Lleva un traje de cuadros escoceses, y va maquillado para salir en pantalla, con un tupé de broma hecho con brillantina. Dexter tiene ganas de tirarle una botella.
–Creo que descubrirá que a quien busca no es a mí, sino a usted mismo –dice, perdiendo de golpe la capacidad de ser conciso.
–Menuda reaparición, superestrella –dice su copresentador–. ¿Qué, ya has leído los comentarios?
–Pues no.
–Porque si quieres te hago fotocopias…
–Sólo una mala crítica, Toby.
–O sea, que no has leído el
Mirror
. Ni el
Express
, ni
The Times
…
Dexter finge estudiar el guión.
–Nunca le han dedicado una estatua a ningún crítico.
–Es verdad, pero a un presentador de la tele tampoco.
–Vete a la mierda, Toby.
–¡Ah,
le mot juste
!
–Además, ¿qué haces aquí?
–He venido a desearte suerte.
Toby se acerca, le pone las manos en los hombros y se los aprieta. Rechoncho y cáustico, su papel en el programa es el de una especie de bufón irreverente que no se calla nada. Dexter siente a la vez desprecio y envidia por aquel personajillo exaltado que hace entrar al público en calor. En el programa piloto, y en los ensayos, Toby le ha dado mil vueltas, burlándose un poco de él, humillándole y haciéndole sentir lento de palabra y pensamiento, tontorrón, un guaperas que no piensa. Se quita de encima las manos de Toby con un encogimiento de hombros. Dicen que su antagonismo dará para tele de la buena, pero Dexter se siente paranoico, perseguido. Necesita otro vodka para recuperar el buen humor, pero eso, con la carita de sabiondo de Toby haciendo sonrisitas en el espejo, es imposible.
–Si no te importa, me gustaría ordenar un poco las ideas.
–Lo entiendo. Concentra ese cerebro.
–Luego nos vemos, ¿vale?
–Vale, guapo. Buena suerte. –Toby cierra la puerta, pero la vuelve a abrir–. Lo digo en serio, ¿eh? Buena suerte.
Una vez seguro de estar solo, Dexter se llena el vaso y se mira al espejo. Camiseta rojo vivo con chaqueta negra de esmoquin encima; debajo, vaqueros desteñidos, y zapatos negros de punta. El pelo corto, con estilo: tiene que dar una imagen de hombre joven y dinámico, pero de repente se siente viejo, cansado y con una tristeza inverosímil. Se aprieta cada ojo con dos dedos, intentando explicarse la melancolía que le paraliza, pero le cuesta pensar racionalmente. Es como si le hubieran cogido la cabeza y se la hubieran sacudido. Se le confunden las palabras, y no ve ninguna manera plausible de superarlo. No te vengas abajo, se dice; no es el sitio ni el momento. Aguanta.
En la tele en directo, sin embargo, una hora es mucho tiempo, más de la cuenta. Llega a la conclusión de que no le iría mal una ayudita. Hay un botellín de agua en la mesa. Lo vacía en el lavabo y, mirando la puerta de reojo, vuelve a sacar la botella de vodka del cajón y se echa cuatro dedos, no, cinco de líquido viscoso en la botella, antes de taparla. La levanta hacia la luz. No se nota la diferencia. No es que se lo vaya a beber todo, claro, pero al menos lo tiene en la mano, para ayudarle a superar el trance. Es un engaño que le devuelve el entusiasmo y la confianza; vuelve a estar listo para demostrarles a los espectadores, y a Emma, y a su padre, en casa, de qué es capaz. No es un presentador cualquiera. Es un comunicador.
Se abre la puerta.
–¡UALA! –dice Suki Meadows, la copresentadora.
Es la novia ideal del país, una mujer que hace de lo pizpireto una forma de vida, lindante con un trastorno. Sería capaz de empezar una carta de pésame con la palabra «¡uala!». A Dexter, este alborozo a ultranza le habría cansado un poco, de no ser por lo atractiva que es Suki, y por lo colada que está por él.
–¿QUÉ TAL, CARIÑO? ¡ESTARÁS QUE NO CAGAS, ME IMAGINO!
Es el otro gran talento de Suki como presentadora: hablar con todo el mundo como si se dirigiera a los bañistas de la playa de Weston-super-Mare un día de fiesta.
–Sí, un poco nervioso sí que estoy.
–¡VENGA YAAAA, HOMBREEE!
Le rodea la cabeza con un brazo, y se la aguanta como una pelota de fútbol. Suki Meadows es guapa, y menuda, como se decía antes, con una efervescencia, un burbujeo dignos de un termoventilador tirado en la bañera. Últimamente han tonteado un poco, si es que se puede llamar tontear a que Suki le apriete así la cara en una teta. Ha habido cierta presión para que formen pareja, como entre el delegado y la delegada de una clase, y algo de lógica sí tiene, al menos desde el punto de vista profesional, que no emocional. Suki le aprieta la cabeza con el brazo («VAS A ESTAR GENIAL»), y de pronto le coge las orejas y le estira la cara hacia ella.
–ESCUCHA: ESTÁS DE MUERTE, YA LO SABES, Y VAMOS A FORMAR UN EQUIPO GENIAL, TÚ Y YO. ESTA NOCHE HA VENIDO MI MADRE, QUE QUIERE CONOCERTE DESPUÉS DEL PROGRAMA. NO SE LO DIGAS, PERO CREO QUE LE GUSTAS. SI ME GUSTAS A MÍ, TAMBIÉN TIENES QUE GUSTARLE A ELLA. ¡QUIERE UN AUTÓGRAFO, PERO TIENES QUE PROMETERME QUE NO TE LIARÁS CON ELLA!
–Haré lo que pueda, Suki.
–¿HA VENIDO ALGUIEN DE TU FAMILIA?
–No…
–¿AMIGOS?
–No…
–¿QUÉ TE PARECE ESTE VESTIDO? –Se ha puesto un top y una falda cortísima, y lleva la botella de agua obligatoria–. ¿SE ME VEN LOS PEZONES?
¿Estará tonteando?
–Sólo si te fijas –tontea él a su vez, maquinalmente, con una sonrisa débil.
Suki nota algo. Le coge las dos manos y berrea íntimamente:
–¿QUÉ TE PASA, CARIÑO?
Dexter se encoge de hombros.
–Ha venido Toby a ponerme nervioso…
No tiene tiempo de acabar la frase, porque Suki le levanta a la fuerza y le rodea la cintura con los brazos, estirando compasivamente la goma de los calzoncillos.
–TÚ IGNÓRALE, QUE ESTÁ CELOSO PORQUE LO HACES MEJOR QUE ÉL. –Le mira desde abajo, clavándole la barbilla en el pecho–. LO TUYO ES UN DON. YA LO SABES.
Está en la puerta el jefe de plató.
–Bueno, chicos, todo listo.
–¿VERDAD QUE SOMOS GENIALES, LOS DOS JUNTOS? SUKI Y DEX, DEX Y SUKI. LOS VAMOS A DEJAR ALUCINADOS. –De repente Suki le da un beso a Dexter, con mucha fuerza, como si le pusiera un sello a un documento–. LUEGO MÁS, CAMPEÓN –le dice al oído.
Recoge su botella de agua y se va saltando al estudio.
Dexter dedica un momento a mirarse al espejo. «Campeón.» Suspira, se aprieta el cráneo con los diez dedos e intenta no acordarse de su madre. Aguanta. No la cagues. Hazlo bien. Haz algo bien. Pone la sonrisa que reserva especialmente para usarla en la tele, coge su botella de agua y se va al estudio.
Suki, que le espera al borde del enorme plató, le coge la mano y se la aprieta. Pasa corriendo el equipo, dándole palmadas en los hombros y puñetazos de colega en el brazo. Por encima de sus cabezas, irónicas gogós en biquini y botas de vaquero estiran las pantorrillas dentro de sus jaulas. Toby Moray está calentando al público, que encima se ríe mucho. De repente los presenta a ellos dos: ¡por favor, un gran aplauso para los presentadores de esta noche, Suki Meadows y Dexter Mayhew!
Dexter no quiere salir. Brota música a toda pastilla por los altavoces:
Start the Dance,
de Prodigy. Él querría quedarse entre bambalinas, pero Suki le tira de la mano. De pronto Suki irrumpe bajo las fuertes luces del plató, berreando:
–¡QUÉPASSSSSAAAAAAA!
La sigue Dexter, la mitad cortés y refinada del dúo de presentadores. En el plató hay muchos andamios, como siempre. Van subiendo por rampas, hasta tener el público a sus pies, y todo sin que Suki pare ni un momento de cotorrear.
–¡PERO BUENO, QUÉ GUAPOS! ¿PREPARADOS PARA PASAR UN BUEN RATO? ¡VENGA, QUE SE OS OIGA!
Dexter se queda a su lado en la grúa, mudo, con el micro en la mano, dándose cuenta de que está borracho. Su gran debut nacional y está empapado de vodka, mareado. La grúa se ve altísima, mucho más que en los ensayos. Tiene ganas de tumbarse en el suelo, pero correría el riesgo de que se fijasen dos millones de personas, así que hace su pose y se arranca con un:
–¡Quépasachavalescómoestáis!
Una voz masculina sube hasta la grúa.
–¡Mamón!
Dexter busca al alborotador con la mirada: es un mequetrefe flaco, con el pelo a lo Wonder Stuff, que sonríe de oreja a oreja, pero la gente se ríe, y mucho. Se ríen hasta los cámaras.
–Señoras y señores, mi agente –replica Dexter.
Un murmullo divertido, pero nada más. Deben de haber leído la prensa. ¿El hombre más odioso de la televisión? Madre mía, es verdad, piensa Dexter. Me odian.
–¡Un minuto! –grita el jefe de plató.
De pronto Dexter tiene la impresión de estar subido a un andamio. Busca una cara amable en el público, pero no hay ninguna. Vuelve a lamentarse de que no esté Emma. Con Emma podría lucirse. Si estuvieran Emma o su madre, daría lo mejor de sí, pero no están; sólo hay una multitud de caras burlonas y llenas de malicia, muchísimo más jóvenes que él. De algún sitio tiene que sacar algo de chispa, algo de chulería. Con la lógica láser de los borrachos, decide que podría ayudarle el alcohol. ¿Por qué no? El daño ya está hecho. Dentro de las jaulas, las gogós ya hacen poses. Las cámaras se ponen en su sitio. Dexter desenrosca el tapón de su botella ilícita, la levanta, traga y hace una mueca. Agua. En la botella de agua hay agua. Alguien le ha cambiado el vodka de su botella de agua por…
Su botella la tiene Suki.
Treinta segundos para salir en directo. Suki se ha equivocado de botella. La tiene en la mano, como un pequeño accesorio.
Veinte segundos para salir al aire. Suki está desenroscando el tapón.
–¿Te la vas a quedar? –grazna Dexter.
–SE PUEDE, ¿NO?
Suki salta de puntillas, como un boxeador.
–Me he equivocado de botella. Tengo la tuya.
–¿Y QUÉ? ¡LIMPIA EL MORRO!
Diez segundos para salir al aire. El público empieza a rugir y aplaudir. Las bailarinas asen los barrotes de sus jaulas y empiezan a hacer piruetas, mientras Suki se lleva la botella a la boca.
–Siete, seis, cinco…
Dexter intenta cogerla, pero ella le aparta la mano, riéndose.
–¡QUITA, DEXTER, QUE TÚ YA TIENES UNA!
Cuatro, tres, dos…
–Es que no es agua –dice él.
Ella se lo traga.
Títulos.
Suki tose y se atraganta, con la cara roja, entre guitarras que revientan altavoces, baterías que retruenan, gogós que se retuercen y una cámara que baja del techo con un cable, como un ave rapaz, volando hacia los presentadores por encima del público, haciendo que a la gente, desde casa, le parezca que hay trescientos jóvenes aplaudiendo a una mujer atractiva que tiene arcadas encima de un andamio.
La música baja de volumen, y sólo se oye la tos de Suki. Dexter se ha quedado de piedra, seco, sin aire, estrellándose borracho en su propio vehículo. El avión baja en picado. El suelo sube a su encuentro.
–Di algo, Dexter –dice una voz por el pinganillo–. ¿Hola? ¿Dexter? Di algo.
Pero no le funciona el cerebro, ni la boca. Se queda ahí plantado, tonto y mudo. Se alargan los segundos.
Menos mal que está Suki, una profesional de verdad, que se limpia la boca con el dorso de la mano.
–¡QUE NO DIGAN QUE NO ESTAMOS EN DIRECTO! –Se oye un murmullo de risas aliviadas en el público–. DE MOMENTO VA MUY BIEN, ¿NO, DEX?
Le clava un dedo en las costillas. Dexter salta como un resorte.
–Perdonad por lo de Suki… –dice–. ¡Lo de la botella es vodka!
Hace el cómico vaivén de la muñeca con el que se alude a los borrachos clandestinos. Se oye otra risa. Empieza a estar mejor. Suki también se ríe, le da un golpecito, levanta el puño y dice:
–A ver si te doy…
A lo Tres Chiflados. Dexter es el único que se da cuenta del desprecio que se esconde bajo la efervescencia. Se aferra a la seguridad del teleprómpter.
–Bienvenidos a
El After
. Soy Dexter Mayhew…
–¡… Y YO SUKI MEADOWS!
Ya están lanzados otra vez, presentando el gran festín de humor y música del viernes por la noche, guapos e interesantes, como los dos chicos más enrollados del cole.
–Y ahora, sin perder más tiempo, que se os oiga… –Echa los brazos hacia atrás, como el jefe de pista de un circo–. ¡… Y démosle una gran bienvenida de
El After
a Shed… Seven!
La cámara se aleja de ellos dos, como si ya no le interesaran. En la cabeza de Dexter, se superpone a la música el parloteo de las voces de los técnicos.
«¿Todo bien, Suki?», dice el productor.
Dexter dirige a Suki una mirada suplicante. La de ella es dura. Se lo podría decir: Dexter va pedo, está borracho, es un desastre, un aficionado en el que no se puede confiar.
–Perfecto –dice–. Es que se me ha ido por el otro lado, pero no pasa nada.
«Ahora te mandamos a alguien para que te arregle el maquillaje. Dos minutos. Y tú, Dexter, no te desconcentres, ¿vale?»
Eso, no te desconcentres, se dice él, pero los monitores le dicen que faltan cincuenta y seis minutos y veintidós segundos, y no está muy seguro de poder.
¡
A
plausos! Más de los que ha oído en toda su vida, rebotando en las paredes del gimnasio. Es verdad que el grupo de música ha estado soso, y los cantantes gritones, y que ha habido algunos problemas técnicos, de atrezo que faltaba y decorados que se caían; también es verdad que hay pocos públicos así de benévolos, pero no deja de ser un triunfo. La muerte de Nancy hace llorar incluso al señor Routledge, de Química, y la persecución por los tejados de Londres, con los actores en silueta, es un golpe de efecto espectacular, recibido con murmullos y exclamaciones de sorpresa como los que suelen provocar los grandes fuegos artificiales. Se ha cumplido lo previsto: Sonya Richards se ha lucido, y se empapa de más aplausos que nadie, mientras Martin Dawson rabia, apretando los dientes. Ha habido ovaciones, y bises. Ahora hay gente pateando los bancos, y colgándose a los aparatos, y Emma es arrastrada al escenario por Sonya, que llora, Dios mío, llora de verdad, apretándole la mano y diciéndole felicidades, seño, increíble, increíble. Una función escolar, el menor triunfo imaginable, pero a Emma le late con fuerza el corazón, y no puede parar de sonreír mientras la banda de música toca un cacofónico
Consider Yourself
, y ella, cogiendo manos de catorceañeros, se deshace en reverencias. Experimenta la euforia de haber hecho algo bien, y por primera vez en diez semanas no tiene ganas de darle una patada al autor del musical.