La consideración de estos detalles pone de manifiesto una cosa: que desde la historia predicada es enteramente lícito preguntarse, con cautela y sagacidad, sobre la historia sucedida. A través de todas las remodelaciones legendarias, las diferencias de uno a otro relato, los préstamos veterotestamentarios y las ulteriores interpretaciones cristológicas, se puede reconstruir cuando menos en esbozo (más que suficiente para nuestros fines, no específicamente biográficos) lo que realmente ha sucedido en cada una de las fases y saber lo que los distintos testigos en sorprendente concordancia relatan de las diferentes situaciones conflictivas creadas entre Jesús y las autoridades judías y romanas y entre el mismo Jesús y sus discípulos.
1.
Comienzo del conflicto
. Todos los testimonios coinciden en señalar como motivo inmediato de la detención de Jesús su ruidosa
entrada en Jerusalén
poco antes de la gran fiesta de la Pascua, la fiesta de la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. ¡Que a este galileo herético, que espera la instauración inminente del reino de Dios, se le haya ocurrido venir a Jerusalén justamente ahora, cuando de todas partes (de Galilea inclusive) acuden a la capital inmensas masas de peregrinos y el mismo gobernador romano ha reforzado los efectos militares para garantizar la seguridad! ¡Y que junto con su séquito de peligrosos simpatizantes se haya hecho aclamar en uno de esos momentos en que las esperanzas nacionales, apocalípticas, de la llegada del Reino y la liberación de la dominación romana suelen reavivarse, siendo frecuentes toda clase de incidentes! ¡Y que, según parece, se haya atrevido a presentarse con autoridad en el recinto del Templo y a purificar el santuario en previsión del establecimiento del Reino! ¡Y que en diversas disputas —que indudablemente hay que situar, al menos en parte, en otro tiempo y lugar
[46]
— haya pretendido legitimar sus pretensiones y su poder
[47]
y haya llegado incluso a anunciar la destrucción de Jerusalén y del Templo!
[48]
Todo esto, indudablemente, significaba una abierta declaración de guerra al sistema y a sus representantes y no podía por menos de provocar una gran prueba de fuerza.
Lo que Jesús en particular esperaba no lo sabemos. Algunos, basándose en el análisis del texto, creen que Jesús no hizo distinción entre llegada del Reino (parusía), resurrección y reedificación del Templo; que la distinción entre resurrección, elevación y retorno, considerados como acontecimientos consecutivos, se debió exclusivamente a una sistematización pospascual
[49]
. En cualquier caso, el comportamiento de Jesús en Jerusalén, centro religioso del judaísmo, prueba que él buscaba un desenlace definitivo para su causa. Y, del otro lado, era inevitable que sus adversarios procurasen por todos los medios desenmascararlo como hereje o falso profeta, como enemigo de la Ley, del Templo e incluso de la autoridad romana.
2.
La traición
. En tan crítica situación, las autoridades judías (y tal vez las autoridades romanas también) juzgaron oportuna una pronta intervención. Contra él debía procederse con un juicio sumarísimo. Además, para evitar una posible rebelión popular, el caso debería estar resuelto
antes de la fiesta
. De esta importante noticia de Marcos
[50]
resultan dos cosas:
Que la
cronología de Juan
es la exacta, dado que sólo en su Evangelio queda resuelto el caso antes de la fiesta. De esta manera: la última cena tiene lugar un día (entero) antes de la víspera de la Pascua (= jueves); la crucifixión, en la víspera de la fiesta, día en que se inmolaban los corderos en el Templo (el 14 de Nisán = viernes), y, finalmente, la fiesta de la Pascua, un día después de la crucifixión (= sábado). En todo caso, Marcos y Juan concuerdan en situar la crucifixión de Jesús en el viernes de la semana de la Pascua judía del mes de Nisán (que más o menos se corresponde con nuestro abril), sea éste el día de la fiesta de la Pascua (15 de Nisán) o su víspera (14 de Nisán)
[51]
. La fecha de Juan podría coincidir, en virtud de cómputos astronómicos, con el 7 de abril del año 30.
Que la distinción entre
pueblo judío
y
jefes
era en los primeros tiempos muy importante. Mientras los sinópticos hacen clara diferenciación entre los adversarios de Jesús según el partido a que pertenecen, el Evangelio de Juan hace honores a la expresión colectiva de «los judíos», y con una connotación por lo general peyorativa. El término «judío» aparece en el Evangelio de Juan 71 veces, mientras que en los otros evangelios en conjunto sólo 11 veces.
Que Jesús pudiera ser aprehendido «con astucia», con todo secreto y en un solo golpe de mano, se debió (aquí nuevamente están acordes todos los testimonios) a un hombre del que prácticamente nada sabemos salvo una cosa fundamental, decisiva, que era discípulo de Jesús y además uno de los Doce. Lo que él denunció y sobre todo por qué lo denunció, no lo sabemos exactamente. Sólo Mateo
[52]
aduce como motivo de la traición de
Judas
su avidez de dinero, y ello probablemente inspirado en el pasaje de Zacarías, que habla de una suma de treinta monedas de plata
[53]
. Algunos sostienen que «Is-cariote» no significa «hombre de Kariot», sino que es una mutilación del latino
sicarius
, que quiere decir «hombre de puñal». Judas, arrastrado por un nacionalismo zelota y desengañado de Jesús, habría tomado contacto con sus enemigos para obligarlo a actuar. Pero semejantes explicaciones son puras hipótesis, y otras, que se pueden leer en las vidas noveladas de Jesús, puras fantasías. La leyenda de la maldición (satanización) de Judas, a quien Dante relega junto con el asesino de César, Bruto, al último círculo del infierno, comienza ya a aparecer en los evangelios más tardíos
[54]
. Histórico podría ser, no obstante, el desenmascaramiento del traidor en la última cena
[55]
, aunque el contexto general (la presciencia de Jesús y la incomprensión de los discípulos, usual en Marcos) probablemente sólo sea fruto de interpretación teológica.
3.
El prendimiento
. Según noticia unánime de todos los evangelios, el prendimiento de Jesús tuvo lugar muy poco antes de la fiesta y fuera de la ciudad, al otro lado del valle del Cedrón, en el Monte de los Olivos, en el huerto de
Getsemaní
. De la tribulación y dura lucha que Jesús tuviera allí durante su oración, sin testigos
[56]
, nada histórico podemos saber. Para la historia de los dogmas, sin embargo, la forma tan expresiva de describir como aquí se hace, al revés que en las historias de los mártires judíos o cristianos, el horror y la angustia de Jesús, ha tenido gran importancia. Quien aquí sufre no es un estoico excelso, situado sobre toda humana miseria, ni un superhombre, sino un hombre en sentido pleno, tentado y atormentado, absolutamente incomprendido además por sus mismos seguidores más íntimos, que se habían adormilado.
Por la noche, en una acción sorpresa encabezada por Judas, que conocía muy bien las costumbres de Jesús, éste es arrestado por un grupo de adversarios suyos El beso de Judas a Jesús, a quien él mismo, al modo discipular, llama
Rabbi
, aunque históricamente difícil de explicar, ha quedado como símbolo de la más vulgar traición. No está claro
quién
había dado la orden ni quiénes tomaron parte en el prendimiento. Casi con toda seguridad fue un destacamento militar de los sacerdotes del Templo, por iniciativa de los sumos sacerdotes en connivencia con el sanedrín. Pero también puede ser que existiera un acuerdo previo entre las autoridades judías y romanas. Con lo cual se explicaría no sólo la mención que Juan, que de ordinario deja la participación romana en un segundo plano, hace de la cohorte romana (por supuesto, junto a la policía judía del Templo), sino también la rápida sentencia de Pilato, conocido no precisamente por su transigencia. La posterior colaboración entre las autoridades judías y romanas queda fuera de toda duda. En cualquier caso, según todas las noticias, Jesús fue primeramente puesto en prevención bajo la autoridad judía.
Es significativo que el prendimiento se desarrollase
sin resistencia alguna
de parte de Jesús y sus discípulos. La impericia y ridiculez del anónimo golpe de espada y la leyenda de la curación de la oreja seccionada no hacen más que confirmarlo. Desde este momento, Jesús, abandonado por todos sus discípulos, se encuentra absolutamente solo. La
fuga de los discípulos
, al igual que el prendimiento, es narrada con enorme concisión, sin atenuantes de ninguna clase; no se puede poner en duda. Sólo Lucas intenta velar esta penosa circunstancia, silenciándola primero y haciendo mención después de unas personas conocidas que miran desde lejos. Juan, por su parte, acentuando apologéticamente la libre voluntad de Jesús, eleva la escena al plano mitológico: ante él, como en presencia de la divinidad, los esbirros dan un paso atrás y caen a tierra, y sólo después, cuando ha dejado marchar a los discípulos, lo atrapan
[57]
.
Especialmente subrayado aparece el contraste entre la fidelidad de Jesús (ante el tribunal) y la infidelidad (ante una criada) del discípulo que solemnemente le había jurado fidelidad hasta la muerte. El relato de la
negación de Pedro
, referido con creíble simplicidad en los cuatro evangelios (y que tal vez constituyó en su origen un núcleo narrativo homogéneo y autónomo), pudo muy bien ser transmitido a la comunidad por Pedro en persona. En todo caso, si prescindimos del dramático desenlace propuesto por Marcos con el segundo canto del gallo (los gallos, al parecer, estaban prohibidos en Jerusalén), el relato puede responder a la realidad histórica, dado que no nos consta que dentro de la comunidad existiese ningún tipo de animosidad contra Pedro.
4.
El proceso
. Pese a los detenidísimos estudios críticos realizados
[58]
, parece ya imposible reconstruir con exactitud el desarrollo del proceso de Jesús, del que no poseemos ni actas originales ni declaraciones de testigos directos.
No
está
claro
si Jesús fue juzgado según el antiguo derecho saduceo o según el más reciente derecho farisaico (tal como aparece escrito en la Mishna ulterior). Si tuvieron lugar dos sesiones del sanedrín (la primera por la noche y la segunda de mañana) o solamente una sesión diurna (así, Lucas, con mayor verosimilitud). Si los testigos de cargo dijeron verdad o mentira respecto a las afirmaciones de Jesús sobre el Templo. Si el sanedrín podía pronunciar y ejecutar sentencias de muerte y si una sentencia de ese tipo podía dictarse también por la noche y en el ámbito de un solo día. Si alguien en razón de sus pretensiones mesiánicas podía ser condenado a muerte por la autoridad judía y si, supuesto el caso de condena por blasfemia (que en tiempos de Jesús no consistía sólo en ultrajar el nombre de Dios), no estaba prevista la lapidación en lugar de la crucifixión. Si se pronunció una sentencia formal de muerte o se tomó más bien (como nuevamente insinúa Lucas, que nada dice de la sentencia) la decisión de poner al acusado en manos de Pilato. Y, finalmente, si hubo un proceso regular o solamente un interrogatorio con el fin de precisar los puntos de la acusación antes de entregarlo al gobernador romano.
Está
claro
, en cualquier caso, que todo el proceso inquisitorial ante el sanedrín, y con mayor razón el que, según Juan, tiene lugar ante Pilato, está configurado de acuerdo con el esquema de la
profesión de fe en Cristo por parte de la comunidad
: en el centro, tras la presentación de muchos testigos, la autoconfesión mesiánica de Jesús y, como consecuencia, su condena a muerte por blasfemo
[59]
.
El silencio de Jesús, sobre el que tantas veces se hace hincapié en los evangelios, trata de acentuar su aceptación del sufrimiento, su sí a la voluntad de Dios. Pero para descubrir lo que realmente se esconde tras de esas «muchas» acusaciones (curioso que sólo una de ellas se especifique y que este hecho casi nunca se tome en consideración), es necesario contemplarlas en el contexto total de los evangelios, tal como lo hemos intentado hacer anteriormente. La pregunta directa sobre la
filiación divina
, después de haber visto que el título de «Hijo de Dios» no era un título mesiánico, resulta poco probable. Por otro lado, elevación y parusía nunca aparecen asociadas, salvo en esta respuesta atribuida a Jesús
[60]
. La extraña combinación de «tomar asiento» (a la derecha del Todopoderoso) y de «venir» (entre las nubes del cielo) bien podría proceder de la unión de dos frases veterotestamentarias
[61]
. Por lo que sabemos, nadie era perseguido simplemente por la pretensión de ser el Mesías; tendrían que concurrir otros motivos. Desde esta perspectiva, evidentemente, las frases del Jesús sobre la
destrucción
(y reconstrucción)
del Templo
[62]
pueden haber desempeñado un importante papel. El mismo Flavio Josefo da cuenta de un profeta llamado Jesús, hijo de Ananías, que predijo la ruina del Templo, por lo que las autoridades judías lo entregaron a los romanos, y éstos, después de azotarlo, lo dejaron finalmente libre
[63]
. Esta profecía de Jesús hubo de causar, no cabe duda, gran confusión en la comunidad; buena muestra de ello son los esfuerzos que se hacen por atenuarla: según Marcos, se trata simplemente de un falso testimonio; según Mateo, significa un poder-destruir; Lucas la omite, y Juan le da una interpretación alegórica. Todos los evangelios dejan bien claro, de todos modos, que Jesús fue condenado siendo inocente. Lo demás, los títulos de Mesías, Hijo de Dios e Hijo de hombre, que en la narración del proceso ocupan, alineados uno tras otro, un puesto central, se deben a la comunidad, a su profesión de fe en el condenado.
También está
claro
este otro aspecto: cualquiera que sea el juicio sobre los detalles del proceso, hay un hecho fundamental indiscutible, que Jesús fue
entregado
por las autoridades judías
al gobernador romano Poncio Pilato
y no lapidado según la costumbre judía, sino crucificado según el uso romano. Todas las fuentes coinciden
[64]
en afirmar que fue la clase dirigente judía —sumos sacerdotes y ancianos— la que puso a Jesús en manos de los romanos bajo sospechas de carácter político. En el interrogatorio, sin duda, fuese cual fuese su desarrollo, se trató de seleccionar los extremos de la acusación que luego habría de dar lugar a la incoación de un proceso ante las autoridades romanas. Estas, siempre recelosas ante posibles rebeliones o manifestaciones populares, no podían permanecer insensibles a la acusación contra un hombre como éste, que tiene ambiciones mesiánicas, como muy bien demuestran su entrada en Jerusalén y la purificación del Templo, y por ello resulta políticamente peligroso. Si el sanedrín pronunció una sentencia formal de muerte o sólo decidió la entrega a Pilato (con todas sus consecuencias), o si simplemente se limitó a perfilar para Pilato una eficaz sugerencia sobre la peligrosidad de Jesús como aspirante a Mesías y potencial insurrecto, es relativamente indiferente. Según todos los relatos evangélicos, el papel principal en el proceso lo desempeñó el apelativo de
«Rey de los judíos»
(¡título que nunca más volvió a utilizar la comunidad como título mesiánico!). Esto mismo confirma la tabla
(titulus)
, usual en las crucifixiones romanas, con la indicación de la causa de la condena y de cuya historicidad no cabe dudar: «Rey de los judíos»
[65]
. La formulación grecorromana de esta inscripción reproduce lo que los acusadores achacaron a Jesús ante Pilato, puesto que la acusación de tener ambiciones mesiánicas no podía ser entendida por un romano más que políticamente. Aunque Jesús, como hemos visto, nunca había expresado tales pretensiones políticas, era natural que desde fuera se le colgase semejante etiqueta.