Para muchos fariseos, sin embargo, se trataba de una técnica humanitaria: querían realmente ayudar. Querían hacer
practicable
la Ley mediante una habilidosa acomodación al presente. Querían descargar la conciencia, darle seguridad. Querían definir exactamente hasta dónde se podía llegar sin pecar. Querían ofrecer salidas donde parecía imposible encontrarlas, excavar un túnel en la montaña de mandamientos por ellos mismos acumulada entre los hombres y Dios (por utilizar una imagen del mismo Juan XXIII en un discurso a los canonistas católicos). De esta manera se puede ser, a la vez, severo e indulgente, tradicionalista y realista. Se insiste en la Ley y, simultáneamente, se brindan justificaciones y dispensas. Se toma el mandamiento al pie de la letra, pero el texto se interpreta elásticamente. Se recorre el camino de la Ley, pero sus posibles rodeos están asimismo planificados. Es la manera de atenerse a la Ley sin pecar. En sábado está prohibido trabajar (los escribas habían recopilado 39 diferentes trabajos prohibidos en sábado), pero excepcionalmente es lícito profanar este día, en caso de peligro de muerte. En sábado está prohibido sacar cosas fuera de la casa, pero los patios de muchas de ellas pueden considerarse como integrantes de la misma. En sábado está permitido, no obstante, y al contrario que en Qumrán, sacar al buey caído en la fosa. ¿No es comprensible que el pueblo prestase una favorable acogida a esta interpretación de la Ley, que mitigaba la inflexible concepción saducea de los sacerdotes del templo intransigentes en la cuestión del sábado? Los fariseos no estaban alejados del pueblo como los jerarcas saduceos, allá en el templo, sino muy cerca de la gente en las ciudades y los pueblos, en las sinagogas, en las casas de enseñanza y oración. Por eso eran algo así como los jefes del partido popular, pudiendo considerarse más como promotores de la renovación moral que como representantes del conservadurismo reaccionario (el que tenía su asiento en el templo).
Eran implacables, eso sí, contra los que no conocían o no aceptaban la Ley. En tal caso se hacía necesaria la
segregación
, mas no sólo frente al
establishment
helenizante de Jerusalén, sino también frente a los
am-ha-arez
, la «gente del campo», ignorantes de la Ley y por lo mismo incapaces de ponerla en práctica, es decir, los que por sus duros trabajos malamente
podían
cuidarse de la pureza cultual. Y, en especial, «segregación» de toda suerte de pecadores públicos, los que no
querían
observar la Ley, como, por ejemplo, las prostitutas y, casi en el mismo plano, los inspectores de aduanas. Pues las fuerzas de ocupación traspasaban los puestos de aduanas al mejor postor, que, por su lado, podía luego, a pesar de las tarifas oficiales, resarcirse ampliamente. Estos eran los «publicanos», sinónimo de estafadores y picaros, gente con quien no podía uno sentarse a la mesa. Todos éstos retardaban el advenimiento del reinado de Dios y del Mesías. Si todo el pueblo guardaba la Ley tan pura y santamente, tan fiel y escrupulosamente como los fariseos, se cumpliría la llegada del Mesías, quien reuniría las tribus dispersas de Israel y establecería el reinado de Dios. La Ley era signo de elección, de gracia.
Jesús, en apariencia
cercano
a los fariseos, estuvo, sin embargo, infinitamente
lejos
de ellos. También él recrudeció la Ley, como prueban las antítesis del sermón de la montaña: la simple ira ya es asesinato
[5]
, el simple deseo adúltero ya es adulterio
[6]
. Pero, ¿trataba con ello de establecer una casuística? De otro lado, Jesús fue de una laxitud extraordinaria: hay que derrumbar toda la moral, si el hijo perdido y disoluto va a ser tratado al final en la casa del padre mejor que el que ha permanecido honradamente en ella
[7]
y, mucho más, si el deshonesto publicano va a salir ante Dios mejor parado que el piadoso fariseo, que no es, de verdad, como los demás hombres, ladrones y adúlteros
[8]
. Tales parábolas, a las que se han de sumar la de la oveja extraviada y la de la moneda perdida
[9]
, son subversivas y destructivas moralmente, constituyendo una ofensa para todo buen israelita.
El conflicto de Jesús con los fariseos hubo de agudizarse sobremanera, porque también las coincidencias eran particularmente grandes. Al igual que los fariseos, mantuvo Jesús una actitud de distancia frente al
establishment
sacerdotal de Jerusalén, y lo mismo rechazó la revolución zelota que la emigración exterior o interior. Como los fariseos, también Jesús quiso ser piadoso en medio del mundo; vivió, actuó y discutió en medio del pueblo, enseñó en la sinagoga. ¿No fue Jesús una especie de
rabbi
que estuvo, además, varias veces hospedado en casa de un fariseo
[10]
y fue advertido, precisamente por fariseos, de las asechanzas de Herodes?
[11]
Como los fariseos, también él se atuvo fundamentalmente a la Ley; nunca la atacó frontalmente, pidiendo su abrogación o suspensión. El no había venido a derogar, sino a dar cumpli miento
[12]
. ¿No era él acaso, como tratan de verlo en la actualidad algunos estudiosos judíos
[13]
, simplemente un fariseo de talante marcadamente liberal, un moralista en el fondo piadoso y observante de la Ley, aunque de extraordinaria amplitud de miras? ¿No se encuentran también entre los rabinos paralelos de algunos de sus dichos? Pero vaya ahora la pregunta contraria: ¿por qué entonces se llegó a esa progresiva hostilidad de los círculos farisaicos frente a Jesús?
Los paralelos, efectivamente, se dan con harta frecuencia no sólo en el marco judío, sino también en el helenista. Sólo que una golondrina no hace verano y una frase aislada de un rabino aislado no hace historia. Máxime cuando a la frase de uno se oponen mil frases de otros, como en la cuestión del sábado, por ejemplo. Para nosotros tiene una importancia puramente secundaria saber «quién» lo dijo primero, «qué» dijo y «cómo» lo dijo. De capital importancia es, sin embargo, saber bajo qué presupuestos, en qué contexto, con qué radicalidad y con qué consecuencias, tanto para el que lo dice como para los que escuchan, fue dicho todo eso. Pues no puede ser mera casualidad que sólo este judío haya hecho historia y haya cambiado de raíz el curso del mundo y la posición del judaísmo.
Llegados a este punto se hace obligado precisar, distinguiéndolo muy bien del judaísmo y de cierto cristianismo re judaizado, que Jesús no fue un
moralista piadoso, fiel a la Ley
. Indiscutiblemente, si es verdad que el Jesús histórico vivió enteramente sujeto a la Ley en líneas generales, también es cierto que nunca vaciló, cuando le pareció oportuno, en actuar de forma contraria a la Ley. Sin aboliría, se situó, de hecho,
sobre
la Ley. Sobre tres datos concretos, reconocidos por los exégetas más críticos, debemos ahora fijar nuestra atención
[14]
:
Todo esto, por lo menos, pertenece casi con toda seguridad al núcleo histórico de la tradición evangélica. Que la actitud de Jesús ante la piedad tradicional resultó sumamente escandalosa, se echa de ver en el modo como la tradición trata los dichos de Jesús sobre el sábado. Se hace omisión de ellos: Mateo y Lucas silencian la frase revolucionaria arriba citada. Se añaden razonamientos secundarios: citas de la Escritura y alusiones a ejemplos veterotestamentarios, que, sin embargo, no prueban lo que habría que probar.
Se confiere a los textos un énfasis cristológico: no simplemente el hombre, sino el Hijo de hombre —así apostilla también Marcos
[23]
— es el señor del sábado
[24]
.
Es difícil establecer cuántos de los restantes reproches lanzados a los fariseos provienen directamente de Jesús
[25]
. A los fariseos se les echa en cara que pagan el diezmo de las especias, pero ignoran las grandes exigencias de Dios en pro de la justicia, el buen corazón y la lealtad: filtran el mosquito y se tragan el camello
[26]
. Que cumplen minuciosamente las prescripciones de purificación, mientras su propio interior está sucio: sepulcros bien encalados por fuera, pero llenos de huesos de muerto por dentro
[27]
. Que alardean de un gran celo misionero, pero corrompen a los hombres que ganan para su causa: prosélitos que, por doble motivo, se hacen dignos del averno
[28]
. Y, finalmente, que dan dinero a los pobres, que observan escrupulosamente las horas de oración, pero que toda su piedad únicamente está al servicio de su afán de prestigio y de su vanidad: una teatralidad que ya ha recibido su paga
[29]
. En buena parte también valen para los fariseos los reproches que Jesús dirige a los escribas: cargan fardos pesados en las espaldas de los demás, mientras ellos no quieren empujarlos ni con un dedo
[30]
. Buscan honores, títulos, reverencias y se arrogan el puesto de Dios
[31]
. Alzan mausoleos a los profetas del pasado y matan a los del presente
[32]
. En síntesis: ostentan el saber, pero no viven de acuerdo con él.