El recuerdo de Bertrand Russell apareció en su mente... tuvo el premio Nobel en 1950.
«Temer al amor
—había dicho Russell—,
es temer a la vida...
,
y
quienes temen la vida ya están tres partes muertos.»
Tres partes muertos, casi correcto a los treinta y dos años para alguien que tuviera la enfermedad de Huntington.
Pierre se metió en la cama, en posición fetal.
Le costó dormir, pero cuando lo logró no soñó con Estocolmo, sino con Molly.
Pierre se detuvo en el umbral de la puerta del despacho de Molly.
Llevaba un ramo de doce rosas rojas consigo.
—Lo siento tanto —dijo.
Molly alzó la vista, con los ojos desmesuradamente abiertos.
—Me siento como un verdadero canalla. —En realidad dijo «anguila»
[1]
, pero Molly imaginó que había dicho «canalla», aunque pensó que lo otro también era aplicable. Sin embargo no dijo nada.
—¿Puedo entrar?
Ella asintió con un gesto de la cabeza, pero no habló.
Pierre entró en la habitación y cerró la puerta tras él.
—Eres lo mejor que me ha ocurrido nunca —dijo—, y yo soy un idiota.
Hubo silencio durante un rato.
—Bonitas flores —dijo Molly, por fin.
Pierre la miró, como si intentara leerle los pensamientos en los ojos.
—Me sentiré muy honrado si todavía deseas que sea tu marido.
Molly siguió callada un momento.
—Quiero tener un niño.
Pierre había pensado mucho en eso.
—Lo comprendo. Si quieres que adoptemos un niño, me gustará ayudarte a educarlo mientras pueda ser capaz de ello.
—¿Adoptarlo? Yo... No. Quiero tener un niño por mí misma. Quiero que sea por fertilización
in vitro.
—Oh —dijo Pierre.
—No te preocupespor lo de pasarle genes defectuosos —dijo Molly—. Leí un artículo sobre eso en
Cosmo.
Pueden cultivar los embriones fuera de mi cuerpo, y después hacer la prueba para ver si ha heredado o no la enfermedad de Huntington. Y luego pueden implantar sólo los que estén sanos.
—Lo que antes decía, lo decía en serio. Creo que un niño debe tener tanto madre como padre... y probablemente no voy a vivir lo bastante para verle crecer. —Hizo una pausa—. En conciencia no puedo dar inicio a una nueva vida que sé que no voy a poder acompañar ni siquiera durante su infancia. La adopción es un caso especial, en cualquier caso siempre será una mejora para el niño, incluso aunque no siempre vaya a tener un padre.
—Sea como fuere lo voy a hacer —dijo Molly con firmeza—. Voy a tener un bebé. Voy a tenerlo por fertilización
in vitro.
Pierre sintió como si todo se perdiera de golpe.
—No puedo ser el donante del esperma. Lo... lo siento. Simplemente no puedo.
Molly se sentó sin decir nada. Pierre se sintió mal consigo mismo. Maldición, se suponía que esto iba a ser una reconciliación. ¿Cómo se había salido tanto de lo previsto?
Finalmente Molly habló.
—¿Podrías querer a un niño que no fuera biológicamente tuyo?
Pierre ya había pensado en eso cuando pensaba en la adopción.
—Oui.
—En cualquier caso ya estaba dispuesta a tener un niño sin marido —dijo Molly—. Millones de niños han crecido sin padre. Yo misma no lo tuve durante la mayor parte de mi niñez.
—Lo sé —asintió Pierre.
—Y todavía quieres casarte conmigo. —Molly frunció el ceño—. Incluso si sigo adelante y tengo un niño a partir de una donación de esperma.
Pierre asintió de nuevo con un gesto de la cabeza, no fiándose de su voz en ese momento.
—Y ¿podrías llegar a querer a ese niño?
Se había preparado para querer a un niño adoptado. ¿Por qué eso parecía tan distinto? Y a pesar de todo... a pesar de todo...
—Sí —dijo Pierre, por fin—. En cualquier caso el niño será también tuyo —se fijó en los ojos azules de Molly—. Y te amo sin ninguna restricción. —Esperó mientras el corazón le latía unas cuantas veces más—. Por lo tanto —dijo al fin—, ¿quieres ser la señora Tardivel?
Molly bajó la mirada a su regazo y negó con un gesto de la cabeza.
—No. No puedo hacerlo. —Pero sonreía cuando alzó la cabeza y le miró—. Pero sí quiero ser la señora Bond, que se ha casado con el señor Tardivel.
—Entonces ¿te casarás conmigo?
Molly se levantó y se acercó a él. Le puso los brazos alrededor del cuello.
—Oui
—le dijo.
Se besaron durante varios segundos, pero al separarse, Pierre dijo:
—Hay una condición. En cualquier momento, en
cualquier
momento, si sientes que mi enfermedad es demasiado para ti, o encuentras una oportunidad de felicidad que pueda durar el resto de tu vida, más que el resto de la mía, quiero que me dejes.
Molly seguía en silencio, con la boca desmesuradamente abierta e inerte.
—Promételo —dijo Pierre.
—Te lo prometo —dijo ella por fin.
Esa noche, Pierre y Molly hicieron lo que habían estado haciendo a menudo antes de romper: dieron un largo paseo. Como muchas otras parejas, todavía seguían intentando conocer cada faceta de la personalidad y del pasado del otro. Durante una de esas largas conversaciones, habían hablado sobre sus pasadas experiencias sexuales; en otra, de las relaciones con sus padres; y en otra habían discutido sobre control de armamentos y sobre temas de ecología ambiental. Varias noches de intentos, de conversaciones estimulantes, para que cada uno pudiera refinar la imagen mental que tenía del otro.
Y esa noche, mientras paseaban disfrutando de la agradable temperatura del anochecer, surgió la mayor pregunta de todas.
—¿Crees en Dios? —preguntó Molly.
Pierre bajó la mirada hacia la acera.
—No lo sé.
—¿Oh? —dijo Molly, claramente intrigada.
Pierre se sentía un poco a disgusto.
—Bueno, quiero decir que es difícil seguir creyendo en Dios cuando ocurre algo como esto. Ya sabes lo que quiero decir: la enfermedad de Huntington. No quiero decir que empezara a cuestionarme la fe el mes pasado, cuando me hice la prueba. Empecé a dudar cuando por primera vez me encontré con mi verdadero padre. —Durante otro largo paseo Pierre se lo había contado todo sobre esa paternidad descubierta.
Molly asintió con un gesto de la cabeza.
—Pero ¿creías en Dios antes de que descubrieras que tenías la enfermedad de Huntington?
—Creo que sí —asintió Pierre brevemente mientras seguían anclando.
—Pero ahora te resulta difícil creer —dijo ella—, porque un Dios misericordioso no te haría tal tipo de cosas.
Habían llegado a un banco del parque. Molly le indicó con un gesto que se sentaran, y así lo hicieron. Pierre puso el brazo alrededor de los hombros de Molly.
—Algo así- dijo.
Molly tocó el brazo de Pierre y pareció dudar un momento antes de replicar.
—Perdóname por decir esto... No quiero tener una discusión... pero, bueno, siempre me ha parecido que ese tipo de razonamiento era una frivolidad poco seria. —Alzó la mano para detener su reacción—. Lo siento, no quiero que suene como una crítica. Sólo que..., bueno, la
severidad
de nuestro mundo es algo evidente para cualquiera que quiera darse cuenta. La gente se muere de hambre en África, hay pobreza en Sudamérica. Terremotos, tornados, guerras, enfermedades. —Negó con un gesto de la cabeza—. Sólo que... a mí, sólo estoy diciendo que a mí, siempre me ha parecido extraño que uno no se cuestione la fe hasta que ocurre algo personal. ¿Sabes a qué me refiero? Un millón de personas muere de hambre en Etiopía, y decimos que es una gran desgracia. Pero si nosotros, o alguno a quien conocemos, tiene cáncer, o un ataque de corazón, o la enfermedad de Huntington, o lo que sea, entonces decimos, ¡hey! no puede haber un Dios. —Sonrió—. Lo siento, no te enfades. Perdóname.
Pierre asintió con lentos gestos de la cabeza.
—No. Tienes razón. Resulta ridículo cuando se plantea como tú lo has hecho. —Hizo una pausa—. ¿Y tú? ¿Crees en Dios?
Molly se encogió de hombros.
—En un Dios personal no, pero tal vez sí en un creador. Soy lo que se podría llamar una teísta evolucionista.
—Qu'est-ce que c'est?
—Ese es alguien que cree que Dios planificó por adelantado todas las grandes líneas: la dirección general que la vida iba a tomar, la senda general que seguiría el universo, y así, pero, después de ponerlo todo en marcha, le basta con simplemente contemplar cómo todo se va desarrollando, dejando que todo crezca y se desarrolle por sí mismo, siguiendo el camino que él diseñó.
Pierre le sonrió.
—Bueno, el camino que nosotros hemos ido tomando lleva a mi apartamento... y se está haciendo tarde.
Ella le sonrió a su vez.
—No demasiado tarde para conocernos en sentido bíblico, supongo.
Pierre se levantó, le ofreció la mano y la ayudó a levantarse.
—Sí, en verdad te lo digo.
Fue una boda pequeña y tranquila. Al principio Pierre había pensado que se casarían en la capilla de la UCB, pero resultó que no existía tal capilla... una consecuencia del concepto californiano de lo políticamente correcto. En lugar de ello, acabaron casándose en la sala de estar de la compañera de trabajo de Molly, la profesora Ingrid Lagerkvist, con un capellán de la Iglesia Unitaria oficiando la ceremonia.
Ingrid, una pelirroja de treinta y cuatro años con los ojos azules más pálidos que Pierre hubiera visto nunca, actuó como madrina de honor de Molly. Ingrid, normalmente bastante delgada, estaba en el quinto mes de embarazo. Pierre, que llevaba entonces menos de un año en California, hizo que su padrino fuera el marido de Ingrid, Sven, un hombre corpulento con largo cabello castaño, una enorme barba castaño rojiza y gafas estilo Ben Franklin. Entre los asistentes se encontraban la madre de Pierre, Elisabeth, que había venido en avión desde Montreal; una burbujeante Joan Dawson y el severo Burian Klimus del Centro del Genoma Humano; y Shari Cohen, la ayudante de investigación de Pierre. Faltaban varios miembros de la familia de Molly ya que ésta ni siquiera le había dicho a su madre que se iba a casar.
Molly y Pierre habían discutido un poco sobre los votos que se intercambiarían. Pierre no quería que Molly prometiera mantener el matrimonio «en la salud y en la enfermedad», y repetía que ella debía sentirse libre de dejarle en cualquier momento si él caía enfermo.
—Pierre Tardivel —preguntó el sacerdote de cabello blanco de la Iglesia Unitaria, el cual vestía un traje con chaleco con un clavel rojo en la solapa—, ¿aceptas a Molly Louise como tu legítima esposa, para cuidarla y honrarla, para amarla y protegerla, para respetarla y ayudarla a que realice todo su potencial mientras os llevéis el uno al otro en el corazón?
—Sí, acepto —dijo Pierre, y entonces, mirando a su madre, añadió—:
Oui.
—Y tú, Molly Louise, ¿aceptas a Pierre Tardivel como tu legítimo esposo, para cuidarle y honrarle, para amarle y protegerle, para respetarle y ayudarle a que realice todo su potencial mientras os llevéis el uno al otro en el corazón?
—Sí, acepto —dijo ella mirando fijamente a Pierre en los ojos.
—Por la autoridad que me ha conferido el estado de California, me siento orgulloso y feliz de proclamaros marido y mujer. Pierre y Molly podéis...
Pero ya lo habían hecho. Y fue un beso largo y prolongado.
Cuatro meses más tarde.
Molly era esta vez la encargada de hacer la cena. Pierre solía intentar ayudarla, pero pronto había aprendido que era mejor para ella si, simplemente, él se mantenía al margen. Pierre estaba sentado en la sala de estar, zapeando en los canales de televisión. Cuando Molly avisó que la cena estaba servida, Pierre se acercó al lugar donde comían. Disponían de una mesa de mármol con sillas verdes de mimbre. Sin mirar, Pierre asió el respaldo de la silla e intentó sentarse, pero casi inmediatamente volvió a ponerse de pie.
Había una gran abeja de felpa en su silla, con unos ojos grandes como los de Mickey Mouse y un pelo negro y amarillo. Pierre la cogió de la silla.
—¿Qué es esto? —preguntó.
Molly entraba desde la cocina en ese momento, llevaba dos platos de espaguetis todavía humeantes. Los dejó en la mesa antes de hablar.
—Bueno —dijo haciendo un gesto hacia la abeja—. Creo que ya es hora de fertilizar mis flores.
—¿Quieres seguir adelante con la fertilización
in vitro
? —preguntó Pierre frunciendo el ceño.
Molly asintió con un gesto.
—Si todavía estas de acuerdo. —Alzó una mano para detener su réplica—. Sé que cuesta un montón de dinero pero, bueno, francamente... estoy algo asustada por lo que le ha sucedido a Ingrid.
Ingrid Lagerkvist, la compañera de Molly, había dado a luz a un niño con el síndrome de Down, la probabilidad de tener un bebe así crecía con la edad.
—Encontraremos el dinero —dijo Pierre—. No te preocupes. —Una amplia sonrisa le invadió la cara—. ¡Vamos a tener un bebé! —Puso queso en los espaguetis y después hizo algo que Molly siempre encontraba curioso: cortó los espaguetis en trozos pequeños—. ¡Un bebé! —repitió.
—Oui
,
monsieur
— rió Molly.
El jefe de Pierre, el doctor Burian Klimus, alzó la mirada e hizo un cortés gesto de asentimiento a ambos.
—Tardivel, Molly.
—Gracias por aceptar esta entrevista, señor —dijo Pierre, sentándose en el lado más alejado del amplio escritorio—. Ya sé lo muy ocupado que está. —Klimus no era de los que gastaban energías confirmando lo obvio. Se sentó en silencio tras el desordenado escritorio, con una expresión ligeramente irritada en la cara ancha y de anciano, esperando que Pierre fuera al grano—. Necesitamos su consejo. Molly y yo queremos tener un niño.
—Las flores y el Chianti son un excelente punto de partida —dijo Klimus con voz aburrida, sin ni siquiera parpadear.
Pierre rió, más debido al nerviosismo que por el chiste. Echó un vistazo alrededor. Había una segunda puerta que conducía a otra habitación. Pierre volvió a mirar a Klimus.
—Hemos decidido que queremos hacerlo por fertilización
in vitro
y, bueno..., como usted escribió ese artículo tan interesante sobre las nuevas tecnologías reproductivas que apareció en
Science
, por eso...
—¿Por qué la fertilización
in vitro
? —preguntó Klimus.
—Tengo las trompas de Falopio bloqueadas —dijo Molly.