Taibhse (Aparición) (11 page)

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Authors: Carolina Lozano

Tags: #Infantil y juvenil, #Terror, #Romántico

BOOK: Taibhse (Aparición)
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Cualquier persona normal no entendría qué hago aquí aunque se lo explicara, pero yo soy muy dada a seguir mis corazonadas, por triviales que parezcan. De la misma forma que intuí que Keir creía en los fantasmas por la fugaz tribulación de su rostro, sé que algo pasa con estas losas por la voz sombría y evasiva con que Alar las nombró. Me arrodillo en la hierba ignorando el hecho de que se me humedecerán los tejanos. Saco mi libretita Moleskine del bolsillo del abrigo y me pongo a copiar las runas que hay en las losas tan rápido como puedo. No me detengo a admirar el paisaje cuando acabo de copiarlas y me he asegurado de que mi trancripción es lo más fidedigna posible.

—Estoy loc —decido, pero me guardo la libreta en el bolsillo dispuesta a proseguir con la carrera en que se ha convertido mi absurdo plan estratégico.

Corro de vuelta al instituto. Cuando llego a la intersección de las sendas, dudo, deseando llegar cuanto antes junto a la compañía de otros seres vivos. Me decido por el camino que no pasa junto al lago, esperando que sea el más corto. No lo es. Tardo más en regresar hasta el castillo de lo que he tardado en venir antes hasta el cruce por la otra senda. Me pregunto entonces por qué me llevó Alar por ese camino de regreso ayer. La única posibilidad que se me ocurre, y que no quiero contemplar en este momento, es que hubiese querido alargar el tiempo que pasamos juntos. Pese a lo mucho que me atrae la idea, en este momento prefiero desterrar esa romántica y atractiva posibilidad de mi cabeza.

Ya anochece cuando llego a la amplia extensión de hierba del jardín trasero, y el castillo es una mole oscura iluminada en algunas de sus ventanas. Me detengo en seco. Si no estoy calculando mal, algunas de las luces corresponden a las salas de la biblioteca.

—Dioses —murmuro angustiada, sintiendo que la cabeza me da vueltas.

Estoy segura de no haberme dejado las luces encendidas antes de salir.

Ni se me pasa por la cabeza ir a comprobarlo, y me autoconvenzo de que James, el conserje, tiene algo que hacer allí. Pero el pánico me puede y me encamino hacia las verjas del instituto corriendo cada vez más deprisa. Necesito salir de aquí, y alejarme cuanto me sea posible. Llego jadeando a casa de Aithne. Esta noche voy a cenar con ella, por suerte. Así no podré darle más vueltas a esta locura. Frunce el ceño cuando me ve tan acalorada y por el brillo peculiar de mi mirada, pero le aseguro que es a causa del frío. La buena de Aith me cree y ordena a Mary que suba la calefacción. Ojalá pudiera explicárselo.

Mientras ascendemos por las escaleras que llevan a su habitación me obligo a tranquilizarme, ella no tiene por qué preocuparse más de la cuenta. Cuando esté segura de que deliro se lo diré, y entonces ella me recomendará al psiquiatra que la trató después de que saliera del coma. Y si resulta que soy como el niño de
El sexto sentido
... Bueno, entonces ya veremos. No me imagino declarándole a la pobre Aithne eso de que «en ocasiones veo muertos».

—Voy a enviarle un mail a tu novio —le anuncio cuando estamos en la alfombra de su habitación haciendo los deberes de lengua. Saco mi libretita y le muestro la hoja de las runas—. He encontrado un pequeño escritorio oghámico en uno de los archivos de la biblioteca, y tengo curiosidad por saber qué dice. Me gustaría que me lo tradujera.

—Brian estará encantado —me asegura Aithne—. Vamos a escanearlo.

Un rato después ya hemos enviado el mail y me obligo a ser consciente de que seguro que Brian no mirará el correo hasta mañana. Por tanto, no pudiendo haber nada más por esta noche, trato de olvidarme de todo este tema estúpido y tenebroso.

Keir, el primo de Aith, se apunta a la cena y ella nos prepara haggis. Es uno de los platos típicos del norte de Escocia, una especie de albóndiga gigante cuyo contenido es mejor ignorar. A pesar de todo, está muy bueno. Después vemos una película de Woody Allen, ésa en la que el protagonista, el mismo Woody, visita el infierno. No es la mejor elección para mi estado de ánimo, por supuesto. En cuanto se acaba alego un sueño horroroso para poder irme a casa, y le aseguro a Keir que no es necesario que me acompañe. No estoy de ánimos para intentar mantener una conversación civilizada, y me veo incapaz de presionarle para que me explique por qué demonios cree él en fantasmas.

Sin embargo, me arrepiento de haberle dejado en casa cuando tengo que cruzar sola el Bruntsfield Park. El tipo vestido de la Segunda Guerra Mundial está allí, no necesito más que una ojeada para constatarlo. En mi rápido vistazo incluso meparece que tiene una mancha grande en la casaca verde, prefiero no saber de qué. Bajo la mirada al suelo y casi corro hasta la mansión de los McEnzie, y me obligo a despejar mi mente de todo pensamiento tenebroso mientras me pongo la camiseta y el pantalón de chándal para irme a la cama. Me tomo dos valerianas esperando que sea suficiente para poder dormir.

Me levanto pronto por la mañana. No he tenido pesadillas, como había temido, pero he dormido fatal. Me duelen todos los músculos del cuerpo. Aun así estoy eufórica en mi nerviosismo, y me visto rápidamente para poder seguir con mis planes. No puedo evitar encender el ordenador para ver si Brian me ha respondido ya, pero no hay éxito, por supuesto. Sólo tengo un mail de la señora Riells, pidiéndome que le informe de la hora de llegada del vuelo a Barcelona que tengo que coger en dos semanas. Se me antoja surrealista, ni siquiera me había acordado de que tengo que volver a la soleada y colorida Barcelona. Barcelona, el mundo luminoso y exento de posibles fantasmas. Es otra realidad.

Cuando bajo a desayunar, la doncella ya tiene listas mis tostadas con margarina de importación, en el pequeño saloncito en que acostumbro a comer cuando sé que no voy a coincidir con Malcom ni Agnes, su esposa. Engullo la comida y enseguida vuelvo a mi estudio para recober el bolso-bandolera. Salgo a la calle escopetada, cuando estoy nerviosa suelo acelerarme sin que haya vuelta atrás. Cruzo las meadows bajo el cielo eternamente plomizo, y me encamino al puente George IV. Dejo atrás la boca de Candlemaker Row y la estatua de Bobby, y me detengo a acariciar al perrito lanudo del Eating's.

—Hola, pequeño, yo también me alegro de verte —le digo.

Gimotea cuando me alejo, pero tengo mucha prisa. Cruzo Princess Street y entro en una tienda de telefonía móvil. No se avienen a mirar mi teléfono inútil hasta que me compro uno nuevo, uno de esos que se pliegan. Me encantan los teléfonos que se pliegan. De todas formas les remarco que para mí es de una importancia vital recuperar el contenido de mi tarjeta SIM, así que se quedan el teléfono, me aseguran que tratarán de recuperar los datos y me instan a volver por la tarde. Les digo que así lo haré. Salgo a la tienda y avanzo un poco más por Princess Street. Y espero el autobús que me llevará hasta el Colegio de Historia y Arqueología de la Universidad de Edimburgo; es la segunda parte de mi descabellado plan.

Saco el libro de
El señor de los anillos
mientras espero, y después sigo leyendo mientras traqueteo dentro del gigantesco autobús. Necesito relajarme y éste es mi libro preferido, pese a las muchas veces que lo he leído. Suelo evadirme con él y para cuando llego a la impresionante universidad, estoy un poco más tranquila y pienso con más claridad.

La Universidad de Edimburgo es una de las más prestigiosas del mundo. En ella estudiaron personajes como Alexander Graham Bell, Arthur Conan Doyle o Charles Darwin. Es una incubadora de grandes personalidades. Me apresuro a entrar en el Colegio de Historia y Arqueología, deseando que Keir no esté por aquí. Como es la jornada de puertas abiertas hay bastante gente pululando por el vestíbulo y las salas de actos. Incluso reconozco a algunos dúnedains del instituto barajando panfletos mientras se plantean su futuro universitario. Pero yo me escabullo de los stands con información para los estudiantes en potencia y subo a la planta de los despachos de los profesores.

El plan es sencillo. Si Alar estudia aquí, tendrá que estar entre las listas de alumnos de alguno de los profesores. Miro en los corchos llenos de papeles y encuentro las listas definitivas de los estudiantes de Historia. Empiezo a repasarlas, nombre por nombre y grupo por grupo, buscando a algún Alar. Si encuentro aunque sea uno, le daré el beneficio de la duda al mío. Pero no hay ninguno, como constato la segunda vez que repaso las listas. Empiezo a ponerme nerviosa otra vez. Entonces tengo una inspiración, y me acuerdo de las listas. Empiezo a ponerme nerviosa otra vez. Entonces tengo una inspiración, y me acuerdo de las listas de los estudiantes de grados y doctorados. Alar no parece ser muy mayor, pero quizás esté en un curso adelantado. Tampoco hay ninguno. Ya es oficial, me ha mentido.

Me siento en un banco de madera que se apoya en la pared, rodeada de corchos y las puertas cerradas de los despachos, sin saber muy bien qué pensar ahora que ya he llevado con éxito esta parte de mi plan. No me siento victoriosa, estoy asustada. Quizás no tengo un brote psicótico, pero la posibilidad de que Alar sea algo que se puede atravesar a veces como si fuera gaseoso tampoco me tranquiliza. No me lo puedo creer del todo.

Respiro hondo. Todavía me queda averiguar si, aparte de no ser tan físicamente normal como los demás, está o no está muerto. En el fondo no tiene importancia, ya que con lo que he descubierto es suficiente para nombrar al tipo ese del Cuarto Milenio, pero necesito darle un nombre más concreto a esa cosa que es mi visitante de la biblioteca. aunque sea un fantasma, o una aparición como dijo él. Me río yo sola, con una nota histérica emergiendo de mi voz. Es de locos. Se me ha contagiado la superstición de muchos de los escoceses que me rodean. Aunque puede entenderse: en un lugar tan lleno de historia, de nieblas, de antiguos paganismos y lugares solitarios, lo raro es que no fantasees si tines un poco de imaginación. Y los argumentos se están poniendo en contra de la lógica.

Me levanto del banco y me obligo a volver abajo, al mundo de las personas cuerdas. Incluso curioseo un poco la información que la universidad ha preparado para atraer a futuros alumnos, tratando de empaparme de esa normalidad. A mi alrededor la gente está entusiasmada. Y no puedo negar que me siento interesada, la verdad. Cada vez tengo menos clara mi intención de regresar a casa.

—¿Liadan?

«Oh, no», pienso, poniéndome rígida frente al tenderete de información. Es la voz de Keir. La chica que me ha estado informando me mira fijamente, como dándome a entender que se están refiriendo a mí. Resignada y preparando velozmente mi coartada, me giro en el mismo momento en que Keir me pone la mano en el brazo.

—¡Lia, qué sorpresa! —me dice con su hermoso rostro de vikingo iluminado.

Las chicas que se hallan a mi alrededor me miran con envidia, por supuesto.

—Hola —le sonrío sintiéndome observada.

—¿Qué haces aquí? No me digas que te estás planteando estudiar Historia. Eso sería estupendo. Mi prima no quiere que vuelvas a Barcelona. Y yo, tampoco.

Me pongo colorada, cómo no.

—Tenía curiosidad —le digo, y me siento orgullosa porque eso no es mentira—. He tenido un arrebato esta mañana y me he dicho que tenía que venir a mirar.

—Estoy aquí de informador —dice Keir señalando la tarjeta que le cuelga del suéter—, pero de aquí a una hora tengo libre para comer. Podrías acompañarme.

Acepto, por supuesto, pese a la vergüenza que me da. Mientras espero a que llegue su hora de descanso, le pido el móvil para telefonear a Aithne. Será mucho mejor que se entere por mí de que al final se me ha ocurrido venir aquí. Hablamos tanto rato que cuando Keir está de nuevo a mi lado, aún no he colgado. No le pido disculpas por la factura del teléfono, es tan rematadamente rico como Aithne. Quedo con ella para mañana por la tarde, aunque tendrá que cancelar lo del cine, y me dirijo a la cafetería con Keir.

Keir conoce a todo el mundo pese a ser su segundo año, es muy carismático. Muchos le preguntan si soy su novia, y en cuanto nos quedamos solos, se mete con el color escarlata que ha adoptado mi rostro. Entonces me pongo más roja todavía y no deja de reírse hasta que le dedico mi mirada más furibunda. La comida es excelente, y sé porqué.

—Por cierto —me dice Keir cuando le acompaño hasta su stand, después de que me haya enseñado el colegio contándome todos los motivos por los que tendría que estudiar en él—, ya estoy seguro, no hay ningún Alar de cabellos naranja oscuro y ojos casi transparentes —recita citándome textualmente, para mi mortificación— en mi facultad.

—Ah —digo sobresaltada, pensando con rapidez—. No te preocupes, me equivoqué. No estudiaba Historia, sino Ciencias Políticas —y no sé por qué le busco una coartada, la verdad—. Eh..., oye, el otro día me quedé intrigada. ¿Por qué sí crees en fantasmas?

Ahora he cogido yo a Keir de improviso, es evidentemente por la forma en que se detiene en seco. Me mira un poco turbado y echa un vistazo a nuestro alrededor: un caos de gente, conversaciones y panfletos desordenados. Después vuelve a mirarme.

—Ya te lo explicaré. Te lo prometo —añade al ver que yo frunzo el ceño—. Pero no ahora..., ni aquí —lo entiendo, es difícil compaginar el mundo real con las neuras—. Me pasaré un día por la biblioteca, ¿vale?

Acepto la promesa. Me despido de él y del par de compañeros de su stand a los que me ha presentado, y me alejo de la universidad. Vuelvo a coger el autobús y regreso a la tienda de telefonía. Me anuncian que han podido recuperar el contenido de la tarjeta SIM, ni siquiera tendré que cambiarme el número. Se lo agradezco de corazón, les pago el móvil nuevo y me apresuro a salir de la tienda y encaminarme hacia casa mientras enciendo el teléfono. Tardo un rato en dar con el archivo de imágenes y para entonces he llegado al Eating's.

—Hola, pequeñín —le digo al perrito vagabundo, acariciándolo con una mano mientras sigo hurgando en los menús del móvil con la otra.

Al fin doy con las imágenes que buscaba. Siguen ahí, nebulosas blancas y negras en la biblioteca, ocupando el espacio en el que tendría que haber estado Alar tanto frente a la vitrina como en el archivo. Soy consciente de que me estoy poniendo blanca, y me sobresalto cuando el perro me lame la mano al dejar de rascarle las orejas.

—A lo mejor estudia teatro... Levanto la cabeza. Una pareja de ancianos me mira como si fuera una excéntrica. No se les ocurre mirar al perro, que es el motivo por el que estoy aquí agachada con una mano sobre su peludita cabeza, y tengo un presentimiento que me deja helada. Sonrío a los ancianos, esperando que sea suficiente para corroborar su hipótesis; en Edimburgo se celebra cada verano una gran festividad donde hay mucha gente actuando en la calle, y quizás piensan que me estoy preparando para mi show.

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