Presagios y grietas (21 page)

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Authors: Benjamín Van Ammers Velázquez

Tags: #Fantasía, #Épica

BOOK: Presagios y grietas
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—Tú…tú le enseñaste a luchar… —se atrevió a decir Adalma; no reconocía a su marido en aquella bestia cargada de cadenas que tenía frente a ella.

—¡Yo intenté ayudarlo a vivir, maldita sea! Intenté que no se convirtiese en una víctima más de ese repugnante circo…Y no lo conseguí —concluyó entre sollozos.

La imagen de su esposo llorando partía en mil pedazos lo poco que quedaba sano en el corazón de Adalma.

—Tu hijo no era un asesino. —Berd pareció recuperar algo de firmeza—. De haberlo sido, la cabeza de ese callantiano reposaría ahora en la tumba separada de su cuerpo. Leith era un buen muchacho y por eso está muerto; si lo hubiese educado como me educaron a mí quizá serías más dichosa siendo la madre de un asesino y la esposa de otro.

—Tú… Tú tampoco eres un asesino. Eres el hombre más noble que he conocido en mi vida; lo que sucedió con ese soldado es…es una tragedia más que sumar a la lista de las que nos acaecen.

El segador prefirió no revelarle la verdad. No lo había hecho en más de veinte años y hacerlo ahora que estaba apunto de morir sólo causaría más dolor a su pobre esposa.

—¿Qué voy a hacer, Berd? —Adalma miraba hacia ninguna parte.

—Vivir; criar al hijo mío que llevas dentro. Ve a ver al instructor Guresian en el Gran Círculo. Está a cargo de las ganancias de Leith; quiso que fuesen para nosotros si él faltaba. Nos deja mucho dinero y una casa en una zona magnífica. Podrás vender la nuestra y empezar de nuevo en otro sitio, lejos de los recuerdos.

Adalma se echó a llorar otra vez. Desde que conoció a su esposo su vida giraba en torno a él. Se sentía como una flor a la que habían arrancado todos los pétalos; apenas un tallo frágil sin otra función que dejarse mecer por el viento.

—Sé fuerte, por el niño que ha de nacer. Además, estoy convencido de que esta vez será una niña, tan hermosa y lista como su madre; sigues siendo la mujer más bonita del Continente pero necesitarás una heredera.

A Adalma se le escapó una risa entre sollozos. «La mujer más bonita del Continente». Aquello fue lo que le dijo el día que se le declaró. Había pasado mucho tiempo desde entonces; toda una vida que había resultado ser muy corta. La de su hijo.

—Mujer, es hora de que te marches —gruñó uno de los carceleros.

—Mañana volveré, amor mío —dijo Adalma secándose las lágrimas—. Pelley, Résbert y los demás han intentado visitarte pero no se lo han permitido. Te envían fuerza para sobrellevar todo esto; a mí también me están ayudando mucho y…

—¡He dicho que ya basta! —El guardia la cogió por un brazo y la empujó hacia la puerta—. Vaya, ese animal tiene buen gusto a fin de cuentas.

Tras decir esto le dio una palmada en el trasero y su compañero se interpuso con rapidez.

—Déjala, Fuley —le espetó—. Eres un cerdo sin conciencia.

—Ahora que van a ahorcar a ese gottren de tu marido quizá te apetezca probar con un humano —dijo Fuley—. Te aseguro que en ciertas cosas el tamaño es muy similar.

El otro carcelero acompañó a Adalma hasta la puerta y miró con asco al tal Fuley, que se aproximaba sonriente a los barrotes de la celda.

—Así que mañana volverá tu querida mujercita. —Se llevaba una mano a la entrepierna—. Eso es estupendo, basura. De momento voy a hacer memoria para que no se me olvide el magnífico culo que tiene; quizá mañana me haga el ánimo de probarlo yo mismo.

Berd miraba el rostro del carcelero sin decir palabra. Lo único que pedía a quién pudiera escuchar sus plegarias era que fuese uno de los encargados de escoltarlo hasta el cadalso.

Distrito de las Ratoneras, Vardanire

Heleinna se había quedado sin raíces de terradera. Era ya muy tarde para ir a buscarlas y no podía preparar su poción sin ellas. Una vez más, se confirmaba que ese viejo estúpido tenía la memoria de un pedrusco.

—Condenado vejestorio ¡A ver si un día olvidas también dónde vives y no vuelves a aparecer por aquí! —le gritó a su marido, que estaba en el cuarto de baño.

El brebaje lo prepararía de todos modos o sus hijas se negarían a salir a trabajar. Incluso Galira, que ya superaba los sesenta y había dejado de menstruar hacía mucho, se negaba a follar con nadie si antes no bebía de aquel potingue.

Una furcia callantiana a la que dio cobijo hacía muchos años le pagó el favor revelándole los ingredientes de una poción que impedía quedarse preñada a cualquier mujer que la tomase. Los efectos duraban tres o cuatro días, suficientes para que las prostitutas pudiesen ejercer sin peligro. Un embarazo era una contrariedad muy grande en su oficio, como bien sabia; varias de sus seis hijas no existirían de haber conocido aquella receta cuando era más joven.

Heleinna había sido una de las mujeres más bellas de Vardanire. Trabajaba sirviendo mesas en la Posada de la Prosperidad y la cortejaban multitud de hombres. A los dieciocho años se quedó embarazada de Galira; en aquel entonces era muy ingenua y pensaba que el padre, un Teniente de la guarnición de Iggstin, la desposaría y se haría cargo de las dos. El hombre murió sofocando una reyerta y Heleinna descubrió en la ceremonia de su entierro que ya estaba casado y tenía otros dos hijos.

El dueño de la Posada la despidió al enterarse de su situación; su negocio era muy respetable y mujeres como ella no podían trabajar allí. Sus padres la echaron de casa a golpes y se vio en la calle con su hija de apenas dos meses. Buscó trabajo pero todos conocían la historia de La Próspera, como empezaban a llamarla, y nadie quería contratarla. Una noche se fue con un comerciante de especias que le pagó muy generosamente por dejarse follar. No tardó en convertirse en toda una celebridad.

Durante años alternó con los hombres más ricos de Rex-Drebanin y llegó a mantener romances exclusivos de varios meses con ciudadanos muy relevantes. Heleinna aseguraba que fue la amante de Róthgert Dashtalian, el fallecido hermano del Cónsul, y hasta sus propias hijas lo consideraban una fantasía sin pies ni cabeza. Era cierto; las gemelas Rínora y Ferinnia llevaban la sangre de los Dashtalian aunque eso jamás lo revelaría porque significaría su muerte.

Cuando descubrió aquel potingue milagroso ya había engendrado cinco niñas. Galira había seguido sus pasos y sus catorce años la acompañaba y compartía con ella muchos servicios.

Poco a poco, Heleinna fue perdiendo el encanto de la juventud y las chicas tomaron el testigo mientras ella se ocupaba de zonas más modestas de la ciudad. En su casa entraban cantidades considerables de dinero así que podía ser selectiva con sus clientes.

—¡Maldita mujer! —vociferó Ejun desde el baño—. ¿Dónde has metido el ungüento para las almorranas? ¡Esta casa es un desastre, por las pelotas del Grande!

Ya pasados los cuarenta conoció a Ejun Wedds, un buscavidas muy espabilado y galante que se dedicaba a espiar a los ricos para obtener información que luego vendía a los bandidos de la zona. La sedujeron los ojos verdes y la actitud desvergonzada de aquel tipo y al año siguiente nacía Willia.

Heleinna aún era una mujer muy atractiva pero cuando Ejun se lo pidió decidió retirarse del negocio y se casó con él. Galira, Stratalia y Trelidia recorrían los barrios ricos y tenían acceso a información privilegiada, con lo que el negoció de alcahuete de Ejun empezó a funcionar mejor que nunca. Cuando las gemelas cumplieron los catorce ya eran dos hermosas mujeres de considerable estatura y totalmente formadas. El negocio familiar iba viento en popa y compraron una casa en el Distrito de los Artesanos. Heleinnia albergaba la esperanza de que Willia fuese la primera de sus hijas en crecer alejada de las calles.

—¡Mira a ver si tienes el frasco dentro de tu viejo culo! —gritó la anciana.

Aquello duró poco. Ejun empezó a aficionarse al juego y en un par de años lo que sus hijas traían a casa no era suficiente para mantener ese nivel de vida, con lo que se vieron obligados a mudarse al Distrito de los Segadores. Allí duraron once meses. Su marido apostó una auténtica fortuna en una pelea clandestina que estaba amañada. Los acreedores eran gente muy peligrosa y la peculiar familia no tuvo más remedio que vender gran parte de sus posesiones y trasladarse a la humilde casucha del Distrito de las Ratoneras en la que llevaban ya más de treinta años.

Los últimos habían sido especialmente duros; la aparición de Los Juegos supuso que Ejun fundiese cada moneda que entraba en la casa. Además, coincidiendo con la maldita Competición, al igual que los jóvenes se dedicaban a sacarse las tripas unos a otros, todas las semanas llegaban a Vardanire decenas de jovencitas preciosas con las que sus hijas no podían competir. Galira ya tenía sesenta y un años, Stratalia y Trelidia pasaban de los cincuenta y las gemelas habían engordado mucho y se habían vuelto muy perezosas. Sólo Willia, que a sus treinta y ocho años tenía una figura envidiable, podía frecuentar zonas ricas. Las demás se malvendían entre lo peor del Distrito de las Ratoneras.

En ese momento se abrió la puerta y entró un espantajo que a Heleinna le costó reconocer. Willia iba descalza y vestía unos pantalones de niño; llevaba lo que parecía un saco de estopa cubriéndole el cuerpo y un deshilachado sombrero de tela sobre la cabeza. Su madre se quedó observándola con curiosidad.

—Ya sé; ese joyero cojo del Distrito de los Artesanos. Siempre le han gustado las extravagancias pero no se qué tiene de excitante esa pinta que llevas, la verdad.

—No tengo tiempo de explicarme; voy a coger algunas cosas y después me iré. —Willia parpadeaba sin cesar y miraba a todos lados con recelo—. Y, madre, tú no me has visto en los últimos tres días —añadió mientras sacaba apresuradamente algunas ropas de un cajón.

—Un momento, jovencita. Hace días que no sé nada de ti y ahora apareces con esa facha y me dices que…

—¡No hay tiempo! Les he visto rondando por ahí abajo. Vienen a matarme ¡Nos matarán a todos!

No bien hubo dicho esto, la puerta volvió a abrirse con violencia y el Gordo Jiggs entró en la habitación. Llevaba la espada en la mano y un aparatoso vendaje alrededor de la nariz.

—Aquí estás, zorra. Te voy a cortar en pedazos. Vas a sufrir mucho dolor.

—¡Fuera de mi casa, bola de sebo! —Ejun apareció en ese instante, enarbolando un espadón enorme y oxidado—. ¡Márchate ahora mismo o por El Grande que te mato!

—No seas estúpido, Ejun. —Óvler atravesó la puerta jugueteando con uno de sus cuchillos—. Sólo queremos a esa pequeña víbora; no nos obligues a cortarle el cuello a toda tu familia.

—¡Los únicos que vais a perder el cuello sois tú y ese jabalí si no salís de aquí cuanto antes! —chilló el viejo. Apenas podía sostener la espada y le temblaba todo el cuerpo pero nadie le tocaría un pelo a su hija sin pasar por encima de su cadáver.

Los dos matones empezaron a reír mientras amagaban estocadas burlonas que el pobre Ejun se esforzaba en detener sin apenas éxito.

—No sé de qué os reís —susurró una voz fría—. Lo que os ha dicho es verdad.

Levrassac entró en la casa y cerró la puerta tras él.

—Al menos la primera parte; ahora ya no podéis salir —añadió mientras desenvainaba su espada.

—Esto no va contigo, Levrassac. —El tono de Óvler intentaba transmitir firmeza sin lograrlo—. Tenemos un trabajo y lo vamos a hacer.

—Nos dedicamos los tres a lo mismo. —El Gordo Jiggs soltó un pequeño gallo—. Somos profesionales. Tú… tú no tienes por qué interferir.

—Viendo tu nariz me hago una idea de tu profesionalidad, Jiggs. Yo rechacé ese trabajo vuestro; me preguntaba quién sería tan estúpido como para aceptarlo.

Sin mediar palabra, Óvler le lanzó uno de sus cuchillos pero Levrassac interceptó su trayectoria con la espada. El arma rebotó en el acero y fue a caer justo a los pies de Heleinna, que miró al recién llegado con una mezcla de enfado y algo de coquetería.

Antes de que el asesino tatuado pudiese lanzar otro, Levrassac dio un paso hacia delante y le atravesó el estómago de una estocada. Extrajo el acero del cuerpo del matón levantando con energía la hoja de la espada, de modo que lo desgarró hasta la altura del esternón. Óvler cayó sobre un taburete con la cabeza apoyada en el asiento, mirando cómo sus intestinos se desparramaban por el suelo.

—Bien, ahora es el turno de mi amigo el profesional.

El Gordo Jiggs hizo acopio de valor y embistió dando golpes frenéticos con su mandoble. Levrassac fue retrocediendo y bloqueando con facilidad el torpe ataque. Llegado el momento, dio una media vuelta hacia su derecha coincidiendo con uno de los golpes ciegos de Jiggs y le descargó un tajo brutal en el cuello. De no ser por el grosor se lo hubiese rebanado de cuajo. Jiggs cayó de espaldas con la cabeza colgando y se quedó tendido en el suelo.

—¿Era precisa esta carnicería, guapo? Me has puesto la casa perdida. —Heleinna dio una patada a un pedazo de las tripas de Óvler.

—Gra… gracias, Levrassac. —Ejun se le abrazó—. Yo solo no creo que hubiese podido con los dos.

—Muertos es como mejor están. De todos modos tenían los días contados; su propio patrón hubiese ordenado su ejecución en cuanto te hubiesen matado a ti. —Levrassac clavó sus ojos en los de Willia.

La prostituta permanecía de pie, disfrazada y confundida. Su vida se había convertido en un baño de sangre y no comprendía que había hecho para que así fuese.

—Supongo que debo darte las gracias. —acertó a decir.

—Eso es cosa tuya, señorita Wedds. Yo me he limitado a salvarte el pellejo una vez más. —Levrassac se encaminó hacia la ventana y echó una ojeada a la calle.

—¿Una vez más? ¿Qué es eso de una vez más? —Al asesino no le faltaba razón pero su tono altanero le resultaba insoportable.

—La tercera concretamente.

—¿La tercera? Cuando yo era una cría espantaste a unos tipos que querían robarme y ahí se acaba la cuenta, mercenario. A no ser que te dediques a seguirme y matar a cualquiera que ande cerca de mí con un cuchillo ¿Me proteges cuando trabajo, mercenario? —Willia cargaba de acidez la palabra «mercenario» cada vez que la pronunciaba. Los odiaba, pero todavía odiaba más que la tratase como a una pobre mujercilla desvalida.

—No, pero no hace mucho tú interferiste en el mío. No suelo dejar supervivientes y contigo hice una excepción, señorita Wedds. Según mis cálculos suman tres.

—Oh, que considerado. Gracias una vez más por no matarme, mercenario. —Willia se cruzo de brazos, frunció el ceño y dejó de hablar.

Heleinna buscó la mirada de su esposo pero no la encontró. Ejún empuñaba el mandoble y trataba de imitar uno de los ataques de Levrassac. La anciana suspiró y siguió atenta a la conversación entre su hija y aquel tipo tan alto que acababa de salvarles la vida a los tres.

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