A su favor estaba «el pueblo», que, como es obvio, constituía una fuerza un tanto vaga y naturalmente voluble. En su tierra natal, en Galilea, Jesús había provocado una conmoción enorme. En efecto, aunque el contexto de cada uno de los relatos evangélicos está configurado esquemáticamente según las intenciones particulares de los evangelistas, es indudable que cuando éstos dan noticia de una masa que escucha, se asombra y aplaude están refiriendo algo histórico. De ese pueblo que anda como oveja sin pastor, que no se siente comprendido ni por el
establishment
ni por los rebeldes, que es despreciado tanto por los piadosos fariseos de los núcleos de población como por los ascetas del desierto, que ni es apto para el servicio del templo ni para la milicia, que es incapaz de una exacta observancia de la Ley y de todo heroísmo ascético, de ese pueblo es de quien Jesús «tiene lástima»
[1]
. Toda esa gente pequeña, insignificante, sin refinamiento, esos pobres diablos de todo tipo que no tienen ni voz ni voto y a los que en todo momento los partidos dominantes y los poderosos pueden ignorar y explotar impunemente, todos esos a quienes Jesús proclama bienaventurados deben sentirse comprendidos por él. Y ellos están de su parte, pero ¿cuántos y por cuánto tiempo?
De su parte están, sin lugar a dudas, sus
más íntimos seguidores
: gente igualmente sencilla, hombres y mujeres que le acompañan en sus giras, que han abandonado casa y familia, oficio y patria, que pasan en su compañía días y noches (muchas veces al raso), que, en suma, le «siguen» en el sentido literal de la palabra. A tales seguidores, y no a su propia familia, se sintió Jesús ligado (mucho más que Buda, Confucio, Sócrates y Mahoma, todos los cuales estuvieron casados y hay que suponer, cuando menos en el caso de Mahoma, que matrimonio y familia tuvieron cierta incidencia en su actividad). Ellos fueron los muchachos, los «discípulos», los «alumnos» de Jesús, es decir, no simplemente quienes oían y aceptaban su palabra u ocasionalmente le seguían por curiosidad o cualquier otra razón, sino quienes formaban en torno a él su círculo íntimo, cosa, por lo demás, nada extraña en Israel tratándose de un maestro docto e instruido. ¿Cómo habría de instruir, si no, una persona no instruida? En comparación con Buda o Mahoma, dispuso Jesús de un tiempo enormemente escaso para formar un grupo de discípulos. Por eso lo formó de modo muy particular.
Todos los más famosos rabinos tuvieron discípulos que les seguían. Los términos
«rabbi»
(maestro, preceptor), «discípulo» (alumno) y «seguir» eran usuales en el judaísmo
[2]
. Pero ¡cuan diferente fue el círculo de los seguidores de Jesús! Al igual que en el grupo que rodeaba a Juan Bautista, faltaba el elemento escolar. Pero, a diferencia de ese grupo, del que quizá provenían algunos de los discípulos de Jesús, faltaba en éste el elemento ascético. Era una vida peregrinante y andariega, libre a pesar de las fatigas, vivida bajo el signo de una gozosa noticia. Mas no sólo esto; la
diferencia
fundamental entre el grupo de los discípulos de Jesús y los otros grupos se encuentra en otra parte.
Los
relatos de las vocaciones
[3]
, que sin lugar a dudas han sido fuertemente esquematizados por los redactores, nada dicen acerca de los presupuestos psicológicos individuales y mucho menos describen un proceso de dinámica de grupo. Simplemente ponen de relieve lo que en todas esas vocaciones aparece como ejemplar: que, en contraste con lo que ocurre en las escuelas de los rabinos, no es el discípulo quien elige al maestro, sino el maestro quien elige al discípulo
[4]
. No existe libre decisión por parte del discípulo, sino llamada soberana por parte del maestro, quien conserva y mantiene la iniciativa. No se invita al discípulo a una mera relación didáctica, sino a compartir una misma vida y un mismo destino. No se le introduce en la comprensión de la Ley, sino que se le ejercita en el cumplimiento de la voluntad de Dios. No es adoctrinado para una coyuntura, sino formado para toda la vida. Nunca llegará aquí el discípulo a ser maestro. Uno solo es el maestro y todos los demás hermanos: tal es en la comunidad de Mateo la razón de que esté rigurosamente prohibido emplear el título de
rabbi
o dar el tratamiento de padre o maestro
[5]
.
Con ello se hace patente, una vez más, que Jesús
no
tuvo pensamiento de formar una
élite
de ascetas. En muchos de sus discursos, como el Sermón de la Montaña, es absolutamente imposible distinguir si las palabras de Jesús están dirigidas al grupo de discípulos íntimos o a todos en general; es evidente que una distinción de esta naturaleza no tenía ninguna importancia, y no sólo para el evangelista, sino también para Jesús y la comunidad. ¿Por qué?
«El que no está conmigo, está contra mí»
[7]
. Esta frase va dirigida contra aquellos que adolecen de falta de decisión clara en favor de Jesús y su mensaje y, por eso, en vez de recoger desparraman. No se dirige contra los que no se adhieren al restringido círculo de los discípulos íntimos. Lo que vale, aunque parezca una contradicción, es lo siguiente:
«El que no está contra nosotros está a favor nuestro»
[8]
. Pues con esta frase, a la vez que rechaza las pretensiones de exclusividad de sus discípulos, sale Jesús en defensa de un hombre que sin pertenecer al grupo de los íntimos —
quasi extra ecclesiam
— actúa carismáticamente en su nombre, por lo cual no se le debe prohibir su actividad. Según otro relato, Jesús mismo prohibe expresamente a un endemoniado que le acompañe, diciéndole que se quede con su familia y en su pueblo y anuncie allí el mensaje
[9]
.
Seguir a Jesús, por tanto, no es un privilegio del grupo de lo» discípulos. Esto es importante. Ser discípulo no quiere decir formar parte de un
status
elitista: no es la ascesis el motivo por el cual los seguidores de Jesús deben dejarlo todo. Pero sí constituye una tarea especial, en razón de la cual
pueden
dejarlo todo. Es tarea especial, destino especial, promesa especial, como la ocasión especialísima que deja escapar el joven rico, a quien impide la riqueza ir en seguimiento de Jesús.
Tarea, destino y promesa es lo que de forma singularmente clara se trasluce de los
relatos de misión
[10]
, transmitidos por los tres evangelios sinópticos. Pese a todas sus reelaboraciones y acomodaciones pospascuales, estos relatos tienen que tener, dada su intensa coloración palestina, un núcleo prepascual; es significativo que el mandato de predicar no incluya el anuncio de Cristo. En cuanto a la caracterización de los discípulos, su misión, sus hechos taumatúrgicos y su retorno, no es posible determinar lo que es original y lo que ha sido añadido como fruto de análogas experiencias de la comunidad primitiva. Nada impide afirmar, sin embargo, que el mismo Jesús histórico hizo partícipes a sus discípulos de su poder de predicar, curar y socorrer. En este sentido fue Jesús algo más que un simple «guía» (Buda).
Los discípulos tuvieron una
tarea especial
: ser pescadores de hombres, como se dice con drástica simplicidad en la narración de la llamada de los primeros discípulos
[11]
, en la que Lucas por su parte inserta el relato legendario de la pesca milagrosa
[12]
. Pescar hombres para el reino que se acerca, en representación del mismo Jesús
[13]
. Es decir, participar activamente: estar «a su lado», no sólo acoger, sino transmitir el mensaje, colaborar en el anuncio del reino futuro y de su paz, hacer ya ahora carismáticamente reales sus poderes curativos
[14]
. Una alegre noticia, que se convierte en juicio sólo para quien la rechaza.
Los discípulos tuvieron un
destino especial
: estar al lado de Jesús significa dejar todo atrás y andar con él de un lugar a otro. Es decir, romper las viejas ataduras y anudar un nuevo lazo con su persona. Lo que, a su vez, significa no tener, como Jesús mismo, dónde reclinar la cabeza
[15]
y compartir con él, desasistidos e indefensos, la pobreza y el sufrimiento
[16]
. Pues el discípulo no es más que su maestro ni el esclavo más que su amo
[17]
. Semejante empeño exige naturalmente mucha reflexión, como cuando se trata de construir una torre o dar una batalla
[18]
.
Se requiere, en fin, entrega incondicionada, sin echar la vista atrás, cualquiera que sea el motivo: dejad que los muertos entierren a los muertos
[19]
.
Los discípulos tuvieron una
promesa especial
: no se prometen honores jerárquicos de ninguna clase, puestos a la derecha ni a la izquierda
[20]
. La promesa es otra: por quien se pronuncie por Jesús en la tierra, se pronunciará el mismo Jesús en el juicio. Y con esta promesa se corresponde la amenaza contra el que lo niegue
[21]
.
¿Qué tiene de extraño que la
comunidad cristiana posterior se
haya reconocido a sí misma en los discípulos que acompañaron a Jesús en su itinerario? ¿No está llamado todo creyente, cada uno a
su
manera, a ese mismo camino, en pos de Jesús? ¿No tiene cada cual su propia tarea de predicador, su destino con Jesús y su promesa? Desde esta perspectiva es fácil comprender que el nombre de discípulo se haya aplicado a todo creyente en general, que ya en Mateo la escena de la tempestad calmada se considere como una metáfora de todo seguimiento y discipulado
[22]
y que sobre todo en los discursos de despedida del Evangelio de Juan se fundan en una sola unidad la situación pre y pospascual de los discípulos
[23]
.
Discipulado es lo
contrario de jerarquía
: jerarquía quiere decir «poder sacro», discipulado significa servicio exento de toda sacralidad. El infeliz vocablo «jerarquía» proviene de un autor anónimo que escribió más de quinientos años después de la época neotestamentaria bajo el seudónimo de Dionisio Areopagita, el discípulo de Pablo, y que lo aplicó no sólo a los que ostentaban algún cargo, sino a la Iglesia entera con todos sus órdenes y grados (como imagen de la jerarquía celeste). Las comunidades neotestamentarias, sin embargo, cuando hablan del discípulo de Jesús, evitan consecuentemente cualquier expresión de autoridad civil y religiosa. ¿Por qué razón? Porque semejantes expresiones aluden, todas ellas, a una relación de poder, justamente lo que el discipulado no es. El discipulado no se cimenta sobre derecho y poder; nada tiene en común con el oficio de gobernar
[24]
. Tampoco se basa en saber y dignidad; no responde al oficio de los letrados conscientes de su ciencia
[25]
. No, discipulado no es una llamada al dominio, sino al
servicio
.
Por eso no es casual que la comunidad primitiva, para caracterizar una especial función del individuo dentro de la comunidad, desestimase los usuales calificativos burocráticos y escogiese una palabra nueva, enteramente «profana»: la palabra griega
διακονία, diakonia
, que, en sentido también profano, se traduce por «servicio a la mesa». ¡Nada mejor que la imagen de un banquete para resaltar plásticamente la diferencia que media entre el señor y el esclavo, sobre todo en aquel tiempo en que los nobles señores, envueltos en sus largas túnicas, se reclinaban en torno a la mesa, mientras los criados, con sus vestidos ceñidos, tenían que servirles! La frase de Jesús: «El que entre vosotros quiera ser grande, sea servidor vuestro, y el que quiera ser el primero, sea esclavo de todos»
[26]
, hubo de resultar enormemente subversiva. Y debió de grabarse muy profundamente en el ánimo de los discípulos, puesto que en los evangelios sinópticos el motivo del servicio a la mesa aparece seis veces, y en el Evangelio de Juan se le concede tanta importancia, que el motivo del servicio a la mesa sustituye en él al relato de la última cena
[27]
: Jesús lava los pies a sus discípulos. Este es el más humilde servicio que se le puede prestar a otro hombre, no ese acto cultual estilizado que con todo boato religioso se digna realizar una sola vez al año quien por todo el año se mantiene como un encumbrado señor.
Discipulado significa, pues, lo contrario del dominio (a menudo piadosamente encubierto como «servicio») del hombre sobre el hombre. Discipulado significa modesto servicio del hombre al hombre, servicio que se ejecuta y se prueba en cosas de poca monta, en los acontecimientos más banales de la vida cotidiana. En ningún caso es una vida ilusoria, sin subordinación y autoridad: una y otra son en toda comunidad necesarias y provechosas, con tal que no estén polarizadas en títulos y posiciones, sino en los diferentes dones y tareas del individuo y en el interés de la comunidad. Es una vida, pues, sin prejuicios, sin poder ni esclavitud: hablar, actuar e incluso sufrir unos con otros, libres de todo dominio humano, con la mirada puesta en el reinado de Dios.