Ser Cristiano (43 page)

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Authors: Hans Küng

Tags: #Ensayo, Religión

BOOK: Ser Cristiano
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Esto sería
malentender
las acciones carismáticas de Jesús. Sus curaciones y expulsiones de demonios no acaecieron regularmente o conforme a un plan establecido. Jesús escapa a menudo de la gente y manda a los curados guardar silencio
[22]
. Jesús no fue un taumaturgo, un «hombre de Dios» helenista que intentaba restituir la salud al mayor número posible de enfermos. El estrato palestino más antiguo de los relatos milagrosos, como se desprende del análisis histórico de las formas, se abstiene de la estilización helenista, característica de los correspondientes relatos paganos. Temática y técnica de estos estilizados relatos presentan los siguientes rasgos estereotipados: exposición del horror de la enfermedad y de los vanos intentos de curación; descripción de la curación (con el gesto, la palabra, la saliva, etc.); finalmente, la demostración (el paralítico carga con su catre, etc.) y la reacción de los testigos (coro final: exclamaciones, asombro, temor de los presentes). Los más antiguos relatos de milagros palestinos, como el de la curación de la suegra de Pedro
[23]
, son breves y sin pretensiones literarias. Renuncian a toda ornamentación, evitan motivos profanos. Los toques estilísticos sólo empezarán a aparecer tardíamente
[24]
.

Los primitivos relatos, breves y sencillos, ponen en el centro el poder divino de Jesús. En sus obras carismáticas ve Jesús confirmadas su vocación, su plenitud de espíritu y su mensaje. Por eso entra en conflicto con su familia y con los teólogos
[25]
. No era importante lo negativo, sino lo positivo: a los evangelistas no les importa en absoluto que las leyes naturales sean violadas, pero sí que en estas acciones se manifieste el poder de Dios. Las carismáticas curaciones y expulsiones diabólicas de Jesús no perseguían un objetivo personal. Estaban
al servicio del anuncio del reinado de Dios
. Ilustran o corroboran la palabra de Jesús. El paralítico es curado para probar la legitimidad del perdón de los pecados concedido por Jesús
[26]
. No ocurren con regularidad y, mucho menos, organizadamente; la transformación del mundo es prerrogativa de Dios. Son un ejemplo, un signo: de que Dios ya comienza a cambiar en bendición la maldición de la existencia humana.

Más importante que el número y la envergadura de las curaciones, expulsiones de demonios y otras acciones maravillosas de Jesús es el hecho de que él se vuelve con simpatía y compasión hacia aquellos
hacia los que nadie se vuelve
: los débiles, los enfermos, los abandonados, los marginados por la sociedad. Ante ellos se ha preferido siempre pasar de largo. Los débiles y enfermos son cargantes. De los leprosos y «posesos» todo el mundo se mantiene a distancia. Por fidelidad a su Regla, hasta los piadosos monjes de Qumrán, en un gesto compartido en parte por los rabinos, excluyen en principio de su comunidad determinados grupos de personas:

Necios, dementes, tontos, locos
,

ciegos, tullidos, cojos, sordos y menores
:

ninguno de ellos puede ser acogido en la comunidad
;

pues ángeles santos están en medio de ella
[27]
.

A ninguno de éstos le da Jesús la espalda, a ninguno de ellos rechaza. No trata a los enfermos como pecadores; los atrae curándolos. «Vía libre al capaz, al sano, al joven»: no es ésta la consigna de Jesús, que desconoce el culto a la salud, a la juventud, al rendimiento. Ama a todos como son, de esta manera puede ayudar a todos: da salud a los enfermos del cuerpo y del alma, fuerza a los débiles y ancianos, capacidad a los incapaces, y a las existencias pobres y desesperadas, esperanza, nueva vida, confianza en el futuro. ¿No son todas estas cosas, aun sin transgredir las leyes de la naturaleza, acciones desacostumbradas, extraordinarias, admirables, milagrosas? Al Bautista, que en la cárcel no sabe qué pensar de él, le responde Jesús, según la tradición, con una imagen del reinado de Dios que en su configuración poética no representa una lista precisa de milagros (algunos de ellos puede que ocurrieran en presencia de los enviados), sino sobre todo un canto mesiánico, en acusado contraste con Qumrán
[28]
.

Los ciegos ven y los cojos andan
,

los leprosos quedan limpios y los sordos oyen
,

los muertos resucitan

y a los pobres se les anuncia la buena noticia
.

Lo que quiere decir: los efectos maravillosos del reinado de Dios que viene se dejan, ya ahora, sentir. El futuro de Dios actúa ya en el presente. No que el mundo se haya transformado ya, sino que el reinado de Dios llegará en seguida. Y también que en él, en Jesús, en sus palabras y acciones, ya se irradia su fuerza, ya ha comenzado su poder. Cuando cura enfermos y expulsa demonios con poder del Espíritu de Dios ya ha llegado
en él y con él
el reinado de Dios
[29]
. Con sus hechos no ha edificado ya Jesús el reino de Dios. Pero sí ha ofrecido
signos
en los que resplandece el reinado que llega: prefiguraciones significativas, corpóreas, típicas de ese bien psicofísico, definitivo y total que llamamos
«salvación»
del hombre. En este sentido, pudo decir Jesús: En medio de vosotros, dentro de vosotros, está el reinado de Dios
[30]
.

e) Indicios, no pruebas

Las acciones-signo de Jesús
no
son
argumentos inequívocos de credibilidad
que puedan por sí solos fundamentar la fe. Los milagros solos nada prueban. Hasta para los mismos contemporáneos fueron ambivalentes: el mismo hecho de Jesús era para unos una intervención poderosa de Dios y para otros un engaño diabólico, según su respectiva actitud ante su mensaje y persona. Unos se dejaban convencer y otros lo recusaban; unos lo adoraban, otros lo condenaban. No es la historicidad de los milagros, por tanto, la pregunta clave de la fe cristiana. Y de la misma manera que el reconocimiento de tal historicidad no es, de por sí, prueba de fe, tampoco es prueba de incredulidad su negación. La pregunta clave de la fe
cristiana
se refiere más bien al propio Cristo: ¿Qué pensáis de él y qué pensáis de Dios?

Las acciones carismáticas de Jesús no son más que indicaciones que sólo se hacen creíbles partiendo de él mismo. De ninguna manera son pruebas, capaces por sí solas de garantizar la realidad y la verdad de la revelación. Jesús mismo rechaza frente a sus adversarios toda demostración de fuerza, toda legitimación de su propio poder. «Signos» tales como los que los fariseos piden y los apocalípticos esperan del Mesías, él los deniega
[31]
. Exigir signos es provocar a Dios, es decir, lo contrario de la auténtica fe, como claramente se pone de relieve sobre todo en el relato de las tentaciones del Evangelio de Juan, que sigue a su vez la tradición sinóptica
[32]
. No pretendía Jesús hacerse propaganda, sino salvar al hombre.

El verdadero defecto de la concepción supranaturalística de los milagros (el milagro como intervención divina en contra de las leyes naturales), al igual que por su generalizada interpretación religiosa (en el mundo todo es milagro, en armonía con las leyes naturales), radica en la disociación de los milagros del propio Jesús y de su palabra. La clave para entender los relatos milagrosos neo-testamentarios no es la transgresión de la ley natural (que históricamente no es verificable) ni la acción universal de Dios en el mundo (que es incontestable), sino Jesús mismo: sólo
a la luz de su palabra
adquieren sus acciones carismáticas su
significado preciso
. He aquí por qué, en la respuesta a Juan el Bautista, la enumeración de los signos del próximo reinado de Dios culmina en la predicación del evangelio
[33]
y concluye con la bienaventuranza de los que no se escandalizan de su persona
[34]
. Los hechos carismáticos de Jesús ilustran sus palabras y, a la inversa, necesitan ser interpretados por ellas. Sólo a partir de la palabra de Jesús cobran credibilidad.

Ni las palabras ni los hechos de Jesús han de ser disociados de su persona. Así, como claramente se manifiesta en los relatos de milagros del Evangelio de Juan, tan drásticos como simbólicos en su sentido último, que indudablemente procedían de fuente propia, la multiplicación de los panes es signo de Jesús como «pan de vida»
[35]
, la curación del ciego es signo de Jesús como «luz del mundo»
[36]
, la resurrección de los muertos es signo de Jesús como «resurrección y vida»
[37]
. Jesús mismo, que con sus dichos y hechos anuncia el reinado de Dios, es el único signo que se da a los hombres de ese reinado que llega. Que con el progreso de la ciencia se haya encontrado, o se pueda aún encontrar, una explicación científica satisfactoria de lo que entonces se tuvo por milagro es cuestión en absoluto secundaria que no debe turbar la fe. Jesús mismo es el signo que con su palabra y su acción anuncia
y
fundamenta la fe. No es la fe en los milagros lo que se solicita, sino la
fe en Jesús
y en el que él ha revelado. En este sentido, como nuevamente pone de relieve el Evangelio de Juan, puede el creyente desentenderse de los milagros: Dichosos los que tienen fe sin haber visto
[38]
.

¿Qué nos quieren decir, pues, los relatos de milagros del Nuevo Testamento?

  • Jesús sería mal interpretado si se le concibiese como un curandero o taumaturgo que se ocupa metódicamente de todos los achaques humanos: su actividad no debe ser desvirtuada en sentido cientifista.
  • Jesús sería igualmente mal interpretado si se le concibiese exclusivamente como un director espiritual o confesor al que no interesan más que el alma o el espíritu del hombre: su actividad no

Así, pues, el mensaje del reinado de Dios se dirige al hombre en todas sus dimensiones; no sólo al alma del hombre, sino al hombre
entero
en su existencia espiritual y corporal, en todo su mundo concreto, pleno de sufrimientos. Y es un mensaje que vale para
todos
los hombres, no sólo para los fuertes, jóvenes, sanos, capaces, a quienes tanto se complace en exaltar el mundo, sino también para los débiles, enfermos, viejos e incapaces, a quienes el mundo gusta de olvidar, descartar, descuidar. Jesús no se limitó a hablar, también intervino efectivamente en la esfera de la -enfermedad y de la injusticia. No tuvo solamente el poder de predicar, sino también el carisma de curar. No es un simple
predicador
y
consejero
. Es a un mismo tiempo
sanador
y
auxiliador
.

Y también en este aspecto fue Jesús muy distinto de los sacerdotes y teólogos, de los guerrilleros y de los monjes. Enseñaba como quien tiene autoridad
[39]
. «¿Qué significa esto? ¿Un nuevo modo de enseñar, con autoridad?». Así se preguntan y se dicen unos a otros en Marcos después del primer milagro
[40]
. En él se alumbraba algo que por unos era rechazado enérgicamente e incluso condenado como magia, mientras que a los otros les daba la impresión de un encuentro con el poder de Dios. No era otra cosa ese algo que el reinado de Dios, que consiste no sólo en el perdón y en la conversión, sino también en la redención y liberación del cuerpo y en la transformación y consumación del mundo. De este modo, no solamente se presenta Jesús como el anunciador, sino como el
garante
, con su palabra y su acción, del reinado de Dios que viene. Mas, llegados a este punto, es obligado preguntarse: ¿cuál es su norma?

3. LA NORMA SUPREMA

De todas las consideraciones precedentes salta automáticamente la pregunta: ¿a qué debe, en sustancia, atenerse el hombre? Si uno no quiere ligarse al
establishment
, si no quiere adscribirse a la revolución, si no opta por la emigración externa o interna y rechaza asimismo el compromiso moral, ¿qué otra cosa puede pretender? En este cuadro de coordenadas parece no darse un quinto punto de referencia. ¿A qué cosa, a qué ley va a atenerse? ¿Qué significado siquiera puede tener aquí una norma, una norma suprema? Es una cuestión de capital importancia, antes como ahora: ¿qué es lo que vale para Jesús?

a) No una ley natural

No es norma suprema una ley moral de orden natural:
no una ley moral natural
. Comprobar esto, aunque sea brevemente, no dejará de tener interés para esta época en que una importante encíclica papal ha pretendido fundamentar la inmoralidad del control «artificial» de la natalidad en una ley natural semejante, remitiéndose para ello a la autoridad de Jesucristo. No podrá atribuirse a un defecto de reflexión teológica el hecho de que Jesús no arranque, para legitimar sus exigencias, de una esencia o naturaleza inmutable, supuestamente cognoscible y condicionante para todos los hombres. La atención de Jesús no se centra en la naturaleza humana en abstracto, sino en el singular hombre concreto. Con toda sencillez, y con extrema expresividad al mismo tiempo, habla del mundo del hombre: de los pájaros del cielo y los lirio» del campo, de las uvas y los higos, de las espinas y los cardos, de semilla y cosecha, de sol y lluvia, del tiempo, del moho y la polilla… Nada juzga malo ni lo transfigura románticamente; todo lo toma como es. También en términos no menos concretos habla del hombre en este mundo, haciendo vivo retrato de él: los niños en la plaza del mercado y el padre en el seno de la familia, la mujer en la casa, los labradores en la viña, el pastor con sus ovejas, el aldeano en el campo, el juez y el acusado, el rey y el siervo. Nada aparece con tonos negros o de rosa: el hombre es visto con todo realismo, en el que no faltan toques de humor e ironía, como fácilmente se puede leer entre líneas.

El mundo y el hombre están, pues, presentes en Jesús como-mundo de Dios y como hombre de Dios. Jesús no está guiado, como es el caso de Confucio, por la fe en una ley eterna del mundo, a la que debe el hombre conformar su acción. Apenas emplea el término «creación» y, desde luego, nunca en absoluto el de «naturaleza», que tiene su origen en el pensamiento griego. No tiene ningún interés en el conocimiento de una naturaleza humana común, inmutable. No parte, como los estoicos, de una idea previa del hombre, según la cual el hombre como tal es algo sagrado. Y, sobre todo, en lo que de ninguna manera piensa es en deducir de ciertas estructuras permanentes e inamovibles de una supuesta naturaleza humana unas leyes fundamentales de comportamiento inmutables y universalmente válidas: primeros principios, de los cuales puedan después derivarse más o menos directamente otros principios, de modo que al final todos juntos constituyan una respuesta unívoca para todos los casos teológico-morales posibles (en orden a la propiedad privada, la familia, el Estado, la sexualidad, el divorcio, la pena de muerte, etc.).

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