2. Pero, ¿qué hombre razonable quiere
hoy
llegar a ser Dios?
[20]
. Algunas máximas patrísticas que enardecían entonces, como «Dios se ha hecho hombre para que el hombre se haga Dios», tropiezan hoy con una incomprensión casi total. El tema del intercambio entre Dios y el hombre (o el de las dos «naturalezas»), tan candente en la época helenística, carece de interés en una época que con tanta intensidad siente la ausencia de Dios, el «eclipse de Dios». El problema actual no es tanto la divinización del hombre cuanto
su humanización
. El Nuevo Testamento no siempre interpreta lo acontecido en Jesús de Nazaret (y con él) como encamación de Dios o, más exactamente, del Hijo o de la Palabra de Dios. Si esta interpretación ha de tener sentido para el hombre actual, sólo lo logrará en tanto en cuanto diga algo para la humanización del hombre.
Invirtiendo la perspectiva, sin embargo, y dadas las enormes posibilidades del hombre moderno, ¿no hay en el proceso de emancipación por propia voluntad humana una tentación mucho más seria de «ser como Dios», que, como ya se describe en el libro del Génesis, es la tentación originaria del hombre?
[21]
. Y esos hombres «emancipados» que militan ardorosamente por la abolición de Dios, ¿no son de ordinario los que quieren ocupar ese puesto que al parecer ha quedado vacío y constituirse en lugartenientes de Dios, para «discernir el bien y el mal» de ellos mismos y de la sociedad? En esta nuestra sociedad moderna, ¿acaso no abundan los poderes y sistemas anónimos que aspiran a desempeñar el papel de la divina providencia ? La multiforme deshumanización del hombre a nivel individual y social unida a la moderna desdivinización de Dios y las deshumanizantes divinidades que lo han sustituido (partido, Estado, raza, ciencia, dinero, culto a la personalidad, poder) muy bien pueden dar motivo de mayor apertura a la antigua verdad de que sin Dios no es posible una verdadera humanización del hombre en la esfera individual y social
No se trata, como el ateísmo siempre teme sobre la base de muchas predicaciones erróneas, de una humanización del hombre por obra de un Dios prepotente que empequeñece al hombre y oprime su libertad, pero que en realidad está cortado a nuestra imagen y semejanza. Se trata, al contrario, como paradigmáticamente revela la cruz, de una humanización del hombre por obra de un Dios in-potente que humaniza al hombre y posibilita su libertad, cual se ha revelado con toda su benevolencia —tema en que insisten los relatos navideños— en Jesús niño. En este Jesús, como muchos hombres en concreto han experimentado y enseña la fe, obra el mismo Dios. En él, como hemos visto, la Palabra y la voluntad de Dios se han revelado, hecho «carne».
Por consiguiente, para entender esto correctamente es preciso no referirlo en exclusiva al
punctum mathematicum
o
mysticum
de la concepción o del nacimiento de Jesús. Como han puesto de manifiesto los anteriores capítulos, la Palabra y la voluntad de Dios se han hecho carne y tomado forma humana en
toda
la vida de Jesús, en
toda
su predicación, comportamiento y destino: Jesús
proclamó, manifestó y reveló
la Palabra y la voluntad de Dios con toda su persona, en todas sus palabras, acciones y sufrimientos. Puede decirse aún más: dado que en Jesús coinciden plenamente palabra y obra, doctrina y vida, ser y actuar, él es corporalmente,
en forma humana, la Palabra y la voluntad de Dios
[22]
.
En esta amplia perspectiva global, no especulativa, sino histórica, es también hoy comprensible que Pablo y la tradición paulina ya concibieran a Jesús como revelación de la fuerza y sabiduría de Dios
[23]
, como cabeza y señor de la creación
[24]
, como imagen y semejanza de Dios
[25]
, como «sí» de Dios
[26]
. Y que Juan lo caracterizara no sólo como Palabra de Dios
[27]
, sino, indirectamente, como igual a Dios
[28]
; más aún, como Señor y Dios
[29]
. En esta perspectiva es posible entender también afirmaciones tan difíciles y profundas como «Dios estaba en Cristo y reconcilió el mundo consigo»
[30]
. «en Cristo habita corporalmente la plenitud total de la divinidad»
[31]
, «la Palabra de Dios se hizo carne»
[32]
. Como es natural, estas fórmulas se prestan a malentendidos que es preciso evitar.
En ningún lugar del Nuevo Testamento se expone una doctrina mitológica bi-teísta: Dios es uno, y no se puede hablar de Dios simplemente como se habla del hombre ni se puede hablar del hombre simplemente como se habla de Dios. Tampoco hay pasajes que identifiquen al Hijo con el Padre (monarquianismo, sabelianismo): el Hijo no es simplemente el Padre ni el Padre es simplemente el Hijo.
1. No siendo posible una simple dualidad ni una mera identidad, ¿cómo se puede expresar positivamente la relación de Jesús con Dios? Podemos formularlo del siguiente modo: el
verdadero hombre
Jesús de Nazaret es para la fe
revelación
real del único
Dios verdadero
.
Así lo pone de manifiesto sobre todo el Evangelio de Juan: puesto que el Padre conoce al Hijo y el Hijo al Padre
[33]
, puesto que el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre
[34]
, puesto que, consiguientemente, el Padre y el Hijo son uno
[35]
, puede decirse que quien ve al Hijo ve al Padre
[36]
. Aquí no hay mitología, ni mística, ni metafísica, sino una afirmación escueta y fundamental: en la actuación y en la persona de Jesús Dios sale al encuentro, se manifiesta, aunque no de forma perceptible para el observador neutral, pero sí para el hombre que cree y se entrega confiadamente a Jesús.
Así, pues, en Jesús Dios se muestra como realmente es. En él muestra en cierto modo su rostro. Como hemos visto
[37]
, el Dios del Antiguo Testamento, en contraste con el Dios de la metafísica griega, es un Dios con propiedades, un Dios con rostro humano. Y este rostro humano lo muestra, manifiesta y revela el hombre Jesús de Nazaret en toda su existencia, en sus palabras, obras y sufrimientos. Directamente se puede llamar a Jesús
faz o rostro de Dios
o, como en el Nuevo Testamento,
imagen
o
semejanza
de Dios
[38]
. Lo mismo se expresa en otros términos diciendo que Jesús es la
Palabra de Dios
y, en definitiva, el
Hijo de Dios
. Con estos términos-imagen se pretende expresar tanto la peculiar relación del Padre con Jesús y de Jesús con el Padre, como la peculiar relación de Jesús con los hombres: su obra y su significado como revelador de Dios para la salvación del mundo. Desde este punto de vista se entiende por qué de hablar de Cristo Jesús se pasó fácilmente a hablar o Cristo Jesús, y por qué la fe y la confesión fueron siempre acompañadas de la aclamación, la invocación y la oración.
2. Antes de aventurar nuevas precisiones que resumidamente aclaren la relación entre Dios y Jesús, parece oportuno hacer algunas consideraciones sobre la idea de
preexistencia
, es decir, sobre la existencia del Hijo de Dios en la eternidad de Dios previa a la encarnación. Esta idea es hoy difícil de ratificar. En los primeros siglos ocurría todo lo contrario —y sólo así cabe comprender esta idea teológica—: flotaba en el ambiente
[39]
. No sólo la fomentaba la especulación judía, en especial la de Filón, sobre la eterna Sabiduría de Dios; también la fomentaban las concepciones apocalípticas del futuro Hijo de hombre, ya preexistente escondido en Dios, así como las ideas rabínicas sobre la preexistencia de la Tora, del paraíso y del nombre mesiánico, y, finalmente, las especulaciones gnósticas sobre la preexistencia de las almas humanas, caídas en la materia y que luego el proto-hombre divino recoge, redime de la materia y devuelve al mundo de Dios. En este último punto, de todos modos, es difícil reconstruir las ideas originales gnósticas, dado que no se puede excluir en textos gnósticos la influencia cristiana.
En un clima espiritual semejante tenían que parecer sumamente plausibles las ideas referentes a una preexistencia de Jesús, Hijo y Palabra de Dios, en la eternidad divina. Ni siquiera eran precisas revelaciones directas al respecto. Las reflexiones teológicas eran obvias. Se encuentran no sólo en el prólogo de Juan, sino también en su Evangelio
[40]
. Y, todavía mucho antes (lo que es probablemente la más antigua afirmación de la preexistencia de Jesús junto a Dios), en el himno a Cristo de la carta a los Filipenses, sin duda prepaulino
[41]
, también en textos del mismo Pablo sobre la creación del mundo en Cristo
[42]
y, en fin, algo más desarrolladas, en la tradición paulina
[43]
.
Como es obvio, en estos casos la línea de pensamiento no va del principio al fin, sino
del fin al principio
. Se decía: si en la perspectiva de Dios el Crucificado y Resucitado a la vida tiene una significación tan única, fundamental y decisiva, ¿no debe haber estado siempre en el pensamiento de Dios? Por consiguiente, quien es meta de la creación y de la historia, ¿no debe haber estado desde siempre en el plan eterno de la creación y salvación divinas? Quien está ahora como Hijo ¿no debe haber estado junto a él desde la eternidad como Hijo y como Palabra? Quien es último es también el primero
[44]
. Aquel en quien se ha manifestado el fin de todas las cosas es reconocido como el principio de todas las cosas; todas las cosas se orientan a él, en él han sido creadas y en él subsisten
[45]
. Se suceden las épocas y las generaciones, cambian las doctrinas y los jerarcas de la Iglesia, pero Cristo Jesús es el mismo hoy que ayer y será el mismo para siempre
[46]
.
La diferencia entre preexistencia ideal y real era de escaso interés para una época que, por influencia de Platón, consideraba reales las ideas. Era
natural pensar en categorías helenistas físico-metafísicas
. Con todos los conceptos e ideas disponibles en el horizonte intelectual de la época se intentaba expresar el incomparable significado de lo acontecido con y en Jesús. El elemento mítico desempeñó un papel importante, pero nunca llegó a imponerse por completo, porque toda la legalidad cósmica encontraba sus límites en la historia concreta del hombre Jesús de Nazaret y se quebraba ante su cruz.
De este modo, aun las más especulativas y mitológicas afirmaciones sobre la preexistencia del Hijo divino no pudieron mantenerse en su propia órbita. Siempre se vieron automáticamente
confrontadas
con la indiscutible
realidad de la cruz
. El prólogo de Juan, redactado en forma de himno, que presenta junto a Dios a la Palabra por la que todo fue hecho, alcanza su punto culminante en el «y el Verbo se hizo carne» y, por tanto, en el «no lo conocieron» y «no lo recibieron»
[47]
. El antiguo himno de la carta a los Filipenses, que habla del que tenía categoría de Dios, no se queda ahí, sino que en Pablo pasa inmediatamente «al despojo de su rango», al anonadamiento y a la obediencia hasta la muerte de cruz
[48]
. Las elevadas sentencias de la carta a los Colosenses sobre la creación en Cristo sólo conducen a la reconcialición y la paz a través de la sangre de Cristo
[49]
. Y hasta el relato de la Navidad, en apariencia idílico, y las solemnes afirmaciones y cánticos que Lucas dedica a María y el niño están bajo la sombra de la cruz
[50]
.
¿Por qué, pues, ya en la misma época del Nuevo Testamento se sacan conclusiones teológicas respecto a una preexistencia del Hijo de Dios en la eternidad de Dios? No para hacer sutiles especulaciones sobre Dios y el mundo, sino para poner de relieve la
pecidiarísima pretensión
de este Jesús crucificado y ahora vivo y fundamentarla a la praxis cristiana. Aquellas concepciones míticas de la época sobre la existencia celeste, pretemporal y ultramundana de un ser procedente de Dios, sobre una «historia de dioses» protagonizada por dos (o incluso tres) seres divinos, ya no pueden ser las nuestras. Sin embargo, lo que con tales esquemas se intentaba en el fondo expresar, eso, aun en el tan distinto horizonte experiencial de hoy, sigue siendo digno de toda consideración.
3. ¿Qué interés se oculta bajo las ideas de preexistencia? Se pretende expresar gráficamente que la
relación entre Dios y Jesús
no surge
a posteriori
y, por decirlo así, de forma casual, sino que
existe de antemano
y
está fundada en el mismo Dios
. Aun cuando hoy la formulemos de otra manera, tal preocupación no debe perderse de vista
[51]
. En lo tocante a la preexistencia, hoy tan difícil de asimilar, conviene tener en cuenta los siguientes aspectos: