—Bueno, sí— dijo Pierre.
Esperaba que Klimus detectara la falta de entusiasmo y decidiera no seguir con el tema. Cogió el correo de su casillero.
—En realidad —dijo el anciano—, tal vez venga a cenar el domingo por la noche. ¿A las seis? Podemos pasar la velada juntos.
A Pierre le dio un vuelco el corazón. Recordó algo que Einstein dijera una vez:
A veces uno paga mucho más por las cosas que obtiene gratis.
—Bueno, sí —dijo de nuevo Pierre, resignado a lo irremediable—. Délo por hecho.
El anciano asintió de forma brusca, y después se dedicó a buscar entre su propio correo. Pierre siguió allí de pie un momento y, después, al darse cuenta de que le habían olvidado, cogió el correo y se dirigió a su laboratorio.
Burian Klimus estaba sentado en la sala de estar de Molly y Pierre. No parecía caerle simpático a Amanda, pero tampoco Klimus había hecho el menor gesto para cogerla en brazos o decirle algo. Eso preocupaba a Pierre. El anciano
quería ver
a la niña, sólo eso. Pero en lugar de jugar con ella, simplemente se había dedicado a hacerles preguntas sobre cómo la alimentaban o sobre si dormía mucho o poco, mientras (con gran sorpresa de Pierre) garabateaba notas en caracteres cirílicos en un bloc de bolsillo encuadernado con una espiral.
Por fin llegó la hora de la cena. Pierre y Molly habían estado de acuerdo en que, pese a que le tocaba a Pierre cocinar, la cena estaría mucho mejor con algo más elaborado que bocadillos o cena enlatada. Molly había preparado pollo al estilo de Kiev (al fin y al cabo Klimus era ucraniano), patatas
au gratin
, y coles de Bruselas. Pierre descorchó una botella de Liebfraumilch y los tres adultos se dirigieron a la mesa. Amanda, a quien Molly ya había dado de comer antes, dormía satisfecha en la cuna.
Pierre intentó todo tipo de temas de conversación, pero Klimus no se metió en ninguno de ellos. Al final decidió preguntarle al anciano en qué estaba trabajando.
—Bueno —dijo Klimus, tras tomar otro sorbo de vino—, ya sabe que paso mucho tiempo en el Instituto de los Orígenes del Hombre. —El IOH se encontraba también en Berkeley. Su director era Donald Johanson, el descubridor del famoso
Australophitecus afarensis
a quien se conocía como Lucy—. Espero hacer algunos progresos, gracias al ADN de Hanna la Desventurada, para resolver el debate sobre la Surgidos-de-África.
—Una gran película
[3]
—dijo Molly aliviada, en realidad no deseaba que la conversación se dedicara a temas del trabajo—. Meryl Streep estaba excelente.
Klimus levantó las cejas.
—Ya sé que Pierre ha oído hablar de Hanna, Molly. Pero
¿y
usted?
Molly negó con un gesto de la cabeza, y él le habló del éxito al extraer ADN completo e intacto de los huesos de un Neanderthal israelí. Después hizo una pausa para fortificarse con otro sorbo de vino. Pierre se dispuso a abrir otra botella.
—Bueno —dijo Klimus—. Hay dos hipótesis opuestas sobre el origen de los humanos modernos. Una recibe el nombre de la Surgidos-de-África y otra es la hipótesis Multirregional. Las dos están de acuerdo en que el
Homo erectus
empezó a expandirse desde África hacia Eurasia hace por lo menos 1.8 millones de años. El Hombre de Java, el Hombre de Pekín, El Hombre de Heidelberg, todos ellos son especímenes de
erectus.
»Pero la hipótesis Surgidos-de-África dice que el hombre moderno, el
Homo sapiens
, que puede o no incluir a los de Neanderthal como un subgrupo, evolucionó en el este de África, pero no salió de allí hasta una segunda migración hace tan sólo cien mil o doscientos mil años. Quienes defienden la hipótesis Surgidos-de-África dicen que, cuando esta segunda oleada se encontró con varios grupos de
erectus
en Asia y en Europa, les derrotaron y dejaron al
Homo sapiens
como la única especie existente de la humanidad.
Hizo una larga pausa para permitir que Pierre le sirviera otro vaso de vino.
La hipótesis Multirregional es bastante distinta. Dice que todas esas poblaciones de erectus siguieron evolucionando, y que cada una de ellas dio lugar, de forma independiente, al hombre moderno. Eso explicaría por qué el
Homo sapiens
parece surgir, según el registro fósil, casi simultáneamente en toda Eurasia.
—Pero seguro que —dijo Molly, intrigada a su pesar— si se parte de poblaciones aisladas se tiene que acabar con especies distintas evolucionando en cada área, como en las islas Galápagos. —Se levantó para empezar a lavar los platos.
Klimus le tendió el plato en el que había cenado.
—Los multiregionalistas dicen que hubo un montón de cruces entre las diversas poblaciones, y que eso les permitió evolucionar en tándem.
—¿Cruces desde Francia hasta Indonesia? —dijo Molly, mientras desaparecía por un momento en el interior de la cocina—. Y yo que creía que mi hermana viaja mucho.
Pierre rió, pero cuando Molly volvió hacía gestos de negación con la cabeza.
—No sé —dijo Molly—. Ese asunto de los multirregionalistas parece más bien un intento de querer ser políticamente correctos más que ciencia verdadera, un intento de evitar la pregunta de cuál fue la raza que apareció primero, diciendo que todas evolucionaron juntas al mismo tiempo.
—De ordinario, estaría de acuerdo con usted —asintió Klimus—, pero existen unas maravillosas secuencias de cráneos que van desde el
Homo erectus
a través del Hombre de Neanderthal hasta llegar a los humanos modernos de Java y de China. Parece como si hubiera habido una evolución independiente hacia el
Homo sapiens
al menos en esos lugares, y muy posiblemente también en otros sitios.
—Pero esto es absurdo desde el punto de vista evolucionista —dijo Molly—. El modelo clásico de la evolución dice que, por medio de una mutación, un individuo de una población obtiene de forma espontánea una ventaja respecto a la capacidad de supervivencia, y después él o sus descendientes, gracias a esa ventaja, superan a todos los demás, creando al final una nueva especie.
Pierre se levantó para ayudar a Molly a servir el postre, la
mousse
de chocolate que ella había preparado.
—Siempre he tenido problemas con este tema —dijo—. Piense en ello: significa que pocas generaciones más adelante, toda la población es descendiente de ese afortunado mutante. De esa forma se acaba con una reserva genética muy reducida y eso tiende a concentrar las enfermedades genéticas recesivas. —Alargó un bol de cristal a Klimus, y después se sentó—. Es como la reina Victoria que tenía el gen de la hemofilia. Sus descendientes se cruzaroncon las casas reales de Europa, y las devastaron. Suponer que toda esa población desciende de un único padre cada vez que se presenta una ventaja derivada por una mutación, haría que la vida fuera algo extremadamente precario. Si el afortunado mutante o sus descendientes no mueren a causa de un accidente, lo harán al final por alguna enfermedad genética. —Probó la
mousse
e, impresionado, hizo un gesto de asentimiento con la cabeza— Aunque, si la evolución
puede
darse de alguna forma de manera simultánea en poblaciones muy dispersas, como sugieren los multirregionalistas, bueno, supongo que eso eliminaría el problema. Pero lo cierto es que no logro imaginar ningún mecanismo que permitiera ese tipo de evolución. Aunque...
Amanda rompió a llorar. Inmediatamente Pierre se levantó y corrió hacia la niña, la tomó en los brazos y la sostuvo contra su hombro, mientras la balanceaba arriba y abajo con cuidado.
—Tranquila, tranquila, amor —la arrulló—. Ya está, ya está. —Dirigió una sonrisa a Klimus allá en el comedor—. Lo siento —le dijo.
—No tiene importancia, no tiene importancia —dijo Klimus. Sacó el bloc de notas y apuntó algo.
Pierre analizó una pequeña muestra del ADN de Amanda. Su hija no tenía la mutación por desplazamiento en el cromosoma 13 y, por lo tanto, probablemente no crecería como telépata. Parecía que Molly tenía sentimientos encontrados sobre este aspecto, pero Pierre hubo de admitir que él se sentía más tranquilo.
El trabajo previo de Pierre le había demostrado que sólo uno de los dos cromosomas 13 de Molly tenía esa mutación por desplazamiento que asociaban a la telepatía. Ello significaba que Amanda sólo tenía un cincuenta por ciento de posibilidades de heredar esa característica de su madre. (Pierre sabía que Amanda, por supuesto, habría recibido uno de los dos cromosomas 13 de Molly, y que el otro procedía de un cromosoma 13 de Klimus.) Por lo tanto, no había nada especial en el hecho de que Amanda no hubiera heredado el gen desplazado de su madre, aunque sin embargo...
Sin embargo, durante la sencilla operación de amplificación del ADN de Molly por medio de la PCR, el desplazamiento había sido
corregido
, y por lo tanto...
Por lo tanto, podía ocurrir que en realidad Amanda, por un efecto del azar, hubiera recibido el cromosoma 13 sin desplazamiento procedente de su madre, o...
O, tal vez, ninguno de los óvulos de Molly contenía el ADN desplazado. ¿Habría sido también corregido de alguna forma, igual que ocurría en la replicación con la PCR?
Evidentemente, el desplazamiento no se corregía cada vez que aparecía o, si así fuera, habría sido evitado cuando la misma Molly se desarrollaba como un embrión hacía ya treinta y pico años. Pero a pesar de todo, de alguna manera, esa mutación era ahora corregida. Pierre deseaba saber si esa corrección ya ocurría en los óvulos de Molly que no habían sido fertilizados, o si se trataba de una corrección que sólo aparecía cuando el óvulo había sido fertilizado y empezaba a dividirse.
Gracias al tratamiento hormonal previo a la fertilización
in vitro
, Molly había hecho madurar muchos óvulos en un mismo ciclo. Gwendolyn Bacon había extraído quince óvulos de Molly cuando realizó la primera fase de la fertilización in vitro, pero le había dicho a Klimus que sólo intentara fertilizar la mitad de esos óvulos.
Por lo tanto, probablemente, quedaban todavía unos siete u ocho óvulos de Molly sin fertilizar.
Tras telefonear a Molly para obtener su autorización, Pierre abandonó su propio laboratorio y se dirigió al pequeño quirófano donde se habían extraído los óvulos de Molly hacía ya más de un año. Pierre conocía a uno de los especialistas que estaban allí: era un forofo de los San José Sharks, y a menudo ambos discutían sobre hockey. Pierre no tuvo dificultad alguna para lograr que le buscara y entregara los óvulos de Molly, siete de los cuales seguían todavía congelados y guardados.
Por supuesto que era posible que una selección al azar de los siete óvulos hubiera hecho que los siete tuvieran ese mismo cromosoma 13 maternal, pero había muchas probabilidades de que no fuera así. La probabilidad era tan baja como si en una familia que tuviera siete hijos, todos ellos fueran varones.
Y de alguna manera así había ocurrido. Ninguno de los óvulos mostraba la mutación por desplazamiento.
A menos que...
Los dos cromosomas 13 de Molly diferían también en otras cosas, por supuesto. Pierre empezó a analizar otras partes de los cromosomas que había extraído de esos óvulos, y...
No. No todos los óvulos tenían el mismo cromosoma 13.
Cuatro de ellos habían recibido uno de los dos cromosomas 13 de Molly, precisamente el que, en el cuerpo de Molly, no tenía la mutación por desplazamiento.
Y tres de ellos habían recibido el otro de los cromosomas 13 de Molly, precisamente el que, en el cuerpo de Molly, sí presentaba la mutación por desplazamiento.
Y sin embargo, de forma increíble, esa mutación por desplazamiento había sido corregida en cada uno de los óvulos...
Un mes más tarde, Pierre y Molly fueron en coche hasta el aeropuerto internacional de San Francisco. Pierre iba a encontrarse por primera vez con su suegra y su cuñada. Al día siguiente iban a bautizar a Amanda. Aunque los Bond no eran católicos, la madre de Molly había insistido en estar presente, al menos esta vez.
—¡Ahí están! —dijo Molly, apuntando con el dedo a través de un mar de personas que se atareaban con las bolsas de mano y los carritos con las maletas de sus equipajes.
Pierre miró por entre la multitud. Había visto fotografías de Bárbara y Jessica Bond antes, pero ninguna de las caras que veía le resultaba familiar. Pero, en ese momento, dos mujeres se acercaban a ellos desde la cola del grupo de viajeros, y ambas mostraban una amplia sonrisa en la cara. Se abrieron paso a empujones a través de la pequeña puerta de salida. Molly se adelantó precipitadamente, abrazó a su madre y después, tras un momento de fraternal recelo, abrazó también a su hermana.
—Mamá, Jess —dijo Molly—, éste es Pierre.
Hubo otro momento incómodo hasta que la señora Bond se adelantó y abrazó a Pierre.
—Es maravilloso conocerte después de tanto tiempo —dijo, con una directa insinuación de recelo en la voz. No le había gustado el hecho de que Molly se hubiera casado sin siquiera haberla invitado.
—Me alegro de conoceros —dijo Pierre.
Volvieron con el coche a la casa de Molly y Pierre, y éste logro esconder sus temblores a los familiares de su esposa.
Cuando hubieron entrado las bolsas y las maletas, la madre y la hermana de Molly se dejaron caer, exhaustas, en las sillas de la sala de estar.
—Tenéis una casa muy bonita —dijo Jessica, mirando a su alrededor.
Molly sonrió. Era de verdad una casa muy bonita. El gusto de Pierre para amueblar la casa era pésimo (Molly sentía escalofríos cada vez que recordaba ese horrible sofá verde y naranja que él había tenido), pero ella sí tenía mucho gusto para ese tipo de cosas, incluso había cursado una asignatura anual sobre la psicología de la estética. Había amueblado esa habitación con madera clara de color natural y con tonos de verde malaquita.
—Voy a buscar a Amanda —dijo Molly— Pierre, ¿podrías ofrecer algo para beber a mamá y Jess?
Pierre asintió con un gesto de la cabeza y empezó a hacerlo. Molly salió por la puerta principal al crepúsculo exterior, feliz de estar sola al menos un momento. Había sido más fácil reconstruir la relación con su madre y su hermana por correo y llamadas de teléfono. Pero ahora que estaban aquí tenía que enfrentarse de nuevo con sus pensamientos: la forma en que su madre desaprobaba la manera en que había abandonado Minnesota, sus muchas dudas sobre ese apresurado romance y la boda con un extranjero, los millares de pequeñas críticas sobre la forma de vestir de Molly y los dos kilos de más que no había logrado eliminar desde el embarazo.