Esta respuesta es, empero, demasiado general. A la vista del desarrollo posterior del cristianismo cobra singular importancia la pregunta siguiente: ¿cuáles son en concreto las diferencias entre Jesús y los cenobitas esenios o los monjes de Qumrán? O, formulada más críticamente: ¿por qué no envió Jesús al joven rico, que le preguntó qué debía hacer para ser «perfecto»
[10]
, al conocido convento de Qumrán? O, si se quiere explicar el silencio del Nuevo Testamento sobre Qumrán y los esenios con su desaparición en el año 70 tras la guerra judía, ¿por qué Jesús mismo no fundó un cenobio? Semejante pregunta no debe desecharla ni siquiera quien, como el autor, tiene por diversos motivos simpatía a los monasterios, estima a algunas comunidades religiosas y reconoce los grandes méritos del monacato en orden a la misión, predicación y teología cristianas, la colonización, civilización y cultura occidentales, la escuela, la asistencia a los enfermos y la acción pastoral. Si estamos dispuestos a no dejarnos arrastrar por los prejuicios, debemos concluir: pese a los puntos comunes, entre Jesús y los monjes media todo un mundo. La comunidad de los discípulos de Jesús no tuvo ningún carácter eremítico o monástico.
1.
Ninguna segregación del mundo
: los
esenios
se segregaban del resto de la humanidad para mantenerse lejos de toda impureza.
Querían ser la comunidad pura de Israel. ¡Emigración hacia dentro! Y todavía con mayor razón vale esto para los
hombres de Qumrán
. Tras una dura disputa con el sumo sacerdote en funciones (probablemente el mencionado Jonatán, ahora denominado escuetamente «sacerdote sacrílego»), una multitud de sacerdotes, levitas y laicos se había retirado en señal de protesta al áspero desierto junto al mar Muerto. ¡También emigración exterior, por tanto! Y allí, lejos de la corrupción del mundo, bajo la dirección de un guía para nosotros conocido exclusivamente como «Maestro de justicia», intentaron ser verdaderamente piadosos: incontaminados de toda impureza, segregados de los pecadores, observando los mandamientos de Dios en sus mínimos detalles, preparando así un camino al Señor en el desierto
[11]
. No sólo los sacerdotes, la comunidad entera se atenía a las prescripciones sacerdotales de purificación y, mediante las abluciones cotidianas (no sólo de manos, sino de todo el cuerpo), conseguía una y otra vez una renovada pureza. Una verdadera comunidad de santos y de elegidos en el camino de la perfección: «gente de conducta perfecta»
[12]
. Un pueblo de sacerdotes, que de continuo vive como en el templo.
Jesús
, por el contrario, no exige emigración alguna, sea exterior o interior. No pide escaparse del ajetreo del mundo, adoptar una actitud de huida. La salvación no viene por derribo del yo y sus ataduras con el mundo. Las doctrinas orientales del anonadamiento interior son extrañas a Jesús. El no vive en un monasterio ni en el desierto; este último, y para mayor abundancia, es expresamente rechazado en un pasaje evangélico
[13]
como lugar de revelación. Actúa en público, en los pueblos y las ciudades, en medio de los hombres. Mantiene contacto hasta con los de mala reputación social, con los «impuros» según la Ley y marginados como tales por Qumrán, y por ello no tiene miedo al escándalo. Más importante que todas las normas de pureza es para él la pureza del corazón
[14]
. No se sustrae a las fuerzas del mal, acepta la batalla allí mismo. No huye de sus adversarios. Busca el diálogo.
2.
Ninguna dicotomía de la realidad
: sobre la teología de los
esenios
nos hablan poco Filón y Josefo y, en parte, de forma helenizante (inmortalidad del alma). Pero sobre la teología de los
monjes de Qumrán
estamos relativamente mejor informados. Pese a todas las constricciones de su fe monoteísta en el Creador, es dualista. Verdad y luz guían a la comunidad. Pero entre los que están fuera, entre los paganos y entre los israelitas no enteramente fieles a la Ley, impera la tiniebla. ¡Fuera de Qumrán no hay salvación! Los hijos de la luz, de la verdad y de la justicia luchan contra los hijos de la tiniebla, de la mentira y de la impiedad. Los hijos de la luz deben amarse mutuamente, los hijos de la tiniebla deben odiarse. Desde el principio ha predestinado Dios a los hombres a una u otra suerte y les ha dado dos espíritus, de modo que la historia entera no es más que una lucha incesante entre el espíritu de la verdad o de la luz y el espíritu de la impiedad o la tiniebla, que puede confundir incluso a los hijos de la luz. Dios no pondrá fin a esta lucha hasta el final de los tiempos. Esta contraposición de dos espíritus no es veterotestamentaria; parece más bien deberse a la influencia del dualismo persa, para el cual existen dos principios eternos, bueno el uno y malo el otro.
Jesús
, en cambio, no conoce semejante dualismo, ni siquiera en el Evangelio de Juan, donde desempeña un papel muy importante la antítesis entre la luz y las tinieblas. No hay de antemano o
a priori
división de los hombres en buenos y malos:
cada uno
tiene que convertirse, cada uno
puede
convertirse. La predicación de penitencia de Jesús no parte, como la de Qumrán e incluso la del Bautista, de la cólera, sino de la gracia de Dios. Jesús no predica un juicio de venganza sobre pecadores e impíos. La misericordia de Dios no conoce límites. A todos se les ofrece el perdón. Esta es la razón por la que no se debe odiar, sino amar a los enemigos.
3.
Ningún celo por la Ley
: los
esenios
practicaban una estrechísima obediencia a la Ley. Por eso se habían separado de los fariseos, porque los juzgaban excesivamente laxistas. Su celo por la Ley se manifestaba especialmente en una estricta observancia del mandato del sábado: las comidas estaban previamente preparadas; no se permitía el más mínimo trabajo, ni aun el de satisfacer las necesidades corporales. También entre los
monjes de Qumrán
se encuentra una observancia de la Ley de características semejantes. Cambiar, convertirse, quiere decir volver a la Ley de Moisés. Este es el camino de salvación: atenerse a la Ley. Y Ley significa todo lo que en ella se contiene, todas las disposiciones, sin mitigaciones ni compromisos. En sábado nada se puede transportar, ni siquiera medicamentos; no se debe prestar ayuda a un animal que está de parto ni sacar al que se ha caído en un hoyo. Por fidelidad a la Ley y oposición al clero de Jerusalén, los hombres de Qumrán habían rechazado el recién introducido calendario lunar (¿seléucida?) y seguían ateniéndose al viejo calendario solar, lo que les hacía seguir un orden festivo contrario al del templo de Jerusalén. En el monasterio se cultiva la lengua sacra, el hebreo puro, que es la lengua de la Ley. No pudiendo ofrecer sacrificios en el templo, los monjes de Qumrán expiaban las desviaciones del pueblo mediante la oración y la fidelidad incondicional a la Ley.
Jesús
, en cambio, es totalmente ajeno a tal celo por la Ley. A través de todos los evangelios se echa de ver su asombrosa libertad frente a la Ley. Para los cenobitas esenios, sobre todo en lo que respecta al sábado, fue él un claro transgresor de la Ley, merecedor de castigo. En Qumrán hubiera sido excomulgado, expulsado de la comunidad.
4.
Ningún ascetismo
: los
esenios
ejercitaban la ascesis en razón de sus aspiraciones de pureza. Para no contaminarse por el contacto con una mujer, la
élite
renunciaba al matrimonio. También había, sin embargo, esenios casados. Tras una prueba de tres años les estaba permitido el matrimonio, pero con el único fin de la procreación, sin contacto carnal durante el embarazo. Los esenios ponían sus bienes personales a disposición de la comunidad, en la que imperaba una especie de comunismo. Sólo se comía lo necesario para sobrevivir. También en el monasterio de
Qumrán
regían normas muy estrictas. Solamente así podía llevarse a cabo la lucha contra los hijos de la tiniebla. También aquí los bienes personales eran entregados a la comunidad en el momento de ingreso y administrados luego por un inspector. Los monjes de la Regla de la comunidad (1QS), es decir, al menos los que vivían en el monasterio, tenían que ser célibes. Sólo la breve Regla de la vida comunitaria (lQSa) conoce también miembros casados. (¿Es ella una fase anterior o posterior en la historia de Qumrán o una disposición para la comunidad de Israel al final de los tiempos?) El ascetismo de Qumrán estaba, a su vez, regulado cultualmente. Los miembros plenos debían velar durante un tercio de la noche leyendo en el Libro de los Libros, estudiando el derecho y alabando colectivamente a Dios.
Jesús
, en cambio, no fue un asceta. Nunca exigió el sacrificio por el sacrificio, la abnegación por la abnegación. No establece instancias éticas adicionales ni solicita prácticas ascéticas especiales, teniendo presente, en la medida de lo posible, una mayor felicidad. Defiende a sus discípulos, que no ayunan
[15]
. La piedad exasperada le repugna; rechaza todo tipo de teatralidad piadosa
[16]
. Jesús no fue un «alma sacrificada» ni exigió el martirio. Compartió la vida de la gente común, comió y bebió y se dejó invitar a banquetes. En este sentido no fue él propiamente un «fuera de juego». Comparado con el Bautista, tuvo que oír el reproche (histórico, sin duda) de comilón y borracho
[17]
. El matrimonio no fue para él nada impuro, sino voluntad del Creador, que merece todo respeto. A nadie impuso la ley del celibato. La renuncia al matrimonio era voluntaria: excepción individual, no regla para todos sus discípulos. Ni aun la renuncia a la posesión de bienes materiales era requisito indispensable para su seguimiento. Frente a la doctrina más bien lúgubre de Qumrán y a la severa exhortación a la penitencia de Juan, el mensaje de Jesús aparece como un anuncio alegre y liberador bajo múltiples aspectos.
5.
Ningún orden jerárquico
: los
esenios
guardaban un estricto orden jerárquico según cuatro condiciones o clases netamente separadas entre sí: sacerdotes, levitas, miembros laicos y candidatos. Todo nuevo adepto estaba subordinado a los miembros más antiguos hasta en los más mínimos detalles. Las directrices de los superiores que regían la comunidad debía seguirlas todo el mundo. La comunidad monástica de
Qumrán
observaba, igualmente, una rígida organización conforme a esas mismas cuatro clases. Tanto en las asambleas, en las que debía haber un sacerdote en cada uno de los grupos, como en el refectorio debían observarse las distintas categorías. Incluso en la cena con el Mesías resalta la posición privilegiada del sacerdocio. La obediencia a los superiores era inculcada a los inferiores por todos los medios y sancionada con duros castigos. Por ejemplo, se les quitaba un cuarto de la ración de comida: durante un año, por falsa declaración de bienes; durante seis meses, por andar desnudos innecesariamente; durante tres meses, por decir una palabra necia; durante treinta días, por dormirse durante la asamblea general o reírse a lo tonto ruidosamente, y durante diez días, por cortarle la palabra a uno. Especialmente dura era la exclusión de la comunidad: el excomulgado tenía que procurarse su sustento, al parecer igual que Juan, en el desierto.
Jesús
, en cambio, no tuvo necesidad de ningún catálogo de sanciones. No llama en su seguimiento a los discípulos con el fin de fundar una institución. Quiere obediencia a la voluntad de Dios, con lo cual obedecer consiste en liberarse de todos los otros lazos. En distintas ocasiones condena la aspiración a ocupar los mejores puestos o los lugares de honor. Invierte, en fin, el orden jerárquico tradicional: los inferiores deben ser los superiores, y los superiores, servidores de todos. La sumisión debe ser recíproca, los unos al servicio de los otros.
6.
Ninguna regla monástica
: la jornada de los
esenios
estaba minuciosamente regulada: primero oración, después trabajo en el campo, al mediodía abluciones y comida en común, seguidamente otra vez trabajo y de nuevo comida en común por la noche. En los actos de comunidad reinaba el silencio. Antes de admitir a un nuevo miembro, éste tenía que superar dos o tres años de noviciado (tiempo de prueba). En la ceremonia de admisión se comprometía solemnemente a guardar las constituciones. Y formulaba una especie de voto en forma de juramento, que culminaba en una promesa de fidelidad ante todo a los superiores. Todos los miembros, no sólo los sacerdotes, debían llevar vestidura blanca, particularmente durante la refección común. La vestidura blanca era el uniforme sacerdotal, el hábito de los puros. También en
Qumrán
discurría la vida según una regla de parecida severidad: oración, comida y asamblea debían hacerse en común. Las comidas, asimismo reguladas conforme a un detallado ceremonial, tenían un significado religioso, igual que los baños de purificación. Se llevaba una vida litúrgica intensa. Después de haber roto con el templo y con su calendario no se ofrecían sacrificios. Pero regularmente se celebraban actos litúrgicos de oración salmódica: indicios de una especie de oración de las horas en la iglesia.
En
Jesús
no hay nada de esto: ningún noviciado, ningún juramento de ingreso, ningún voto. Ninguna práctica piadosa regular, ninguna prescripción litúrgica, ninguna prolija plegaria. Ninguna comida o ablución ritual, ninguna vestimenta discriminatoria. Más bien, en comparación con Qumrán, una punible flexibilidad, naturalidad, espontaneidad, libertad. Jesús no confeccionó reglas ni estatutos. En vez de dar reglas para el dominio (tantas veces orlado con filigranas espirituales) del hombre sobre el hombre, ofrece parábolas sobre la soberanía de Dios. Al pedir una oración continua e incansable
[18]
no se refiere a esas interminables oraciones litúrgicas («adoración perpetua»), usuales en ciertas comunidades monásticas. Alude más bien a la continua actitud de oración del hombre que en todo momento lo espera todo de Dios: el hombre puede y debe presentar sin cesar a Dios sus problemas. Pero sin derrochar muchas palabras, como si Dios no supiese de antemano de qué se trata. La oración no debe ser una demostración de piedad ante los demás ni un trabajo fatigoso ante Dios
[19]
.