En la última antítesis del Sermón de la Montaña verifica Jesús una explícita
corrección del mandamiento veterotestamentario
«amarás a tu prójimo» y de la prescripción qumránica «odiarás a tu enemigo», cuando afirma: «Pues yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen»
[12]
. Lo cual, según Lucas, también vale para los perseguidos y maldecidos: «Haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, rezad por los que os injurian»
[13]
. Para el hombre corriente, ¿no es todo esto desproporcionado, excesivo, exagerado?
¿Por qué
todo esto? ¿Acaso en razón de nuestra común naturaleza humana? ¿Acaso en nombre de una filantropía que ve algo divino hasta en lo más miserable? O ¿en nombre de una piedad universal para con todos los que sufren, que ante «1 espectáculo del infinito sufrimiento del mundo procura apaciguar su tierno corazón? O ¿en nombre de un ideal de perfección moral universal?
La motivación de Jesús es distinta: la perfecta imitación de Dios. Porque a Dios sólo se le puede concebir rectamente como Padre, que no hace distinciones entre amigo y enemigo, que hace salir el sol y manda la lluvia sobre buenos y malos y que brinda su amor incluso a los indignos (¿y quién no lo es?). Amando así han de mostrarse los hombres hijos e hijas del Padre del cielo
[14]
y de enemigos tornarse hermanos y hermanas. El amor de Dios a todos los hombres es la razón de mi amor al hombre que él mismo pone en mi camino, es decir, que en el momento es mi prójimo. El
amor de Dios al enemigo
es, pues, el
fundamento del amor del hombre a sus enemigos
.
Llegados a este punto, podemos también formular la pregunta al revés: ¿no es en presencia del adversario donde únicamente se manifiesta
lo que es el verdadero amor?
El verdadero amor no sueña con la reciprocidad del otro, no liquida prestaciones con contraprestaciones, no piensa en la recompensa. Está libre de todo cálculo y egoísmo latente:
no
es
egoísta, sino abierto del todo hacia el otro
.
¿Quiere decir entonces que no se trata de
eros
, sino de
ágape?
¿No «amor», sino «caritas»? La cosa no es tan sencilla. Uno y otro significan «amor». Los teólogos se han tomado muchas molestias para elaborar la distinción entre el eros anhelante de los griegos y el ágape obsequioso de Jesús
[15]
. Basados en este estudio, han podido constatar un importante dato lexicográfico: el sustantivo «ágape» apenas aparece en la literatura griega profana y el verbo
«ἀγάπη, agapan»
(amar) sólo marginalmente. Y, al contrario, la palabra «eros» no aparece en el Nuevo Testamento en absoluto y en el Antiguo Testamento griego sólo dos veces (y en sentido negativo) en el libro de los
Proverbios
[16]
.
La palabra, evidentemente, estaba comprometida por las connotaciones de erotismo morboso y sexualidad puramente instintiva típicas del mundo griego, presentes hasta en el mismo culto.
Es obvio que se da una diferencia entre el amor posesivo, que
sólo
busca lo propio, y el amor obsequioso, que busca lo del otro. Es la diferencia entre el amor egoísta y el verdadero amor, tal como Jesús lo ve. No obstante, la
diferencia entre amor egoísta y amor verdadero no es la misma que entre «eros» y «ágape»
: como si solamente el ágape, y no también el eros, pudiera ser verdadero amor. ¿Acaso quien desea a otra persona no puede entregarse a ella simultáneamente? O, a la inversa: ¿acaso a quien se entrega a otra persona no le es lícito desearla? ¿Es que en el amado o la amada no puede haber nada deseable y placentero? ¿Acaso el Dios del Antiguo Testamento no desea a su pueblo Israel apasionadamente, «celosamente», como el marido a su mujer infiel, según la imagen de los profetas? ¿No está representada la alianza de Dios con su pueblo mediante símbolos del eros, como un matrimonio, y la apostasía del pueblo como un adulterio? ¿No está recogido también en el canon veterotestamentario el
Cantar de los Cantares
, que es una recopilación de cantos al amor sensible? Y, por último, ¿no reviste el amor de Dios en el Nuevo Testamento rasgos enormemente humanos, como el amor del padre que ansia el retorno del hijo perdido?
Es sorprendente la naturalidad con que el Antiguo Testamento griego habla del
«agapan»
del marido por su mujer y del marido y la mujer por sus hijos. Y según el Nuevo Testamento griego, también Jesús emplea ese mismo verbo para designar tanto el amor al amigo como el amor al enemigo
[17]
. Jesús aparece en los evangelios como un verdadero hombre bajo todos los ángulos: un hombre que toma en brazos a los niños
[18]
, se deja ungir con perfume por mujeres
[19]
, se siente especialmente ligado por «amor» a Lázaro y sus hermanas
[20]
. todo lo cual es evidente que no excluye el eros. A sus discípulos, en fin, los llama «amigos»
[21]
. Es claro que ni el Antiguo ni el Nuevo Testamento pretenden establecer una distinción entre el amor «celeste» y el «terreno». Del amor de Dios se habla humanamente, alegremente, y en ningún caso se advierte desprecio por el amor humano elemental. El amor humano auténtico al esposo, padre, madre o hijo no está en contraposición, sino en armonía, con el amor a Dios. Cuando entre eros y ágape se pretende no sólo ver una diferencia, sino construir una
oposición excluyente
, todo ello va
en detrimento tanto del «eros» como del «ágape»
[22]
.
El eros resulta
desvalorizado y condenado
. El amor apasionado, que desea al otro para sí, queda reducido al sexo, y el erotismo y la sexualidad, descalificados. El eros despierta sospechas en todas partes, no sólo cuando se presenta como pasión sensual, ciega, inquietante y avasalladora; basta con que aparezca, al estilo del
Simposio
, de Platón, como impulso hacia lo bello, como fuerza creadora que marca el camino hacia el sumo bien divino (en Plotino, una exigencia de unificación con el «Uno»). Una educación hostil al eros y, en general, la actitud de aversión al eros y al sexo por razones religiosas han ocasionado incalculables desdichas. ¿Por qué han de excluirse mutuamente el deseo erótico y el servicio de amor, el juego amoroso y la fidelidad?
A su vez, también el
ágape
queda
exaltado y deshumanizado
. Pierde todo contacto con los sentidos, queda espiritualizado (lo que falsamente se llama «amor platónico»). Se deja de lado lo vital, lo emocional, lo afectivo: un amor sin fascinación. Cuando el amor se reduce a una decisión de la voluntad sin arriesgar a la par el corazón, carece de verdadera humanidad. Le falta profundidad, calor, interioridad, ternura, cordialidad. Si tantas veces la «caritas» cristiana ha sido tan poco convincente es porque ha sido poco humana.
¿Por qué no ha de repercutir todo lo humano en todo amor: en el amor al hombre, en el amor al prójimo y hasta en el amor al enemigo? Un amor de este tipo no es un amor egoísta, que sólo busca su propio provecho, sino el amor verdaderamente humano, fuerte, que busca el bien del otro con alma y cuerpo, de palabra y de obra. En el amor verdadero todo deseo se hace don, no posesión.
La identificación de la causa de Dios y la causa del hombre, de la voluntad de Dios y el bien del hombre, del servicio divino y el servicio humano, y la consiguiente relativización de la Ley y el culto, de las santas tradiciones, instituciones y jerarquías, señalan el punto exacto en que se encuentra situado Jesús: en el
cruce de las coordenadas
«establishment» - revolución - emigración compromiso. Jesús no se deja encuadrar en la clase dominante ni en el grupo de los rebeldes políticos, en la categoría de los moralizantes ni en la multitud de los retirados silenciosos. No está ni en la derecha ni en la izquierda, mas tampoco es simplemente un mediador entre ambas. Exactamente, él está más allá:
verdaderamente más allá
de todas las alternativas, que él mismo elimina de raíz. Esta es
su radicalidad
: la radicalidad del
amor
, radicalidad sobria y realista, básicamente diferente de todos los
radicalismos
ideologizados.
Craso error sería pensar que este amor se centra exclusivamente en grandes acciones o grandes sacrificios, como la necesidad de romper con los parientes en casos particulares, la obligación de renunciar a los propios bienes en determinadas circunstancias, tal vez la exigencia de martirio… Ante todo, y en la mayoría de los casos, este amor se refiere a la
vida cotidiana
: el que primero saluda
[23]
, el puesto que uno escoge en el banquete
[24]
, el que no condena, sino juzga con misericordia
[25]
, el que se cuida de decir la verdad sin reservas
[26]
. Para mostrar hasta dónde llega el amor en la vida cotidiana, propondremos tres frases programáticas para sintetizarlo con toda concreción y radicalidad, aplicables a la vez al ámbito de las relaciones individuales y al de las relaciones sociales entre grupos, naciones, razas, clases, partidos, Iglesias.
1.
Amor quiere decir perdón
. La reconciliación con el hermano precede al servicio divino. No hay reconciliación con Dios sin reconciliación con el hermano. De ahí la súplica del Padrenuestro: «Perdónanos nuestras deudas, que también nosotros perdonamos a nuestros deudores»
[27]
. Esto no significa que Dios espere del hombre realizaciones especiales para concederle el perdón. Basta que el hombre se vuelva confiado a él, que crea y que de ello saque las consecuencias. Pues dado que él mismo está necesitado de perdón y lo ha recibido, tiene que ser testigo de ese perdón, es decir, pasarlo al hermano. No puede recibir el gran perdón de Dios y negar el pequeño perdón al prójimo, como claramente expone la parábola del rey magnánimo y el siervo inmisericorde
[28]
.
2.
Amor quiere decir servicio
. La servicialidad, el ánimo de servicio es el camino de la verdadera grandeza. Este es el sentido de la parábola del convite: a la autoexaltación sigue la humillación, el ridículo de la degradación; a la autohumillación sigue la exaltación, el honor del ascenso
[31]
.
3.
Amor quiere decir renuncia
. Jesús amonesta contra la explotación de los débiles
[33]
. Exige resuelta renuncia a todo lo que obstaculiza la disponibilidad en favor de Dios y del prójimo. Pide, en términos aforísticos, cortarse la mano si a uno lo pone en peligro
[34]
. Y espera no sólo la renuncia a lo negativo (la concupiscencia y el pecado), sino también a lo positivo (el derecho y el poder).
Bajo esta perspectiva, hasta los mismos diez mandamientos del decálogo veterotestamentario
[38]
aparecen «superados», en el triple sentido hegeliano de la palabra, «absorbidos», anulados y, al propio tiempo, conservados, porque son elevados al plano superior de la «justicia mejor» que Jesús proclama en el Sermón de la Montaña
[39]
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