–¿Es buena idea?
–Tampoco puede ser muy difícil.
–¿Y si nos perdemos?
–Nos orientaremos por las estrellas, o por algo. –La puerta chirrió al abrirse–. ¿A la derecha o a la izquierda?
–A la derecha –dijo Emma.
Entraron en el laberinto. Los setos estaban iluminados desde el suelo con luces de colores. El aire olía a verano, un olor denso, embriagador, casi oleoso por las hojas calientes.
–¿Dónde está Sylvie?
–No te preocupes por ella, que está experimentando el efecto Callum: el alma de la fiesta, el irresistible millonario irlandés. Me ha parecido mejor dejarlos solos. Con él ya no puedo competir. Cansa demasiado.
–Pues le va muy bien.
–Es lo que me ha dicho todo el mundo.
–Cangrejos de río, parece.
–Ya lo sé. Acaba de ofrecerme trabajo.
–¿De pastor de cangrejos?
–Aún no lo sé. Quiere hablarme de «oportunidades». Dice que negocios y gente son la misma cosa, lo que eso signifique.
–Pero ¿y
Sport Xtreme
?
–Ah. –Dexter se rio, rascándose con una mano la cabeza–. O sea, que lo has visto.
–No me pierdo ni un programa. Ya me conoces: de madrugada, no hay nada que me guste tanto como ver bicicleta BMX. Mi parte favorita es cuando dices que algo es «flipante»…
–Me lo hacen decir.
–«Flipante» y «molón». «Echadles un vistazo a estos movimientos tan molones…»
–Creo que me sale bien.
–No siempre, colega. ¿A la izquierda o a la derecha?
–Creo que a la izquierda. –Caminaron un poco en silencio, escuchando el ritmo sordo del grupo tocando
Superstition
–. Lo de escribir ¿qué tal?
–Ah, bien, cuando escribo; la mayor parte del tiempo me la paso comiendo galletas.
–Dice Stephanie Shaw que te dieron un anticipo.
–Sí, pero no mucho; lo justo para ir tirando hasta Navidad. Luego ya veremos. Probablemente vuelva a dar clases todo el día.
–¿Y de qué va? El libro.
–Aún no estoy segura.
–¿No irá de mí?
–Sí, Dexter, es un tocho que va todo sobre ti. Se llama
Dexter Dexter Dexter Dexter Dexter
. ¿A la derecha o a la izquierda?
–Ahora a la izquierda, a ver qué pasa.
–La verdad es que es un libro para niños. Para adolescentes. Los chicos, las relaciones, y todo eso. Va de una obra de teatro en el colegio, aquel montaje de
Oliver!
que hice hace muchos años. Una comedia.
–Pues te sienta muy bien.
–¿Ah, sí?
–Clarísimamente. Hay gente que mejora de aspecto, y gente que empeora. Tú, decididamente, has mejorado.
–Me ha dicho Miffy Buchanan que al final se me ha ido la grasa adolescente.
–Envidia que tiene. Estás estupenda.
–Gracias. ¿Quieres que te diga que también has mejorado?
–Si te ves capaz…
–Pues es verdad. ¿Izquierda?
–Izquierda.
–En todo caso, mejor que en tus años de marcha loca, cuando ibas de sobrado, o no sé de qué. –Caminaron un poco en silencio, hasta que Emma siguió hablando–. Me preocupabas.
–¿Sí?
–A todos.
–Sólo era una fase. Son fases que hay que tener, ¿no? Descontrolarse un poco.
–¿Sí? Pues yo no la he tenido. Oye, espero que hayas dejado de llevar aquella boina tan tonta.
–Hace años que no llevo nada en la cabeza.
–Me alegro. Ya estábamos pensando en desintoxicarte.
–Bueno, ya sabes cómo va: empiezas con las gorras, por probar, y luego, sin darte cuenta, ya te metes en el mundo de las boinas, los sombreros tiroleses, los bombines…
Otro cruce.
–¿Derecha o izquierda? –dijo Emma.
–Ni idea.
Miraron en ambas direcciones.
–¿A que es curioso lo deprisa que ha perdido la gracia?
–¿Nos sentamos? Allá.
Habían metido un banco de mármol en un seto, iluminado por debajo con un fluorescente azul. Se sentaron en la piedra fría, llenaron las copas y las hicieron chocar, al igual que los hombros.
–¡Anda, casi me olvido!
Dexter metió la mano en el bolsillo de los pantalones y sacó con gran cuidado una servilleta doblada. Se la puso en la palma, como un prestidigitador, y fue abriendo las esquinas. Dentro de la servilleta, como huevos en un nido, había dos cigarrillos arrugados.
–De Cal –susurró, sobrecogido–. ¿Quieres uno?
–No, gracias. Llevo años sin tocarlos.
–Felicidades. Yo, oficialmente, también lo he dejado, pero aquí me siento a salvo… –Encendió el alijo, con un temblor de manos teatral–. Aquí ella no puede encontrarme…
Emma se rio. El champán y la soledad los habían puesto de buen humor. Ahora los dos estaban de ánimo sentimental, nostálgico, exactamente como hay que estar en una boda. Se sonrieron a través del humo.
–Dice Callum que somos la «generación Marlboro Light».
–Qué deprimente, por Dios. –Emma resopló por la nariz–. Toda una generación definida por una marca de tabaco. Esperaba más, no sé… –Sonrió y se giró hacia Dexter–. Bueno, ¿tú cómo andas?
–Muy bien. Un poco más sensible.
–¿Ha perdido su encanto agridulce el sexo en los cubículos de los baños?
Él se rio, y examinó la punta del cigarrillo.
–No, sólo es que tenía que sacarme algo del organismo.
–¿Y ya ha salido?
–Creo que sí. Casi todo.
–¿Gracias al amor verdadero?
–En parte. También porque ya tengo treinta y cuatro años. A los treinta y cuatro se te empiezan a acabar las excusas.
–¿Excusas?
–Bueno, a los veintidós, si la cagas, puedes decirte que no pasa nada, sólo tengo veintidós años. Sólo tengo veinticinco, sólo tengo veintiocho… Pero ¿«sólo tengo treinta y cuatro»? –Bebió un poco de la copa y se recostó en el seto–. Es como si en todas las vidas hubiera un dilema central, y el mío fuera: ¿se puede tener una relación de amor adulta, comprometida y madura y que te sigan invitando a tríos?
–¿Y cuál es la respuesta, Dex? –preguntó ella con solemnidad.
–La respuesta es que no, que no se puede. Cuando ya lo tienes claro, se vuelve todo mucho más sencillo.
–Es verdad; las orgías no te dan calor por la noche.
–Las orgías no te cuidarán cuando seas viejo. –Dexter bebió otro sorbo–. De todos modos, tampoco es que me invitaran a ninguna; sólo hacía el tonto y la cagaba en todo. La cagué con mi trabajo, la cagué con mamá…
–… hombre, eso no es verdad…
–… y la cagué con todas mis amistades. –Lo subrayó apoyándose en el brazo de Emma, que se apoyó en el de él–. Es muy fácil: he pensado que ya era hora de hacer las cosas bien, por una vez. Y ahora he conocido a Sylvie, que es estupenda, de verdad, y ella me lleva por el buen camino.
–Es muy maja.
–Sí. Es verdad.
–Muy guapa. Serena.
–A veces da un poco de miedo.
–Tiene un encanto y una calidez que me recuerdan a Leni Riefenstahl.
–¿Lenny qué?
–Da igual.
–Claro que no tiene ni pizca de sentido del humor.
–Pues mira, es un alivio. Yo creo que el sentido del humor está sobrevalorado –dijo Emma–. Hacer todo el día el payaso es un aburrimiento. Como Ian. Lo que pasa es que Ian no tenía gracia. No, es mucho mejor tener a alguien que te guste de verdad, alguien que te haga masajes en los pies.
Dexter intentó imaginarse a Sylvie tocándole los pies, pero no lo consiguió.
–Un día me dijo que nunca se ríe porque no le gusta la cara que se le pone.
Emma se rio en voz baja.
–Uau –fue lo único que pudo decir–. Uau. Pero tú la quieres, ¿no?
–La adoro.
–La adoras. Pues «adorar» aún es mejor.
–Sylvie es sensacional.
–Sí que lo es, sí.
–Y me ha cambiado la vida. Ahora ya no me drogo, ya no bebo y ya no fumo. –Emma echó un vistazo a la botella que tenía Dexter en la mano, y al cigarrillo que tenía en la boca. Él sonrió–. Una ocasión especial.
–O sea, que al final te ha llegado el amor verdadero.
–Algo así. –Le llenó la copa–. ¿Tú qué tal?
–Ah, muy bien. Estoy muy bien. –Como distracción, Emma se levantó–. ¿Seguimos caminando? ¿Izquierda o derecha?
–Derecha. –Dexter se levantó suspirando–. ¿Todavía estás con Ian?
–No, ya hace años.
–¿Algún otro en perspectiva?
–No empieces, Dexter.
–¿El qué?
–A compadecerte de la solterona. Estoy más que satisfecha, gracias. Y me niego a que me definan por mi novio. O por mi falta de novio. –Empezaba a hablar con auténtico celo–. Una vez que decides no preocuparte de esas cosas, de salir, las relaciones, el amor y todo eso, es como si quedaras libre para seguir viviendo la vida de verdad. Además, tengo mi trabajo, y me encanta. Calculo que me falta un año más para empezar a tener éxito. Cobro poco, pero soy libre. Por las tardes voy al cine. –Hizo una breve pausa–. ¡Nadar! Nado mucho. Nado, nado y nado, kilómetros y kilómetros. Joder, cómo odio nadar… Ahora a la izquierda, creo.
–¿Sabes que a mí me pasa lo mismo? No es que nade, ¿eh? Quiero decir con no tener que ligar. Desde que estoy con Sylvie, es como si me hubiera quedado libre mucho tiempo, mucha energía y mucho espacio mental.
–¿Y en qué lo usas, todo ese espacio mental?
–Más que nada en jugar a
Tomb Raider
.
Emma se rio y caminó un poco más en silencio, temiendo estar dando una imagen menos autónoma y dueña de sí misma de lo que pretendía.
–Tampoco te creas, ¿eh?, que ni soy tan sosa, ni es todo desamor. Tengo mis asuntos. Estuve liada con un tal Chris, que iba de dentista, pero resultaba que sólo era higienista.
–¿Y qué ha sido de Chris?
–No duró. Mejor. Yo estaba convencida de que me miraba todo el rato los dientes. Siempre dándome la lata: hilo dental, Emma, hilo dental… Salir con él era como hacerse una revisión. Demasiada presión. Y antes de eso, el señor Godalming. –Se estremeció–. El señor Godalming. Qué desastre.
–¿Quién era el señor Godalming?
–Otro día te lo cuento. Ahora a la izquierda, ¿no?
–A la izquierda.
–De todos modos, si alguna vez estoy desesperada de verdad, siempre tengo el recurso de tu oferta.
Dexter dejó de caminar.
–¿Qué oferta?
–¿Te acuerdas de que siempre me decías que si seguía soltera a los cuarenta te casarías conmigo?
–¿Yo decía eso? –Dexter hizo una mueca–. Un poco condescendiente.
–Sí, a mí también me lo parecía, pero no te preocupes, que no creo que sea vinculante ante la ley, ni nada por el estilo. No te lo reclamaré. Además, aún faltan siete años. Tiempo de sobra.
Emma echó otra vez a caminar, pero Dexter se quedó atrás, rascándose la cabeza como un niño a punto de revelar que ha roto el mejor jarrón.
–Lo siento, pero creo que tendré que retirar la oferta, como quien dice.
Ella se paró y se giró.
–¿Ah, sí? ¿Por qué? –dijo, aunque algo en ella lo sabía.
–Estoy comprometido.
Parpadeó una sola vez, muy lentamente.
–¿Comprometido a qué?
–A casarme. Con Sylvie.
Durante un momento, tal vez medio segundo, sus caras expresaron lo que sentían. Al momento siguiente, Emma era toda sonrisas, risas y brazos al cuello.
–¡Es increíble, Dexter! ¡Felicidades!
Fue a darle un beso en la mejilla, justo cuando él giraba la cabeza, y sus bocas se rozaron, haciéndoles notar el sabor del champán en los labios del otro.
–¿Estás contenta?
–¿Contenta? ¡Estoy destrozada! No, en serio: es una noticia fabulosa.
–¿Tú crees?
–Más que fabulosa; es… es… ¡flipante! Es flipante y molona.
Dexter se apartó un poco y hurgó en la chaqueta.
–De hecho, por eso te he traído aquí. Esto te lo quería dar personalmente…
Un sobre gordo, de papel lila grueso. Emma lo cogió con cuidado, y miró qué contenía. Por dentro, el sobre estaba forrado con papel de seda. La invitación tenía los bordes desgarrados a mano, y parecía de algún tipo de papiro o pergamino.
–¡Vaya! Esto sí que… –Emma la equilibró sobre las yemas de los dedos, como una mesa–. Esto sí que es una invitación de boda.
–¿Verdad?
–Qué papel más elaborado.
–A ocho billetes cada una.
–Ya vale más que mi coche.
–Venga, huélela…
–¿Que la huela? –Se la acercó con cautela a la nariz–. ¡Está perfumada! ¿Tus invitaciones de boda están… perfumadas?
–Tendría que ser lavanda.
–No, Dex: es dinero. Huele a dinero. –Abrió con cuidado la tarjeta. Viendo leer a Emma, Dexter se acordó de cuando se apartaba el flequillo de la frente con las puntos de los dedos–. Los señores Cope le invitan al enlace de su hija Sylvie y el señor Dexter Mayhew… No me puedo creer que lo esté viendo impreso. Sábado 14 de septiembre. Eh, pero si sólo faltan…
–Siete semanas.
Dexter siguió observando su cara, su fabulosa cara, para ver cómo cambiaba al oírlo.
–¿Siete semanas? Pero ¿estas cosas no se tardaba años en organizarlas?
–Bueno, normalmente sí, pero creo que es lo que llaman una boda de penalti…
Emma frunció el ceño, sin haber acabado de entenderlo.
–Con trescientos cincuenta invitados. Y
ceilidh
.
–¿Quieres decir…?
–Digamos que Sylvie está embarazada. Bueno, digamos no. Lo está. Embarazada. Está embarazada de verdad. Espera un hijo.
–¡Dexter! –Otra vez sus caras juntas–. ¿Conoces al padre? ¡Es broma! Felicidades, Dex. Pero bueno, ¿no podrías espaciar un poco los bombazos, en vez de tirarlos todos a la vez? –Le cogió la cara con las manos, y se quedó mirándola–. ¿Te vas a casar?
–¡Sí!
–¿… y vas a ser padre?
–¡Ya lo sé, ya! Joder… ¡Padre!
–¿Y eso está permitido? Quiero decir, ¿te dejarán?
–Parece que sí.
–Oye, ¿no tendrás el cigarrillo de antes? –Dexter metió la mano en el bolsillo–. ¿Y Sylvie? ¿Cómo se lo toma?
–¡Está encantada! Bueno, preocupada de que le haga parecer gorda.
–Sí, supongo que entra dentro de lo posible.
Le encendió el cigarrillo.
–… pero quiere seguir, casarse, tener hijos y formar una familia. No quiere acabar sola a los treinta y cinco…
–¡¡¡Como YO!!!
–¡Exacto, no quiere acabar como tú! –Le cogió la mano–. Evidentemente, no es lo que quería decir.
–Ya lo sé. Lo digo en broma. Felicidades, Dexter.