Ser Cristiano (40 page)

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Authors: Hans Küng

Tags: #Ensayo, Religión

BOOK: Ser Cristiano
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Jesús, como es natural, habló en consonancia con los conceptos apocalípticos de su tiempo y empleando las expresiones de uso corriente. Y pese a que él, como ya hemos apuntado, se abstuvo de señalar expresamente las fechas precisas del cumplimiento escatológico y redujo al mínimo, al contrario que la apocalíptica paleojudaica, la descripción plástica del reinado de Dios, se mantuvo siempre dentro del horizonte de la apocalíptica, dentro de ese ámbito conceptual, tan extraño a nosotros, de la expectación a corto plazo. Este cuadro mental ha sido superado, empero, por la evolución histórica; el horizonte apocalíptico ha ido a pique. De esto hay que tener clara conciencia. Desde la perspectiva de hoy, tenemos que decir: más que de un error, en esa expectación a corto plazo se trata de una
visión del mundo condicionada y ligada a la mentalidad de la época
, que, naturalmente, compartía Jesús con sus contemporáneos. Mas no hay razón para hacerla resurgir artificiosamente. Y mucho menos sucumbir a la tentación, siempre tan real en los llamados «tiempos apocalípticos», de resucitarla para esclarecer el horizonte tan diverso de nuestras experiencias. El cuadro representativo y conceptual de aquella antigua apocalíptica, tan ajeno a nosotros, no haría más que encubrir y distorsionar la realidad significada.

Hoy todo se reduce a determinar si la idea básica de Jesús, si la
causa
que Jesús propugnó con su anuncio del inminente reinado de Dios, tiene todavía sentido en el horizonte de experiencias, tan diferente, de una humanidad que fundamentalmente acepta el hecho de que el curso de la historia del mundo, provisionalmente al menos, sigue adelante. Podríamos legítimamente plantear esto también en esta otra forma de pregunta directa: ¿cómo se explica que el mensaje de Jesús siguió siendo o, para decirlo más exactamente, comenzó a ser tan eficaz después de su muerte y el fallido fin del mundo? Algo, en efecto, tiene que ver esto con su muerte, en cuanto que ésta representó un fin, y muy concreto, por cierto. Mas también con su vida y su doctrina. De aquí que se haga necesaria una nueva diferenciación.

d) Entre presente y futuro

Las parábolas, por demás comprensibles en su forma, contienen, sin embargo, un
misterio
: «el misterio del reinado de Dios
[33]
. Que éste haya de ser revelado a los discípulos solamente y no al pueblo (para que se obstine) es una interpretación posterior del evangelista
[34]
. Las mismas parábolas de Jesús prueban lo contrario. Y ese mismo evangelista dice expresamente poco después que Jesús exponía el mensaje al pueblo con muchas parábolas del mismo estilo, según lo podían entender
[35]
. ¿Qué es, a pesar de todo, el
misterio
del reinado de Dios, anunciado en las parábolas?

Hace poco, al hablar de contraste a propósito de las parábolas del crecimiento, sólo hemos dicho media verdad. En un desarrollo orgánico del reinado de Dios, que pueda identificarse ahora con la Iglesia, es evidente que no pensó Jesús: el reinado de Dios llega por la acción de Dios. Ahora bien, sin eliminar el contraste entre el insignificante comienzo y el grandioso final, en el minúsculo grano de mostaza ya se anuncia el poderoso árbol; en la pizca de levadura en la harina ya se anuncia el pan para muchos hombres; en la inaparente semilla, la gran cosecha; en el mínimo comienzo, el espléndido final. Y, ¿dónde habrá de ponerse el comienzo sino precisamente en Jesús? ¿Quién es, si no, el sembrador que salió a sembrar y, al sembrar, algunos granos cayeron en tierra buena y dieron el ciento por uno?
[36]
En los poco vistosos hechos y dichos de Jesús, en su palabra a los pobres, hambrientos, afligidos y pisoteados, en sus acciones de auxilio a los enfermos, dolientes, posesos, culpables y desesperados, ahí se anuncia ya el reinado en el cual se acabará la culpa, el dolor, el sufrimiento y la muerte; el reinado de la plena justicia, la libertad y el amor, el reinado de la reconciliación y la paz eternas, el futuro absoluto de Dios. En él, en Jesús, ya se proclama que el nombre de Dios es santo, ya se realiza el designio de Dios en la tierra, ya se perdonan todas las deudas y es vencido el Malo; en él ya comienza el tiempo de la salvación, del cumplimiento y de la redención; en él ya ha llegado el reinado de Dios (en medio de vosotros)
[37]
. En él mismo se cifra, por tanto, ese «misterio del reinado de Dios» que anuncian las parábolas. El mismo es el principio del fin. En él se inicia la plenitud del mundo, el futuro absoluto de Dios. ¡Ya ahora! ¡Con él Dios está cerca!

Precisamente por tomar en serio la espera de Jesús en el fin cercano podemos y debemos decir: principio y fin, presente y futuro no pueden ser desgajados el uno del otro. Tal es la escisión que provocan los que siguen una
sola
línea en la predicación sinóptica y todo lo demás lo excluyen como inauténtico o lo dejan en la sombra como insignificante. Ni la escatología «consecuente»

(A. Schweitzer), que sólo mira el futuro sin preocuparse por el presente, ni la escatología «realizada» (C. H. Dodd), que prescinde de lo que está por venir, nos presentan al Jesús
total
. El anuncio de Jesús no es una forma de apocalíptica judía tardía que
solamente
se preocupa de las cosas venideras y nada exige para el presente. Pero mucho menos es una interpretación del presente y de la existencia, sin nada que ver con la apocalíptica y un determinado futuro absoluto.

Las afirmaciones sobre el presente
y
sobre el futuro (que de ambas hay muestras en los evangelios) han de ser tomadas con suma seriedad y relacionadas unas con otras diferenciadamente. No psicológicamente, como distintos «estados de ánimo» de la psique de Jesús (W. Bousset). No biográficamente, como distintos «estadios» de la vida de Jesús (P. Wernle, J. Weiss). Tampoco, ya lo hemos visto, sólo filológicamente, como distintos «estratos» de la tradición sinóptica (C. H. Dodd). Para evitar postulados y construcciones arbitrarias hay que ver el presente y el futuro en una irrompible tensión mutua esencial. En el trasfondo de la espera del fin cercano está presente la
polaridad
del «aún no», pero «ya sí», es decir, que el reinado de Dios del futuro ya tiene, por Jesús, fuerza y efecto en el presente. Los dichos de Jesús respecto al futuro deben entenderse no como enseñanza apocalíptica, sino como promesa escatológica
[38]
. No cabe, pues, hablar del reinado futuro de Dios sin consecuencias para la sociedad presente. Y, viceversa, no se puede hablar del presente y sus problemas sin mirar al futuro absoluto, que es lo determinante. Quien quiera hablar del futuro según Jesús, debe hablar del presente, y a la inversa. Pues:

  • El futuro absoluto de Dios remite al hombre al presente: ¡no un aislamiento del futuro a expensas del presente! El reinado de Dios no puede ser vaga promesa de tiempos mejores, satisfacción de la piadosa curiosidad humana sobre el porvenir, proyección de deseos incumplidos y de angustias, como opinan Feuerbach, Marx y Freud. Es desde el futuro desde donde debe instalarse el hombre en el presente. Es desde la esperanza desde donde el mundo y la sociedad actuales deben ser no sólo interpretados, sino cambiados. Jesús no quiso impartir enseñanza sobre el fin, sino emitir una llamada para el presente a la vista del fin.

Los apocalípticos se preguntaban por el reinado de Dios, por el futuro absoluto, partiendo de la situación presente del hombre y del mundo. Por eso se preocupaban tanto de conocer la fecha exacta del advenimiento. El camino de Jesús es exactamente inverso: él pregunta por la situación presente del hombre y del mundo partiendo del reinado inminente de Dios. Por eso, a pesar de esperarlo en breve, no se preocupa ni del día ni del modo preciso de su llegada. No obstante, cree que la verificación inmediata de la consumación es absolutamente segura. Sólo la visión del término deja libres los ojos para ver lo que está más cerca. El futuro es llamada de Dios al presente. Desde el futuro absoluto hay que configurar, ya ahora, la vida.

  • El presente remite al hombre al futuro absoluto de Dios: ¡no una absolutización de nuestro presente a expensas del futuro! El futuro entero del reinado de Dios no debe diluirse en el presente. Bastante triste y contradictorio resulta el presente de por sí como para que pueda ser ya, con toda su miseria y su culpa, el reinado de Dios. Demasiado imperfectos e inhumanos son nuestro mundo y nuestra sociedad como para que puedan ser ya la realidad perfecta y definitiva. El reinado de Dios no se queda en su fase inicial, sino que tiene que ser llevado al término definitivo. Lo que comenzó con Jesús, también con Jesús tiene que ser perfeccionado. La expectación próxima no se cumplió. Mas no por eso ha de descartarse la expectación como tal.

Todo el Nuevo Testamento (y en este sentido serían importantes hasta las interpolaciones futuristas del Evangelio de Juan, en el caso de que se trate de meras «interpolaciones»), pese a centrar su atención en el reinado de Dios que ya se inicia en Jesús, no deja de afirmar que su pleno cumplimiento es futuro, está aún por venir. La causa de Jesús es la causa de Dios, por eso nunca puede ser una causa perdida. Como hay que distinguir entre los mitos del origen y el suceso originario de la creación, así también hay que distinguir entre los mitos del fin y el suceso final de la consumación del mundo. Y, al igual que el Antiguo Testamento historizó los mitos del origen, es decir, los ligó a la historia, otro tanto ha hecho el Nuevo Testamento con los mitos del fin. La historia ha superado, es cierto, la espera a corto plazo propia de aquel entonces, pero en modo alguno ha superado la espera del futuro. El presente es tiempo de decisión a la luz del futuro absoluto de Dios. La polaridad del «aún no», pero «ya sí», constituye la tensión de la vida del hombre y de la historia de la humanidad.

e) Por delante está Dios

El mensaje de Jesús del reinado de Dios ha conservado su atractivo. El ocaso del mundo no tuvo lugar. El mensaje, no obstante, no ha perdido su sentido. El horizonte apocalíptico del mensaje ha desaparecido. Pero el mensaje escatológico como tal, el objetivo que Jesús perseguía, sigue siendo actual en nuestro nuevo contexto conceptual y representativo. Sobrevenga mañana o en un futuro lejano, el fin proyecta luces y sombras. ¿Cómo vamos a poder soslayarlo? ¡El mundo no durará eternamente! ¡La vida del hombre y de la historia de la humanidad tendrán un fin! Mas el mensaje de Jesús dice:
al término
no
está
la nada, sino
Dios
. Dios, que en cuanto principio también es el fin. La causa de Dios triunfará en cualquier caso. A Dios pertenece el futuro. Con este futuro de Dios hay que contar, más no computar días y horas. Desde este futuro de Dios hay que configurar el presente individual y social. Ya aquí y ahora.

De ahí que tal futuro no sea un futuro vacío, sino un futuro por desvelar y por cumplir. No es un mero
futurum
, un simple «porvenir», como el que podrían construir los futurólogos por extrapolación de la historia pasada o presente, sin poder por lo demás eliminar totalmente su efecto de sorpresa, sino un
ésjaton
, eso «último» del futuro que es algo realmente distinto y cualitativamente nuevo, que ya ahora, en su anticipación, anuncia su llegada. Así, pues, no simple futurología, sino escatología. Una escatología sin verdadero futuro absoluto delante de sí sería una escatología sin verdadera esperanza, sin esperanza con posible cumplimiento
[39]
.

Lo que a su vez significa que no existen solamente valoraciones humanas provisorias para cada caso, sino que existe un
sentido definitivo del hombre y del mundo
que al hombre libremente se le ofrece. Es posible eliminar toda alienación. La historia del hombre y del mundo no se agota, como piensa Nietzsche, en un eterno retorno de lo mismo, ni tampoco termina por sumergirse en un absurdo vacío. No, el futuro es de Dios y por eso al final está la consumación.

La categoría del
novum
(E. Bloch) cobra aquí todo su significado. Y la esperanza de un futuro realmente distinto es la esperanza que aúna no sólo a Israel y las Iglesias cristianas, sino también a cristianos y marxistas. Este futuro absoluto, realmente «otro», no se puede identificar, como se haría dentro de una concepción técnica unidimensional, con el progreso tecnológico-cultural automático de la sociedad, ni con el progreso y crecimiento orgánico de la Iglesia. Y mucho menos, como quiere la interpretación existencial de Heidegger y de algunos otros, con la posibilidad existencial del individuo y la siempre nueva futuridad de su decisión personal. Este futuro es algo cualitativamente nuevo que al mismo tiempo estimula a transformar radicalmente las condiciones del presente. Un futuro, por tanto, que no es lícito identificar con ninguna sociedad socialista futura.

Todas estas
falsas identificaciones
no tienen en cuenta que se trata del futuro de Dios, del reinado de
Dios
[40]
. El reinado de Dios no ha sido ni la Iglesia masivamente institucionalizada del catolicismo medieval y contrarreformista, ni la teocracia ginebrina de Calvino, ni el reino apocalíptico de algunos fanáticos apocalíptico-subversivos, como Thomas Münzer. Tampoco ha sido el reinado presente de la moralidad y la cultura burguesa perfecta, como pensaban el idealismo y el liberalismo teológico, y muchísimo menos el imperio político milenario, asentado en la ideología del pueblo y de la raza, propugnado por el nacionalsocialismo. Tampoco es, en fin, el reinado sin clases del hombre nuevo, tal como hasta ahora se ha esforzado en realizarlo el comunismo.

Desde el ángulo de Cristo, y frente a todas estas identificaciones prematuras, hay que hacer constar que el reinado de Dios, su consumación,
no llega por evolución social
(espiritual o técnica)
ni por revolución social
(de derechas o de izquierdas). Su cumplimiento sobreviene exclusivamente por
acción de Dios
, una acción que no se puede ni prever ni extrapolar. Una acción, por lo demás, que no excluye, sino que incluye la acción del hombre en el aquí y el ahora, en el ámbito individual y social. De ahí que hoy haya que precaverse de una falsa «mundanización» del reinado de Dios, lo mismo que de una falsa «interiorización» en el pasado.

Se trata, pues, de una
dimensión realmente distinta
, la dimensión divina.
Trascendencia
. Mas no entendida primeramente en sentido espacial, como en la antigua física y metafísica: Dios
sobre
y
fuera
del mundo. Ni a la inversa, interiorizada al estilo idealista o existencialista: Dios
en
nosotros. Sino entendida desde Jesús, o sea, primeramente en sentido temporal: Dios
por delante
de nosotros
[41]
. No un Dios que es simplemente el Eterno, intemporal, que se encuentra tras el flujo uniforme del devenir o transcurrir del pretérito, presente y futuro, como se le conoce sobre todo en la filosofía griega, sino Dios como
el Dios futuro, el que viene, el que funda la esperanza
, tal como se deja reconocer en las promesas de Israel y del propio Jesús. Su divinidad se entiende como la fuerza del futuro que hace emerger nuestro presente bajo una nueva luz. El futuro es de Dios, lo cual significa que dondequiera que vaya cada hombre individual, en la vida como en la muerte, ahí está él. Dondequiera que arribe la evolución de toda la humanidad, en su ascensión como en su ocaso, ahí está él. Dios, como primera y última realidad.

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