Aún más: en forma muy concreta, lejos de toda casuística y todo legalismo, con certera precisión y sin remilgos de ninguna clase, llama Jesús individualmente a cada persona a una
obediencia a Dios
que debe involucrar la vida entera. Son llamadas simples, diáfanas, liberadoras, desentendidas de todo argumento de autoridad y tradición, pero que brindan ejemplos, signos, síntomas de una vida renovada. Son instrucciones generales, auxiliares, formuladas a menudo hiperbólicamente, sin peros ni condicionantes: ¡Si tu ojo te pone en peligro, sácatelo! ¡Que vuestro sí sea un sí y vuestro no un no! ¡Reconcilíate primero con tu hermano! La aplicación a la propia vida corresponde personalmente a cada uno.
A esto, a tomar radicalmente en serio la voluntad de Dios, tiende el
Sermón de la Montaña
[22]
. En él Mateo y Lucas han reunido las exigencias éticas de Jesús en forma de aforismos o grupos de aforismos, procedentes en su mayoría de la fuente Q. Ahora bien, este Sermón de la Montaña no ha cesado de constituir un reto para cristianos y no cristianos, para los jacobinos de la Revolución francesa y para el socialista Kautsky, para Tolstoi y para Albert Schweizer. ¿Cuál es el sentido del Sermón de la Montaña?
De entrada podemos hacer una afirmación previa: el Sermón de la Montaña
no
quiere ser
una ética legal más exigente
. Su definición de «ley de Cristo», como a veces se le ha denominado, puede inducir a error. En el Sermón de la Montaña se habla precisamente de algo que no puede ser objeto de reglamentación legal. La «justicia mejor» y la «perfección» no significan un incremento cuantitativo de los preceptos. Como dejan entrever las antítesis del Sermón de la Montaña, Jesús no actualiza esa obediencia a toda letra y acento de la Ley escrita, cual la postula el
logion
judeocristiano citado por Mateo
[23]
. Con ello la obediencia quedaría desvirtuada y, en este caso, más en línea ultraconservadora que liberal
[24]
. El mensaje de Jesús no es en absoluto una suma de preceptos. Seguirle no significa poner en práctica un cierto número de prescripciones. No en vano están en el ápice del Sermón de la Montaña las promesas de bienaventuranza para los desventurados. La donación, el regalo, la gracia preceden a la norma, la exigencia, la recomendación: todos están llamados, a todos se brinda la salvación sin méritos previos. Las mismas recomendaciones sólo son consecuencia del mensaje del reinado de Dios. Jesús toma postura sirviéndose de ejemplos, de signos. Con todo esto, no obstante, aún no tenemos clara respuesta a esta pregunta: ¿qué pretende el Sermón de la Montaña?:
Las sorprendentes antítesis del Sermón de la Montaña, poniendo la voluntad de Dios frente al derecho, no quieren significar más que esto, que no van solamente contra la voluntad de Dios el adulterio, el perjurio y el asesinato consumado, sino también el deseo adúltero, el pensamiento insincero y la actitud hostil, cosas todas ellas que la Ley no puede abarcar. Cualquier «solamente» en la interpretación del Sermón de la Montaña equivale a una reducción y debilitamiento de la voluntad incondicionada de Dios: «solamente» una mejor observancia de la Ley, «solamente» unos nuevos sentimientos, «solamente» un formulario de pecados a la luz de un Jesús justo, «solamente» para los llamados a la perfección, «solamente» para entonces, «solamente» para un breve período de tiempo…
Una muestra de lo difícil que hubo de resultar a la Iglesia posterior mantener inalterables las exigencias radicales de Jesús, está en las
atenuaciones
[28]
. que ya se acusan en la comunidad (¿siriopalestina?) de Mateo: según Jesús, debe ser reprimida toda manifestación de ira
[29]
; según Mateo, cuando menos ciertos insultos como «imbécil» y «renegado»
[30]
. Según Jesús, hay que abstenerse en absoluto de jurar, e ir por la vida con los simples sí o no
[31]
; según Mateo, hay que evitar cuando menos determinadas fórmulas de juramento
[32]
. Según Jesús, hay que echar en cara la falta al hermano, y si se arrepiente, perdonarlo
[33]
; según Mateo, hay que respetar un orden reglamentado de instancias
[34]
. Según Jesús, para defensa de la mujer, sobremanera desfavorecida jurídicamente, el divorcio ha de estar absolutamente prohibido al hombre
[35]
; según Mateo, en caso de flagrante adulterio de la mujer, es lícito hacer una excepción
[36]
.
¿Se trata de una simple tendencia al reblandecimiento? Difícil afirmarlo. Como quiera que sea, es innegable por lo menos el serio cuidado de seguir manteniendo vigentes las exigencias incondicionales de Jesús en una vida cotidiana, ya no determinada por el inminente advenimiento del futuro reinado de Dios. Piénsese, por ejemplo, en el
divorcio
[37]
. Jesús, en una línea enteramente antijudaica, en contra de la Ley mosaica patriarcal
[38]
, lo prohíbe rigurosamente por la apodíctica razón de que es Dios quien vincula los matrimonios y no quiere que separen los hombres lo que él ha unido. Para Jesús carecía de toda importancia aquella cuestión tan acerbamente discutida entre los eruditos de las escuelas de Shammai y Hillel: si para justificar el repudio de la mujer se requiere una falta de orden sexual (Shammai) o basta, en la práctica, cualquier motivo, como puede ser que se queme la comida (Hillel; praxis corriente, según Filón y Josefo). A Jesús le importaba lo esencial. Jesús, por supuesto, no había dado respuesta a una pregunta que surgió después, cuando se vio que el fin se retrasaba y que requería apremiante respuesta: ¿qué va a pasar ahora que los matrimonios, a pesar del mandato incondicionado de Dios, se quiebran y la vida tiene que seguir adelante? La llamada incondicional de Jesús al mantenimiento de la unidad del matrimonio fue entendida como norma jurídica a la que había que ir dando forma legal cada vez con mayor precisión. Así, a la prohibición de repudiar a la mujer y contraer nuevo matrimonio por parte del marido se añadieron, teniendo en cuenta el derecho helenístico, la prohibición del divorcio por parte de la mujer, la regla de excepción de los matrimonios mixtos
[39]
y la prohibición de nuevo matrimonio para ambas partes
[40]
; no obstante, y como caso de excepción, hubo de ser reconocido el adulterio como motivo suficiente de divorcio
[41]
. ¿Qué otra respuesta hubiera sido posible aparte de esta solución, nuevamente inspirada en la casuística, de fijar legalmente los casos particulares?
Jesús no fue ningún jurista, sólo lanzó llamadas incondicionales, dejando libre su aplicación y realización en cada caso concreto. Bien claro se muestra esto en el ejemplo de la
propiedad
. Jesús, con ello, como tendremos ocasión de ver después, no impone a todos la renuncia a los bienes ni la comunidad de bienes. Hay quien lo da todo a los pobres
[42]
, otro la mitad
[43]
un tercero les ayudará con préstamos
[44]
. Una da para la causa de Dios lo último
[45]
, otras siguen a Jesús sirviéndole y atendiéndole
[46]
, una tercera hace con él un derroche al parecer absurdo
[47]
. Nada está aquí legalmente reglamentado. Por eso mismo no necesita excepciones, justificaciones, privilegios ni dispensas de la Ley.
El Sermón de la Montaña, en fin, no mira hacia una superficial ética de situación en que exclusivamente impera la ley de la situación. No es la situación la que ha de determinarlo todo, sino, en cada situación, la exigencia incondicionada de Dios, que quiere incautarse enteramente del hombre. Con la mira puesta en lo definitivo y último —el reinado de Dios—, se espera del hombre su transformación radical.
Se espera una transformación radical del mismo hombre, una especie de regeneración personal que sólo comprende quien se presta a su realización. No es una transformación al estilo de Sócrates, el progresivo desarrollo del recto pensar en orden al recto obrar; ni, al estilo de Confucio, la instrucción y formación del hombre fundamentalmente bueno. Y tampoco es una transformación por iluminación al estilo del asceta Siddhartha Gotama, quien por iluminación
(bodhi)
se convirtió en el Buda, el iluminado, hasta llegar por este camino a la intuición de la causa del sufrimiento, a la eliminación del dolor y, finalmente, a la propia extinción en el nirvana. Para Jesús se trata de una transformación radical por entrega del hombre a la voluntad de Dios.