—«El número de teléfono que ha marcado está fuera de servicio. Éste es un mensaje de la compañía telefónica Telenor… El número de teléfono…»
Harry no se sorprendió y colgó el auricular.
Edvard Mosken hijo cumplía una condena. Y una condena larga que aún lo tenía en la cárcel. ¿Por qué motivo? Drogas, aventuró Harry antes de pulsar la tecla Intro. Un tercio de todos los que están en la cárcel en cualquier momento tienen condenas relacionadas con drogas. Ahí lo tenemos. Sí señor. Tráfico de hachís. Cuatro kilos. Cuatro años, incondicional.
Harry se estiró bostezando. ¿Estaba haciendo algún progreso o simplemente estaba allí trajinando porque el único lugar al que le apetecía ir era al restaurante Schrøder y no tenía fuerzas para tomarse un café en aquel momento? Vaya mierda de día. Sintetizó lo que tenía: Gudbrand Johansen no existe, al menos, no en Noruega. Edvard Mosken vive en Drammen y tiene un hijo condenado por tráfico de drogas. Y Hallgrim Dale es un borrachín y desde luego, no alguien que dispone de medio millón de coronas para gastar.
Harry se frotó los ojos.
Dudaba si buscar en la guía el apellido de Fauke por ver si había un número de teléfono a su nombre en la calle Holmenkollveien. Se le escapó un lamento.
«Es una mujer que tiene pareja. Y tiene dinero. Y clase. En pocas palabras: todo lo que a ti te falta.»
Tecleó la fecha de nacimiento de Hallgrim Dale en el registro central. Intro. El aparato emitía su sordo runrún.
Una larga lista. Más de lo mismo. Pobre borrachín.
«Los dos habéis estudiado derecho. Y a ella también le gusta Raga Rockers.»
Un momento. En la última entrada de Dale, figuraba el código «víctima». ¿Le habrían dado una paliza? Intro.
«Olvídate de esa tía. Bien, ya estaba olvidada. ¿Debía llamar a Ellen y preguntarle si tenía ganas de ir al cine y dejar que ella eligiese la película? No, mejor se daba una sesión de gimnasio en SATS. A sudar un poco.»
La luz de la pantalla le dio en la cara:
HALLGRIM DALE, 15-11-99. ASESINATO.
Harry contuvo la respiración. Estaba sorprendido, pero ¿por qué no lo estaba tanto? Hizo doble clic en DETALLES. El aparato volvió a emitir un sonido sordo. Pero, por una vez, su mente fue más rápida que el ordenador y, cuando apareció la imagen en la pantalla, él ya le había puesto el nombre.
SATS
3 de Marzo de 2000
—Hola.
—Hola, Ellen, soy yo.
—¿Quién?
—Yo, Harry. Y no me hagas creer que hay otros hombres que te llaman y te dicen «hola, Ellen, soy yo».
—Vete a la mierda. ¿Dónde estás? ¿Qué porquería de música es ésa?
—Estoy en SATS.
—¿Cómo?
—Estoy haciendo bicicleta. Pronto habré recorrido ocho kilómetros.
—A ver si te he entendido bien, Harry: estás en SATS, sentado en una bicicleta, mientras hablas por el móvil, ¿es eso? —preguntó incrédula, haciendo hincapié en las palabras SATS y móvil.
—¿Qué hay de malo en eso?
—Harry, ¡por Dios!
—Llevo toda la tarde intentando hablar contigo. ¿Recuerdas el asesinato que Tom Waaler y tú tuvisteis en noviembre? El nombre era Hallgrim Dale.
—Claro que sí. KRIPOS se lo adjudicó casi de inmediato. ¿Qué pasa?
—No estoy seguro. Puede tener algo que ver con el excombatiente al que busco. ¿Qué puedes decirme de aquello?
—Eso es trabajo, Harry. Llámame mañana a la oficina.
—Venga, Ellen, sólo un poco.
—Uno de los cocineros de Herbert's Pizza encontró a Dale en la puerta de entrada. Estaba tirado entre los contenedores de basura, degollado. El grupo de la policía científica no encontró nada. Aunque el médico que le hizo la autopsia aseguró que el corte era maravillosamente limpio. Una intervención quirúrgica, fueron sus palabras.
—¿Tú quién crees que lo hizo?
—Ni idea. Claro que pudo ser algún neonazi, pero yo no lo creo.
—¿Por qué no?
—Si matas a un tipo justo a la puerta de tu bar habitual, o eres un temerario o simplemente, eres estúpido. Sin embargo, todo en aquel asesinato parecía muy limpio, muy pensado. No había indicios de forcejeo, ninguna huella, ningún testigo. Todo indica que el asesino sabía lo que hacía.
—¿El móvil?
—Difícil de determinar. Seguro que Dale tenía deudas, pero no tanto como para presionarlo hasta ese punto. Por lo que yo sé, no estaba metido en asuntos de drogas. Registramos su apartamento, pero no encontramos nada, salvo botellas vacías. Estuvimos hablando con algunos de sus compañeros de juerga. Por alguna extraña razón, tenía éxito con esas colegas de borrachos.
—¿Colegas de borrachos?
—Sí, esas que siempre van colgadas de los borrachos. Las has visto, sabes a qué me refiero.
—Sí, pero… ¿por qué no las llamas damas de borrachines?
—Siempre reparas en los detalles más tontos, Harry; llega a ser muy irritante, ¿lo sabías? Tal vez deberías…
—Lo siento, Ellen. Tienes toda la razón y prometo enmendarme radicalmente. ¿Por dónde ibas?
—Pues eso, que en los ambientes de alcohólicos hay mucho cambio de pareja, así que no podemos obviar la posibilidad de que se tratase de un crimen pasional. Por cierto, ¿sabes a quién estuvimos interrogando entonces? A tu viejo amigo Sverre Olsen. El cocinero lo había visto en el local de Herbert's Pizza en torno a la hora del asesinato.
—¿Y bien?
—Tenía coartada. Se había pasado el día entero allí sentado y sólo salió un par de minutos para comprar algo. El dependiente de la tienda nos lo confirmó.
—Pudo haberle dado tiempo…
—Sí, ya sé. A ti te gustaría que hubiese sido él. Pero oye, Harry…
—Puede que Dale no tuviese dinero, pero sí otra cosa.
—Harry…
—Puede que tuviese información. Acerca de alguien, por ejemplo.
—Sí, ahí en la sexta planta, os gusta barajar hipótesis de conspiraciones, ¿verdad? Pero, Harry, ¿no podríamos hablar de esto mañana?
—¿Desde cuándo eres tan estricta con el horario laboral?
—Es que ya me había acostado.
—¿A las diez y media?
—Es que no me he acostado sola.
Harry dejó de pedalear. No se le había ocurrido pensar que la gente que había en la sala podía escuchar la conversación. Miró a su alrededor. Por suerte, no eran muchos los que entrenaban tan tarde.
—¿Es el artista ese de Tørst? —preguntó en un susurro.
—Ajá.
—¿Y desde cuándo compartís la cama?
—Desde hace un tiempo.
—¿Y por qué no me dijiste nada?
—Porque no me preguntaste.
—¿Lo tienes ahora tumbado a tu lado?
—Ajá.
—¿Es bueno?
—Ajá.
—¿Te ha dicho ya que te quiere?
—Ajá.
Pausa.
—¿Piensas en Freddie Mercury cuando…?
—Harry, buenas noches.
DESPACHO DE HARRY
6 de Febrero de 2000
El reloj de la recepción indicaba las 8:30 horas cuando Harry llegó al trabajo. No era una auténtica recepción, sino más bien una entrada que funcionaba como una esclusa. Y el jefe de aquella esclusa era Linda, que apartó la vista de la pantalla para desearle alegre los buenos días. Linda llevaba más tiempo en el CNI que ninguno de ellos, y era prácticamente la única persona con la que Harry necesitaba tener contacto para realizar su trabajo diario. De hecho, aparte de ser «jefe de la esclusa», aquella mujer de cincuenta años, respondona y diminuta, funcionaba además como una especie de secretaria común, recepcionista y chica para todo. Harry había pensado en ello un par de veces; se decía que si él fuese espía al servicio de un Estado extranjero y tuviese que sacarle información a alguien del CNI, elegiría a Linda. Además, era la única persona del CNI, a excepción de Meirik, que sabía con qué estaba trabajando Harry en el CNI. No tenía idea de qué creían los demás. En las escasísimas visitas que había hecho a la cantina para comprarse un yogur o un paquete de tabaco, que, por cierto, no vendían, había observado las miradas que le dedicaban desde las mesas. Pero nunca se había molestado en interpretarlas, sino que se apresuraba a volver a su despacho.
—Te han llamado por teléfono —anunció Linda—. Alguien que hablaba en inglés. A ver…
Despegó una nota de color amarillo que tenía en el marco de la pantalla del ordenador.
—Se apellida Hochner.
—¡¿Hochner?! —exclamó Harry.
Linda miró la nota, algo insegura.
—Sí, eso me dijo la mujer.
—¿La mujer? Querrás decir el hombre.
—No, era una mujer. Me dijo que volvería a llamar… —Linda se volvió para mirar el reloj que tenía a su espalda, colgado de la pared—… ahora. Me dio la impresión de que le urgía ponerse en contacto contigo. Por cierto, ya que te tengo aquí, Harry, ¿te has dado ya una vuelta por los despachos para presentarte?
—No he tenido tiempo, Linda. La semana que viene.
—Ya llevas aquí un mes. Ayer mismo, Steffensen me preguntó quién era «ese tipo alto y rubio» con el que se había cruzado en los servicios.
—¿Ah, sí? ¿Y qué le dijiste?
—Le dije que no necesitaba saberlo —respondió Linda con una sonrisa—. Y tienes que venir a la fiesta de la sección este sábado.
—Sí, ya me he dado cuenta —masculló Harry al tiempo que recogía dos folios del buzón.
Uno contenía un recordatorio de la fiesta, el otro, una circular sobre la nueva normativa de enlaces sindicales. Ambos fueron a parar a la papelera tan pronto como hubo cerrado tras de sí la puerta de su despacho. Después, se sentó y pulsó los botones REC y PAUSA del contestador y esperó. Tras unos treinta segundos aproximadamente, sonó el teléfono.
—
Harry Hole speaking
—respondió Harry.
—¿Herri? ¿Spikin? —lo imitó Ellen.
—Perdón. Creía que era otra persona.
—Es un animal —atajó ella antes de que Harry tuviese tiempo de seguir hablando—. «Faquín anbilivibol», vamos.
—Si te refieres a lo que yo creo, prefiero que lo dejes ya, Ellen.
—Lerdo. Bueno, ¿quién esperas que te llame?
—Una mujer.
—¡Por fin!
—Olvídalo, al parecer es un familiar o la esposa de un tipo al que interrogué.
Ellen suspiró.
—¿Cuándo piensas conocer a alguien tú también, Harry?
—Estás enamorada, ¿verdad?
—¡Premio! ¿Tú no?
—¿Yo?
El grito entusiasta de Ellen le estalló en el oído.
—¡No me has contestado! ¡Te he pillado, Harry Hole! ¿Quién, quién?
—Venga ya, Ellen.
—¡Dime que tengo razón!
—Que no, Ellen, que no he conocido a nadie.
—A mamá no se le miente.
Harry no pudo por menos de reír.
—Mejor dime algo más acerca de Hallgrim Dale. ¿Cómo va la investigación?
—No lo sé. Tendrás que hablar con KRIPOS.
—Lo haré, pero ¿qué te dijo tu intuición sobre el asesino?
—Que es un profesional, no un homicida impulsivo. Y, pese a lo que te dije de que el asesinato parecía limpio, no creo que fuese premeditado.
—¿Cómo que no?
—El crimen se cometió de forma eficaz y no dejaron huellas, pero la elección del lugar no fue muy acertada: podían haberlo visto desde la calle o desde el patio trasero.
—Está sonando la otra línea. Luego te llamo.
Harry pulsó el botón REC del contestador y comprobó que el reproductor empezaba a girar antes de pasar la llamada de la otra línea.
—Aquí Harry.
—Hola, mi nombre es Constance Hochner —oyó decir en inglés.
—¿Cómo está, señora Hochner? —dijo Harry en el mismo idioma.
—Soy la hermana de Andreas Hochner.
—Ya veo.
Pese a la mala conexión, Harry notó que la mujer estaba nerviosa. Aun así, fue derecha al grano:
—Usted hizo un trato con mi hermano, mister Hole. Y no ha cumplido su parte.
La mujer tenía un acento extraño, el mismo que Andreas Hochner. Sin darse cuenta, Harry intentaba imaginársela, siguiendo un hábito que, como investigador, había adquirido hacía ya tiempo.
—Verá, señora Hochner, no puedo hacer nada por su hermano hasta que no haya verificado la información que nos proporcionó. Por el momento, no hemos encontrado nada que confirme lo que nos dijo.
—Pero, señor Hole, ¿por qué iba a mentir un hombre en la situación en que él se encuentra?
—Precisamente por eso, señora Hochner. Aunque no sepa nada, podría estar lo bastante desesperado para fingir que no es así.
Se hizo una pausa en la débil línea desde… ¿desde dónde? ¿Johannesburgo?
De nuevo se oyó la voz de Constance Hochner.
—Andreas ya me advirtió de que usted diría algo así. Por eso lo llamo, para decirle que tengo más información de mi hermano que tal vez sea de su interés.
—¿Ah, sí?
—Pero no se la daré si su gobierno no se implica antes en la causa de mi hermano.
—Haremos lo que podamos.
—Volveré a llamarlo cuando comprobemos que está ayudándonos.
—Como usted comprenderá, estas cosas no funcionan así, señora Hochner. Tenemos que ver los resultados de la información proporcionada antes de empezar a ayudarle.
—Pero mi hermano tiene que contar con alguna garantía. El juicio contra él empieza dentro de dos semanas y…
A la mujer se le quebró la voz en medio de la frase y Harry notó que estaba a punto de echarse a llorar.
—Sólo puedo darle mi palabra de que haré cuanto esté en mi mano, señora Hochner.
—Yo no lo conozco a usted. Y usted no me entiende. Van a condenar a Andreas a la pena de muerte. Usted…
—Aun así, eso es cuanto puedo ofrecerle.
La mujer rompió a llorar. Harry aguardó y, tras unos minutos, la señora Hochner recuperó la calma.
—¿Tiene usted hijos, señora Hochner?
—Sí —contestó entre sollozos.
—¿Y sabe usted cuál es el delito del que está acusado su hermano?
—Por supuesto.
—En ese caso, comprenderá también que necesita todo el perdón que pueda encontrar. Puesto que, a través de usted, podrá ayudarnos a detener a un hombre que pretende perpetrar un atentado, habrá hecho algo bueno. Y usted también, señora Hochner.
La mujer respiró hondo en el auricular. Por un instante, Harry creyó que iba a echarse a llorar de nuevo.
—¿Me promete que hará todo lo que pueda, señor Hole? Mi hermano no es culpable de todos los delitos de los que se lo acusa.
—Se lo prometo.
Harry oyó su propia voz. Tranquila y firme. Pero al mismo tiempo, apretó nervioso el auricular.