Ser Cristiano (68 page)

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Authors: Hans Küng

Tags: #Ensayo, Religión

BOOK: Ser Cristiano
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Así, pues, la Pascua no es
solamente
un acontecimiento para los discípulos y su fe: Jesús no vive
gracias
a la fe de los discípulos. La fe pascual no es una función de la fe de los discípulos.

Jesús no era simplemente demasiado grande para poder morir, como creyeron algunos: de hecho murió. Sino que la Pascua fue primariamente un acontecimiento para Jesús mismo: Jesús vive de nuevo
por obra de Dios para la fe de los discípulos
. Presupuesto de esta nueva vida es la prioridad —no temporal, pero sí real— de la acción divina. Sólo esta intervención posibilita y suscita esa fe en la que el mismo Viviente aparece vivo. Lo cual significa, en relación con esa fórmula, que el mismo Bultmann considera equívoca: «Jesús resucitó en el
kerygma
(predicación)»
[20]
, que Jesús, también según Bultmann, no vive porque es anunciado, sino al revés, es anunciado porque vive. Algo enteramente distinto, pues, de lo que ocurre en el oratorio de Rodion Stschedrin
Lenin en el corazón del pueblo
, donde el guardia rojo, junto al lecho de muerte de Lenin, canta: «¡No, no, no; no puede ser! ¡Lenin vive, vive, vive!». Aquí sólo sigue adelante la «causa de Lenin».

5.
¿Exaltación?
En los textos más antiguos del NT la «exaltación» o «rapto» de Jesús no es más que otra forma de expresar, con distinto matiz, la resucitación o resurrección de Jesús. Que Jesús fue resucitado sólo quiere decir en el Nuevo Testamento que, con la resucitación, fue elevado hasta el mismo Dios: exaltación como cima de la resucitación
[21]
.

Pero la exaltación, ¿no alude a la ascensión al
cielo?
De hecho, en lenguaje figurado sí se puede hablar de ascensión al «cielo». Pero entonces hay que tener presente que no se puede hoy, como en los tiempos bíblicos, entender el firmamento azul como la parte exterior del salón del trono de Dios. Sino como símbolo o imagen visible del cielo propiamente dicho, o sea, del dominio invisible («espacio vital») de Dios. El cielo de la fe no es el cielo de los astronautas, como atestiguaron los mismos astronautas al recitar desde el cosmos el relato bíblico de la creación. El cielo de la fe es el ámbito oculto, invisible e impalpable de Dios, que jamás alcanzarán los viajes espaciales. No es un lugar, sino una forma de ser, y que no saca al hombre de la tierra, sino que lo lleva en Dios a la culminación en el bien y lo hace partícipe de la soberanía divina.

Así es, pues, como Jesús fue recibido en la gloria del Padre.

De acuerdo con enunciados veterotestamentarios
[22]
. resucitamiento y elevación significan la
entronización
de aquel que ha vencido a la muerte; indican que ha sido recibido en la esfera vital de Dios, participa en la soberanía y gloria divinas y puede así hacer valer ante los hombres su pretensión de señorío universal. ¡El Crucificado como
Señor
que llama a su seguimiento! E investido, asimismo, de su dignidad celestial y divina, lo que tradicionalmente se expresa también con una imagen que alude al hijo o representante del soberano: «Sentado a la diestra de Dios Padre». Es decir, se halla en contacto inmediato con el poder de Dios Padre y lo ejerce vicariamente en igualdad de dignidad y posición. Según las más antiguas fórmulas cristológicas, como las recogidas en los sermones apostólicos de los Hechos, después de la resurrección ha constituido Dios a Jesús, humillado en cuanto hombre, Señor y Mesías
[23]
. La mesianidad y la filiación divina no se dicen del Jesús terreno
[24]
, sino del Jesús exaltado por Dios.

Esto es de suma importancia para entender las
apariciones
pascuales, sea cual fuere la comprensión última que de ellas haya que tener: desde este señorío celestial y desde esta gloria divina «se aparece» a aquellos a quienes quiere hacer «instrumentos» suyos, como ocurrió con Pablo
[25]
y como se presupone con la mayor naturalidad en las apariciones narradas por Mateo, Juan y en el apéndice de Marcos, donde no se hace observación alguna acerca de dónde viene y a dónde va el aparecido. Las apariciones pascuales son manifestaciones del ya Glorificado. Es siempre el Exaltado quien se aparece desde Dios, bien sea experimentado como alguien que llama desde el cielo, como en Pablo, bien sea aparecido en la tierra, como en Mateo y Juan.

Concluyendo: resurrección de la muerte y exaltación junto a Dios son una misma cosa en el Nuevo Testamento, con una excepción que discutiremos en seguida. Cuando se habla de la una, se considera implícita la otra. La fe pascual es fe en Jesús en cuanto Señor resucitado, exaltado junto a Dios. Al mismo tiempo, es el Señor presente por el Espíritu en su Iglesia y, en fin, el escondido Señor del mundo
(cosmocrátor)
con cuyo señorío ha empezado ya el reinado definitivo de Dios.

6.
¿Ascensión al cielo?
En la Iglesia más antigua no hubo tradición de una ascensión visible de Jesús en presencia de los discípulos
[26]
. Hay una excepción:
Lucas
, que por principio manifiesta mayor interés que los otros en demostrar corporalmente la realidad del Resucitado y en el testimonio ocular de los apóstoles,
separa en el tiempo, apartándose con ello de los demás testigos, resucitación y exaltación
: es el único que habla de una ascensión al cielo aislada, en Betania, la cual clausura el tiempo de las apariciones terrenales de Jesús (anteriores a la celestial de Pablo) e inaugura solemnemente el tiempo de la misión universal de la Iglesia hasta la vuelta de Jesús
[27]
. Así aparece con especial claridad en los Hechos de los Apóstoles, escritos entre el 80 y el 90, que siguen al Evangelio de Lucas (posterior al año 70). En el apéndice de Marcos, conclusión añadida en el siglo II, se recoge otra vez esa idea de una ascensión al cielo separada, tomando como base las fórmulas empleadas en el rapto de Elias
[28]
y las palabras del salmo que hablan de sentarse a la diestra del Padre
[29]
.

Como es natural, Jesús no emprendió ningún viaje a través del cosmos. ¿Ascensión al cielo? ¿Hacia dónde, con qué velocidad y de qué duración? De todos modos, esta idea, extraña para la mentalidad moderna, no era insólita en aquella época. No sólo se habla de las ascensiones de Elias y Henoc en el Antiguo Testamento, sino también de las de otras grandes figuras de la Antigüedad, como Heracles, Empédocles, Rómulo, Alejandro Magno y Apolonio de Tiana: se trata de un «rapto» en el que, a diferencia de lo que ocurre con el «viaje celeste», no se habla del camino hacia el cielo ni de la llegada al mismo, sino sólo se da cuenta de la desaparición de la tierra. Y la nube significa a la vez la proximidad y la inaccesibilidad de Dios. Lucas tuvo a su disposición el antiguo esquema del «rapto» como modelo de representación y forma de relato.

Probablemente fue el mismo Lucas quien configuró el concepto tradicional de exaltación en forma de relato de «rapto», cuyos elementos estructurales básicos ya estaban previamente dados en las primitivas narraciones del sepulcro y las apariciones. ¿Por qué? Lucas, probablemente, no sólo intentó dar plasticidad visual a la afirmación abstracta de la exaltación, sino más bien, como a lo largo de todo su Evangelio, corregir drásticamente la todavía entonces extendida idea de una próxima parusía, de un inminente retorno de Jesús: ¡emprender la misión del mundo, en vez de quedarse en pasiva espera! El que viene ahora no es Jesús mismo, que se ha alejado al cielo y ha dejado a sus discípulos una tarea, sino el Espíritu Santo, que va a pertrechar a los discípulos para el tiempo de la misión, el tiempo de la Iglesia que sucede al tiempo de Jesús sin solución de continuidad, hasta su segunda venida visible al fin de los tiempos. Con lo que Lucas quiere decir: sólo han entendido la Pascua quienes no se han quedado mirando asombrados al cielo, sino que dan testimonio en el mundo a favor de Jesús
[30]
.

De esta manera, el relato de la ascensión —especialmente según la versión tardía de los Hechos de los Apóstoles, con la nube y los ángeles—, se presenta como un relato invertido de la parusía. En el Evangelio de Lucas y en el apéndice de Marcos parecen haber tenido lugar las apariciones pascuales y la ascensión al cielo en el mismo día de la Pascua. Únicamente en el relato tardío de los Hechos de los Apóstoles —basándose claramente en el número bíblico sagrado de 40 (cuarenta años de Israel en el desierto, cuarenta días de ayuno de Elias y Jesús)— se cuentan cuarenta días entre la Pascua y la ascensión al cielo: el número simbólico del tiempo de gracia. La ascensión
no
debe entenderse y celebrarse como un
segundo «hecho salvífico»
posterior a la Pascua,
sino
como un
aspecto
especialmente relevante del
único acontecimiento pascual
.

7.
¿Pentecostés?
Sólo los Hechos de los Apóstoles, escrito tardío de Lucas, dan noticia de una festividad cristiana de Pentecostés. «Pentecostés»
[31]
(= cincuenta días) era ya para los judíos la fiesta de la recolección. Lucas incorpora esta fecha del calendario festivo judío al contexto histórico de la promesa y el cumplimiento de la salvación. La considera evidentemente la fiesta de la comunicación prometida del Espíritu y del Nacimiento de la Iglesia universal. Hoy no es fácil determinar lo que hay de histórico en todo ello. Es perfectamente posible que en la primera fiesta de Pentecostés posterior a la muerte de Jesús, fecha en que acudieron sin duda a Jerusalén muchos peregrinos, tuviera lugar allí mismo la primera reunión de los partidarios de Jesús, procedentes sobre todo de Galilea, y su constitución (acompañada de distintos fenómenos entusiástico-carismáticos) como comunidad escatológica. Es posible que Lucas haya utilizado una tradición que hablaba de un éxtasis colectivo, producido por el Espíritu, con ocasión de la primera fiesta de Pentecostés. Sorprendentemente, ni Pablo ni Marcos ni Mateo saben nada de un Pentecostés cristiano. Juan hace coincidir expresamente Pascua y Pentecostés (comunicación del Espíritu)
[32]
.

El
bautismo
, evocación de la Pascua, es también en todo el Nuevo Testamento el sacramento de la recepción del Espíritu, con dos excepciones —otra vez en los Hechos de los Apóstoles, de Lucas
[33]
— que confirman la regla. Sólo muchos siglos después se independiza en la Iglesia occidental la segunda unción posbautismal, típicamente romana, convirtiéndose en un rito específico de la recepción del Espíritu, y ello porque en Occidente los obispos se habían reservado de hecho esa unción: la
confirmación
. Para justificar ulteriormente este desarrollo canónico se apeló no sólo a los dos textos de los Hechos de los Apóstoles (que apuntan a la unidad de la Iglesia y no a un sacramento específico), sino también a la distinción lucana entre Pascua y Pentecostés (pese a que en el mismo relato de Pentecostés, la recepción del Espíritu por parte de los neoconversos está vinculada al bautismo). Desde la perspectiva actual no se puede aceptar que la confirmación sea un sacramento separado, autárquico y autónomo. Hay que interpretarla más bien como fase conclusiva —llena de sentido en conexión con el bautismo de niños— del único rito de iniciación (antes de acceder a la eucaristía): como desarrollo, ratificación y culminación del bautismo
[34]
.

8.
¿Un año litúrgico?
Durante los tres primeros siglos «Pentecostés» no designaba ninguna fiesta cristiana específica, sino el período entero de los cincuenta días que duraba el tiempo festivo iniciado la noche de Pascua: una festividad del Señor continuada para la glorificación del Resucitado, en la que solamente se oraba en pie y no de rodillas, no se ayunaba y, en la liturgia, se entonaba reiteradamente el canto del aleluya.

Pero esa única mención, que encontramos en Lucas, de un Pentecostés cristiano en el Nuevo Testamento influyó de tal manera en la conciencia de la Iglesia, que a partir del siglo V se comenzó a celebrar una festividad específica de Pentecostés, cincuenta días después de Pascua, y luego, además, una festividad de la Ascensión, cuarenta días después de Pascua. Frente a la celebración de este período festivo de cincuenta días, en que se celebra la resurrección, la ascensión y la misión del Espíritu, se impuso una nueva
concepción historizante de las festividades
. Recurriendo a datos crono lógicos de la Biblia, surgió finalmente el «año eclesiástico» (término acuñado en el siglo XV), como extensión a todo el año de la celebración de la Pascua: o sea, un ciclo litúrgico anual integrado por festividades del Señor y, luego, de los santos, ciclo del que ya en la Edad Media se conocían diversos comienzos —Pascua, Anunciación y, sobre todo, la Navidad, celebrada ya en el siglo IV— y que, desde época muy reciente, comienza con el primer domingo de Adviento.

Tras estas aclaraciones, podemos formular una pregunta como resumen: entre todas estas evoluciones, y en parte complicaciones, ¿cuál es el auténtico contenido de ese mensaje que ha mantenido viva la fe y el culto de dos mil años de cristiandad, que constituye tanto el origen histórico como el fundamento objetivo de la fe cristiana?

c) La realidad última

El mensaje, con todas sus dificultades, con sus concreciones y ampliaciones condicionadas al tiempo y a la situación, con sus retoques y desplazamientos, apunta, en el fondo, a algo muy sencillo. Y en ello concuerdan los diversos testigos del cristianismo primitivo (Pedro, Pablo y Santiago, las cartas, los evangelios y los Hechos de los Apóstoles), por encima de todas las divergencias y contradicciones de las distintas tradiciones en lo que se refiere a lugar y tiempo, a las personas y a la sucesión de los acontecimientos:
el Crucificado vive para siempre junto a Dios
-
como compromiso y esperanza para nosotros
. La certidumbre de que aquel ajusticiado no se quedó en la muerte, sino que vive, y de que cuantos se atienen a él y lo siguen vivirán también, sostiene y fascina a los hombres del Nuevo Testamento. La vida nueva, eterna, de ese Uno es estímulo y esperanza real para todos.

Este es, pues, el mensaje pascual, esta la fe pascual, absolutamente inequívoca, pese a la ambigüedad de los diversos relatos e interpretaciones de la Pascua. Un mensaje verdaderamente revolucionario y —ya entonces, no sólo ahora—, fácil de rechazar: «De eso te oiremos hablar en otra ocasión», dijeron ya entonces al apóstol Pablo ciertos escépticos en el areópago de Atenas, según cuenta Lucas
[35]
. Ello, sin embargo, no ha detenido la marcha victoriosa del mensaje.

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