Y bien? —preguntó Harry.
—Lo escondimos en una cabaña donde estaría aislado tanto de nosotros como de los alemanes. Alguien propuso que le diésemos órdenes de liquidar a uno de sus hermanos, activista de Unión Nacional. Principalmente, para ver cómo reaccionaba. Cuando recibió la orden, no dijo una palabra; al día siguiente, cuando fuimos a la cabaña, había desaparecido. Estábamos convencidos de que se había echado atrás pero, dos días después, volvió a aparecer. Dijo que se había dado una vuelta por la granja familiar de Gudbrandsdalen. Y, pocos días más tarde, recibimos el informe de los nuestros. A uno de los hermanos, lo encontraron en el establo. Al otro, en el granero. A los padres, en la casa.
—¡Por Dios! —exclamó Harry—. Debía de estar perturbado.
—Cierto. Todos lo estábamos. Era la guerra. Por lo demás, jamás hablamos de ello, ni entonces ni después. Y creo que tú tampoco deberías…
—Por supuesto que no. ¿Dónde vive?
—Aquí, en Oslo. En Holmenkollen, creo.
—¿Y se llama?
—Fauke. Sindre Fauke.
—Estupendo. Me pondré en contacto con él. Gracias, Juul.
En la pantalla del televisor, Poppe protagonizaba un lacrimógeno saludo a su familia, en un primer plano exagerado. Harry se colgó el móvil de la cintura del pantalón, volvió a subírselo y se encaminó a la sala de pesas.
«… whatever, that don't impress me much…»
HOUSE OF SINGLES, CALLE HEGDEHAUGSVEIEN
2 de Marzo de 2000
—Lana de calidad superior —dijo la dependienta mientras sostenía la chaqueta para que la viese el anciano—. La mejor. Ligera y resistente.
—Es para un solo uso —dijo el anciano con una sonrisa.
—¡Ah! —respondió la joven algo desconcertada—. En ese caso, tenemos algunas más baratas…
—Ésta está bien —la interrumpió él mirándose en el espejo.
—Corte clásico —le aseguró la dependienta—. El más clásico que tenemos.
La chica miró asustada al anciano al verlo retorcerse de dolor.
—¿Se encuentra mal? ¿Quiere que vaya…?
—No, no. No ha sido más que una punzada de dolor. Ya se me pasa —dijo el hombre recobrando la compostura—. ¿Cuánto tardarán en subirle el bajo a los pantalones?
—El miércoles de la semana que viene. A menos que sea urgente. Quizá los necesite para una ocasión especial…
—Así es. Pero el miércoles me va bien.
Le pagó el traje con billetes de cien y, mientras los contaba, la joven le aseguró: