—¿Y...? —preguntó Molly con perplejidad.
Gainsley les acompañó de nuevo hasta las sillas al otro lado de la gran mesa escritorio cubierta de vidrio.
—Veamos si puedo explicárselo de forma sencilla —dijo—. Señora Tardivel, ¿amamantó usted a su hija?
—Por supuesto.
—Bueno, debe de haberse dado cuenta de que podía mamar de forma continuada, sin que le fuera necesario detenerse para respirar.
Molly asintió con un breve gesto de la cabeza.
—¿Y eso no es normal?
—Sí en los recién nacidos. En ese caso, el camino que va de la boca a la garganta presenta una ligera curvatura hacia abajo. Eso les permite que el aire fluya directamente de la nariz a los pulmones, sin pasar por la boca y así pueden respirar y comer al mismo tiempo.
Molly asintió de nuevo con un gesto de la cabeza.
—Bueno —continuó el doctor Gainsley—, cuando el bebé empieza a crecer las cosas cambian. La laringe se desplaza hacia abajo de la garganta, y con ella el hioides se mueve también hacia abajo. El camino entre los labios y la faringe se convierte en un ángulo recto en lugar de ser una curva suave. El aspecto negativo del asunto es que se abre una abertura encima de la laringe, donde puede quedar comida atrapada, haciendo posible que nos atragantemos. El aspecto positivo, sin embargo, es que el reposicionamiento de la laringe permite que dispongamos de una gama vocalmucho mayor.
Pierre y Molly se miraron un momento el uno al otro, pero no dijeron nada.
—Bueno —continuó Gainsley—, el inicio del desplazamiento de la laringe ocurre en torno al primer año, y se completa cuando el bebé tiene unos dieciocho meses de edad. Pero la laringe de Amanda no se ha desplazado en absoluto, sigue en la parte superior de la garganta. Aunque puede hacer algunos sonidos, otros muchos no le son posibles, especialmente las vocales «o», «i» y «u». También tendrá problemas con los sonidos de la G y de la K.
—Pero al final la laringe acabará descendiendo, ¿no es así? —preguntó Pierre.
Gainsley negó con un gesto de la cabeza.
—Lo dudo. En todo lo demás, Amanda se desarrolla como una niña normal. De hecho, incluso es grande para la edad que tiene. Pero en este aspecto en particular, el desarrollo parece completamente terminado.
—¿Puede eso corregirse de forma quirúrgica? —preguntó Pierre.
—Se trataría de una completa reestructuración de la garganta. —Gainsley se acarició el bigote—. Habría muchos riesgos.
—Y ¿qué ocurre con... con las otras cosas? —Pierre se movió y tomó a Molly de la mano.
—Bueno —Gainsley hizo un gesto de asentimiento con la cabeza—, muchos otros niños son muy peludos, hay más de una razón para llamar «monitos» a los niños... Cuando Amanda llegue a la pubertad, cambiará el equilibrio hormonal, y perderá la mayor parte de ese pelo.
—Y... ¿y la cara? —preguntó Pierre.
—Le hice el test del síndrome de Down. No creí que ése fuera el problema, pero la prueba es muy fácil de hacer. No lo tiene. Y sus hormonas de la pituitaria y la glándula del tiroides parecen normales para una niña de su edad. —Gainsley miró al espacio vacío que estaba entre Pierre y Molly—. ¿Hay algo que, humm, que yo debiera saber?
Pierre robó una mirada a Molly y después hizo un ligero signo de asentimiento hacia el doctor.
—No soy el padre biológico de Amanda. Utilizamos esperma de un donante.
Gainsley asintió.
—Pensé que podía ser así. ¿Saben cuál es la etnia del padre?
—Ucraniano —dijo Pierre.
El doctor asintió de nuevo.
—Muchos europeos del este tienen una complexión más fuerte, rostros más grandes y mucho más vello corporal que los europeos del oeste. Por lo tanto, al menos en cuanto a la apariencia de Amanda, posiblemente se están preocupando por algo que no tiene importancia. Simplemente ha salido a su padre biológico.
Molly había tomado el permiso de maternidad para no tener que dar clases en dos años, pero seguía yendo al campus durante media jornada a la semana para recibir a los estudiantes a los que estaba dirigiendo la tesis, y para acudir a las reuniones del departamento.
Después de la última entrevista con uno de los estudiantes, Molly utilizó el PC del despacho para realizar una búsqueda de información utilizando el
Magazine Database Plus
de Compuserve. El MDP contenía el texto completo de todos los artículos que se publicaban en unas doscientas revistas, tanto de carácter general como especializadas, incluyendo publicaciones como
Science
y
Nature
, y todo ello desde 1986.
Estaba a punto de desconectarse de la red cuando se le ocurrió una idea. Había tratado de meditar sobre todo lo que les había dicho el doctor Gainsley, pero todavía no lo comprendía del todo. Tecleó una consulta sobre «trastornos del habla», pero encontró que había más de trescientos artículos sobre el tema. Abandonó esa búsqueda y siguió pensando. ¿Qué era lo que había dicho ese Gainsley? ¿Algo sobre el hueso hioides? Molly ni siquiera sabía cómo deletrear esa palabra. Pero al menos se merecía un intento. Seleccionó la «Búsqueda de palabras en el texto del artículo», y después tecleó hioides.
Casi inmediatamente la pantalla se llenó con las referencias de catorce artículos. Contempló fijamente la pantalla, leyendo y volviendo a leer dos de esas referencias:
«Los huesos del cuello de los hombres de Neanderthal provocan disputas» (los fósiles de hioides pueden indicar la capacidad de hablar),
Science News
, 24 de abril de 1993, vl43 nl7 p262 (l) . Referencia #A13805017. Texto: Sí (557 palabras) ; Resumen: Sí.«Debate sobre el lenguaje de los hombres de Neanderthal: de nuevo la lengua se mueve» (nueva reconstrucción del cráneo Neanderthal de La Chapelle),
Science
, 3 de abril de 1992 v256 n5053 p33 (2) . Referencia: #A12180871. Texto: Sí (1273 palabras) ; Resumen: No.
Seleccionó los dos artículos uno tras otro, y los leyó detenidamente.
Había habido un largo debate entre los antropólogos sobre si los hombres de Neanderthal podían o no hablar, pero era difícil decidir sobre ello ya que no se conservaban los tejidos blandos. En los años sesenta, el lingüista Philip Lieberman y el especialista en anatomía Edmund Crelin habían llevado a cabo un estudio a partir del más famoso de los hombres de Neanderthal, él espécimen encontrado en 1908 en La Chapelle-aux-Saints. Basándose en ese espécimen, habían llegado a la conclusión de que los hombres de Neanderthal tenían la laringe muy alta en la garganta. Eso hacía que el camino que el aire debía seguir se curvara ligeramente hacia abajo en la parte trasera de la boca, lo que significaba que los hombres de Neanderthal tenían que haber carecido de la amplia gama vocal de los humanos modernos.
Este punto de vista había sido puesto en discusión cuando se descubrió un esqueleto de Neanderthal, al que apodaban Moisés, cerca del monte Carmelo en Israel. Por primera vez se había encontrado un hueso hioides de Neanderthal. Aunque era algo mayor que el hioides de un humano moderno, las proporciones eran las mismas. Por desgracia, faltaba el cráneo de Moisés, lo que hacía imposible la reconstrucción completa del tracto vocal, incluyendo la posición, a todas luces vital, del hioides.
El artículo de
Science
incluía un comentario de Alan Mann, de la universidad de Pennsylvania, quien decía que, dadas las pruebas existentes y su carácter contradictorio, no veía «cómo un observador imparcial podía elegir» entre creer que los hombres de Neanderthal podían hablar, y la posición en contra de tal posibilidad. Ian Tattersall, del Museo Norteamericano de Historia Natural, estaba de acuerdo con esa opinión, y decía que la mayoría de los antropólogos estaban en «situación de espera» hasta que aparecieran nuevas pruebas.
Todo el cuerpo de Molly temblaba cuando terminó de leer los dos artículos. Parecía algo horrible, increíble e impensable creer que Burian Klimus había encontrado una forma de sacar esas nuevas pruebas a la luz.
Pierre acompañó a Molly mientras ésta cargaba con Amanda subiendo las escaleras y la pusiera después en la cuna que estaba a los pies de la cama de matrimonio. Uno tras otro se inclinaron para besar a la niña en la frente. Molly había estado extrañamente tranquila toda la noche, como si algo ocupara su mente.
Amanda miró a su padre con expectación. Pierre sonrió, sabía que no se iba a librar fácilmente. Cogió de la estantería el ejemplar de
Llévame al zoo
. Amanda sacudió la cabeza. Pierre alzó las cejas y devolvió el libro a su sitio. Durante cinco noches seguidas había sido el libro favorito. Ahora tenía que adivinar lo que había hecho que Amanda quisiera un cambio, pero como ya se sabía de memoria todas y cada una de las palabras del libro, estaba de acuerdo en cambiar. Cogió un librito cuadrado con el título
La pequeña señorita contrario.
Y Amanda sonrió ampliamente. Pierre se acercó, se sentó en la cama y empezó a leer. Mientras tanto Molly bajó las escaleras. Pierre acabó todo el libro —unos diez minutos de lectura— antes de que Amanda pareciera estar dormida. Se levantó, besó de nuevo a la niña en la frente, comprobó que el aparato monitor de la niña estaba activado y salió sin hacer ruido de la habitación.
Cuando llegó a la sala de estar, Molly estaba sentada en el sofá, con una pierna plegada bajo su cuerpo. Sonaba un CD de Shania Twain como música de fondo. Molly dejó la revista que estaba leyendo y miró a Pierre.
—¿Ya duerme la niña? —preguntó.
—Creo que sí— dijo Pierre asintiendo con un gesto de la cabeza.
—Bueno —el tono era de seriedad—, he esperado a que estuviera dormida. Tenemos que hablar.
Pierre se acercó al sofá y se sentó a su lado. Molly le miró un momento y después apartó la mirada.
—¿He hecho algo mal? —preguntó Pierre.
—No... no. —Molly volvió a mirarle—. Tú, no.
—Entonces, ¿qué ocurre?
—Estaba preocupada por Amanda y he estado buscando información. —Molly suspiró ruidosamente.
—¿Y...? —Pierre sonreía para animarla a continuar.
Molly volvió a apartar la mirada.
—Probablemente se trata de una locura, pero... —Juntó las manos en su regazo y se quedó mirándolas fijamente—. Algunos antropólogos discuten sobre el hecho de que los hombres de Neanderthal tienen exactamente la misma estructura de la garganta que el doctor Gainsley nos dijo que tenía Amanda.
—¿Y...? —Pierre notó cómo se alzaban sus cejas.
—Y... resulta que tu jefe, el famoso Burian Klimus, tuvo éxito al extraer el ADN de ese espécimen de Neanderthal israelí.
—Hanna la Desventurada —dijo Pierre—. Pero no puede ser que creas que...
—Quiero a Amanda tal y como es, pero... —dijo Mollymirando fijamente a Pierre.
—Tabernac
—dijo Pierre—.
Tabernac.
Pudo verlo mentalmente como si hubiera estado allí. Después que Molly, Pierre, la doctora Bacon y los dos ayudantes de la doctora Bacon hubiesen salido del quirófano, Klimus no se había masturbado ante un vaso de precipitados. En lugar de eso, había cogido uno de los óvulos de Molly con una pipeta de vidrio y lo había mantenido allí gracias a la succión. Trabajando con mucho cuidado bajo el microscopio, había abierto el óvulo y, utilizando una pipeta más pequeña, había sacado los veintitrés cromosomas que constituían la dotación haploide de Molly, y los había sustituido por los cuarenta y seis cromosomas de la dotación diploide de Hanna. El resultado final: un óvulo fertilizado que contenía sólo el ADN de Hanna.
Por supuesto que al abrir el óvulo pudo haber dañado la
zona pellucida
, una capa superficial de un material parecido a la gelatina y del todo necesario para que el embrión se implantara y desarrollara. Pero desde que Jerry Hall y Sandra Yee habían descubierto en 1991 que la
zona pellucida
podía pintarse como un recubrimiento en la superficie de las células reproductoras como los huevos, habían hecho teóricamente posible la clonación de seres humanos.
Y sólo dos años más tarde, en un congreso de la Sociedad Americana de Fertilización que había tenido lugar precisamente en Montreal, Hall y sus colaboradores habían anunciado que habían obtenido clones de humanos, aun cuando no había permitido que los embriones superaran los primeros estadios del desarrollo.
Sí,
existía
la técnica para lograrlo. Lo que Molly estaba sugiriendo era una posibilidad real. Klimus podía haber utilizado esa técnica para fabricar varios huevos que contuvieran una copia del ADN de Hanna, cultivarlos
in vitro
hasta el estado multicelular y, después, la doctora Bacon, seguramente sin saber de dónde procedían, había insertado esos embriones en Molly, esperando que al menos uno de ellos lograra implantarse.
—Si es cierto —dijo Molly, mirando fijamente a Pierre—, si es cierto, eso no cambiará lo que sientes por Amanda, ¿no es así?
Pierre estuvo un instante callado.
La voz de Molly adquirió un tono de urgencia.
—¿No es así?
—Bueno, no. No, supongo que no. Es sólo que, bueno, quiero decir que ya sabía que no era mi hija, mi hija biológica... Sabía que no era parte de mí. Pero siempre he pensado que sí era parte de ti. Pero si lo que estás sugiriendo resulta ser cierto, entonces... —dejó que las palabras se desvanecieran poco a poco.
El CD de Shania Twain había terminado. Pierre se levantó, se acercó lentamente al aparato de estéreo, extrajo el disco, lo metió de nuevo en su funda, y desconectó el aparato. Intentaba desesperadamente pensar. Era una idea de locos... de
locos.
Era cierto que Amanda tenía trastornos al hablar. Pero ¿y eso qué? Muchos niños tenían problemas mucho más graves. Pensó en el pequeño Erik Lagerkvist, que estaba infinitamente peor que Amanda. Volvió a poner el CD en la estantería y volvió al sofá. Tomó las manos de su esposa entre las suyas.
—Es nuestra hija.
Molly asintió, tranquilizada. Pero tras un breve instante dijo:
—Sea como fuere, debemos saber la verdad. Eso puede afectar en tantas cosas... la escuela, tal vez sea más susceptible a tener determinadas enfermedades...
Pierre miró el reloj. Ya había pasado de las nueve.
—Voy a ir al laboratorio.
—¿Para qué?
—Casi todos se habrán marchado ya. Voy a robar una muestra del ADN de Hanna la Desventurada.
Pierre utilizó su tarjeta de seguridad para entrar en las oficinas del Centro del Genoma Humano. Los huesos de Hanna la Desventurada se guardaban en el Instituto de los Orígenes del Hombre, y Pierre no tenía ninguna duda de que por lo menos algunas de las copias del ADN de Hanna también estaban guardadas allí. El material era demasiado valioso para guardarlo en un único sitio.