—De todos modos no funcionó. No me quedé embarazada. —Miró al techo durante un momento y respiró profundamente—. En lugar de ello pillé una gonorrea. —Suspiró ruidosamente—. Supongo que tuve suerte al no pillar el sida. Dios, fue algo francamente idiota.
La cara de Pierre mostró su sorpresa; ya habían dormido varias veces juntos.
—No te preocupes —dijo Molly, al ver su expresión—. Ya no queda nada de ella, gracias a Dios. Me hice todos los tests después del tratamiento con penicilina. Estoy del todo limpia. Fue algo muy estúpido, pero..., bueno, quería un bebé.
—¿Por qué dejaste de intentarlo?
Molly bajó la mirada. Su voz se hizo más débil.
—La gonorrea me afectó las trompas de Falopio. Ya
no puedo
quedar embarazada, al menos no de la forma habitual. Si alguna vez deseo lograrlo, habrá de ser con fertilización
in vitro
y, bueno, todo eso cuesta dinero. La última vez que pregunté, costaba unos diez de los grandes por cada intento. Mi seguro sanitario no lo cubre, ya que, en mi caso, el bloqueo de las trompas de Falopio no es algo congénito. Pero he estado ahorrando...
—¡Oh! — dijo Pierre.
—Y..., bueno, creí que tenías que saberlo —terminó ella. Después se encogió de nuevo de hombros—. Lo siento.
Pierre miró su trozo de pizza, ya casi frío. Casi sin darse cuenta extrajo de ella un grano de pimienta verde, se suponía que debían estar partidos en mitades, pero ese grano perdido había ido a parar entero a uno de sus trozos de pizza.
—Nunca me atreveré a decir que ha sido para bien —dijo Pierre—, pero creo que estoy bastante chapado a la antigua para pensar que un niño debe tener tanto madre como padre.
Sus ojos se encontraron con los de Molly y ésta mantuvo la mirada.
—Yo pienso lo mismo.
A las dos de la tarde, Pierre entró en el despacho del Centro del Genoma Humano para encontrar con sorpresa que había una fiesta en curso. Alguien había salido a comprar bolsas denachos y quesitos y algunas botellas de champán. Tan pronto como Pierre entró, una de las genetistas, Donna Yamashita, le ofreció un vaso.
—¿De qué va todo esto? —preguntó Pierre por encima del ruido.
—Al final consiguieron de Hanna la Desventurada lo que estaban buscando.
—¿Quién es Hanna la Desventurada? —preguntó Pierre, pero Yamashitaya se había marchado para saludar a algún otro. Pierre se acercó a Joan Dawson, la secretaria del departamento—. ¿Qué ocurre? —preguntó—, ¿quién es Hanna la Desventurada?
Joan le ofreció la más amable de las sonrisas.
—Es el esqueleto Neanderthal que nos han dejado de la Universidad Hebrea de Givat Ram. El doctor Klimus ha intentado durante varios meses extraer ADN de los huesos, y hoy ha logrado completar la extracción.
El mismo Klimus se había acercado, y por una vez había una sonrisa en la ancha cara moteada por una afección hepática.
—Así es —dijo con voz distante y fría. Echó un vistazo a un hombre rechoncho a quien Pierre reconoció como un paleontólogo de la Universidad de California en Berkeley—. Ahora que disponemos de ADN Neanderthal, podremos tener ciencia verdadera en torno a los orígenes de la humanidad, en lugar de hacer sólo especulaciones arriesgadas.
—Es maravilloso —replicó Pierre por encima del estruendo de la gente remoloneando en el pequeño despacho—. ¿Qué antigüedad tenía el hueso?
—Sesenta y dos mil años —dijo Klimus en tono triunfal.
—Pero, con toda seguridad, el ADN estará degradado —dijo Pierre.
—Eso es lo bueno del lugar donde hallaron a Hanna la Desventurada —dijo Klimus—. Murió en una cueva cerrada que la aisló completamente. Era realmente una verdadera mujer de las cavernas. Las bacterias aeróbicas de la cueva consumieron todo el oxígeno, y así ha estado los últimos sesenta mil años en un entorno libre de oxígeno, lo que significa que sus pirimidinas nunca han tenido la posibilidad de oxidarse. Hemos recuperado al completo los veintitrés pares de cromosomas.
—¡Qué suerte! —dijo Pierre.
—Y tanto —añadió Donna Yamashita, quien había aparecido de repente tras el codo de Pierre—. Hanna nos permitirá conocer un montón de cosas, incluso la más importante sobre si los hombres de Neanderthal formaban una especie separada, el
Homo neanderthalensis
, o si se trataba sólo de una subespecie de la humanidad moderna, el
Homo sapiens neanderthalensis
, y también...
Klimus cortó la intervención de Yamashita.
—... y también deberíamos ser capaces de decir si los hombres de Neanderthal murieron sin dejar descendencia, o si se cruzaron con los
Cromagnon
y, de esa manera, mezclaron sus genes con los nuestros.
—¡Eso es magnífico! —dijo Pierre.
—Por supuesto —añadió Klimus—, todavía hay varios interrogantes pendientes sobre los hombres de Neanderthal: detalles concretos sobre su apariencia física, sobre su cultura y todo eso. Por ello hoy es un día importante. —Dio la espalda a Pierre y, en una inesperada muestra de exuberancia, dio unos golpecitos en su copa de champán con ayuda de la pluma estilográfica Mont Blanc—. ¡Atención! ¡Atención todos! ¡Escuchadme, por favor! Voy a proponer un brindis, ¡por Hanna la Desventurada! Para que pronto llegue a ser la Neanderthal mejor conocida de la historia.
La investigación de Pierre se concentraba en un área que la mayoría del resto de los genetistas dejaba bastante de lado. Tenía la esperanza de que ese campo le permitiría más fácilmente hallar un descubrimiento importante que le pudiera suponer el premio Nobel. Centró su investigación en lo que se denomina el «DNA basura» o
intrones
: el noventa por ciento del genoma humano que no actúa como código de base para la síntesis de proteínas.
Exactamente no se sabía para qué servía todo ese ADN. Algunos trozos parecían proceder de secuencias de virus que hubieran invadido el genoma en el pasado; otros eran como repeticiones de un tartamudeo sin fin (irónicamente muy similares en estructura al gen francamente extraño y poco corriente que causaba la enfermedad de Huntington); otros eran restos desactivados de nuestro pasado evolutivo. La mayoría de los genetistas creía que el Proyecto-Genoma Humano se completaría mucho antes si se ignoraban esas nueve décimas partes de basura. Pero Pierre sospechaba que había algo significativo, y todavía no descifrado, escondido en ese revoltijo de nucleótidos.
Su nueva ayudante de investigación, una estudiante becaria de la UCB llamada Shari Cohen, no estaba de acuerdo con él. Shari era delgada y siempre iba inmaculadamente vestida, una muñeca de porcelana con una piel pálida y un brillante cabello negro... y también un gran anillo de diamantes de prometida.
—¿Tuviste suerte en la biblioteca? —preguntó Pierre.
Shari negó con un gesto de la cabeza.
—No, y debo decir que esto parece algo fuera de lugar, Pierre.
—Hablaba con acento de Brooklyn—. Después de todo, el código genético es simple y lo comprendemos bien.
Y, evidentemente, así parecía ser. Cuatro bases formaban los peldaños de la escalera del ADN: adenina, citosina, guanina y timina. Cada una de ellas era una letra del alfabeto genético. En realidad se hacía referencia a ellas con sólo su inicial: A, C, G y T. Esas letras combinadas formaban las palabras de tres letras que constituían el lenguaje genético.
—Bueno —dijo Pierre—, considéralo así: el alfabeto genético dispone de cuatro letras y todas sus palabras tienen exactamente una longitud de tres letras. Por lo tanto, ¿cuántas palabras posibles hay en el lenguaje genético?
—Cuatro al cubo —dijo Shari—. Es decir, sesenta y cuatro.
—Correcto —dijo Pierre—. Ahora dime, ¿qué hacen realmente esas sesenta y cuatro palabras?
—Especifican los aminoácidos que van a utilizarse en la síntesis de proteínas —replicó Shari—. La palabra AAA especifica la lisina, la AAC especifica la asparagina, y así sucesivamente.
Pierre asintió.
—Y, ¿cuántos aminoácidos diferentes se utilizan para hacer proteínas?
—Veinte.
—Pero dijiste que había sesenta y cuatro palabras en el vocabulario genético.
—Bueno, tres de esas palabras sirven como signos de puntuación.
—Pero, aun teniendo en cuenta esas tres, todavía quedan sesenta y una palabras para expresar sólo veinte conceptos. —Se movió al otro lado de la habitación para acercarse a un diagrama etiquetado como
El Código Genético.
Shari se acercó a Pierre.
—Bueno, igual que en inglés, el lenguaje genético tiene sinónimos. —Apuntó con el dedo al primer recuadro del diagrama—. Las tripletas GCA, GCC, GCG y GCT especifican todas el mismo aminoácido, la alanina.
—Correcto, pero ¿por qué existen esos sinónimos? ¿Por qué no usar sólo veinte palabras, una para cada aminoácido?
—Probablemente se trate de un mecanismo de seguridad. —Shari se encogió de hombros—. Así se reduce la probabilidad de que los errores de transcripción puedan alterar el mensaje.
Pierre hizo una señal con la mano hacia el diagrama.
—Pero algunos aminoácidos pueden especificarse incluso de seis formas diferentes, y otros sólo con una. Si los sinónimos protegen contra la transcripción de los errores, seguro que sería mejor que hubiera varios para cada palabra. Seguro que si tuvieras que diseñar un código redundante con sesenta y cuatro palabras, dedicarías tres palabras a cada uno de los veinte aminoácidos, y utilizarlas las cuatro palabras restantes como signos de puntuación.
—Supongo que sí. —Shari se encogió de hombros—, Pero el sistema de códigos del ADN no fue diseñado, simplemente evolucionó.
—Es cierto, es cierto. Sin embargo, la naturaleza tiende a obtener soluciones optimizadas a base de pruebas y errores. Como la misma doble-hélice, ¿recuerdas por qué Crick y Watson supieron que habían encontrado la solución de cuál era la estructura del ADN? No fue porque su versión fuera la única posible. Más bien fue porque se trataba de la más
hermosa.
¿Por qué algunos aspectos del ADN han de ser de la mayor elegancia, mientras que otros, incluso algo tan importante como el código genético, han de ser tan descuidados? Yo creo que Dios, la naturaleza, o quien sea que haya creado el ADN no era en absoluto descuidado.
—¿Lo que significa...? —dijo Shari.
—Lo que significa que, tal vez, la elección de uno u otro sinónimo al especificar un aminoácido en realidad añade información adicional.
Las delicadas cejas de Shari se alzaron en un signo de sorpresa.
—Por ejemplo, si se trata de un embrión, inserta ese aminoácido, pero si se trata de un ser ya nacido, no lo insertes. —Shari aplaudió. El misterio de cómo las células se diferencian a través del proceso de desarrollo de un feto todavía no había sido resuelto.
—No puede tratarse de algo tan directo —Pierre alzó las manos como deteniéndola—, o los genetistas se habrían dado cuenta de ello hace mucho tiempo. Pero la elección de los sinónimos en un trozo largo de ADN, ya sea en sus partes activas o en los intrones, podría ser realmente significativo.
—O... —dijo Shari, poniendo mala cara al ver rechazada su idea—, o podría no serlo.
Pierre sonrió.
—Seguro. Pero espera a que lo sepamos con certeza, una u otra cosa.
Pierre y Molly estaban sentados en el sofá verde y naranja de su sala de estar. El la rodeaba con los brazos. Habían llegado a ese punto en que pasaban juntos prácticamente todas las noches, ya fuera en el apartamento de él o en el de ella. Molly acomodó la espalda en la curva del pecho de Pierre. Dardos de ámbar del sol poniente entraban a través de la ventana.
—Pierre... —dijo Molly, pero luego siguió callada. —¿Sí?
—Oh, nada. Pens... no, nada.
—No, continúa —dijo Pierre alzando las cejas—. ¿Qué piensas?
—La pregunta —dijo Molly con lentitud— es lo que piensas tú.
—¿Qué? —Pierre frunció el ceño.
Molly parecía luchar y dudaba sobre si continuar o no. Después, de golpe, se sentó en el sofá, apartó el brazo de Pierre de su hombro y, entrelazando sus dedos con los de él, puso la mano en su regazo.
—Vamos a jugar a algo. Piensa en una palabra, una palabra en inglés, y yo intentaré adivinarla.
Pierre sonrió.
—¿Cualquier cosa? —Sí.
—Bueno.
—Ahora concéntrate en la palabra. Concen... es «oso hormiguero».
—C'est vrai
—dijo Pierre, sorprendido—. ¿Cómo lo haces?
—Vuelve a intentarlo —pidió Molly.
—De acuerdo... ya he pensado una.
—¿Qué es pi... pi-ri-mi-di-na? ¿Es una palabra francesa?
—¿Cómo lo has hecho?
—¿Qué significa esa palabra?
—Pirimidina. Es un tipo de base de la química orgánica. ¿Cómo lo has hecho?
—Volvamos a intentarlo.
Pierre apartó su mano de la de Molly.
—No. Dime cómo lo haces.
Molly le miró. Estaban sentados tan cerca uno de otro que la mirada de Molly iba alternativamente de uno a otro de los ojos de Pierre. Molly abrió la boca como para hablar, la cerró, y lo volvió a intentar.
—Puedo... —Molly cerró los ojos—. Dios mío. Creía que haberte contado lo de mi estupidez con la gonorrea había sido difícil. Esto no se lo he contado
nunca
a
nadie.
—Hizo una pausa y respiró lenta y profundamente—. Puedo leer el pensamiento, Pierre.
Pierre inclinó la cabeza a un lado. Tenía la boca abierta. Era evidente que no sabía qué decir.