Con esto no se hace más que
sacudir los fundamentos de la religión
. Se da la razón a los traidores, estafadores y adúlteros en lugar de a los piadosos y justo
[46]
. Se antepone el hermano andrajoso y perdido al que se ha quedado trabajando duramente en casa
[47]
. Se propone como modelo para los del propio país a un odiado y además herético extranjero
[48]
. ¿Y recibirán todos, al final, la misma paga?
[49]
¿Por qué tan largos discursos en favor de los perdidos?
[50]
¿Acaso los manchados de culpa van a estar más cerca de Dios que los observantes de la justicia? ¡Que en el cielo dé más alegría un pecador que se enmienda que noventa y nueve justos que no necesitan enmendarse es sencillamente escandaloso!
[51]
Eso es poner la justicia cabeza abajo.
¿No es de esperar que semejante simpatizante de los
out-laws
, de los fuera de la ley, infrinja él mismo la Ley? ¿Y que no observe las prescripciones rituales y disciplinarias, como debe hacerse según el mandamiento de Dios y las tradiciones de los padres? ¡Bonita pureza de corazón! ¡Hacer fiesta en lugar de ayuno! ¡El hombre, medida de los mandamientos divinos! ¡En lugar de castigar, festejar! ¿Quién puede extrañarse, bajo estas condiciones, de que las prostitutas y los recaudadores lleven la delantera a los piadosos para entrar en el reino de Dios
[52]
y que los infieles de todos los confines del mundo tengan preferencia sobre los ciudadanos del reino?
[53]
¿Qué descabellada justicia es ésta, que arruina en la práctica los más sacrosantos criterios e invierte todos los órdenes jerárquicos, haciendo de los primeros los últimos y de los últimos los primeros?
[54]
¿Qué ingenuo y peligroso amor es éste, que no conoce fronteras: las fronteras entre compatriotas y extranjeros, entre correligionarios y no correligionarios, entre oficios decorosos e indecorosos, entre personas morales e inmorales, entre buenos y malos? Como si no fuese de todo punto necesario guardar un distanciamiento. Como si no se debiese juzgar. Como si siempre se pudiese perdonar…
Sí, Jesús llegó hasta este punto: se
puede perdonar
. Perdonar hasta el infinito, setenta y siete veces
[55]
. Y perdonar todos los pecados, a menos que uno peque contra el Espíritu Santo, contra la misma realidad de Dios, y no quiera el perdón
[56]
. A
todos
se les ofrece claramente
una oportunidad
, independientemente de las condiciones sociales, étnicas, políticas y religiosas. Cada cual está ya incluso aceptado antes de que se convierta. ¡Primero la gracia, luego los actos! El pecador, merecedor de toda suerte de castigos, está amnistiado: basta que reconozca el hecho de la amnistía. Le es regalado el perdón: basta que acepte el regalo y se convierta.
Se le concede una verdadera amnistía, gratuitamente: basta que la viva lleno de confianza. Sí,
la gracia prevalece sobre el derecho
. O mejor dicho: vale el derecho de la gracia. Sólo así resulta posible la nueva justicia mejor: por un perdón sin restricciones. Única condición: confianza fiel o fe confiada; única consecuencia: generosa transmisión del perdón. Quien puede vivir del gran perdón no debe negar el pequeño perdón a los demás
[57]
.
Naturalmente, quien ha comprendido la precariedad de su propia situación también sabe que la decisión no admite dilaciones. Cuando la ruina moral amenaza la existencia, cuando todo está en juego, hay que actuar con valentía, decisión e inteligencia. Siguiendo el ejemplo (escandaloso, irritante) de aquel administrador cínico que aprovecha sin ilusión su última hora
[58]
. No es una oportunidad cualquiera; es la oportunidad de la vida: quien quiere salvar su vida, la perderá, y quien la pierda, la conservará
[59]
. Angosta es la puerta
[60]
. Y hay más llamados que escogidos
[61]
. La salvación del hombre es siempre un milagro de la gracia, sólo posible para Dios, para quien todo es posible
[62]
.
El gran banquete ya está preparado, y preparado para todos: incluso para los mendigos y lisiados de las calles y hasta para los que andan por los caminos y senderos
[63]
. ¿Qué otro signo hubiera podido expresar más claramente la universalidad del perdón que esos
convites
de Jesús en compañía de todos los que querían participar, incluidos los normalmente excluidos de las mesas respetables? Estos excluidos lo percibieron con gran alegría: aquí hay, en vez de la acostumbrada condena, indulgencia; en vez del automático veredicto de culpabilidad, misericordiosa absolución; en vez de la general malevolencia, la sorpresa de la gracia. ¡Una verdadera liberación! ¡Una auténtica redención! Es el modo más efectivo de demostrar prácticamente la gracia. Por esto los convites de Jesús quedaron grabados en la memoria de la comunidad, llegando después de su muerte a ser entendidos en una dimensión aún más profunda: como signo admirable, como preludio y anticipación en cierto modo del banquete escatológico anunciado en las parábolas
[64]
.
Pero aún queda por responder este interrogante:
¿cómo se justifica esta gracia
, este perdón, esta liberación y redención de los pecadores? Las parábolas de Jesús ofrecen datos clarísimos. Su defensa consiste primeramente en contraataque: ¿son los justos, que no tienen necesidad de penitencia, de verdad tan justos; los piadosos, tan piadosos? Presumiendo de su propia moral y religiosidad, ¿no incurren ellos mismos en culpa?
[65]
¿Saben siquiera lo que es perdón?
[66]
¿No son implacables con sus hermanos cuando fallan?
[67]
¿No pretextan obedecer y luego no lo hacen?
[68]
¿No se excusan ante la llamada de Dios?
[69]
Existe una culpa de los inocentes: pretender que no están en deuda con Dios. Y una inocencia de los culpables: ponerse enteramente, al verse perdidos, en las manos de Dios. Lo cual quiere decir que los pecadores, al no disimular su pecado, son más sinceros que los piadosos. Jesús les da la razón frente a aquellos que se niegan a reconocer su propio pecado.
Pero la auténtica respuesta y justificación de Jesús es otra. ¿Que por qué se puede perdonar en vez de condenar, por qué la gracia tiene primacía sobre el derecho? Porque
Dios mismo
no condena, sino que
perdona
. Porque Dios mismo, ubérrimamente, antepone la gracia al derecho, ejerce el derecho de la gracia. Así es como aparece Dios en todas las parábolas con todas sus variantes: como el Generoso, como el rey magnánimo y misericordioso
[70]
, como el generoso prestamista que no reclama la deuda
[71]
, como el pastor que busca la oveja descarriada
[72]
. como la mujer aue busca la moneda perdida
[73]
, como el padre que sale corriendo al encuentro del hijo
[74]
, como el juez que escucha al publicano
[75]
. Siempre es un Dios de infinita misericordia e inconcebible bondad
[76]
. De alguna manera debe el hombre, donando y perdonando, reproducir el don y el perdón de Dios. Sólo desde esta perspectiva puede entenderse la plegaria del Padrenuestro: perdónanos nuestras deudas, que también nosotros perdonamos a nuestros deudores
[77]
.
Jesús, como siempre, anuncia todo esto sin formulaciones teológicas, sin elaborar una gran teología de la gracia. El término
«gracia»
no aparece en los sinópticos (excepto en Lucas, en contextos por lo general no primitivos) y tampoco en Juan (excepto en el prólogo). El sustantivo «perdón» forma parte por lo general de la fórmula referente al bautismo y el de «misericordia» no se encuentra en ningún pasaje evangélico. Frecuentísimo es, por el contrario, el empleo de los verbos «perdonar», «remitir», «dispensar». Y esto es decisivo: es una demostración de que Jesús habla ante todo de una gracia y un perdón que se
están realizando
. Que el hijo disoluto no sea sometido a un juicio delictivo, sino que el padre se le eche al cuello interrumpiendo su confesión de culpabilidad, que se saque el mejor traje, un anillo y sandalias, que se mate el ternero cebado y se celebre un banquete, es gracia en acción. Y otro tanto que el siervo, el deudor, el publicano y la oveja perdida experimenten la magnanimidad, el perdón, la misericordia, la gracia. El hombre es aceptado sin restricciones, sin sondeos del pasado, sin tributos especiales, y, así liberado, puede nuevamente vivir, aceptarse a sí mismo (que es lo más difícil incluso para los publicanos). La gracia es una nueva oportunidad de vivir.
De esta manera, las parábolas de Jesús fueron algo más que alegorías de la idea intemporal de un Dios Padre cariñoso. En ellas se expresaba en palabras lo que en la acción de Jesús, en su acogida a los pecadores, ya era un hecho: el perdón. En la acción y la palabra de Jesús el amor indulgente y exonerante de Dios a los pecadores se hacía acontecimiento.
No castigo de los malvados, sino justificación de los pecadores
: esta es la señal de que despunta el reino de Dios, de que está brotando la inminente justicia divina.
Jesús, con su doctrina como con su praxis, quitó la razón a todos aquellos que, siendo piadosos, eran, sin embargo, menos generosos, misericordiosos y buenos que él. Y por eso se atrevió, con gran escándalo de todos ellos (puesto que se remitía a un Dios que no sólo ama a los pecadores, sino que los prefiere a los justos), a poner por delante el derecho de la gracia de Dios y anunciar esta gracia, misericordia y perdón divinos a todos los hombres. Mas no sólo de una forma general; Jesús se atrevió —y esto es reconocido como histórico por los exégetas más críticos
[78]
— a
conceder un perdón directo al individuo confeso de su culpa
.
La primera confrontación que Jesús tiene con sus adversarios en el primer evangelio se centra, y con unos tonos muy característicos, en las palabras de perdón de los pecados que dirige Jesús al paralítico: «Hijo, se te perdonan tus pecados»
[79]
. Que Dios perdona los pecados, todo judío piadoso lo cree. Pero que este hombre concreto se arrogue el derecho, aquí y ahora, de perdonárselos expresamente a este otro hombre concreto… Jesús concede y garantiza el perdón de los pecados de una forma enteramente personal. ¿Con qué derecho?
¿Con qué poder?
La reacción es inmediata: «¡Cómo! ¿Este habla así, blasfemando? ¿Quién puede perdonar pecados más que Dios sólo?»
[80]
.
También es éste, sin duda, el supuesto de Jesús:
Dios
es quien perdona. Es exactamente lo que quiere decir la construcción pasiva de la frase transmitida («se te perdona» = te son perdonados). Pero, como quiera que sea, para los contemporáneos hay una cosa clara: aquí hay uno que se atreve a algo que hasta ahora nadie, ni Moisés ni los profetas, se ha atrevido a hacer. No solamente anuncia el perdón de Dios como lo hace el Sumo Sacerdote a todo el pueblo el día de la reconciliación, en el templo y siguiendo el detalladísimo orden expiatorio fijado por el mismo Dios; sino que él mismo, personalmente, concede el perdón a un fracasado moral cualquiera en una situación muy concreta, «en la tierra», por así decir en la calle. No sólo predica la gracia, sino que la ejercita aquí y ahora personalmente, autoritativamente.
¿Quiere esto decir que ahora, en lugar de una arbitraria justicia de linchamiento, entra en vigor una despótica justicia de gracia? Aquí un hombre está anticipando el juicio de Dios. Y, contra todas las tradiciones de Israel, está haciendo algo reservado únicamente a Dios, se está injiriendo en la esfera divina, usurpando un derecho privativo de Dios. De hecho, aunque no maldiga «e1 nombre de Dios, está cometiendo una
blasfemia
, una blasfemia por arrogancia. ¿Quién se cree este hombre? Sus pretensiones, ya de por sí inauditas, culminan en esta otra, que no puede por menos de provocar indignación y airadas protestas: la pretensión de poder perdonar los pecados. El conflicto (un conflicto a vida o muerte) con todos aquellos a quienes él ha quitado la razón, cuyo falso comportamiento él ha puesto al descubierto, es inevitable. Muy pronto (inmediatamente después del episodio del perdón de ios pecados, del banquete con los publicanos, de la inobservancia del ayuno, de la violación del descanso sabático), el Evangelio de Marcos
81
nos da ya noticia del consejo tenido por sus adversarios, los representantes de la Ley, el derecho y la moral, para ver cómo podían liquidarlo.
Escándalo: pequeña piedra en la que se puede tropezar. Jesús en persona vino a ser la piedra de escándalo; todo lo que él dijo e hizo fue un escándalo ininterrumpido. laqué tremendas consecuencias teóricas y prácticas le llevó su particular identificación radical de la causa de Dios con la causa del hombre! Combativo hacia todas las direcciones, desde todas partes fue también combatido. No había asumido ninguno de los papeles previstos: para la gente de «ley y orden» se mostró como un provocador peligroso para el sistema; a los activistas revolucionarios los desilusionó con su pacifismo sin violencia; a los ascetas pasivos y separados del mundo, por el contrario, con su desenvuelta mundanidad; a los piadosos adaptados al mundo, por último, les pareció muy poco comprometido. A los taciturnos les resultaba demasiado ruidoso y a los ruidosos demasiado callado, a los severos demasiado liberal y a los liberales demasiado riguroso. Jesús entra así, al no estar alineado en ningún bando, en un dramático conflicto social: en contradicción con la situación vigente y en contradicción con los mismos que la contradicen.
Tantas pretensiones y, detrás, apenas nada: de origen humilde, desprovisto de apoyo familiar, falto de formación especial. Sin dinero, sin oficio y dignidad, sin prestigio familiar sólido, sin la cobertura de un partido y una tradición que lo legitimase, ¿cómo un hombre tan irrelevante puede reivindicar plenos poderes? ¿No es su situación desde el principio una situación desesperada? ¿Quién estaba a su favor? No obstante, este hombre, que con su doctrina y su comportamiento se hizo merecedor de ataques mortales, también encontró espontáneas muestras de confianza y cariño. En pocas palabras: ante él los ánimos se dividieron.