Pese a su escepticismo frente a determinados relatos de milagros, los exégetas más críticos están hoy de acuerdo en que no se puede rechazar como ahistórica la lista total de esos milagros. A pesar de los numerosos retoques y superposiciones de elementos legendarios, se admite umversalmente lo siguiente:
1. Ciertamente debieron de acaecer
curaciones de enfermos de distinto tipo
, que al menos para los hombres de aquel tiempo fueron sorprendentes. En parte se trataba, sin duda, de enfermedades psicógenas, ya que en la Antigüedad, presumiblemente, bajo la única etiqueta de «lepra» aparecían otros determinados males psicógenos de la piel. La acusación de magia (expulsión de los demonios por poder del jefe de los demonios, Belcebú), lanzada varias veces contra Jesús y con toda seguridad (en razón de su carácter escandaloso) no inventada por los evangelistas, resulta inexplicable, si no es en base a unos acontecimientos auténticos que la motivasen. Acompañadas de curaciones estuvieron también las disputas sobre el sábado, históricamente indiscutibles. No existe, pues, razón alguna para eliminar de la tradición el elemento terapéutico.
Algunas curaciones, empero, siguen aún hoy sin tener explicación clínica. Y eso que la medicina actual reconoce más que nunca el carácter psicosomático de gran parte de las enfermedades y sabe de prodigiosas curaciones desencadenadas por extraordinarios influjos psicológicos, por una confianza ilimitada, por «fe», en suma. De otra parte, la más antigua tradición evangélica conoce casos en que Jesús, como en su pueblo, Nazaret, no pudo obrar ningún milagro por falta de fe y de confianza
[4]
. Sólo recibe quien cree. Las curaciones de Jesús nada tienen que ver con la magia y el encantamiento, en los que el hombre es manipulado contra su voluntad. Más que nada son una llamada a la fe
[5]
, que a veces se presenta como el auténtico milagro, ante el cual es secundaria la curación misma
[6]
. Las historias de curaciones del Nuevo Testamento han de ser interpretadas como historias de fe.
2. En especial debieron de darse
curaciones de «endemoniados»
. También este elemento, el exorcismo, sería excluido sin razón del conjunto tradicional. La enfermedad era puesta muchas veces en relación con el pecado, y el pecado con el demonio. Consiguientemente, esas enfermedades que llevan a un fuerte trastorno de la personalidad humana, las enfermedades mentales con síntomas especialmente aparatosos (la boca espumeante de la epilepsia, por ejemplo), eran atribuidas entonces, al igual que muchos siglos después, a un demonio alojado en el organismo del hombre. Al faltar establecimientos psiquiátricos, era normal y frecuente encontrarse en plena calle con enfermos mentales, que, obviamente, no podían seT dueños de sí mismos. La curación de tales enfermedades, como la del poseso furioso en la sinagoga
[7]
o la del epiléptico
[8]
, era considerada como una victoria sobre el demonio, ya que éste tenía al enfermo en su poder.
No sólo en Israel, sino en todo el mundo antiguo, se creía en los demonios y se les temía. Cuanto más lejos está Dios, tanto más necesarios se hacen los seres intermedios entre el cielo y la tierra, buenos y malos. No pocas veces se ha especulado sobre toda una jerarquía de malos espíritus bajo la jefatura de Belial o Belcebú. En todas partes, y en todas las religiones, magos, sacerdotes y médicos se han ocupado de anatematizar y expulsar demonios. El Antiguo Testamento es, respecto a la creencia en los demonios, bastante reticente. No obstante, desde el 538 al 331 Israel formó parte del gran Imperio persa, cuya religión era dualista y sostenía la coexistencia de un dios bueno, origen de todo bien, y un dios malo, del que deriva todo mal. La influencia es innegable, y de hecho la creencia en los demonios llega a tomar notorio relieve en el contexto de la fe en Yahvé, como un momento, tardío y secundario, que declina en el judaísmo posterior y que hoy no desempeña ya papel alguno.
En un tiempo de masiva creencia en los demonios, no deja traslucir Jesús ningún síntoma de un posible dualismo persa encubierto, que contemplaría a Dios y al diablo luchando en el mismo plano por el dominio del mundo y del hombre. El predica simplemente la buena noticia del reinado de Dios, no el terrorífico mensaje del reinado de Satán. No muestra realmente ningún interés por la figura de Satán o del diablo ni por las especulaciones sobre el pecado y caída de los ángeles. No desarrolla ninguna teoría sobre los demonios. Nunca se advierten en él gestos sensacionalistas, determinados ritos, fórmulas mágicas o manipulaciones, usuales en los exorcistas judíos y helenistas de su tiempo. Pone en conexión con los demonios la enfermedad y la posesión, mas no toda clase de males y pecados, ni los poderes políticos, ni a quienes los ostentan. Ante todo, las curaciones y expulsiones de demonios por Jesús son un signo de que el reinado de Dios está cerca, de que el poderío del demonio está tocando a su fin. Por eso ve Jesús, según Lucas, caer a Satán de lo alto como un rayo
[9]
.
Así entendida, la expulsión de los demonios, o sea, la liberación del hombre de su posesión, no representa un acto mitológico cualquiera. Más que nada representa un episodio de des-demonización y des-mitologización del hombre y del mundo, la liberación y vuelta del hombre a su verdadera condición de criatura y humanidad. El reinado de Dios es creación saludable. Jesús libera a los posesos de sus coacciones psíquicas y rompe el círculo vicioso de perturbación mental, creencia en los demonios y proscripción social.
3. Finalmente, otros relatos de milagros pueden haber tenido cuando menos una
ocasión histórica
. La narración de la tempestad calmada pudo estar basada en el salvamento de un naufragio gracias a la oración y a los gritos de socorro. La de la moneda en la boca del pez puede provenir de la exhortación de Jesús a pescar un pez para pagar los impuestos obligatorios del templo. Evidentemente, todo esto no son más que hipótesis. El motivo eventual exacto no se puede reconstruir, sencillamente porque al narrador no le interesaba. Lo que para éste contaba era el testimonio, cuanto más incisivo mejor, en favor de Jesús el Cristo.
Bajo esta perspectiva no hay por qué extrañarse de que los hechos acaecidos fuesen ampliados, adornados y ensalzados en el curso de los cuarenta-setenta años de tradición oral, como es corriente, y no sólo en Oriente, en la transmisión verbal de historias.
Las
sucesivas reelaboraciones
de la tradición originaria son innegables: comparando unos textos con otros, cosa que ahora no es el momento de realizar
[10]
, se echa de ver que aparecen relatos duplicados (dos pescas milagrosas, dos multiplicaciones de los panes); se elevan las cifras (un ciego-dos ciegos; un endemoniado-dos endemoniados; primero 4.000, luego 5.000 hombres saciados de pan y peces; primero siete, luego doce cestos llenos de sobras); se agrandan los milagros (como prueba la comparación de los sinópticos entre sí, la comparación con los tres paralelos joánicos y la comparación de las tres resurrecciones), y, finalmente, se generaliza la actividad milagrosa de Jesús (referencias colectivas). Jesús aparece en muchos momentos como un «hombre de Dios»
(θειος ανηρ, theios aner)
helenístico dotado de extraordinarios poderes. Algunas cosas pueden incluso haber sido malentendidas lingüísticamente: el arameo
ligiona
puede significar «legión» (una legión de demonios) o «legionario» (un demonio con el nombre de «legionario»); para la expresión: caminar «junto al lago» y «sobre el lago» se puede utilizar en el griego la misma palabra. Otras pueden atribuirse al gusto del adorno y la exaltación (complacencia ejemplificada ya en el Antiguo Testamento en el paso de los israelitas por el mar Rojo). Así, la oreja del criado, cortada según Marcos cuando detienen a Jesús, es, según Lucas, curada allí mismo. El relato de la pesca milagrosa podría prefigurar simbólicamente la imagen del «pescador de hombres»; en cualquier caso, Lucas lo presenta como historia de vocación, mientras que el autor del capítulo adicional del Evangelio de Juan lo hace como historia de aparición.
2. Tampoco se puede descartar, evidentemente, que la comunidad cristiana primitiva, copartícipe del general entusiasmo milagrero de sus contemporáneos, haya aplicado a Jesús
motivos o materiales extracristianos
, para subrayar su poder y grandeza. ¡Cuántas historias de milagros se cuentan de los grandes «fundadores de religiones» con este fin! Como quiera que esto sea, no se pueden rechazar sin más como ahistóricos los relatos de milagros paganos y judíos y aceptar como históricos los neotestamentarios. Tablas votivas, que todavía hoy pueden verse, del santuario de Esculapio en Epidauro (y podrían aducirse otros ejemplos) son el testimonio de numerosas curaciones. E innumerables eran también las historias milagrosas rabínicas y sobre todo helenistas que andaban en circulación, contando curaciones, transformaciones, expulsiones de demonios, resurrecciones de muertos, tempestades calmadas.
Las diferencias, naturalmente, son de mucho peso: ¡Jesús no realiza milagros en beneficio propio, milagros espectaculares, punitivos, milagros sujetos a una recompensa, a unos honorarios, al lucro personal! Mas de igual peso son también las semejanzas: la moneda (o la perla) en la boca de un pez capturado es un motivo legendario muy extendido en el judaísmo y el helenismo (el anillo de Polícrates). La conversión del agua en vino, sorprendentemente transmitida sólo por Juan, acusa el conocido rasgo característico del mito y culto de Dioniso. Tácito y Suetonio cuentan de Vespasiano la curación de un ciego con saliva
[11]
. En Luciano se habla de la curación de un enfermo, que se marcha con su catre a cuestas
[12]
. Pero lo más sorprendente es la analogía, manifiesta hasta en los mínimos detalles, de la resurrección de una joven desposada a las puertas de Roma, atribuida a Apolonio de Tiana, contemporáneo de Jesús
[13]
, con la resurrección del muchacho de Naín
[14]
. El grotesco relato, que difícilmente se puede adscribir a Jesús, de la expulsión de una legión de demonios, que debió de costar a su propietario la pérdida de una gran piara de 2.000 cerdos («inmundos», prohibidos) y que, por lo mismo, debió de ser oída con complacencia por todo buen judío, pudo ser tomada de algún taumaturgo hebreo residente en el impuro país de los paganos (motivo del diablo engañador o engañado).
Del don de leer en el corazón del hombre, tan destacado en el Evangelio de Juan, existen paralelos en Qumrán, lo que induce a creer que no se trata de manifestar una omnisciencia mitológica, sino el poder mesiánico, pensando no en un público estupefacto, sino en personas competentes con vistas al juicio
[15]
. No faltan, en fin, relatos de milagros en los que cabría preguntar si el narrador no tuvo ante sus ojos más que el tipo de «hombre de Dios» u «hombre divino» helenista, algunas figuras veterotestamentarias como Moisés y Josué, David y Salomón, Elias y Elíseo.
3. Y por encima de todo, no hay que olvidar que los evangelios fueron escritos a la luz de la resurreción y exaltación del Señor. No se puede descartar, por tanto, que algunos relatos de milagros estén redactados como
representaciones anticipadas del Cristo exaltado
: historias epifénicas con sentido transparente y simbólico significado para la comunidad (salvación de la «tormenta» de la aflicción, etc.). Tales milagros anticipan la gloria del resucitado. Entre ellos podrían contarse la transfiguración en el monte
[16]
, caminar sobre las aguas
[17]
y el dar de comer a cinco mil y cuatro mil personas, respectivamente
[18]
. Y sobre todo la resurrección de la hija de Jairo
[19]
, la del muchacho de Naín
[20]
(transmitida solamente, no obstante su sensacional carácter, por Lucas y Juan) y la resurrección de Lázaro
[21]
. Se trata de hacer patente en ellas que Jesús es el Señor de la vida y de la muerte, el Hijo de Dios. Motivos cristianos y no cristianos pueden entrecruzarse en el mismo relato. Aparte de que, como se desprende de cualquier análisis minucioso, muchos materiales narrativos, y en especial los de la tempestad calmada, el andar sobre las aguas, la multiplicación de los panes y las resurrecciones de muertos, están estructurados y estilizados conforme a motivos veterotestamentarios, de los salmos sobre todo.
De la investigación histórica no se puede sacar más de lo dicho, ni aun cuando crea ella
a priori
en la posibilidad de los milagros. Aquí no se ventila la posibilidad o imposibilidad de los milagros en general, sino simplemente de que quien afirma la realidad del milagro en sentido estricto acepta la tarea de probarlo. Sólo que los milagros en sentido estricto moderno, como violación de las leyes naturales, no se pueden probar históricamente. De aquí que hoy se prefiera evitar en lo posible el polivalente término de «milagro», encontrándose así, curiosamente, en coincidencia con el Nuevo Testamento, donde no aparece ni una sola vez el término griego de milagro
(θαῦμα, thauma)
, usual desde Homero y Hesíodo; tampoco el vocablo latino
miraculum
se emplea en la versión de la Vulgata. Hoy se prefiere hablar, teniendo presente el Nuevo Testamento y especialmente Juan, de «signos» o
acciones signo
. Se trata de acciones carismáticas, terapéutico-exorcistas (no médicas), de carácter simbólico, que como tales no dan pie para distinguir a Jesús de otros carismáticos similares. Se trata de acciones con múltiples analogías en el campo de la historia de las religiones. No es legítimo atribuirlas únicamente a Jesús y a nadie más, como únicas, incomparables, inconfundibles. Pero al menos fueron, eso sí, portentosas para los hombres de su tiempo. Tan portentosas que a Jesús se le creía capaz de más, de todo incluso, sin que fuese posible ensalzarlo bastante, sobre todo después de su muerte, cuando la distancia en el tiempo ya lo había transfigurado.
¿Fue entonces Jesús una especie de
curandero
que puso en práctica una teoría o ciencia curativa? El movimiento de la
Christian Science
considera a Jesús de Nazaret de hecho como el primer teórico y practicante de la «ciencia cristiana»: como el pionero de un nuevo método terapéutico por la fuerza de la fe. Método que consiste en superar todo lo imperfecto, patológico y doloroso, todo lo que tiene, en suma, carácter de ilusión, mediante un proceso espiritual, mental, sin ninguna intervención externa.