Ser Cristiano (88 page)

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Authors: Hans Küng

Tags: #Ensayo, Religión

BOOK: Ser Cristiano
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4. Tras estas reflexiones sobre la preexistencia puede comprenderse mejor
la relación entre Dios y Jesús
. Como hemos visto, el Nuevo Testamento concibe la dignidad divina de Jesús primariamente en un sentido funcional, no físico o metafísico. Es cierto que tal dignidad caracteriza a la persona de Jesús en su esencia, pero no como un enunciado ontológico abstracto («cristología esencial»), sino como un enunciado soteriológico para nosotros los hombres («cristología funcional»). Más tarde, explicada por medio de los conceptos filosóficos de la época, fue interpretada metafísicamente. No se disponía de otros instrumentos conceptuales. Sólo que desde la perspectiva actual es preciso decir que los conceptos helenísticos eran en parte inadecuados para expresar el mensaje originario
[54]
. Mas ¿no eran imprescindibles? Pese a la insuficiencia de los recursos conceptuales y a las injerencias de la política imperial, los primeros concilios ecuménicos —que, a diferencia de otros que les siguieron, no se ocuparon de cuestiones periféricas, sino del núcleo del mensaje cristiano— consiguieron preservar este núcleo del descuido de cualquiera de sus dos elementos, el divino o el humano. No hay que engañarse: fue el celo pastoral, y no el afán de especulación teológica o de elaboración de dogmas, el que motivó sus definiciones
[55]
.

Definiendo contra Arrio «la identidad de naturaleza»
(homoousía)
de Jesús con Dios Padre, el primer
Concilio
ecuménico de
Nicea
(325), de gran importancia histórica, evitó que se introdujera subrepticiamente en el cristianismo una nueva forma de politeísmo: en Jesús no está presente un segundo dios o un semidiós, sino el único Dios verdadero. Toda nuestra redención depende de este hecho: que en Jesús se encuentra el Dios que es realmente Dios.

Veinte años después de que en el Concilio de Efeso, dominado por la personalidad de Cirilo de Alejandría, dada la ambigüedad de sus declaraciones, corriera la verdadera humanidad de Jesús el peligro de ser anulada por la única (omni-absorbente) naturaleza divina, el
Concilio de Calcedonia
(451), por influjo de una carta del papa León Magno redactada en equilibrados términos teológicos, acentuó mediante una serie de fórmulas paradójicas la «consustancialidad con nosotros» juntamente con la «consustancialidad con el Padre»
[56]
. De este modo se evitó, al menos en el plano de los principios, que la plena humanidad de Jesús, constantemente amenazada, fuera sacrificada en aras de la naturaleza divina
[57]
.

Desde Calcedonia hasta nuestros días el entero proceso de la cristología dogmática
[58]
se desarrolla bajo el signo de la fórmula divino-humana:
«verdadero Dios» (veré Deus)
y
«verdadero hombre» (veré homo)
. Tras el (importante) desarrollo patrístico y el (menos importante) desarrollo medieval, tal proceso alcanzó en la Edad Moderna su último punto culminante y lo que podríamos llamar «su recapitulación» en la filosofía de la religión de Hegel
[59]
. Se trata, en conjunto, de una cristología esencialmente especulativa («desde arriba»), que acentúa la divinidad de Jesús y que, tras la muerte de Hegel (con la
Vida de Jesús
de David Friedrich Strauss), se iba a transformar en una cristología histórica («desde abajo»), que hace hincapié en la humanidad de Jesús. A la cristología «excelsa» sucede la «humilde» investigación de la vida de Jesús
[60]
.

Según el Nuevo Testamento no es posible la una sin la otra. No hay un Jesús de Nazaret que no sea anunciado como el Cristo de Dios. Y no hay un Cristo que no se identifique con el hombre Jesús de Nazaret. Por consiguiente, ni una jesuología ateológica, ni una cristología ahistórica. El hecho de que el nombre de Jesús y el título de Cristo se hayan unido para formar un único nombre propio es clara muestra de que para el Nuevo Testamento el verdadero Jesús es el Cristo de Dios y el Cristo verdadero, el hombre Jesús de Nazaret: ambos aspectos fundidos en una unidad, «Jesucristo». Que en la historia de Jesucristo están verdaderamente presentes Dios y el hombre, es algo que hay que guardar aún hoy como patrimonio irrenunciable de la fe. Incluso (y sobre todo) cuando de nuevo se intenta, como aquí, inducir y reintepretar desde abajo —tal como se hizo originariamente —la filiación divina, la preexistencia, la mediación en la creación y la encarnación, en vez de postularlas y deducirlas teológicamente desde arriba.

El Nuevo Testamento, pues, no avala una interpretación actual de la historia de Jesucristo en que éste sea «sólo Dios»: un Dios sin deficiencias ni debilidades humanas, un Dios que discurre sobre la faz de la tierra. Y tampoco «sólo hombre»: un predicador, profeta o maestro de sabiduría, un símbolo o paradigma de experiencias humanas fundamentales. Tras las precisiones negativas anteriores podemos ahora aventurar, sobre el trasfondo de todo lo que sobre Jesús hemos expuesto en esta sección tercera, una paráfrasis positiva actualizada, sin duda falible, de la antigua fórmula «verdadero Dios y verdadero hombre»:

Verdadero Dios.
Toda la importancia de lo que sucedió en y con Jesús de Nazaret radica en el hecho de que en Jesús (el cual se presentó a los hombres como abogado, vicario y representante de Dios y que como crucificado fue confirmado por Dios y resucitado a la vida) se acercó a los creyentes, actuando, hablando, interviniendo y revelándose definitivamente el mismo Dios, el Dios amigo del hombre. Todas las afirmaciones de aquel tiempo, revestidas a menudo de formas mitológicas o semimitológicas, sobre la filiación divina, la preexistencia, la mediación en la creación y la encarnación no pretenden en último término más que fundamentar la originalidad, la irreductibilidad y la insuperabilidad de la llamada, la oferta y la pretensión que se concretan en y con Jesús, que en última instancia no son de origen humano, sino divino, y, por lo mismo, afectan incondicionalmente a los hombres, mereciendo toda su confianza
.

Verdadero hombre.
También es preciso subrayar hoy, contra toda tendencia de deificación total, que Jesús fue plena e íntegramente hombre, sin reducción alguna y con todas sus consecuencias (posibilidad, miedo, soledad, inseguridad, tentaciones, dudas, posibilidad de error). Y no un mero hombre, sino el verdadero hombre. Como tal ofreció (según aquí se ha expuesto al hablar de la verdad que exige verificación y de la unidad entre teoría y praxis, entre confesión y seguimiento y entre fe y acción) a través de su predicación, comportamiento y destino un modelo de humanidad que permite a todo el que se ajuste a él con plena confianza descubrir y realizar el sentido de ser hombre y de ser libre en una vida de entrega a los demás. En cuanto confirmado por Dios, Jesús representa así el criterio último, seguro y permanente del ser hombre
.

De este modo queda también claro, indirectamente, que no espreciso suprimir un solo ápice de la verdad cristológica de los antiguos concilios, respaldada realmente por el Nuevo Testamento, aunque haya que intentar continuamente traducirla del contexto sociocultural del helenismo al horizonte conceptual de nuestro tiempo. Según el Nuevo Testamento, el
ser cristiano
no consiste en aceptar este o aquel dogma sobre Cristo por excelso que sea,
ni
en abrazar una
cristología
o
teoría sobre Cristo, sino
en
creer en Cristo
y en
seguirlo
. Y en interés de la fe en Cristo y del seguimiento de Cristo hoy se puede y se debe volver a hablar de Jesús en términos realistas, abandonando el estilo de las antiguas inscripciones y alocuciones solemnes, abandonando sobre todo el estilo helenizante de los símbolos de fe conciliares y adoptando, en cambio, el estilo de los evangelios sinópticos y del lenguaje contemporáneo, tal como se ha intentado hacer en los capítulos precedentes.

Pero ¿no contienen precisamente los evangelios sinópticos, sobre todo en lo referente a la concepción y al nacimiento de Jesús, numerosos elementos mitológicos o semimitológicos? ¿No emplean a menudo la forma literaria de antiguas leyendas y sagas, tan irrepetibles hoy como las complicadas fórmulas teológicas helenísticas sobre la encarnación?

d) Nacido de mujer

Si por cualquier motivo alguien se escandalizara de este título, debería tener presente para empezar que se trata de la afirmación neotestamentaria más antigua respecto al nacimiento de Jesús de María
[61]
.

En Mateo
[62]
y Lucas
[63]
, los
relatos del nacimiento
están ilustrados con historias sueltas, al estilo popular. Tales relatos fueron importantes para el posterior desarrollo de la piedad cristiana y del calendario litúrgico: nueve meses antes de la Navidad (precedida de las cuatro semanas de Adviento), la fiesta de la Anunciación de María (el 25 de marzo); después de Navidad, las fiestas de los Inocentes (28 de diciembre), de la Circuncisión (1 de enero), de la Epifanía (6 de enero), de la Presentación en el templo (2 de febrero). Mateo y Lucas informan al lector sobre algo que todavía no interesa a Marcos y volverá a ser indiferente para Juan, pero que Mateo y Lucas ponen como pórtico maravilloso de sus grandes evangelios: genealogía y padres de Jesús, concepción por obra del Espíritu y nacimiento virginal, acontecimientos de Belén y años de juventud en Nazaret.

Los mismos exégetas católicos admiten hoy
[64]
que se trata de relatos de escaso valor histórico, contradictorios entre sí, marcadamente legendarios y, en suma, basados en los motivos teológicos particulares del evangelista. En contraste con lo que ocurre en el Testo de la vida de Jesús, aquí suceden muchas cosas en sueños y los ángeles andan yendo y viniendo continuamente (cual mensajeros celestes de Dios para acontecimientos importantes, en una época con aguda conciencia de la trascendencia divina; recuérdese, p.e., el veterotestamentario «ángel del Señor»). Presentan contradicciones insalvables, tanto en las dos genealogías de Jesús, que únicamente concuerdan desde Abraham a David (basándose en listas judías)
[65]
, como en otros muchos puntos. Mientras Mateo parece no saber nada de Nazaret como lugar de residencia de la madre de Jesús, Lucas desconoce los hechos sensacionales (evidentemente legendarios y no atestiguados por las fuentes profanas) de la visita de los Magos, la matanza de los inocentes en Belén y la huida a Egipto. Además, apoyadas en razones históricas, hay algunas dudas sobre el parentesco de Jesús con Juan Bautista, sobre la coincidencia del nacimiento de Jesús con el censo y sobre el hecho de que Jesús naciera en Belén.

Aunque no se puede excluir que Mateo y Lucas hayan utilizado materiales históricos, es evidente que no nos hallamos ante relatos históricos. Se trata de algo más: de relatos ordenados a la profesión de fe y a la predicación, que probablemente procedían de las comunidades judeocristianas y fueron reelaborados por Mateo y Lucas para ponerlos como prólogo de sus Evangelios. La intención de tales relatos es
proclamar y fundamentar a posteriori
(en mirada retrospectiva, desde la fe pascual)
la mesianidad de Jesús
, cosa que se efectúa en dos formas:

a)
Jesús como
Hijo de David
. La providencial descendencia y la legitimidad del título de Hijo de David se prueban genealógicamente: mediante un árbol genealógico que va desde David hasta José (¡no hasta María!), padre legal de Jesús, según el esquema simbólico 3 X 14 en Mateo y, probablemente, 11 X 7 (¿Jesús como duodécimo y último período del mundo?) en Lucas.

b)
Jesús como
nuevo Moisés
. El destino providencial del niño se expresa siguiendo el modelo de los antiguos relatos judíos sobre Moisés (las llamadas
haggadás
del Antiguo Testamento). Recogido está tanto el motivo de la salvación de Moisés del poder del Faraón ( = Herodes) como el de la huida (laEgipto!). En expresivo contraste con la matanza de los inocentes por orden de Herodes, se narra el episodio de la llegada de los Magos paganos, que se desarrolla en un horizonte indiscutiblemente histórico: Israel y Ios-gentiles toman actitudes opuestas ante el anuncio del Mesías Jesús, realizado por la comunidad. Mateo subraya este contraste mediante citas del Antiguo Testamento que ponen de relieve el carácter soteriológico de todo el proceso: mientras Israel se cierra al Mesías Jesús, que le había sido asignado como segundo Moisés, los paganos vienen en su búsqueda. También los relatos lucanos de la infancia, tan diferentes, están estructurados según modelos veterotestamentarios: la escena de la anunciación está llena de reminiscencias incluso textuales; otro tanto ocurre con los tres cánticos de María, Zacarías y Simeón, que probablemente proceden de una tradición judeocristiana y son reflejo de la poesía veterotestamentaria.

Aunque los relatos del nacimiento no están redactados p«r un historiador, pueden ser verdaderos a su modo, como ya se ha expuesto
[66]
; pueden proclamar una verdad
[67]
. Por estar ordenados a la predicación y la profesión de fe, los relatos del nacimiento
no pretenden comunicar directamente una verdad histórica, sino una verdad salvífica
: el mensaje de la salvación de los hombres en Jesús. Presentado en forma de historia natalicia (legendaria en sus pormenores) de un niño en un pesebre de Belén, el mensaje resulta más plástico y, por tanto, más eficaz que un certificado de nacimiento fielmente datado y localizado.

La desvirtuación del mensaje y de la fiesta de Navidad no se debe a la crítica histórica, que trata de hallar el mensaje auténtico, sino a dos factores distintos: a un romanticismo lánguido que ha hecho de la Navidad una especie de idilio sin dimensión social y a una secularización comercializada de la fiesta. ¡Como si el «dulce niño de cabellos rizados» —no el de Lucas y Mateo, sino el de la iconografía— hubiera estado sonriendo continuamente y en su indigencia (a la que sin asomo de crítica o protesta social aluden el pesebre y los pañales) no hubiera llorado humanísimamente! ¡Como si el salvador de los miserables, naciendo en un establo, no hubiera dado a entender claramente que tomaba partido por los innominados (pastores) frente a los que ostentaban el sobrenombre de grandes (Augusto, Quirino)! ¡Como si el
Magníficat
de la muchacha «favorecida» no profetizara incisivamente una inversión de los valores sociales, anunciando la humillación de los poderosos, la exaltación de los humildes, el hartazgo de los hambrientos y el despido de los ricos! ¡Como si la encantadora noche del «recién nacido» permitiera prescindir de lo que treinta años más tarde sería su obra y su suerte, y el niño del pesebre no llevara ya en la frente la señal de la cruz! ¡Como si en las escenas de la anunciación a María y a los pastores, centro de todo el relato navideño, no se expresara ya la plena profesión de fe de la comunidad (como más tarde en el proceso ante el tribunal judío) mediante una serie de títulos mesiánicos (Hijo de Dios, Salvador, Mesías, Rey, Señor) que se atribuyeron al niño y no al emperador romano, a quien expresamente se menciona! ¡Como si en lugar de la ilusoria
Pax romana
, lograda a base de la elevación de los impuestos, la carrera de armamentos, la opresión de las minorías y el miedo a la pérdida del bienestar, no se anunciara aquí «con gran alegría» la verdadera
Pax Christi
, basada en una nueva ordenación de las relaciones interhumanas bajo el signo de la benevolencia de Dios y de la fraternidad entre los hombres!

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