—Supongo que no, doctora, Y supongo que me lo vas a explicar.
Mara se echó a reír histéricamente.
—Es una pena, ¿verdad? Con el Malinowski al alcance de la mano...
—¿De qué estás hablando?
—Te lo repetiré con otras palabras. Nuestro método falla, Alan. No somos observadores neutrales.
—Epa, qué seria estás. Te extrañaba, Mara. Me alegra que hayas vuelto. Ahora sí, soy todo oídos.
—Seré breve. El padre de Ucan tuvo su revelación poco después de la instalación del sistema OJOS. Anunció que alguien los vigilaba, que cuidaba de ellos. Anunció calamidades para la ciudad.
—Algunas profecías aciertan, Pero no basamos nuestros análisis en su capacidad de predicción. ¿O estás insinuando que Ucan y su padre son verdaderos profetas?
—En cierto sentido. Digo que el padre de Ucan sabía lo que iba a ocurrir.
Nosotros
teníamos los pronósticos meteorológicos para la zona.
—Claro que los teníamos, ¿Estás insinuando que alguien le informó? Si vas a inventar una estúpida teoría conspiratoria...
—No seas ridículo. El padre de Ucan lo supo a través de
mí.
Alan hizo un gesto despectivo, pero la dejó continuar.
—El padre de Ucan siempre siguió los itinerarios más convenientes, en lugares donde nunca había estado.
—Intuición. Olfato. Casualidad.
—De nuevo,
yo
sabía cuál era la ruta más conveniente. Tenía mapas a mano.
—¿La ruta más conveniente hacia dónde?
—En una de sus revelaciones, Ucan dijo: «Nos llamamos el Pueblo Radiante, porque vamos hacia el valle que es radiante aun en la oscuridad.»
—Eso puede significar mil cosas.
—¿Has visto el resplandor de esos trozos de cuarzo en las laderas, en plena oscuridad? No, supongo que es otra diferencia de percepción, como los ríos en cruz y la forma del cóndor.
—Otra prueba circunstancial.
—Otra prueba de que OJOS también les transmite a ellos, aunque en forma borrosa y confusa. El padre de Ucan, al intuir nuestra presencia, descubrió que tenía sentido rebelarse contra su tradición de fracaso, sumisión y alcoholismo. Por eso rompió con sus costumbres nómadas. Le revelamos, sin darnos cuenta, un lugar sagrado al cual dirigirse.
—¿Por qué este valle y no otro?
—Precisamente porque era lo que veía yo, lo que veía el Dios Bueno.
—Por favor. Me estás diciendo que Ucan era tan estúpido que no lo habría hecho por su cuenta, tan inferior que era incapaz de tomar una buena decisión sin ayuda de nosotros, los dioses.
—Estoy diciendo que Ucan padre estaba tan estupidizado por la desesperanza que no podía tomar decisiones. Nosotros, involuntariamente, le dimos esa esperanza. Después él sacó las fuerzas de sí mismo. Y después, también involuntariamente, lo guiamos hacia aquí. Y ahora Ucan sabe adonde se dirige. Nosotros sólo somos dioses en celo.
—No sé qué significa esa frase, salvo que estás totalmente loca. No hay una sola prueba fehaciente de todo esto.
—Alan, sé que él oye mi voz. Anoche oí mi voz a través de Ucan. El escuchó un poema mío que yo ni siquiera recordaba. Mejor dicho, yo no sabía que una parte de mí aún lo recordaba. Era un poema que escribí en la adolescencia, sobre la Virgen de las Nubes. Esas visiones que él creía tener son verdaderas.
Yo
inventé la imagen de la Virgen de las Nubes. Ni siquiera sabía que la estaba emitiendo. Y era mi voz la que recitaba el poema.
Alan vaciló.
—Tampoco es una prueba definitiva. Puede tratarse de un efecto de eco y superposición. No significa necesariamente que oyeras a través de él. Tal vez creías que Ucan tenía esa alucinación cuando era sólo una proyección de imágenes mentales inconscientes. Tus imágenes mentales.
Mara tragó saliva.
—Antes de la pelea en la Torre, pensé que el principal recurso de Ucan consistía en su ingenio y su agilidad, frente a un rival físicamente fuerte como Cutec. Evidentemente, eso fue lo que usó.
—Evidentemente. Pero lamento decirte, Mara, que él no necesitaba tu consejo para eso. A fin de cuentas, es un hombre del Páramo. Por si lo has olvidado, ellos pelean para sobrevivir.
Mara sacudió la cabeza.
—¿Has visto su trayectoria? Vienen hacia aquí.
—Vienen hacia el sur. Era lo que esperábamos. No necesariamente hacia este lugar.
—¿Qué tengo que hacer para convencerte? —dijo al fin.
—Darme pruebas, Mara. No es tan difícil.
—De acuerdo —dijo Mara, pensando en el factor cuántico—. Dadas las circunstancias, creo que esto depende de una decisión. Si decidimos que sólo se ha tratado de coincidencias y caprichos del destino, porque no tenemos pruebas de lo contrario, será así. Si decidimos creer que ellos han intuido nuestra presencia, también será así.
—No te entiendo.
—Una realidad híbrida, Alan. Como cuando la luz puede ser ondas o corpúsculos, según lo que decida el observador. En este experimento, tus resultados indican una realidad y los míos otra. Y los dos pueden ser ciertos.
—Maravilloso. Lo haremos constar en los informes. Pero no es algo que al Instituto le gustará oír —dijo Alan.
—Ya no se trata del Instituto ni de informes ni de premios, Alan. Esa gente está entre la vida y la muerte. Cutec ordenará regresar por mera tozudez, porque está dispuesto a imponer su voluntad aunque a él mismo le cueste la vida. Ese hombre sólo busca poder.
—Así son ellos, Mara. ¿Qué podemos hacer?
—Podemos cambiar esas circunstancias. Nosotros sabemos que están a un paso de su famoso Valle Radiante, pero que quizá no sobrevivan si intentan regresar.
—Es su propia imbecilidad. Tienen derecho a su propia imbecilidad.
Mara cabeceó.
—Tienen derecho, seguro. Pero quizá nosotros no tengamos derecho a permitir que triunfe la imbecilidad si podemos evitarlo. Ucan no es imbécil, su padre no lo era, y tampoco muchos de ellos. Sólo están enceguecidos por el miedo y la incertidumbre.
—Así son ellos —repitió Alan sin convicción.
—Y así somos nosotros, ¿o no?
Alan armó un puente con los dedos, apoyó el mentón sobre ellos. En Alan, ese gesto era el equivalente de un puñetazo sobre la mesa.
—Estás hablando de intervenir, de contravenir todas las reglas de este proyecto.
—Todo lo contrario. Nosotros teníamos nuestras reglas, pero el proyecto tiene las suyas. Ya hemos intervenido. El éxodo de esta gente es producto de nuestra intervención.
—Según tu interpretación, y siempre que puedas probarlo. Y en todo caso, no podemos hacer nada sin consultar al comité directivo, que por supuesto no aprobará ninguna decisión sin analizar meticulosamente todos los datos. —Y agregó con voz sombría—: Te doy la razón en algo. Debo decir que lo lamento, pero veo que ese premio se te escapa de las manos.
—¿Se
me
escapa? Parece que todavía no has renunciado a tu parte del botín.
Esta vez Alan dio un puñetazo en la mesa.
—Francamente no te entiendo. Hemos trabajado juntos en esto durante meses, hemos vivido juntos aquí, hemos sido amantes. Estamos por conseguir juntos un premio que nos cambiará la vida, y por hacer bien nuestro trabajo. Sí, he sabido utilizar mis buenas relaciones con el director. ¿Qué tiene de malo? El trabajo es real. Pero parece que estás empeñada en arruinarlo con una teoría exótica y descabellada.
—Soy yo la que hace las inmersiones, Alan. Sé que no es descabellada.
Siento
que es así.
—Me gustaría que te escucharas. Ahora el peso de la prueba recae en tus sentimientos.
—¿Puedo usar la palabra intuición? No es tan mala, cuando se trata de descubrir algo.
—Insisto. No podemos decidir nada sin consentimiento de ellos.
—Siempre ellos.
Alan chasqueó la lengua con pedantería. Se calmó, adoptó su mejor tono de psicotécnico.
—Digámoslo así: como individuos, somos sistemas limitados. Aunque manejemos mucha información, no siempre sabemos gestionarla. El Instituto nos ofrece un sistema de respaldo que procesa más datos desde más puntos de vista y puede corregir nuestros errores.
Mara se echó a reír.
—Qué torpe metáfora para justificar tu obsecuencia.
Alan hizo una mueca de disgusto. Mara se puso seria.
—Cuando ellos terminen con sus análisis, será demasiado tarde. Es nuestra decisión, Alan.
Por primera vez, notó que Alan temblaba. ¿Miedo, exasperación?
—Estás loca. Además, me repugna la idea. Intervenir es paternalista.
—Todas las palabras pueden torcerse, Alan. Esto no es paternalismo. Esto tiene otro nombre.
—Y Mara la mística no tardará en revelármelo.
—Es muy simple, Alan. Se llama compasión. Y en nombre de la compasión, no me molestará distorsionar un poco de los valores de esa gente. No me molestaría que me los distorsionaran a mí, si salvaran mi vida y la de mis hijos.
—No comprometas tu carrera, Mara.
—En este momento es lo que menos me importa.
—Entonces te hablaré en nombre de algo que sí te importa, o te importaba hasta hace poco. La seriedad de tus opiniones.
—Acabamosde discutirlo, Alan. Se trata de una decisión del observador. Yo he tomado la mía, y mis opiniones concuerdan perfectamentecon mis observaciones. Hemos creado un experimento hemos inspirado una decisión. No me arrepiento, porque en definitivaha sido buena. El Pueblo Radiante no es una exocultura, Alan, de la manera en que nos gusta usar esa palabra complaciente. Indirectamente, los hijos de la Urdimbre les hemos dado un nombre, les hemos dado su Dios Bueno y su tierra prometida. Y ahora no podemos negarles lo que hemos ofrecido. No podemos permitir que sean su propia perdición. Esta gente necesita urgentemente un milagro.
—¿Qué? ¿Vas a destruir el becerro de oro con un rayo? —bromeó Alan, con tono francamente desagradable.
Mara lo miró aprobatoriamente.
—Buena idea, Alan. Soy pésima para inventar milagros, pero creo que me has dado una sugerencia.
Ucan se alarmó al oír ese zumbido trepidante en el cielo nocturno. Semejante ruido sólo podía provenir de las máquinas que usaba la Gente Blanda, por la cual sentía un prudente respeto. Los hombres y mujeres de la Gente Blanda eran Otros, así que eran peligrosos por definición, pero además de ser blandos eran poderosos.
Todos callaron, incluso Cutec. La discusión cesó. Los indecisos lo miraban a él y miraban a Cutec, esperando una respuesta. Habían vivido tanto tiempo alejados de las máquinas que les despertaban un temor reverencial. Ucan tenía la autoridad legítima, era el Padre, pero sabía que en ese momento el único modo de respaldar esa autoridad era demostrando su capacidad para ejercerla, como su padre Ucan había hecho muchas veces.
Buscó en su corazón, reflexionó.
No sabía cómo explicar esa intrusión, y no tenía manera de saber qué propósito tenía. Sólo sabía que era un momento decisivo. Los miembros del consejo estaban contra él, y Cutec aprovecharía esa oportunidad para desplazarlo. Este acontecimiento imprevisto podía representar una oportunidad. Miró el gigantesco insecto que descendía sobre la orilla del río. El resplandor de sus luces opacaba el fulgor de la luna. La vibración de las alas levantaba unapolvareda que multiplicaba ese resplandor en un sinfín de partículas brillantes.
Había aprendido que antes de actuar era preciso concentrarse. Su mente siempre le daba una respuesta. Se concentró. Recordó el sueño de la noche anterior, que le había salvado la vida al despertarlo y permitirle sorprender a los conspiradores. Tal vez el sueño fuera un presagio de este momento.
Ucan tomó su decisión.
Sin mirar a Cutec, se dirigió hacia el insecto mecánico, que se había posado en tierra envuelto en una nube de polvo brillante. En el negro cielo, las nubes habían tapado la luna. Las alas del insecto se aquietaban, y al detenerse parecían aspas de molino. Los demás se quedaron atrás, en el llano que se extendía a la orilla del río. Las luces del insecto se reflejaban en sus ojos atemorizados.
Ucan se volvió con firmeza hacia su gente y ordenó que todos se quedaran donde estaban. Recordó el momento de la ceremonia funeraria, cuando la Virgen de las Nubes lo había ayudado a superar el miedo. También ahora le temblaban las piernas, sabiendo que el poder de esa máquina podía destruirlo en un instante, pero concentró su voluntad en fingir que actuaba con naturalidad. Usó el mismo truco que en la Torre, repetir
Cutec Cutec Cutec.
Tenía cierta gracia, pensó, que el nombre de su adversario fuera su tabla de salvación.
Cutec tartamudeó algo, pero nadie le entendió en medio del estruendo de la máquina. Ucan comprendió que él mismo había hablado con voz potente y clara, a pesar de que el miedo le estrujaba las tripas, y eso le infundió cierta confianza.
Alguien bajó de la máquina, una figura trémula en la nubosa polvareda. La polvareda se disipó, envolviéndola en un fulgor lechoso.
Ucan sintió alivio en medio del miedo.
La Virgen de las Nubes.
Notó que el vientre se le aflojaba. Ya no sentía miedo, sino algo más abrumador. El resplandor de esa luz que parecía una tajada de luna lo llenaba de pasmo, y además sentía remordimiento porque se había concentrado en el nombre de Cutec y no en las palabras de la Virgen. Trató de recordar esas palabras. Marcó cada trabajoso paso que daba con ese ritmo, reemplazando la palabra Cutec por las rotas sílabas que recordaba. Si se concentraba en el ritmo y en la luz, podía superar el miedo.
La Virgen permanecía inmóvil junto a su nube, máquina o insecto. Sostenía un objeto en cada mano.
La Virgen movió las manos y Ucan sintió el impulso de dar mediavuelta y huir. No, se dijo. Tenía que resistir, como en la Torre.
Estalló un trueno, y Ucan cayó hacia atrás, aturdido. Se palpó elcuerpo, buscando heridas, pero no sentía dolor. Sólo un zumbido en los oídos.
El trueno salía de la máquina voladora. El trueno era la voz de la Virgen de las Nubes. Nunca había imaginado que la Virgen pudiera tener esa voz. Cuando le hablaba en sueños y visiones, la voz era un dulce murmullo.
Ucan se levantó, sacudiéndose el polvo, lagrimeando de vergüenza y humillación. Se le había vaciado la vejiga, mojándole los pantalones.
—El Pueblo Radiante se aproxima a su destino —dijo la voz—. Con frecuencia ha sido remiso a aceptarlo, como en el día de hoy.
La Virgen de las Nubes caminó hacia Cutec, apuntó un objeto hacia el cielo. El objeto lanzó una ruidosa columna de humo que surcó la noche y estalló en un deslumbrante paraguas de colores. De pronto fue como pleno día.