La fe cristiana en Jesús resucitado sólo tiene sentido como fe en Dios creador y conservador de la vida. Y, al revés, la fe cristiana en el Dios creador está decisivamente caracterizada por el hecho de que Dios resucitó de la muerte a Jesús
[53]
. La expresión «el que resucitó de la muerte a Jesús» se convierte en sobrenombre del Dios cristiano
[54]
.
Quien ha descubierto hacia dónde apunta el mensaje de la resurrección, juzga periféricas ciertas cuestiones que se discuten acaloradamente. Quien sólo liga su fe a los detalles históricos, resulta esclavo de la crítica histórica. En cambio, la fe que se centra en la vida nueva del Crucificado, con Dios y por Dios, sabe reconocer la relatividad de las cuestiones históricas. Así, pues, el que no se interese por problemas como el desarrollo de los relatos pascuales, el sepulcro vacío, el descenso a los infiernos y las apariciones del Resucitado, puede saltarse los dos párrafos siguientes. El análisis histórico no puede fundamentar el núcleo de la fe, pero puede interpretarlo y aclararlo frente a la increencia y la superstición.
1. La historia de la tradición relativa a la resurrección deja ver
ampliaciones y desarrollos
problemáticos y, ocasionalmente, también lagunas.
El testimonio pascual más antiguo
del Nuevo Testamento —el llamado símbolo de fe, de la primera carta a los Corintios
[56]
—, al igual que otras fórmulas confesionales paulinas, es de una concisión notarial: un mínimo de información, sin detalles descriptivos, sin indicaciones sobre el cuándo y el dónde de las apariciones. También el más antiguo relato pascual de los evangelios, literariamente más tardíos, pero que sin duda reelaboran antiguas tradiciones, es de una asombrosa parquedad: se trata del relato de
Marcos
[57]
. al que hay que distinguir del apéndice del mismo evangelio
[58]
(desconocido para Mateo y Lucas), más tardío, que igualmente recoge en forma de catálogo los distintos relatos en circulación sobre las apariciones. Marcos no ofrece aquí nada nuevo, si se exceptúa la tradición del sepulcro vacío (tal vez independiente en su origen) y la alusión (¡nada de relato!) a la aparición de Jesús en Galilea.
Sin embargo, los dos grandes evangelios, en parte por motivos apologéticos, presentan notables cambios y ampliaciones. En
Mateo
, que con la aparición de Jesús a las mujeres establece un nexo narrativo entre el suceso del sepulcro y la aparición en Galilea, se encuentran las siguientes novedades: primero, el terremoto; luego, el relato de los guardianes del sepulcro y la comunicación del encargo del ángel y de Jesús de ir a Galilea; por último, la aparición en un monte de Galilea a los Once, con el mandato de misionar y bautizar.
Lucas
, por el contrario, suprime el encargo de ir a Galilea, silencia la aparición correspondiente y concentra geográfica y cronológicamente todo el acontecimiento pascual en Jerusalén, importante para él desde el punto de vista teológico y eclesial; pero añade el episodio, de factura realmente artística, de los discípulos de Emaús, la aparición a los Once en Jerusalén, un breve discurso de despedida y un corto relato de la ascensión de Jesús, relato que vuelve a recoger y ampliar considerablemente en los Hechos de los Apóstoles.
Lo que ya por largo tiempo es praxis eclesiástica, en los tres evangelios más tardíos se atribuye a la acción y encargo del Resucitado: la misión a los gentiles y el bautismo, en Mateo; la fracción del pan (que en el contexto del episodio de Emaús tenía que evocar en todos los lectores el recuerdo de la cena del Señor), en Lucas; el lugar de Pedro y el poder de perdonar los pecados (a
todo
el que crea), en Juan. El testimonio paulino de la Pascua no menciona a los ángeles, mientras que Marcos y Mateo hablan de un ángel y Lucas y Juan de dos. Y mientras Pablo y Mateo entienden las apariciones del Resucitado como directo envío misional, Lucas y Juan las interpretan más bien como testimonio de la resurrección. En Lucas se advierte una clara tendencia a la materialización. Y si Pablo habla paradójicamente de un cuerpo resucitado «espiritual», irrepresentable, Lucas subraya, de seguro con un propósito apologético contra una interpretación espiritista de la resurrección, que el Resucitado no es un fantasma, que tiene carne y hueso, que come pescado asado. Por los mismos motivos apologéticos, si por un lado se hace cada vez mayor hincapié en la verdadera corporeidad del Resucitado, por otro también se va insistiendo progresivamente en la duda, que hay que superar.
El Evangelio de
Juan
, considerablemente tardío, contiene, pese sus numerosos puntos de contacto con Lucas, algunos elementos y motivos nuevos: el diálogo con María Magdalena, la carrera de Pedro y del discípulo predilecto cuyo nombre se omite, la reunión en la sala de Jerusalén junto con la transmisión del Espíritu la tarde de Pascua y el episodio de la incredulidad de Tomás, que desarrolla notablemente el tema de la duda. Más tarde, para coadyuvar nuevamente a la experiencia de la identidad, se añadió un capítulo suplementario, con la aparición en el lago de Genesaret y una pesca milagrosa seguida de una comida y un especial encargo a Pedro. Otra vez aflora aquí el tema de la competencia entre Pedro, al cual le es confirmada la primera aparición y la primacía, y el discípulo amado, al que el cuarto Evangelio claramente presenta como el auténtico garante de la tradición.
De todo el desarrollo de la tradición sobre la Pascua se puede deducir algo importante: históricamente, es muy probable que la fe pascual surgiese en Galilea, donde los partidarios de Jesús habían vuelto a reunirse después de su huida, para trasladarse luego a Jerusalén en espera del retorno del Hijo de hombre glorificado. Dado el propio carácter de las fuentes, las múltiples ampliaciones, transposiciones y elaboraciones del mensaje pascual no pueden pretender que se les reconozca por principio su historicidad; en gran medida cabe que sean, más bien, legendarias. Los diversos matices de los relatos proceden de la diversidad de las comunidades, de la diversidad de los transmisores de la tradición y de la diversidad de las situaciones ambientales de la misma (predicación misionera, catequesis, liturgia). Pero lo decisivo no son las características cambiantes de las diversas narraciones ni el ropaje literario, ni las diferentes intenciones y teologías de las fuentes, autores y redactores. Lo decisivo es, según confirman todos los testigos, la nueva vida de Jesús originada en la muerte por obra de Dios y con Dios, vida de Dios, que trasciende todas las afirmaciones y concepciones, todas las representaciones, imágenes y leyendas.
2. Pero, ¿qué hay que pensar en particular del relato del sepulcro vacío? El dato ya mencionado de «al tercer día», que se encuentra también en Pablo y funciona como una fórmula, puede señalar el descubrimiento del sepulcro vacío por parte de las mujeres, o la primera aparición pascual a Pedro, o también, como en la apocalíptica judía, el intervalo entre la catástrofe final y la irrupción de la salvación definitiva, con lo cual cruz y resurrección quedarían caracterizadas en clave apocalíptica como acontecimiento final y el tercer día como el día de la salvación
[59]
. Al igual que el dato lucano de los cuarenta días que median entre la Pascua y la ascensión, éste del «tercer día» podría ser una cifra teológica
[60]
utilizada para expresar la diferencia objetiva (no necesariamente cronológica) entre la muerte y la resurrección. En todo caso, el «tercer día» después del viernes de la muerte —por tanto, ya no el sábado— se convirtió en el día de la asamblea cristiana: el domingo, como día conmemorativo de la resurrección del Señor.
Llama la atención que el más antiguo testimonio de la resurrección, el que reproduce la primera carta a los Corintios
[61]
, nada diga de una tumba vacía ni mencione a las mujeres entre los testigos de la resurrección, tal vez porque éstas carecían de derecho real a ser testigos.
Pablo
, como el resto de los escritos neotestamentarios, con excepción de los cuatro evangelios, en ningún lugar de sus cartas alude al sepulcro vacío o a testigos de ese sepulcro vacío. Sólo concede importancia al hecho de que Jesús «se manifestó»
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a los suyos. Pablo pudo concebir la resurrección como si en el cielo hubiera un cuerpo nuevo preparado para nuestro revestimiento
[63]
, de donde cabría concluir que, en la resurrección de Jesús, su cuerpo terreno podría haber permanecido en el sepulcro. Cierto que en la Palestina judía se entendía generalmente la resurrección como fenómeno corpóreo. Pero esta manera de ver resultaba extraña, al menos en parte, para el judaísmo helenista y prácticamente incomprensible para los griegos. Y aun cuando Pablo, judío helenista formado en Jerusalén, por su concepción unitaria de cuerpo y espíritu vivificador, no hubiera podido imaginar una resurrección sin sepulcro vacío, el hecho es que su fe en la resurrección no se apoya en tal sepulcro ni en determinados sucesos de la mañana de Pascua. Al sepulcro vacío no se concede significación alguna en orden a la predicación; lo decisivo para la predicación no es el sepulcro vacío, sino la prueba de que Jesús sigue vivo.
Saltan a la vista las
diferencias
entre los testimonios de las
apariciones
, que, según la primera carta a los Corintios, probablemente se remontan a la fase más antigua de la primitiva cristiandad y que Pablo puede comprobar, y, por otra parte, las
narraciones del sepulcro
, que sólo son accesibles en la forma escrita que les dio Marcos hacia el año 70, decenios después de Pablo, cuando ya no era posible comprobarlas
[64]
. Las narraciones del sepulcro sólo hablan originariamente de mujeres, ignorando a los discípulos; en los testimonios de las apariciones ocurre todo lo contrario. Las narraciones del sepulcro dan noticia ante todo” de apariciones de ángeles, no de apariciones de Cristo; los testimonios de las apariciones, nuevamente, al revés. Las narraciones del sepulcro son relatos de cierta factura artística para asombrar a los oyentes (con ocasión, tal vez, la la lectura litúrgica); los testimonios de las apariciones, en su forma más antigua, son resúmenes a modo de catecismo para ser aprendidos de memoria (probablemente para uso catequético). Los ángeles que anuncian la profesión de la fe cristiana
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desempeñan la función de mensajeros apocalípticos encargados de interpretar los hechos y su modo de presentarse y actuar es descrito según los cánones de la apocalíptica contemporánea. En su forma primitiva, tal vez, toda la serie de testigos se reduce a aquella sola mujer sobre cuya identidad coinciden todos los evangelistas y que Juan presenta como testigo originariamente único: María Magdalena (María, la madre de Jesús, no desempeña, sorprendentemente, papel alguno en los testimonios de la resurrección).
Por eso es muy difícil refutar la tesis de que las narraciones del sepulcro, tan divergentes entre sí y tan ampliadas en los evangelios-más tardíos (la guardia del sepulcro, en Mateo; la carrera de Pedro al sepulcro, en Lucas y Juan; la aparición a las mujeres, en Mateo, y a María Magdalena, en Juan), no son sino
elaboraciones legendarias del mensaje de la resurrección
, que, expresado en las palabras del ángel, constituyen el núcleo de las mismas y está estructurado según las epifanías veterotestamentarias. En todo caso, en el centro de esta narración no está el sepulcro vacío o, más exactamente, abierto, sino el mensaje de la resurrección. Ya en el texto original de Marcos, enigmáticamente breve, el propósito es el mensaje, aunque la forma sea legendaria (apertura milagrosa del sepulcro, huida de las mujeres como consecuencia de la aparición del ángel).
Sin embargo, ¿no es el hecho del sepulcro vacío lo que se da por supuesto para anunciar en Jerusalén el mensaje de la resurrección? No necesariamente. El anuncio del Resucitado por parte de los discípulos (¿vueltos de Galilea?), que incluso según el cálculo más bien optimista e idealizado de Lucas no eran más de 120
[66]
, no comenzó en seguida, sino varias semanas después de la muerte de Jesús (la fecha de Pentecostés, dada por Lucas, supone cincuenta días), lo que ya de por sí hacía difícil una verificación directa; aparte de que en una ciudad de veinticinco a treinta mil habitantes no debió de causar gran sensación ni motivar un control oficial. Por consiguiente, la narración del sepulcro vacío no ha de interpretarse como reconocimiento de un hecho; más bien debe entenderse como plasmación narrativa, relativamente temprana, y desarrollo legendario de la previa noticia de la resurrección, tal como ésta se expresa en el anuncio del ángel o de los ángeles.
Pero aún cabe emitir un juicio más positivo sobre la historicidad del sepulcro vacío, como hacen hoy algunos exégetas importantes: no es verosímil que el testimonio de unas mujeres, carente entonces de validez jurídica y, por lo mismo, de valor apologético, fuera inventado; de ahí, pues, como de otros elementos, se puede concluir en favor de la historicidad —ulteriormente inexplicable— del sepulcro vacío (sean cuales fueren los motivos por los que se encontró vacío). Sin embargo, siempre habrá que estar de acuerdo en un punto: que el sepulcro vacío, de acuerdo con los mismos relatos del sepulcro, no puede, por sí solo, constituir
una prueba de la resurrección
ni fundamentar esperanza alguna en ella. Los discípulos de Emaús lo confirman expresamente
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, según Lucas. Aunque tuviera el episodio del sepulcro vacío un núcleo histórico, no por ello resultaría más fácil creer en la resurrección; para algunos resultaría incluso más difícil. El puro hecho del sepulcro vacío es equívoco, ambiguo. Para explicarlo caben muchos recursos, como ya señalaron los evangelistas, posiblemente para rechazar los tendenciosos rumores de los judíos: fraude de los discípulos, hurto del cadáver, cambio de persona, muerte aparente. La polémica judía, por lo que sabemos, no discutió el hecho del sepulcro vacío como tal. Pero tampoco con el hecho de tal sepulcro se llega a probar la realidad de la resurrección. Aducir tal dato como prueba de la resurrección sería una
petitio principii
. Por sí mismo, el sepulcro vacío sólo dice: «El no está aquí
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. Hay que añadir expresamente algo que de ninguna manera es obvio: «Ha resucitado»
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. Y esto puede ser comunicado a cualquiera sin tener que mostrarle un sepulcro vacío. Tampoco las mujeres creyeron por ver el sepulcro de esa forma. Según el más antiguo relato de Marcos, sorprendentemente modificado por los demás evangelistas, el sepulcro vacío no da origen a la fe y a la comprensión, sino al miedo y al pánico, hasta el punto de que las mujeres no dijeron nada a nadie
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. De la génesis de la fe no se dice ni una palabra. Pero ya Mateo une al miedo de las mujeres la «gran alegría» y convierte su silencio en un «anuncio»
[71]
. No obstante, a lo largo de los siglos esa extraña frase final de la breve conclusión original de Marcos
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fue omitida en la lectura del evangelio de Pascua. A este respecto, no se puede descartar
a priori
la suposición, aunque sea difícilmente demostrable, de algunos exégetas, según la cual el verdadero final de este evangelio se habría perdido, pues de lo contrario terminaría extrañamente con un repentino «a saber» (tales pérdidas eran frecuentes en los libros escritos en hojas de papiro o en forma de rollo), y, del mismo modo que el de Mateo, habría narrado una aparición del Resucitado en Galilea.