Read Taibhse (Aparición) Online
Authors: Carolina Lozano
Tags: #Infantil y juvenil, #Terror, #Romántico
Mientras sostengo en mis brazos su cuerpo desvanecido, sintiendo que su contacto me enfría, me planteo muy seriamente qué hacer con ella. Mientras observo su rostro todavía empalidecido, estudio de nuevo las posibilidades. «Debe morir», dijo Caitlin, y sé que tiene razón. Liadan es peligrosa para mí, para los míos y para sí misma. Ya esté creyendo que está loca, y además yo no soy lo peor que se puede encontrar. Lo más sensato y compasivo sería rematarla, haciendo que parezca un accidente. No tiene familia, así que poca gente tendrá que llorarla.
Si voy a matarla, será mejor que no vuelva a despertar; no quiero que sufra. Pero todavía dudo mientras la miro y la siento respirar.
S
iento un fuerte dolor de cabeza. Estoy confusa, no sé exactamente dónde me encuentro ni en qué posición. Y no puedo creer que esté pensando eso. Parpadeo, notando que la luz del techo me ciega por un momento haciendo que las sienes me palpiten dolorosamente. Al menos ahora sé que estoy tumbada en el suelo, aunque no me explico por qué. Cuando puedo enfocar la vista me doy cuenta de que hay alguien inclinado sobre mí. Está claro que me están socorriendo. A medida que mi cerebro vuelve a hacerse cargo de la información visual que le transmiten mis ojos, reconozco el pelo naranja oscurísimo y los ojos casi transparentes. Trato de apartarme en un gesto reflejo que ni siquiera comprendo.
—Tranquila, mejor que no te muevas —me dice Alar.
Parece muy preocupado.
—¿Cómo me he caído? —le pregunto recelosa, porque, pese a la confusión, sé que es importante.
—No lo sé, no lo he visto —responde—. He oído el golpe y he venido corriendo. Te he encontrado desvanecida aquí, en el suelo. Supongo que te has resbalado de la banqueta y te has dado en la cabeza al caer.
Miro a mi alrededor. Estoy junto a una de las estanterías de la sección de historia, y la banqueta que uso para llegar a los anaqueles más altos está volcada a mi lado. Estoy abochornada, jamás he sido patosa y no suelo montar estos espectáculos.
Trato de incorporarme y recuperar mi dignidad.
—Quizás deberías quedarte tumbada un poco más —me dice Alar, aunque parece aliviado ante mi evidente falta de parálisis—. Me has dado un susto de muerte.
Le miro fijamente, sobresaltada de nuevo. Entonces recuerdo por qué reacciono así y no puedo evitar ponerme roja, avergonzada. Dioses, ni siquiera he llegado a salir de la biblioteca. Probablemente no he vuelto a hablar con Alar desde que llegó Evan.
—Si te dijera lo que he soñado... Estoy bien, voy a ponerme en pie.
Me sujeta del brazo hasta que ambos estamos seguros de que mis piernas van a sostener mi cuerpo. Su contacto me tranquiliza: es cálido y muy sólido. Nada que se pueda atravesar. Mientras veo a Alar inclinarse para poner la banqueta también en pie, me prometo a mí misma que si voy a ser influenciable, se han acabado los libros de fantasmas. Por Dios, lo que he llegado a soñar. Qué vergüenza, y qué infantil. Y para colmo, Alar parece intuir mis ganas de que se me trague la tierra, porque cuando se yergue me dedica una sonrisa compasiva.
—No te preocupes, puede pasarle a cualquiera —dice.
Pero me ha pasado a mí. Desvío la mirada; odio ponerme en evidencia. El sentido del ridículo es exageradamente fuerte en mí. Me sobresalta cuando me pone una mano en la barbilla para alzarme la cara y mirarme.
—¿Seguro que estás bien? Creo que sería bueno que te diera el aire y aún es pronto. ¿Por qué no vienes a dar un paseo conmigo por el bosque del jardín?
Me quedo perpleja. Me siento halagada, y me apetece mucho, pero me da pavor salir de paseo a solas con él. Seguro que digo alguna estupidez, o peor todavía, seguro que me quedo tan cortada que no me salen las palabras y se da cuenta de que soy una aburrida.
—Necesitas tomar el aire —decide Alar al equivocar de nuevo la causa de la expresiónd de mi cara—. No te preocupes por la biblioteca, dudo que venga nadie.
Me hace un gesto para que avance hacia la sala principal delante de él. Luego me adelanta, coge mi abrigo como si le fuera la vida en ello y, tras mirarme, sonríe y me lo ofrece. Lo cojo y me lo pongo, y quieran las musas que esté inspirada al pasear con él.
Bajamos en silencio a la planta baja. Me dirijo hacia la puerta principal pero Alar me detiene. Me pide silencio llevándose un dedo a los labios y me indica el camino hacia las antiguas despensas del castillo, que ahora se utilizan como almacenes para los materiales en desuso del instituto. Forcejea un poco con la manija del portón que lleva a una de las viejas alacenas, la que da a la torre del fondo.
—¿Qué estamos haciendo? —le pregunto nerviosa.
—Acortar camino.
Se dirige directamente a la escalera de caracol del torreón y, en vez de subir, descendemos. Me doy cuenta de que baja delante y lentamente para que, si me resbalo, caiga sobre él y no sobre los abruptos y afilados escalones de piedra. Muy caballeroso por su parte, pero un poco suicida también. Llegamos a un pasillo oscuro, cavernoso y no muy largo, y podo después salimos por una pequeña poterna al jardín trasero del castillo, el que da al bosque y al lago.
—Vaya —musito asombrada.
—Ha sido un poco tétrico, pero es muy útil —me dice Alar.
—¿Cómo lo conocías? —le pregunto mientras nos encaminamos al puente que cruza el borde más próximo del lago. Le miro suspicaz—. ¿Estudiaste aquí?
—No —me responde enseguida—. Pero hace años mi abuelo venía a estudiar en los archivos también y yo le acompañaba a veces. Como me aburría, me dedicaba a investigar.
—Ah —es una buena explicación, y yo tengo que dejar de ser tan paranoica.
Paseamos en silencio un rato, mientras por encima de nosotros el cielo empieza a oscurecer. Jamás me había alejado tanto por el jardín del castillo y ahora estamos inmersos en el pequeño pero denso bosquecillo. Bajo nuestros pies se dibuja una senda húmeda, apenas visible, por la que Alar camina con seguridad. Es fantástico, siempre había querido explorar el bosquecillo pero no había encontrado la oportunidad. Tengo que reconocer que estoy encantada; el lugar es hermoso y la compañía, también.
Suspiro. Me gustaría poder sacar un tema de conversación interesante.
—Eres muy callada —comentan entonces Alar para mi íntima mortificación.
—Sí, lo siento.
Me mira fijamente.
—¿Por qué lo sientes? Con que estés aquí conmigo es suficiente.
Me dedica una sonrisa. Definitivamente este chico me gusta. El frío empieza a arreciar, y me subo las solapas del abrigo para cubrirme el cuello. Pero, por una vez, el hecho de estar congelándome no me molesta en absoluto.
Llegamos a una bifurcación del sendero. Tomamos el camino que sigue hacia delante, dejando atrás otra senda que parece volver hacia el castillo por otra ruta. Me alegro, eso quiere decir que todavía no se ha cansado de mi silenciosa compañía. Caminamos un poco más y de pronto llegamos a un claro rodeado de espeso follaje donde se alzan cuatro pequeñas colinas. Enseguida descubro que los montículos no son naturales, están construidos en piedra y revestidos de hierba. Me adelanto un poco.
—¡Son cairns! —exclamo asombrada.
Estas antiguas tumbas precélticas construidas en piedra están medio derruidas, todas han perdido su techo y permanecen abiertas al cielo, y sin duda habrán sido saqueadas mucho tiempo antes.
—¿También las descubriste explorando? —le preguntó a Alar; la emoción me desata la lengua—. Malcom no me ha hablado de este sitio, y eso que sabe que me gustan los yacimientos. ¿Vienes a menudo aquí?
—Vengo a menudo. No se conocen mucho porque los administradores del castillo no quieren que se destrocen más de lo que ya lo están.
Me giro a mirar a Alar. Tiene una expresión extraña en la cara, como si no hubiese sido consciente del camino que había tomado o no hubiera querido llegar hasta aquí. No hago caso, espero que confíe en mí y tenga claro que no pienso traer a nadie para que destroce estos hermosos y misteriosos rastros de historia. Me paseo entre las pequeñas colinas, estudiándolas a la luz decreciente de la tarde. Entro en los cuatro recintos, que erosionados como están me llegan al hombro, y después me acerco a ver unas losas que hay algo más allá.
—Estas tumbas son posteriores —digo. Me agacho para verlas mejor, al percibir que hay algo escrito en ellas. Son runas oghámicas—. Son célticas. Tú estudias Historia y eres de aquí, ¿sabes lo que dice?
—Sólo es un nombre —murmura Alar en tono sombrío y evasivo.
Doy un respingo, está justo detrás de mí. Me giro hacia él y me doy cuenta de que me mira con una expresión vehemente, asustado, molesto y culpable a un tiempo. Parece un gato al que han pillado en una falta grave. Lamento que se sienta responsable por haberme traído aquí, pero yo soy feliz y me siento en comunión con él y con el mundo.
—Te prometo que no le diré a nadie que he estado aquí, y a Malcom menos —le aseguro, y miro a mi alrededor, sonriendo sin poder evitarlo—. Me encanta este lugar.
Al fin sonríe él también, y se muestra muy relajado de pronto.
—Me alegro —dice—. Y ahora será mejor que volvamos, se está haciendo tarde y el conserje se preocupará por ti. Puedo traerte otro día, si quieres.
—Sería estupendo, gracias —reconozco ilusionada.
Cuando volvemos a la bifurcación, no tomamos el camino de regreso por el que hemos venido sino la otra senda. Aún estoy perdida en mundos imaginarios que tienen como escenario esos cairns espectaculares y a Alar como caballero andante, así que avanzo en silencio.
—Y dime —comenta Alar sacándome de mi ensimismamiento; ya se ve el castillo, no hemos pasado junto al lago al volver—. ¿Cómo una chica como tú se pasa las tardes en una biblioteca a la que no va nadie?
—Vas tú —le respondo.
—Sí, es verdad. Pero de mantener la biblioteca abierta podría ocuparse un bibliotecario.
—No sé —le digo y abro los hombros—. Me gusta. Si tengo que ser sincera, me entretienen más los libros que las personas, supongo.
Me arrepiento de mis palabras en cuanto salen de mis labios.
—No hay nada de malo en eso, al fin y al cabo los libros los han escrito personas también —me tranquiliza; parece que, como muchas otras personas, puede leer en mi cara como si fuese transparente. Nos detenemos al llegar a la puerta del castillo—. Te acompañaría arriba a recoger, pero se me ha hecho tarde y tengo prisa.
Me aprieta el brazo con suavidad, a modo de despedida.
—Cuídate esa cabeza, y no vuelvas a subirte a la banqueta por hoy.
—Descuida —le digo incapaz de no sonreír.
—Te veré el lunes —me asegura.
—Hasta el lunes —le contesto más contenta de lo que me gustaría.
Me alegro de que el conserje no esté en estos momentos en su puesto porque no me apetecería explicarle cómo lo he hecho para volver a entrar cuando no me ha visto salir. Y eso me hace pensar en que no soy la única con esa curiosa habilidad. Mi ánimo se va ensombreciendo conforme avanzo. Y sé por qué. Hay cosas que no cuadran, y el encanto empieza a dar paso al recelo que ha estado bullendo aletargado en un rincón de mi mente. Los recuerdos vuelven. Encontrándome de nuevo en el ambiente sombrío y solitario del instituto, ya no me parecen el producto de un golpe en la cabeza.
Me paro en seco en lo alto de las escaleras y saco rápidamente el móvil del bolsillo para comprobar de nuevo las fotos que le he hecho a Alar. Está apagado, así que lo enciendo. O más bien pulso el botón de encendido hasta que me duele el dedo. Pruebo a sacar la batería y la tarjeta SIM y volver a meterlas, pero ni aún así funciona. Quizás se ha estropeado cuando me he caído.
—Fantástico —murmuro.
Mi móvil es español, y no sé si aquí en Escocia podré conseguir que me lo arreglen. Y una parte de mi mente trata de decirme que la muerte de mi móvil no ha sido un accidente. Me obligo a ignorarla, pero de todas maneras vuelvo rápidamente a la biblioteca.
Busco en el cajón y en mi mochila, pero no encuentro el viejo diario fantasma. Lo busco en el despacho de los archivos, por si acaso. Vuelvo a la estantería donde lo encontré la primera vez, entre las biografías, pero no está aquí tampoco. La única solución posible es que Alar se lo haya llevado mientras yo estaba inconsciente, pero entonces no me queda otra opción que preguntarme el porqué. Me quedo paralizada.
«¿De dónde has sacado eso?», me había preguntado Alar en mi sueño, cuando se lo lancé encima de la mesa a modo de acusación sobre su inexistencia.
Si es que lo he soñado.