Cuarta dificultad
. Un análisis minucioso de los relatos pascuales descubre
discrepancias y contradicciones
insuperables. Es cierto que una y otra vez se ha intentando con toda clase de combinaciones y sinopsis construir una tradición unitaria. Pero no hay concordancia, cuando menos en los puntos siguientes: 1) en lo que atañe a las personas implicadas: Pedro, María Magdalena y la otra María, los discípulos, los apóstoles, los Doce, los discípulos de Emaús, los 500 hermanos, Santiago, Pablo; 2) en la localiza ción de los sucesos: Galilea (una montaña o el mar de Tiberíades), Jerusalén (junto al sepulcro de Jesús o en algún lugar de reunión); 3) en la cronología de las apariciones: la mañana y la tarde del domingo de Pascua, ocho y cuarenta días después. Por doquier parece imposible la armonización, a no ser que se esté dispuesto a alterar los textos y a minimizar las diferencias.
El reverso: evidentemente, ni hizo falta ni se quiso un esquema unitario, una perfecta armonía y, mucho menos, una especie de biografía del Resucitado. Los autores neotestamentarios no muestran interés por una exposición completa, ni por una sucesión cronológica determinada, ni, en general, por una comprobación crítica e histórica de las diversas noticias; ello demuestra hasta qué punto es otra cosa lo que ocupa el primer plano en los distintos relatos: en primer lugar, como es evidente en Pablo y Marcos, la vocación y misión de los discípulos; luego, en Lucas y Juan, la progresiva identidad real del Resucitado y el Jesús prepascual (experiencia de la identidad, primero, y hasta prueba de la identidad, al fin, por demostración de su corporeidad y por la comida en común, junto con la cada vez más acentuada superación de la duda de los discípulos) . En todo ello se echa de ver algo importante: el «cómo», «cuándo» y «dónde» de los relatos es siempre secundario en relación con el «hecho», nunca puesto en duda por las diversas fuentes, de una resurrección que evidentemente no se identifica —a pesar de todas sus conexiones— con la muerte y la sepultura. Se impone que nos centremos en el contenido auténtico del mensaje; esto nos permitirá luego volver sobre las discrepancias históricas.
Desde los relatos pascuales de los evangelios hay que volver atrás y preguntarse por el mismo mensaje pascual. Mientras el relato del sepulcro vacío sólo se encuentra en los evangelios, otros escritos neotestamentarios, en especial las cartas paulinas, atestiguan que Jesús tuvo, como ser viviente, encuentros con sus discípulos. Mientras los relatos pascuales de los evangelios cuentan la historia con tintes legendarios, otros testimonios del Nuevo Testamento hablan en tono de profesión de fe. Y mientras los relatos del sepulcro vacío no están avalados por testigos directos, en las cartas paulinas (varios decenios anteriores a los evangelios) encontramos testimonios del mismo Pablo sobre «apariciones» o «revelaciones» del Resucitado. La conocida profesión de fe, que Pablo dice expresamente haber «recibido» y, luego, «transmitido» a la comunidad de Corinto en el momento de su fundación y que, a juzgar por el lenguaje, autoridad y círculo de personas, procede probablemente de la primera comunidad de Jerusalén y, en todo caso, se remonta al período comprendido entre los años 35 y 45, cuando Pablo se hizo cristiano y misionero, ofrece como apéndice una lista de testigos de la resurrección fácilmente controlable por los contemporáneos: testigos a los que el Resucitado «se dio a ver», «se apareció», «se manifestó», salió al encuentro y de los que casi todos aún vivían y podían ser preguntados allá por los años 55-56, cuando se escribió la carta en Efeso
[6]
.
La lista (¿refleja la historia de la comunidad primitiva?) de los testigos oficiales aparece encabezada por Pedro, a quien significativamente se le designa con su nombre arameo
Kefa
: por ser el primer testigo del Resucitado pudo ser también el «hombre roca»
[7]
, el «que confirma a sus hermanos»
[8]
y el «pastor de las ovejas»
[9]
. Pero la reducción de todas las apariciones —la de los Doce (el grupo central que regía en Jerusalén), la de Santiago (el hermano de Jesús), la de todos los apóstoles (el círculo más amplio de los misioneros), la de los más de 500 hermanos, la de Pablo mismo— a la aparición a Pedro, como si aquéllas no fueran más que la confirmación de ésta, no se justifica ni por éste ni por otros textos. Las personas y los sucesos, el lugar y el tiempo son demasiado diversos, como también lo son las formas del anuncio de Cristo en Pedro, Santiago y Pablo.
Sin embargo, antes de determinar el contenido auténtico del mensaje pascual, será mejor ensayar algunas aclaraciones que sirvan para evitar desde el principio los malentendidos innecesarios de ese mensaje. En efecto, el Nuevo Testamento emplea diversas formulaciones y conceptos para expresar el acontecimiento pascual; tales fórmulas y conceptos, si se entienden correctamente, pueden ser útiles para proseguir el examen de nuestro problema en concreto: «resucitación» y «resurrección», «elevación» y «glorificación», «rapto» y «ascensión». ¿Cómo hay que entender todo esto?
1.
¿Resurrección o resucitación?
Hoy se habla con demasiada naturalidad de resurrección, como si se tratara sencillamente de una acción autónoma de Jesús. Sin embargo, si se quiere entender la resurrección según el Nuevo Testamento es preciso interpretarla como una
resucitación por parte de Dios
. Se trata fundamentalmente de una obra de Dios en Jesús, el crucificado, muerto y sepultado. La expresión (pasiva) «resucitación» de Jesús es en el Nuevo Testamento quizá más originaria y, en todo caso, más general que la expresión (activa) «resurrección» de Jesús
[10]
. El término «resucitación» sitúa plenamente en el centro la acción de Dios en Jesús: sólo mediante la acción vivificante de Dios se transforma en actividad viviente la pasividad mortal de Jesús. Sólo en cuanto suscitado (por Dios) es Jesús el (mismo) Resucitado. A lo largo de todo el Nuevo Testamento, la resurrección como acción de Jesús se entiende en el sentido de un resucitamiento, obra del Padre
[11]
. Como dice la formulación antigua: Dios lo hizo resucitar librándolo de las angustias de la muerte
[12]
. Si hablamos aquí, conscientemente, más de resucitamiento y resucitado, no lo hacemos por excluir las otras expresiones, sino para evitar el equívoco mitológico que con facilidad se desliza con ellas.
2.
La resucitación: ¿un hecho histórico?
Según la fe neotestamentaria, en la resucitación se trata de una obra de Dios en las dimensiones propias de Dios; por eso
no
puede tratarse de un hecho
histórico
en sentido estricto, es decir, de un hecho comprobable con el método experimental de la ciencia histórica. Resucitación no significa un milagro que interrumpe las leyes de la naturaleza, comprobable intramundanamente, ni se refiere a una intervención sobrenatural localizable y datable en el espacio y en el tiempo. No pasó nada que pudiera fotografiarse y registrarse. Sólo la muerte de Jesús y luego la fe y el mensaje pascual de los discípulos son históricamente comprobables. La resucitación misma, al igual que el Resucitado, no se puede fijar ni objetivar con métodos históricos. A la ciencia histórica —que, como la ciencia química, biológica, psicológica, sociológica o teológica, no capta más que
uno
de los múltiples aspectos de la realidad— no se le ha de preguntar más de lo que puede responder, ya que, de acuerdo con sus propias premisas, excluye deliberadamente esa realidad que en la resucitación, lo mismo que en la creación y en la consumación final, es la única que entra en juego: la realidad de Dios.
Pero precisamente por eso, porque la fe neotestamentaria ve en la resucitación una acción de Dios, se trata de un acontecimiento
real
en el sentido más profundo, y no de un mero acontecimiento ficticio e imaginario; no es que no ha pasado nada, sino que lo acaecido trasciende y desborda los límites de la historia. Se trata de un acontecimiento trascendente desde la dimensión de la muerte humana a la dimensión abarcadora de Dios. La resucitación se refiere a un modo de existir absolutamente nuevo dentro del completamente distinto modo de existir de Dios, y es descrita con un lenguaje figurado que es preciso interpretar. El verdadero milagro de la resucitación consiste en que Dios, salvaguardando plenamente las leyes naturales, interviene allí donde, desde el punto de vista humano, se ha acabado todo: es el milagro del comienzo de una vida nueva a partir de la muerte. No es objeto del conocimiento histórico, sino una apelación y una oferta a la fe, única que puede acceder a la realidad del Resucitado.
3. ¿
Es imaginable la resucitación?
Se olvida fácilmente que tanto la «resurrección» como la «resucitación» son términos metafóricos, figurados. La imagen está tomada del «despertar» y «levantarse» del sueño. Pero es una imagen tan susceptible de entendimiento como de malentendimiento, un símbolo, una metáfora de lo que le ocurre al muerto que resucita, que no es precisamente una vuelta al estado anterior, a la vida de antes, terrena, mortal, como acaece en el sueño. Se trata de un cambio radical a un estado diferente, a una vida distinta, nueva, inaudita, definitiva, inmortal:
¡totaliter aliter
, distinta por completo!
A quienes se complacen en preguntar una y otra vez cómo se ha de imaginar esa vida completamente distinta, se les debe responder llanamente: ¡no se ha de imaginar en absoluto! Aquí no hay nada que imaginar, representar y objetivar. No sería una vida completamente distinta si pudiéramos representarla con conceptos e imágenes tomados de nuestra vida. De nada nos sirven aquí nuestros ojos y nuestra fantasía, que sólo pueden extraviarnos. La realidad de la resucitación como tal es inaccesible a la
intuición
y a la
representación
. Resucitación y resurrección son expresiones intuitivo-figurativas, imágenes, metáforas, símbolos, que responder» a esquemas mentales de aquel tiempo y pueden naturalmente multiplicarse, de algo que en sí no es intuíble ni representable y de 1º que —como de Dios mismo— carecemos de cualquier conocimiento directo.
Ciertamente, podemos intentar describir esta nueva vida, inaccesible a los sentidos y a la imaginación, no sólo con imágenes, sino también con el pensamiento (al igual que la física intenta describir mediante fórmulas la naturaleza de la luz, que en el campo atómico es, a la vez, onda y corpúsculo y, por tanto, invisible e irrepresentable). Topamos aquí con los límites del lenguaje. Y no nos queda más remedio que hablar en paradojas, asociando, al referirnos a esa vida compleamente diversa, conceptos que en la vida presente tienen significados contradictorios. Eso es lo que sucede en los relatos evangélicos de las apariciones, que llegan al límite de lo imaginable: no es un fantasma, pero tampoco algo aprehensible; es visible-invisible, reconocible-irreconocible, palpable-impalpable, material-inmaterial, inmanente y trascendente con respecto al espacio y al tiempo. «Cual los ángeles en el cielo», había observado ya el mismo Jesús empleando el lenguaje de la tradición judía
[13]
. O como muy cauta y discretamente señala Pablo con términos paradójicos, que apuntan al límite de lo expresable: un «cuerpo espiritual» imperecedero
[14]
, un «cuerpo de gloria»
[15]
. nacido del pasajero cuerpo de carne a través de una «transmutación»
[16]
radical. Estas expresiones de Pablo no reflejan la mentalidad griega ni se refieren a un alma espiritual (liberada de la cárcel del cuerpo), que la antropología moderna ya no puede concebir aisladamente. El Apóstol piensa, con mentalidad judía, en un hombre enteramente corporal (transformado y dominado por el Espíritu de Dios, creador de vida), en mayor armonía con la moderna concepción integral del hombre y con la significación fundamental de su corporeidad. Así, pues, el hombre no es liberado —platónicamente—
de
su corporalidad. Es salvado
con
y
en
su corporalidad, ahora glorificada, espiritualizada: es una nueva creación, un hombre nuevo.
4.
¿Resucitación corporal?
Sí y no, si se me permite hacer referencia a una conversación que mantuve con Rudolf Bultmann. No, si por «cuerpo» se entiende ingenuamente el mismo organismo humano bajo su aspecto psicológico. Sí, caso de que «cuerpo» signifique, en el sentido del «soma» neotestamentario, la realidad personal idéntica,
el mismo
yo con toda su historia. O dicho de otro modo: no hay continuidad del cuerpo; no cabe proponer cuestiones científico-naturales, como la de la permanencia de las moléculas. Pero sí hay una continuidad de la persona: lo que se plantea es el problema de la significación permanente de toda su vida y destino. En todo caso, se trata, pues, de un ser completamente perfeccionado y no disminuido. La concepción de algunos pensadores orientales, según la cual el yo no sobrevive a la muerte, sino solamente las obras, es digna de tenerse en cuenta, en cuanto que supone el paso a una dimensión ya no espacio-temporal. Pero es insuficiente: si Dios es la realidad última, la muerte no es una destrucción, sino una metamorfosis; no es una disminución, sino una culminación.
Si la resucitación de Jesús no es un acontecimiento inserto en el espacio y el tiempo humanos
[17]
, tampoco es
sólo
la expresión del significado de su muerte
[18]
. Se trata más bien de un acontecimiento no histórico (no comprobable por los procedimientos de la investigación histórica), pero sí real (para la fe). Por consiguiente,
en
la resucitación de Jesús no se trata sólo de la «causa»
[19]
propugnada por él, que sigue adelante y continúa históricamente unida a su nombre, mientras él mismo ya no está ni vive, está y continúa muerto. Si la resucitación significara sólo que la causa de Jesús sigue adelante, nos hallaríamos ante un caso semejante al del difunto señor Eiffel: el hombre está muerto, pero sigue viviendo en su «causa», en la torre Eiffel, o al caso de Goethe, que, pese a estar muerto, «todavía habla hoy» en su obra y su recuerdo. Aquí está
en
juego más bien la
persona
de Jesús y,
por tanto
, su causa. No se puede prescindir de la realidad del Resucitado. Es Dios mismo quien decide en la Pascua sobre la causa de Jesús, que sus discípulos dieron por perdida: la causa de Jesús tiene sentido y sigue adelante, porque Jesús mismo no se queda, fracasado, en la muerte, sino que vive plenamente legitimado por Dios.