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Authors: John Verdon

Tags: #Intriga, Policíaco

Sé lo que estás pensando (33 page)

BOOK: Sé lo que estás pensando
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Gurney sacó su maletín delgado del cajón del escritorio y localizó la fotocopia de la breve nota que Gregory Dermott había enviado junto con el cheque que había devuelto a Mellery. El encabezado de GD Security Systems (formal, conservador, incluso un poco pasado de moda) incluía un teléfono con el prefijo de zona de Wycherly.

Al segundo tono, una voz que cuadraba con el estilo de la cabecera de la carta contestó la llamada.

—Buenas tardes. GD Security. ¿En qué puedo ayudarle?

—Me gustaría hablar con el señor Dermott, por favor. Soy el detective Gurney, de la oficina del fiscal del distrito.

—¡Por fin! —La vehemencia que transformó la voz era sorprendente.

—¿Disculpe?

—¿Me está llamando por el cheque mal remitido?

—Sí, de hecho sí, pero…

—Lo denuncié hace seis días, ¡seis días!

—¿Qué denunció hace seis días?

—¿No acaba de decirme que llama por el cheque mal remitido?

—Empecemos otra vez, señor Dermott. Entiendo que Mark Mellery habló con usted hace aproximadamente diez días por un cheque que le devolvieron, un cheque extendido a X. Arybdis y enviado a su apartado postal. ¿Es verdad?

—Por supuesto que es verdad. ¿Qué clase de pregunta es ésa? —El hombre parecía furioso.

—Cuando dice que lo denunció hace seis días, me temo que no…

—¡El segundo!

—¿Recibió un segundo cheque?

—¿No me llama por eso?

—En realidad, señor, iba a formularle esa misma pregunta.

—¿Qué pregunta?

—Si había recibido también un cheque de un hombre llamado Albert Schmitt.

—Sí, Schmitt es el nombre del segundo cheque. Por eso llamé para denunciarlo. Hace seis días.

—¿A quién llamó?

Gurney oyó un par de respiraciones largas y profundas, como si el hombre estuviera conteniéndose para no explotar.

—Mire, detective, aquí hay un nivel de confusión que no me gusta. Llamé a la Policía hace seis días para denunciar una situación problemática. Me han enviado a mi apartado de correos tres cheques dirigidos a un individuo del cual nunca he oído hablar. Ahora me llama, aparentemente en relación con estos cheques, pero resulta que no sabe de qué está hablando. ¿Qué me estoy perdiendo? ¿Qué demonios está pasando?

—¿A qué departamento de Policía llamó?

—Al mío, por supuesto, al de Wycherly. ¿Cómo es que no lo sabe si me está llamando?

—La cuestión, señor, es que no le estoy devolviendo la llamada. Le llamo del estado de Nueva York en relación con el cheque original que le devolvió a Mark Mellery. No sabíamos nada de ningún otro cheque. ¿Dice que ha recibido dos más después del primero?

—Es lo que he dicho.

—Uno del señor Albert Schmitt, y otro más.

—Sí, detective. ¿Está claro ahora?

—Perfectamente claro. Pero ahora me estoy preguntando por qué tres cheques equivocados le inquietaron tanto como para llamar a la Policía local.

—Llamé a la Policía local porque la Policía postal, a la que se lo notifiqué primero, mostró una colosal falta de interés. Antes de que me pregunte por qué llamé a la Policía postal, déjeme decir que para ser policía tiene un sentido bastante difuso respecto a cuestiones de seguridad.

—¿Por qué dice eso, señor?

—Trabajo en el ramo de la seguridad, agente… o detective, o lo que cuernos sea. En seguridad de datos informáticos. ¿Tiene idea de lo común que es el robo de identidad, o con cuánta frecuencia el robo de identidad implica la apropiación indebida de direcciones?

—Ya veo. ¿Y qué ha hecho la Policía de Wycherly?

—Menos que la postal, si eso es posible.

A Gurney no le costaba imaginar que las llamadas de Dermott recibieran una respuesta evasiva. Tres personas desconocidas enviando cheques a un apartado de correos no sonaba a peligro de alta prioridad.

—¿Devolvió el segundo y el tercer cheque a sus remitentes, como en el caso de Mark Mellery?

—Desde luego que lo hice, incluí notas en las que preguntaba quién les dio mi número de apartado postal, pero ningún individuo tuvo la cortesía de responder.

—¿Guarda el nombre y la dirección del tercer cheque?

—Por supuesto.

—Necesito el nombre y la dirección ahora mismo.

—¿Por qué? ¿Ocurre algo más que yo no sepa?

—Mark Mellery y Albert Schmitt están muertos. Posibles homicidios.

—¿Homicidios? ¿Qué quiere decir homicidios? —La voz de Dermott se había convertido en un chillido.

—Puede que los hayan asesinado.

—Oh, Dios mío. ¿Cree que hay relación con los cheques?

—La persona que les dio el número de su apartado postal es una persona de interés en el caso.

—Oh, Dios mío. ¿Por qué mi dirección? ¿Qué relación puede tener conmigo?

—Buena pregunta, señor Dermott.

—Pero yo nunca había oído hablar de nadie llamado Mark Mellery o Albert Schmitt.

—¿Cuál era el nombre del tercer cheque?

—¿El tercer cheque? Oh, Dios mío, me he quedado completamente en blanco.

—Ha dicho que tomó nota del nombre.

—Sí, sí, por supuesto que sí. Espere. Richard Kartch. Sí, eso es. Richard Kartch. Kartch. Iré a buscar la dirección. Espere, la tengo aquí. Es el 349 de Quarry Road, Sotherton, Massachusetts.

—Entendido.

—Mire, detective, puesto que parece que estoy envuelto en esto de algún modo, me gustaría que me contara lo que pueda. Ha de haber alguna razón para que hayan elegido mi apartado postal.

—¿Está seguro de que es la única persona con acceso a ese apartado?

—Tan seguro como puedo estarlo. Pero Dios sabe cuántos trabajadores de correos tienen acceso a él. O quién podría haber duplicado una llave sin mi conocimiento.

—¿El nombre de Richard Kartch significa algo para usted?

—Nada. Estoy seguro. Es la clase de nombre que recordaría.

—Muy bien, señor. Me gustaría darle un par de números de teléfono donde puede localizarme. Apreciaría tener noticias suyas de inmediato si se le ocurre cualquier cosa sobre los nombres de esas tres personas o acerca de cualquier forma de acceso que alguien pudiera tener a su correo. Y una última pregunta: ¿recuerda el importe del segundo y el tercer cheque?

—Es fácil. El segundo y el tercer cheque eran por el mismo importe que el primero: 289,87 dólares.

38

Un hombre difícil

Madeleine encendió una de las lámparas del estudio con el interruptor situado junto a la puerta. Durante la conversación de Gurney con Dermott, casi había anochecido y el estudio estaba prácticamente a oscuras.

—¿Algún progreso?

—Progreso fundamental. Gracias a ti.

—Mi tía abuela Mimi tenía peonías —dijo ella.

—¿Cuál era Mimi?

—La hermana de la madre de mi padre —dijo Madeleine, sin ocultar del todo su exasperación por el hecho de que un hombre tan experto en manejar los detalles de la investigación más compleja no pudiera recordar media docena de parentescos.

—Tu cena está lista.

—Bueno, en realidad…

—Está en el fuego. No te olvides.

—¿Vas a salir?

—Sí.

—¿Adónde?

—Te lo he contado dos veces la semana pasada.

—Recuerdo algo del jueves. Los detalles…

—¿Se te escapan en este momento? Menuda novedad. Hasta luego.

—¿No vas a decirme adonde…?

Sus pisadas ya estaban retrocediendo por la cocina hacia la puerta de atrás.

* * *

No constaba el número telefónico de Richard Kartch en el 349 de Quarry Road en Sotherton, pero, tras una búsqueda de mapa a través de Internet de las direcciones contiguas, Gurney consiguió los nombres y números de teléfono para el 329 y el 369.

La voz masculina pastosa que al final respondió con monosílabos la llamada al 329 negó conocer el nombre de Kartch, saber qué casa de la calle podía ser el número 349, o incluso saber cuánto tiempo llevaba él viviendo en la zona. Sonaba medio comatoso por el alcohol o los opiáceos, probablemente estaba tumbado como tenía por costumbre y, desde luego, no iba a resultar de ninguna ayuda.

La mujer del 369 de Quarry Road era más locuaz.

—¿Se refiere al ermitaño? —Su forma de decirlo le dio a esa suerte de sobrenombre una patología siniestra.

—¿El señor Kartch vive solo?

—Ah, sí, a menos que contemos las ratas que atrae su basura. Su mujer tuvo la suerte de escapar. No me sorprende que llame, ¿ha dicho que era agente de policía?

—Investigador especial de la Oficina del Fiscal del Distrito. —Sabía que debería, para ser más claro, mencionar el estado y el condado de jurisdicción, pero pensó que los detalles podían darse luego.

—¿Qué ha hecho ahora?

—Nada que yo sepa, pero podría ayudar en una investigación, y necesitamos ponernos en contacto con él. ¿Sabe usted dónde trabaja o a qué hora vuelve de trabajar?

—¿Trabajo? ¡Es una broma!

—¿El señor Kartch es desempleado?

—Más bien «inempleable». —Su voz destilaba veneno.

—Parece que tiene un problema con él.

—Es un cerdo, es estúpido, es sucio, es peligroso, está loco, apesta, va armado hasta los dientes y, por lo general, está borracho.

—Suena a vecino ejemplar.

—¡El vecino del Infierno! ¿Tiene alguna idea de cómo es mostrar tu casa a un posible comprador mientras el simio borracho sin camisa de la puerta de al lado agujerea el cubo de basura con su escopeta?

Pese a que imaginaba cuál podría ser la respuesta, decidió plantear la siguiente pregunta de todos modos.

—¿Querría dejarle al señor Kartch un mensaje de mi parte?

—¿Está de broma? Lo único que me gustaría dejarle es un paquete bomba.

—¿A qué hora es probable que esté en casa?

—Elija un momento, cualquier momento. Nunca he visto que ese perturbado salga de su propiedad.

—¿Hay un número visible en la casa?

—¡Ja! No necesitará número para reconocer la casa. Aún no estaba terminada cuando se fue su mujer, y todavía no lo está. No hay revestimiento. No hay césped. No hay escalones a la puerta de entrada. La casa perfecta para un loco de atar. El que vaya allí, mejor que vaya armado.

Gurney le dio las gracias y colgó.

¿Ahora qué?

Había varios individuos a los que poner en marcha con rapidez. Primero y principal, Sheridan Kline. Y, por supuesto, Randy Clamm. Por no mencionar al capitán Rodríguez y a Jack Hardwick. La cuestión era a quién llamar antes. Decidió que todos podían esperar unos minutos más y llamó a Información para pedir el número del Departamento de Policía de Sotherton, Massachusetts.

Habló con el sargento de guardia, un hombre de voz áspera de nombre Kalkan. Después de identificarse, Gurney explicó que un hombre de Sotherton llamado Richard Kartch era una persona de interés para una investigación de homicidio en el estado de Nueva York, que podría estar en peligro inminente, que aparentemente no tenía teléfono y que era importante que le llevaran un teléfono o que lo llevaran a él a un teléfono, para que pudiera hacerle unas preguntas y advertirle de su situación.

—Conocemos a Richie Kartch —dijo Kalkan.

—Suena a como si hubieran tenido problemas con él.

Kalkan no respondió.

—¿Tiene antecedentes?

—¿Quién ha dicho que era?

Gurney se lo volvió a decir, con un poco más de detalle.

—¿Y esto forma parte de su investigación de qué?

—Dos homicidios, uno en el estado de Nueva York, el otro en el Bronx, mismo patrón. Antes de que los mataran, ambas víctimas recibieron ciertas notas del asesino. Tenemos pruebas de que Kartch ha recibido al menos una de esas mismas comunicaciones, y eso lo convierte en un posible tercer objetivo.

—¿Así que quiere que el loco Richie se ponga en contacto con usted?

—Ha de llamarme de inmediato, preferiblemente en presencia de alguno de sus agentes. Después de hablar con él por teléfono, es posible que solicitemos un interrogatorio de seguimiento con él, con la cooperación de su departamento.

—Enviaremos un coche patrulla a su casa lo antes posible. Deme un número donde pueda localizarle.

Gurney le dio su número de móvil, para así dejar libre la línea de su casa para las llamadas que pretendía hacer a Kline, al DIC y a Clamm.

Kline ya se había ido a casa, igual que Ellen Rackoff, y la llamada fue automáticamente desviada a un teléfono que contestaron al sexto tono, cuando Gurney ya estaba a punto de colgar.

—Stimmel.

Gurney recordó al hombre que había acudido con Kline a la reunión del DIC, el hombre con la personalidad de un criminal de guerra mudo.

—Soy Dave Gurney. Tengo un mensaje para su jefe.

No hubo respuesta.

—¿Está usted ahí?

—Aquí estoy.

Gurney supuso que era lo más parecido a una invitación que iba a conseguir. Así que siguió adelante y le contó lo de las pruebas que confirmaban la relación entre los crímenes uno y dos; el hallazgo, a través de Dermott, de una potencial tercera víctima; y las medidas que estaba tomando por medio del Departamento de Policía de Sotherton para localizarla.

—¿Lo tiene todo?

—Sí.

—Después de informar al fiscal, ¿quiere pasar la información al DIC, o debo hablar yo directamente con Rodríguez?

Se produjo un breve silencio durante el cual Gurney supuso que el adusto y reacio hombre estaba calculando las consecuencias de ambas posibilidades. Conociendo la inclinación al control incorporada en la mayoría de los policías, estaba seguro al noventa por ciento de que recibiría la respuesta que finalmente obtuvo.

—Nos ocuparemos nosotros —dijo Stimmel.

Liberado de la necesidad de llamar al DIC, a Gurney le quedaba Randy Clamm.

Como de costumbre, respondió al primer tono.

—Clamm.

Y como de costumbre, parecía como si tuviera prisa y estuviera haciendo tres cosas mientras hablaba.

—Me alegro de que llame. Acabamos de elaborar una lista triple de problemas en el talonario de cheques de Schmitt (comprobantes de cheques con cantidades pero sin nombres, cheques extendidos pero sin ingresar, números de cheques salteados), desde el más reciente hacia atrás.

—¿La cantidad de 289,87 dólares aparece en alguna de sus listas?

—¿Qué? ¿Cómo lo sabe? Es uno de los cheques extendidos… y sin ingresar. ¿Cómo lo…?

—Es la cantidad que pide siempre.

—¿Siempre? ¿Quiere decir más de dos veces?

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