¿No tenía razón el apóstol Pablo cuando expresaba su convicción, también aquí en concordancia manifiesta con el Jesús de la historia, de que quien ama al otro tiene cumplida la Ley?
[40]
Todavía es más drástica la formulación de Agustín: «Ama y haz lo que quieras». Así, pues, no es una nueva Ley, sino una nueva liberación de la Ley.
Llegados a este punto, vuelven a acumularse los interrogantes: en la persona del propio Jesús, ¿quedó todo en palabras, en llamadas? ¿Fue todo ello una pura teoría sobre la praxis, cómoda, incomprometida, sin consecuencias? ¿Qué ha hecho Jesús, en suma? ¿Qué se puede decir de su praxis?
La misma palabra de Jesús ya fue
acción
en un sentido eminente. Su misma palabra exigía la actuación total. Y por su palabra sucedió el acontecimiento decisivo: la
situación cambió radicalmente
. Ni los hombres ni las instituciones, ni los jerarcas ni las normas posteriores a él han vuelto a ser las mismas que fue-Ton antes de él. Con su palabra liberadora Jesús ha puesto simultáneamente sobre el tapete la causa de Dios y la causa del hombre, brindando a éste unas posibilidades enteramente nuevas, abriéndole
la
posibilidad de una nueva vida, una nueva libertad, un nuevo
sentido de la vida
: una vida según la voluntad de Dios para el bien del hombre en la libertad del amor que deja atrás todo legalismo (tanto el legalismo del sagrado orden establecido —
lato and order
— como el legalismo de toda clase de radicalismos, sea el de los revolucionarios violentos, sea el de los ascetas solitarios, como, finalmente, el legalismo de la moral proclive a la casuística).
No fue, pues, la palabra de Jesús pura «teoría», ni siquiera puede decirse que se mostrara particularmente adicto a la teoría.
Su predicación está enteramente ligada a la praxis, orientada a la acción. Sus exigencias crearon nuevas obligaciones dentro de la máxima libertad y tuvieron, para él mismo y para los demás, consecuencias que, como se verá en seguida, se hicieron cuestión de vida o muerte. Pero esto no es todo.
Por mucho que la palabra de Jesús sea acción en sentido eminente, no podemos reducir su obra a la acción de su palabra, su praxis a la praxis de sus discursos, su vida a su predicación. Teoría y praxis coinciden en Jesús en un sentido mucho más amplio:
todo su comportamiento
responde a su predicación
[1]
. Y mientras la palabra de su predicación razona y legitima su comportamiento práctico, éste hace a su vez que su misma predicación sea prácticamente inequívoca, inatacable: él vive lo que-dice, y esto conquista el corazón y la mente de sus oyentes.
Un pequeño detalle de esta actitud vital de Jesús ya nos ha mostrado
[2]
lo siguiente: que Jesús de hecho, con su palabra y su acción, se volvió hacia los
débiles
, los
enfermos
, los
abandonados
. Lo cual es un signo de fortaleza, no de debilidad. Jesús brindó a todos aquellos que según los criterios de la sociedad deben ser marginados: a los débiles, enfermos, inferiores, menospreciados, una oportunidad de ser hombres. Acudiendo en socorro de su alma y de su cuerpo, a no pocos enfermos mentales y físicos les dio salud; a muchos débiles, fuerza, y a todos los ineptos, esperanza: todo como signo del reinado de Dios que se acerca. Jesús está para ayudar al hombre entero: no sólo su espiritualidad, sino también su corporalidad y mundanidad. Y para ayudar a
todos
los hombres: no sólo los fuertes, jóvenes, sanos, sino también los débiles, los ancianos, los enfermos, los inválidos. Así es como las acciones de Jesús ilustran su palabra y, a la inversa, su palabra explica sus acciones. Este proceder de Jesús, sin embargo, no habría bastado para provocar tanto escándalo como de hecho provocó. Se trataba de algo más. Que Jesús se ocupase hasta tal punto de los enfermos y «posesos» era algo desacostumbrado, pero aún se le podía disculpar; después de todo, el afán milagrero de todos los tiempos reclama siempre sus taumaturgos.
Pero la cosa no dejaba de crear problemas: los enfermos eran, según la mentalidad del tiempo, personalmente culpables de su desgracia, pues se tenía la enfermedad por castigo del pecado cometido; los posesos estaban dominados por el diablo; los leprosos, invadidos por el hijo primogénito de la muerte, no merecían vivir en sociedad. Todos ellos eran (no importa si a causa del destino, de la propia culpa o, simplemente, de los prejuicios de la sociedad) unos marcados sociales. No obstante, Jesús guardaba con todos ellos una actitud radicalmente positiva, rechazando además —según el testimonio de Juan, fiable en este caso
[3]
— la concatenación causal entre pecado y enfermedad y condenando por principio todo tipo de marginación social.
Y como agravante, sin ser tal vez lo decisivo, aunque sí digno de tener en cuenta, se añadía el hecho de que Jesús, además de despreocuparse por los usos y costumbres, se había hecho especialmente sospechoso por el
séquito
que le rodeaba:
No es, pues, una moral aristocrática para los «nobles», separados de la gente común, como quiere Confucio. Ni una moral elitista conventual para los «inteligentes», únicos que pueden formar parte de una comunidad monástica, como quiere Buda. Y mucho menos, naturalmente, una moral para las «castas» superiores al estilo del hinduismo, que, entre sus múltiples discriminaciones, también soporta la existencia de parias en la sociedad.
Las pobres gentes: Jesús, provocativamente, proclama su mensaje como un mensaje gozoso para los
pobres
. A los pobres se encamina su primera llamada, su primer consuelo, su primer grito de salvación, su primera bienaventuranza. ¿Quiénes son estos pobres?
No es una pregunta fácil de responder, dado que en los sinópticos la primera bienaventuranza no suele entenderse de la misma manera. Mateo
[14]
la entiende claramente en sentido religioso: los pobres «de espíritu», los
espiritualmente
pobres, que se identifican con los humildes de la tercera bienaventuranza y que, como mendigos ante Dios, son conscientes de su indigencia espiritual. Sin embargo, Lucas
[15]
, que no recoge la apostilla de Mateo, entiende la expresión en sentido sociológico: la gente realmente pobre. De la misma manera debió de entenderla Jesús, pues a Jesús hay que remitir, según la más breve y más primitiva redacción de Lucas
[16]
, al menos la primera, segunda y cuarta bienaventuranza de la redacción ampliada de Mateo
[17]
: se trata de los que
realmente
son pobres, lloran y pasan hambre, de los que se quedan cortos, de los que están al margen, de los que andan retrasados, de los rechazados y oprimidos de este mundo.
Jesús mismo
fue pobre. Aparte de lo que el historiador tenga que decir sobre el establo de Belén, éste es, en cuanto símbolo, exacto. Y de la frase de Ernst Bloch también es exacta, cuando menos, la continuación: «El establo, el hijo del carpintero, el soñador entre la gente humilde, el cadalso final, todo esto está hecho de material histórico, no del material dorado del que gusta la saga»
[18]
. Jesús, ciertamente, no fue un proletario, perteneciente al amplio estrato inferior de la sociedad; los artesanos también eran entonces algo mejor, como pequeños burgueses. Pero no es menos cierto que Jesús en su actividad pública llevó una vida libre, peregrina, de total modestia. Y su predicación se dirigió a todos y en especial a las clases inferiores. Sus seguidores pertenecieron, como ya hemos visto, a la gran masa de los «pequeños»
[19]
o «simples»
[20]
: los incultos, los ignorantes, los atrasados, los que, ayunos de cultura religiosa e incapaces de un comportamiento moral, estaban colocados al lado opuesto de los «inteligentes y sabios». Por el contrario, los adversarios de Jesús pertenecieron en su mayoría al reducido estrato medio, pequeño burgués (fariseos), y al finísimo estrato superior (sobre todo saduceos); a éstos especialmente intranquilizó el mensaje de Jesús no sólo en su conciencia religiosa, sino social
[21]
.
No caben más discusiones: Jesús estuvo
de parte de los pobres
, los que lloran, los que pasan hambre, los que no tienen éxito, los impotentes, los insignificantes. A los ricos, que amontonan riquezas que la polilla y la carcoma echan a perder y pueden robar los ladrones, a esos ricos que ponen su corazón en las riquezas, los juzga Jesús, no obstante su economía y parsimonia, como ejemplo detestable
[22]
. El éxito, la elevación social, no tienen sentido para Jesús: a todo el que se encumbra lo abajarán y al que se abaja lo encumbrarán
[23]
. Le son ajenos todos esos hombres que se aseguran y abrigan encadenándose a los bienes transitorios de este mundo. Es menester decidirse, no se pueden tener dos dioses. Dondequiera que los bienes, sean los ahorros grandes o pequeños, se interpongan entre Dios y el hombre, dondequiera que uno sirva al dinero haciéndolo su ídolo
[24]
, ahí se aplica el «¡ay de vosotros, los ricos!», que el mismo Lucas contrapone a la bienaventuranza de los pobres
[25]
. El aviso de Jesús es sobremanera claro: más fácil es que pase un camello por el ojo de una aguja que no que entre un rico en el reino de Dios
[26]
. Todas las sutiles tentativas de atenuación (en vez del «ojo de una aguja», una pequeña puerta; en vez del «camello», un cabo de buque) de nada sirven: la riqueza es extremadamente peligrosa para la salvación. Y la pobreza no es nada malo. Jesús está por principio del lado de los pobres.
A pesar de todo lo cual, Jesús
no
propaga
el desposeimiento de los ricos
, una especie de «dictadura del proletariado». No reclama la venganza contra los explotadores, la expropiación de los expropiadores, la opresión de los opresores, sino la paz y la renuncia a la fuerza. No exige, como en el monasterio de Qumrán, la entrega de las propiedades a la comunidad. Quien renuncia a lo que posee, no debe cederlo a la propiedad colectiva, sino darlo a los pobres. El mismo, de hecho, no exigió a todos sus seguidores la renuncia a los propios bienes. En esto, como hemos visto, no hay ley. Diversas personas de entre sus seguidores (Pedro, Leví, Marta y María) tenían casa propia. Jesús aprueba que Zaqueo reparta sólo la mitad de sus bienes
[27]
. Lo que Jesús pide al joven rico
[28]
para poder seguirle, no lo pide sistemática y rígidamente a todos en cualquier situación. Cierto, quien quería seguirle debía necesariamente dejar todo atrás; pero no podía vivir de la nada. ¿De qué vivían entonces Jesús y sus discípulos en su vida peregrinante? Los evangelios no guardan ningún secreto al respecto: de la ayuda de los que tenían bienes entre sus seguidores y, sobre todo, seguidoras
[29]
. Más de una vez se dejó invitar por pudientes fariseos y por ricos publicanos. Sólo que Lucas idealiza
a posteriori
la situación interna de la primitiva comunidad, fundamentándola en las palabras de Jesús contra la propiedad, pero que son palabras que en el mismo Lucas, como se advierte comparándolo con Marcos y Mateo, presentan un énfasis rigorista.