Premio UPC 1996 - Novela Corta de Ciencia Ficción (9 page)

BOOK: Premio UPC 1996 - Novela Corta de Ciencia Ficción
8.17Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Con gran respeto pido disculpas al consejo por las palabras de esta mujer —declaró—. Ella ha hablado sin discreción y recibirá el castigo que corresponde.

Con otro murmullo, el consejo aceptó las disculpas.

—Pero insisto en que el viaje no tiene sentido —continuó Cutec—. Nos alejamos de los sitios donde teníamos alimento para arriesgarnos a morir de hambre en el Páramo, donde no podemos cazar ni cultivar. En el Páramo estamos perdidos. Yo digo que debemos regresar a nuestro asentamiento.

—El viaje nos da un centro y un propósito —declaró Ucan, tratando de imitar el tono aplomado de su padre, tratando de que aflorara el espíritu de su padre. Insistió—: El valle a donde vamos ha dado nombre a nuestra gente.

—En tus labios esas palabras suenan huecas, Ucan'jo. Tu padre nos sacó de la miseria y la podredumbre y nos enseñó a sacar provecho del trabajo de nuestras manos. Pero eso no significa que fuera infalible. El viaje no nos alimenta, Ucan'jo, y nuestro nombre no nos alimenta, y nuestro pueblo no se ve muy radiante últimamente.

Hubo un coro de sordas protestas ante esa observación.

—Si queremos merecer nuestro nombre —agregó Cutec, notando que esas palabras habían resultado ofensivas—, debemos regresar a un sitio donde encontremos prosperidad. Ya teníamos ese sitio y no veo por qué debemos renunciar a él.

Ucan mismo se había hecho la pregunta. Según su padre, existía un propósito. Muchos veranos atrás habían abandonado el mundo de las ciudades, pero era importante vivir una vida con un centro. De lo contrario, serían como otras tribus. Irían de aquí para allá sin ton ni son, no tendrían lugares sagrados o los perderían. Serían desechos que la Gente Blanda había dejado atrás junto con las ciudades.

Ucan miró a su gente. Todos estaban agotados y tenían miedo del hambre, aunque todavía contaban con bastantes provisiones. No sabían cuánto más podía durar el viaje por el Páramo, y muchos deseaban regresar al último asentamiento.

—El lugar donde estábamos era fértil, pero no era el lugar que había señalado el Dios Bueno. El lugar donde estábamos era peligroso, expuesto al ataque de muchas otras tribus que migran de aquí para allá sin abandonar las viejas costumbres, prefiriendo el saqueo al trabajo.

—Ahora has hablado como un gallina, Ucan'jo —replicó Cutec—. No tememos a otras tribus, porque nos hemos fortalecido y hemos aguzado nuestro ingenio. Nuestro pueblo es fuerte y valiente. No necesita un Padre miedoso.

Ucan encaró a Cutec.

—Soy Padre legítimo, y mis decisiones deben ser respetadas.

—Sí, mientras seas Padre tus decisiones deben ser respetadas. Pero un Padre debe velar por sus hijos.

—Velo por mis hijos. Por eso insisto: el Valle Radiante.

—¿Qué comeremos mientras tanto? —preguntó un anciano—. Yo aspiraba a tener una vejez tranquila, pero Ucan me privó de ese privilegio.

—Si mi padre Ucan no te hubiera guiado —respondió Ucan—, no habrías llegado a la vejez, ni siquiera conocerías a tus nietos.

—Todos queremos conocer a nuestros nietos, Ucan'jo —dijo Cutec—. Ante todo queremos llegar a tenerlos. Pero si seguimos viaje será imposible, porque nuestras provisiones se agotarán y moriremos de hambre en el Páramo.

—Las provisiones alcanzarán —afirmó Ucan—. Tendremos de sobra para llegar, para sembrar y para esperar la próxima cosecha. En el Valle Radiante hay agua y animales en abundancia.

—Eso dice Ucan'jo, que alardea de tener las mismas visiones de su padre.

—Mi padre profetizó, y sus profecías se cumplieron.

—Pero Ucan'jo nunca ha profetizado, así que yo digo que debemos guiarnos por el sentido común. Yo digo que renunciemos al viaje. Digo que mandemos exploradores para ver si hay asentamientos donde pedir o robar comida a la Gente Blanda. La Gente Blanda tiene alimentos en abundancia. Digo que nos preparemos para volver.

—Desde que abandonamos las ciudades, nunca hemos tenido contacto con la Gente Blanda. La Gente Blanda es Otra, y no debemos dejar que nos toque. En mí habla la voluntad de Ucan, padre e hijo, que es Padre de todos. Seguiremos el viaje tal como Ucan dijo y predijo. Si Cutec se opone, debe someterse a la ley. Si no se somete a la ley, volveremos a ser lo que éramos antes que Ucan nos sacara de la miseria.

Cutec estudió las caras de los miembros del consejo.

—La ley me da derecho a la Torre —murmuró, mirando cautelosamente a los demás.

El consejo aprobó con entusiasmo.

Con un escalofrío, Ucan comprendió que no era necesario someterlo a votación. Si la gente hubiera abucheado al retador, Ucan podría haberse negado a subir a la Torre, pero esta situación no le dejaba otra salida.

Recordaba perfectamente esos aspectos de la ley, pues su Padre lo había obligado a memorizarlos. Si un miembro de la tribu estaba disconforme con una resolución del Padre, y contaba con la aprobación de la mayoría en el consejo, tenía derecho a recurrir a la Torre. Si el Padre salía vencedor, el retador podía optar entre irse o quedarse. Si se iba, no era necesariamente un enemigo, pero ya no tenía derechos en la tribu. Era un Otro, no tenía existencia para el Pueblo Radiante. Si se quedaba, debía pedir perdón al Padre y prometerle obediencia ciega. Mientras el Padre no lo permitiera, no tendría voz ni voto en el consejo. Era un mal hijo, y debía demostrar continuamente su nueva fe. Ocupaba, sin embargo, un lugar privilegiado en los banquetes, porque Ucan había declarado que un hijo pródigo merecía el mejor tratamiento. Si el retador vencía, pasaba a ser el nuevo Padre, pero debía pleno respeto al derrocado. No tenía ningún derecho sobre él, y debía tratarlo como a cualquier otro miembro de la tribu. Debía cumplir con la obligación de todo Padre, ser igualitario y benévolo, y el ex Padre era el primero con quien debía demostrarlo.

Ucan dudaba que Cutec cumpliera con ese aspecto de la ley si obtenía la victoria, pero no tenía derecho a cuestionar públicamente la honestidad de un retador. Y si hubiera querido torcer la ley a su antojo, contra la tradición que había establecido su padre, no tenía suficientes aliados para hacerlo.

—Que se construya una Torre —ordenó.

Cutec sonrió. Viendo su corpachón, y conociendo su experiencia de luchador, Ucan sabía que el hombre tenía buenas razones para sonreír.

Y la sombra del cóndor aún le oscurecía los ojos.

6

—¿Preocupada por Ucan? —preguntó Alan.

Mara lo miró de reojo, apartando la vista de la pantalla donde se veía la construcción de la Torre. Ambos conocían el sistema porque Ucan padre había subido un par de veces a la Torre y en las dos ocasiones había vencido a sus retadores. Cuatro columnas sostenían una plataforma sin barandas a la que se subía por una escalera angosta. Los dos contendientes subían a la plataforma. El que no bajaba por la escalera era el perdedor, y sólo uno podía bajar por la escalera. No había reglas, aunque el modo de luchar podía ser tan importante como el resultado de la lucha.

—Hay buenas razones para preocuparse. Cutec sería un pésimo dirigente —dijo Mara.

—No es muy simpático, por lo que he visto en tus informes. Pero eso no cambia nada para nosotros.

—Cutec es un patán, y un hombre peligroso.

—No te reconozco, Mara. No nos importa si Cutec es un patán o un genio. Nos interesa observar, ¿de acuerdo? Observar sin intervenir. Nos interesa compilar datos y consignarlos fielmente.

—¿Sin que nos importe lo que suceda?

—Que nos importe no significa que debamos o podamos hacer algo. No te entiendo. Ni siquiera entiendo por qué te estoy explicando esto. Ambos lo sabemos de sobra.

Mara suspiró. Alan tenía razón, desde luego. Era la política del Instituto, y obedecía a una sólida tradición. Ellos debían observar, estudiar, analizar, sin intervenir ni comprometerse emocionalmente. En lo posible, debían abstenerse de proyectar valores propios en lo que observaban. De lo contrario, atentarían contra la calidad analítica de su trabajo, además de perjudicar a quienes estudiaban. Aunque la objetividad plena fuera una ficción, era una ficción conveniente que el Instituto adoptaba como política. El factor cuántico —la posibilidad de que hubiera una influencia recíproca entre el observador y lo observado— se tenía en cuenta en la práctica académica, pero quedaba descartado en el trabajo de campo.

—Soy simplemente humana —dijo.

—Ajá. Cuando uno empieza a sentir que es simplemente humano, es hora de tomarse vacaciones.

—¿Aceptarías que me tomara vacaciones?

—Es tu decisión, no la mía.

—Pero está en juego el Malinowski. Sería una pena perdérselo después de tanta celebración. Alan la miró con cautela.

—¿Y eso qué significa?

—Eso quisiera saber yo, Alan. Pero sospecho que tu conocimiento de la gente del Instituto te habrá permitido entender que no quieren que yo me tome vacaciones. El premio que nuestro director te prometió tan amablemente es un estímulo, pero también una presión.

—¿Me estás acusando?

—Sólo digo que es mi mente la que está en juego. Pero no te aflijas. No pienso abandonar.

—Ese comentario es injusto. Es como si de pronto estuviera hablando con una extraña.

Había un tono culpable en la voz de Alan, y Mara supo que había dado en la tecla. Pero en cierto modo tenía razón. Tal vez estuviera hablando con una extraña, porque a ella misma le costaba reconocerse. A veces sospechaba que se estaba enamorando de Ucan. Un enamoramiento que era una especie de narcisismo. Se había pasado horas en inmersión, viendo el mundo por los ojos de Ucan y los de su padre. ¿No era inevitable que ese punto de vista se transformara en el suyo? Si Ucan peligraba, ella temía por su propia seguridad. Era comprensible, justificable.

No, no era justificable. Ella era una observadora objetiva que debía desechar el factor cuántico, o al menos ponerlo entre paréntesis. Era una investigadora que poseía un instrumento inédito para superar muchas de las ambivalencias que enfrentaba una persona que estudiaba a otras personas.

¿Pero por qué no estaba convencida? ¿Por qué sospechaba que sólo había aceptado ese puesto por ambición, aunque dudara mucho de los alcances del método? Era una analista eficaz, pero en su corazón todo eran contradicciones.

En cierto modo admiraba el sistema de Observación por Justificación Óptico-Sensorial, OJOS. Meses atrás lo había considerado un logro utópico, el máximo monumento a la búsqueda de la verdad. Mara tenía una sola experiencia en trabajo de campo directo —una comunidad de peones migratorios mestizos—, pero conocía a muchos colegas que habían trabajado con otras exoculturas y conocía los planteos teóricos.

No cuestionaba, desde luego, los preceptos básicos del Instituto del Hombre: no dañar a sus objetos de estudio, no explotarlos, no violar promesas ni confidencias, no engañar, explicar el propósito de su presencia y su investigación, así como las consecuencias posibles para los estudiados, no confiar sus datos a instituciones no científicas, como reparticiones públicas u organismos de seguridad. Pero la maraña de relaciones recíprocas que establecía el antropólogo en lo que llamaban «observación participativa» creaba un complejo mecanismo que inevitablemente descarriaba o subvertía al científico y al «sujeto». Ella conocía la experiencia: instalarse entre otros, trabajar, comer, jugar y rezar con ellos. Ayudarlos a aprender cosas, a cuidar de los enfermos, a sepultar a sus muertos.

¿Cómo se podía actuar de otro modo? ¿Cómo se podía crear un distanciamiento absoluto que excluyera al estudioso de los problemas de los estudiados? ¿De qué servía estudiar a otros hombres si el método implicaba deshumanizarlos y deshumanizarse? Pero esa relación la incomodaba. Por una parte, sabía que necesitaba congraciarse con ellos si quería su colaboración. Aunque su búsqueda de la Verdad del Hombre fuera desinteresada, la ayuda que les prestaba no lo era del todo, porque también estaba la verdad de Mara. Por otra parte, su presencia transformaba a los otros en algo que no eran cuando no estaba ella. Dejaba de ser la observadora para convertirse en la amiga, la colaboradora, la confidente, incluso un objeto de broma o de deseo. Quería ser uno de ellos para comprenderlos, pero nunca podría serlo, y cuanto más se acercaba a ese inalcanzable propósito más se alejaba de la posibilidad de comprenderlos desde su propia perspectiva. No veía el modo de cortar este nudo gordiano.

Miró la imagen de Ucan en la pantalla. Claro que no podía estar enamorada de ese salvaje. Sólo eran nervios. Sentía dolor de cabeza, dolor de ojos.

Ojos.

Vio el momento inicial, el momento de embeleso. Siempre evocaba ese momento cuando sentía estas dudas.

Vio la imagen como si cayera en otra fuga.

Estaban reunidos en una oficina del Instituto, el director, gente de la comisión directiva, docentes e investigadores, entre ellos Maray Alan. En ese momento inicial, OJOS era la verdad revelada.

—Es una herramienta óptima —había dicho el director—. Observación a distancia, limpia, sin trabas ni injerencias. Es una posibilidad que hemos discutido a menudo como una aspiración puramente teórica. Ahora es una realidad práctica.

Evocando ese recuerdo, Mara vio a los investigadores y docentes reunidos en el Instituto, pero también vio el Instituto como un nodo más en la vasta red de la cual formaban parte, la Urdimbre, y en la Urdimbre vio circular como chispazos los datos que habían formado OJOS.

Era una tecnología en pañales cuyo diseño no tenía un solo autor. Era un producto típico de la Urdimbre, donde la colaboración recíproca se había convertido en una imposición práctica más que en una aspiración utópica. Además de ser una red internacional de comunicaciones, operaba como una comunidad informal pero muy pujante. Las fronteras geográficas y políticas habían perdido importancia, desplazadas por fronteras más fluctuantes y elusivas.

En la Urdimbre, las alianzas y el dominio del poder podían durar minutos u horas. Los efectivos militares y la presión económica tenían escaso valor cuando un enemigo físicamente débil podía responder con una horda de virus que destruiría en segundos los sistemas del atacante, afectando desde la alimentación hasta la atención sanitaria. Los programadores constantemente lanzaban programas de virus gratuitos a la Urdimbre, poniéndolos a disposición de todos y creando así un equilibrio por disuasión. Nadie se atrevía a usarlos porque no habría victoria en esa guerra.

En algún punto del planeta alguien había concebido las ideas germinales de OJOS, el concepto de la justificación óptico-sensorial, había procurado mantener el secreto, había intentado vender la idea a una empresa o gobierno. La empresa o gobierno (esta distinción ya no tenía sentido) la había comprado, pensando en su potencial para sistemas de espionaje, pero alguien había violado sus códigos de seguridad y había distribuido copias por la Urdimbre. El diseño se había difundido en milisegundos por toda la red, y todos los que entendían algo sobre la especialidad se pusieron a trabajar en eso. El proyecto se volvió colectivo, y pronto hubo múltiples desarrollos. Como a menudo ocurría en la Urdimbre, obtuvo vida propia. El Instituto del Hombre había desarrollado una versión con fines de observación científica, mientras otros intentaban adaptarlo a usos más prosaicos, como hurgar en la vida privada del prójimo.

BOOK: Premio UPC 1996 - Novela Corta de Ciencia Ficción
8.17Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The List by Siobhan Vivian
Safari Moon by Rogue Phoenix Press
Iorich by Steven Brust
Road Trip by Melody Carlson
Pteranodon Mall by Ian Woodhead
Return Trips by Alice Adams
The Darcy Connection by Elizabeth Aston