No cabe duda que para el movimiento revolucionario jugaba un papel importantísimo la expectación popular de un gran libertador, de un futuro «ungido» (Mesías, Cristo) o «rey», de un definitivo enviado y plenipotenciario de Dios. Era algo que la clase dirigente judía prefería silenciar y los teólogos solían pasar por alto, pero en lo que creía el pueblo: merced a la reiterada difusión de las ideas y escritos apocalípticos, la expectación mesiánica había derivado en entusiasmo. Cualquiera que entonces se presentase con pretensiones de liderazgo, automáticamente volvía a suscitar el interrogante: ¿será éste tal vez «el que viene» o, al menos, su precursor? En concreto, la expectación presentaba modalidades muy diferentes: mientras unos esperaban un Mesías político como vástago de David, otros anhelaban un apocalíptico Hijo de hombre, juez universal y redentor del mundo. Todavía en el año 132 d. C, durante la segunda y última sublevación contra los romanos, el jefe zelota Bar Kochba, el «hijo de las estrellas», fue saludado por Aqiba, el más prestigioso rabino de su tiempo, y por otros muchos estudiosos de la Escritura, como el Mesías prometido. Todo finalizó al sucumbir Bar Kochba en la batalla y ser destruida por segunda vez Jerusalén, que se convierte en ciudad prohibida durante siglos para los judíos. Por este motivo, no será tan grato, posteriormente, el recuerdo de Bar Kochba para el judaísmo rabínico.
¿Y Jesús? ¿No estaba su mensaje
muy cerca de la ideología revolucionaria?
¿No logró ejercer sobre los rebeldes zelotas un fuerte poder de atracción? Al igual que los políticos radicales, Jesús espera una mutación básica de la situación, la pronta instauración del reinado de Dios en lugar del orden humano de gobierno. El mundo no está en orden, debe cambiar de raíz. También Jesús critica duramente a los círculos dominantes y a los grandes terratenientes enriquecidos. Ataca los desequilibrios sociales, los abusos legales, la codicia y la dureza de corazón y habla en favor de los pobres, los oprimidos, los perseguidos, los miserables, los olvidados. Polemiza contra los que llevan vestidos elegantes en la corte de los reyes
[16]
, se permite mordaces e irónicas observaciones sobre los tiranos que se hacen llamar bienhechores del pueblo
[17]
y, según la tradición de Lucas, aplica a Herodes Antipas el irrespetuoso apelativo de «zorro»
[18]
. No predica un Dios de poderosos y ricos, sino un Dios de liberación y redención. Profundiza la Ley en distintos puntos y exige de sus discípulos seguimiento incondicional y un compromiso sin concesiones: no mirar atrás cuando se ha echado la mano en el arado
[19]
, no excusarse por negocio, casamiento o entierr
[20]
.
¿Cómo extrañarse, pues, de que Jesús, aun prescindiendo del
Jesus-look
del guerrillero cubano «Che» Guevara, haya influido como revolucionario en tantos otros rebeldes, como el sacerdote revolucionario colombiano Camilo Torres? Los evangelios, indiscutiblemente, no presentan un Jesús suave y dulce de corte paleo o neorromántico ni un «probo» Cristo de iglesia. Nada hace pensar en un inteligente diplomático o en un episcopal «hombre de equilibrio». Los evangelios muestran, más bien, un Jesús decididamente resuelto, perspicaz, inflexible, batallador y polémico cuando es necesario, en todo momento impávido. El había venido a encender fuego en la tierra
[21]
. No temía a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer más
[22]
. Anunciaba la llegada del tiempo de la espada, de un tiempo de extrema necesidad y máximo peligro
[23]
.
A
pesar de todo esto, si se quiere hacer de Jesús un guerrillero, un insurrecto, un agitador y revolucionario político y convertir su mensaje del reino de Dios en un programa político-social, hay que tergiversar y falsear todos los relatos evangélicos, hay que seleccionar unilateralmente las fuentes, hay que trabajar arbitrariamente con dichos de Jesús y creaciones de la comunidad sacados de su contexto, hay que prescindir del mensaje de Jesús como totalidad, hay que proceder, en suma, con fantasía novelesca y no con rigor histórico-crítico
[24]
. Aun cuando hoy esté tan de moda hablar de un Jesús rebelde y revolucionario como lo estuvo en el tiempo de Hitler hablar de un Jesús combatiente, «caudillo» y general, o, como en las arengas bélicas de la primera guerra mundial, de un Jesús héroe y patriota, es necesario decir con toda claridad y sin malentendidos, prescindiendo —por su propio amor— de los gustos del tiempo, que Jesús, así como no fue un hombre del sistema, tampoco fue un revolucionario sociopolítico.
Jesús no anuncia, como los revolucionarios de su época, una teocracia o democracia nacional religioso-política para cuya instauración sea necesaria la violencia, una acción militar o cuasi militar. A él se le puede seguir también sin un expreso compromiso político o sociocrítico. No se da el toque de alarma contra las estructuras represivas, no se propone desde la derecha ni desde la izquierda la caída del gobierno. Espera una subversión por parte de Dios y anuncia la
inmediata soberanía de Dios mismo sobre el mundo
, que ya es determinante en este momento, pero cuya realización sin restricciones hay que esperar sin violencia. No se trata de una revolución activada desde abajo, sino decretada desde arriba, ante la cual es necesario tomar una actitud decidida interpretando los signos del tiempo. Se ha de buscar primero que reine su justicia y todo eso de que los hombres se preocupan se dará por añadidura
[25]
.
Contra las fuerzas de ocupación romanas, Jesús no polemiza ni instiga a la rebelión. Es sorprendente que entre tantos pueblos y ciudades de Galilea que se mencionan como lugares de la actividad de Jesús nunca aparezca la capital y ciudad de residencia de Herodes, Tiberíades (llamada así en honor del emperador Tiberio), ni la ciudad helenista de Séforis. Al «zorro» Herodes se le advierte claramente, para excluir todo malentendido político, de la verdadera misión de Jesús
[26]
. El mismo Jesús rehusa bruscamente encender sentimientos antirromanos
[27]
. La imagen de la espada que aparece en Lucas ha de ser vista en el contexto de la recusación, por parte de Jesús, del empleo de la violencia
[28]
. Todos los títulos susceptibles de interpretación política tendenciosa, como Mesías e Hijo de David, él los evita. En su mensaje del reinado de Dios se echa de menos toda forma de nacionalismo o de resentimiento contra los incrédulos. No hay un solo pasaje en que él hable de la restauración del reino de David en todo su poder y majestad ni texto alguno en que actúe con el objetivo político de alcanzar el poder secular. Al contrario: ninguna ambición política, ninguna estrategia o táctica revolucionaria, ninguna utilización —en línea de realismo político— de su popularidad, ninguna coalición tácticamente inteligente con determinados grupos, ninguna larga marcha estratégica a través de las instituciones, ningún anhelo de acumulación del poder. En lugar de todo ello —y esto no deja de tener relevancia social—, la renuncia al poder, la moderación, la misericordia, la paz: la liberación de esa espiral diabólica de violencia y contraviolencia, de culpa y retribución.
Si la
historia de las tentaciones
[29]
, relatada en lenguaje bíblico simbólico, hubiera de tener un núcleo histórico, se trataría entonces de una única tentación, por otra parte muy comprensible, a la cual se reducirían las tres variantes: la tentación diabólica de un mesianismo político. Tentación a la que Jesús resiste de forma enteramente consecuente no sólo en el contexto de dicha narración, sino a través de toda su actividad pública (esto también se apunta, tal vez, en el apelativo de «satán», que aplica a Pedro)
[30]
. Jesús se mantiene entre uno y otro frente y no se deja monopolizar ni elegir «rey» o jefe por ninguno de los grupos. En ningún caso quiere anticipar o precipitar violentamente el reinado de Dios. Probablemente, esas oscuras frases sobre la «consecución por la fuerza» de ese reinado contra el que se usa la violencia y al que gente violenta quiere arrebatarlo
[31]
, no son otra cosa que una explícita repulsa del movimiento revolucionario zelota.
De esta polémica antizelota, que para los evangelistas se había vuelto ya del todo superflua después del año 70, el año de la catástrofe, también parecen ser una muestra la exhortación a esperar pacientemente la hora de Dios, implícita en la parábola de la semilla que crece sol
[32]
, y la prevención contra los falsos profetas
[33]
.
Sin lugar a dudas, Jesús debió de parecer a los romanos, que se preocupaban muy poco de los conflictos religiosos internos del judaísmo, pero miraban con recelo todo movimiento popular, un individuo políticamente sospechoso y hasta un agitador y revolucionario en potencia. La acusación de los judíos ante Pilato era comprensible y, en apariencia, justificada. En el fondo, sin embargo, era tendenciosa y, en última instancia (los evangelios son unánimes en subrayarlo), falsa. Jesús fue condenado por revolucionario político, pero en realidad no lo fue. Él se entregó a sus enemigos sin resistencia. Todos los investigadores serios de nuestros días están de acuerdo en ello: en ningún lugar aparece Jesús como cabeza de una conjuración política, ni habla al estilo zelota del Mesías Rey, que ha de aniquilar a los enemigos de Israel, o del dominio universal del pueblo israelita. A lo largo de los evangelios aparece más bien como un inerme predicador itinerante, como el médico carismático que cura más que abre heridas. Que alivia la miseria sin perseguir fines políticos. Que a todos y para todos proclama no la lucha armada, sino la gracia y misericordia de Dios. Hasta su propia crítica social, evocadora de los profetas veterotestamentarios, no surge en razón de un programa político-social, sino como clara consecuencia de una nueva concepción de Dios y del hombre.
El relato de la
entrada en Jerusalén
sobre un borrico
[34]
, sea o no un acontecimiento histórico, lo caracteriza perfectamente: Jesús no monta el caballo blanco del vencedor, el animal símbolo de los dominadores, sino la cabalgadura de los pobres y los débiles. El episodio que acto seguido cuentan los sinópticos, la
purificación del templo
[35]
(narrada por Mateo y por Juan, al igual que el episodio de la entrada, con cierto énfasis respecto a Marcos, aunque también un tanto exagerada por el mismo Marcos por razones de plasticidad narrativa), no pudo adquirir en ningún easo las dimensiones de un tumulto, pues una cosa semejante habría tenido como consecuencia inmediata la intervención de la policía del templo y de la cohorte romana de la Torre Antonia, situada en el ángulo noroeste del vestíbulo del templo. Sea cual fuere el fondo histórico de la narración (algunos exégetas dudan de su historicidad, si bien se basan en argumentos no suficientemente probatorios), las fuentes dejan en claro que no se trata de un acto típicamente zelota, de una simple prueba de fuerza o de una abierta rebelión. Jesús no se propuso la expulsión definitiva de todos los mercaderes, ni la toma de posesión del templo, ni su reorganización y la de los sacerdotes al estilo de los zelotas. Obviamente se trató de una provocación deliberada, de un acto simbólico, de un gesto profético individual, para condenar demostrativamente tal actividad comercial, así como a los jerarcas que se lucraban de ella, y salvar la sacralidad del lugar como casa de oración. No por ello se debe minimizar esta condena, que tal vez está conectada con las amenazas contra el templo y las promesas a los paganos
[36]
. Fue, de hecho, un patente acto de provocación a la jerarquía y a los círculos pecuniariamente interesados en el barullo de las peregrinaciones.
Lo cual demuestra una vez más que Jesús no fue un hombre del
establishment
. Todo lo que en el curso de nuestras primeras reflexiones hemos puesto en evidencia queda ratificado. Jesús no fue un conformista, un apologeta del sistema establecido, un defensor de la calma y el orden. Sino que estimuló y exigió una decisión. En este sentido, él trajo la espada: no la paz, sino la disensión, a veces hasta en el seno de la familia
[37]
. Cuestionó en sus fundamentos el sistema religioso-social judío, el orden vigente de la Ley y del templo; por eso, en este sentido, tuvo su mensaje consecuencias políticas. Pero dentro de ello, a la vez, no hay que perder de vista que para Jesús la
alternativa
del sistema, del
establishment
, del orden vigente
no
es exactamente
la revolución político-social
. Más que el «Che» Guevara, que exaltó románticamente la violencia como partera de la nueva sociedad
[38]
, y Camilo Torres, pueden remitirse a él Gandhi y Martín Lutero King.
Los revolucionarios zelotas no se contentaban con hablar, querían actuar. Frente al inmovilismo y a la obsesión de poder del
establishment
, no sólo pretendían interpretar la realidad teológicamente, sino cambiarla políticamente. Querían comprometerse, ser consecuentes. Buscaban la correspondencia del ser y el obrar, de la teoría y de la praxis. Y ser consecuente, ser coherente quiere decir ser revolucionario
[39]
. Eran «radicales», querían afrontar el problema de «raíz», asumir activamente la responsabilidad del mundo para acomodarlo a la verdad. Así, dentro de este radicalismo, perseguían la realización definitiva del
ésjaton
, del reinado de Dios, y ello, de ser necesario en el nombre de Dios, con la fuerza armada.
Jesús no aprobó ni los métodos ni los fines del radicalismo revolucionario de los zelotas, que en el derrocamiento del poder antidivino del Estado romano veían una especie de imperativo divino, pero, en última instancia, estaban motivados por un empeño restaurador (la reconstitución nacionalista del gran reino davídico). Jesús fue distinto, provocando incluso a los de este lado, el lado revolucionario. El no predicó ninguna revolución, ni de derechas ni de izquierdas: