Read Taibhse (Aparición) Online

Authors: Carolina Lozano

Tags: #Infantil y juvenil, #Terror, #Romántico

Taibhse (Aparición) (6 page)

BOOK: Taibhse (Aparición)
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Me apiado de él.

—Creo que hay una película que hablaba de ellos también, protagonizada por Leonardo DiCaprio —le chivo—. Pero eso seguro que no lo tenemos aquí.

—Ahora ya te debo dos chocolates —me dice mientras recoge su chaqueta del perchero que hay junto a la puerta—. Por cierto, no he visto al universitario. Creo que se ha ido y se ha dejado la estufa encendida y los archivos sobre la mesa. Prepotentes...

No sé si reírme o enfadarme. Parece no ser consciente de que el año que viene él mismo será uno de esos universitarios prepotentes.

—Estará rebuscando entre las estanterías, Evan —dijo bajando elocuentemente la voz; espero que Alar no le haya oído meterse con él.

—Pues lo hace muy silenciosamente —dice—. Hasta mañana, Lia.

Me convenzo de no ir corriendo a mirar si Alar se ha ido o no, pues podría pensar que lo vigilo. Tiene que seguir allí, porque yo no le he visto salir y esta tarde sí que he estado atenta. Pero estoy tensa a partir de ese momento, hasta que cuando son las ocho menos cuarto, Alar sale por el pasillo izquierdo de la biblioteca. Evidentemente. Me río en silencio de mis neuras.

Alar me desea una buena noche y se despide con un tranquilizador «hasta mañana», que suena muy solemne. Poco después, cuando sus pasos se pierden en la lejanía, hago la ruta habitual para apagar todas las luces. Alar ha dejado recogido el despacho, por supuesto, y debe de haber guardado el tratado de parapsicología en su sitio. Voy a asegurarme, sólo para desterrar cualquier desconfianza que Evan pueda haberme metido en la cabeza; Alar es un buen chico y atento, estoy segura. Pero no, el libro de parapsicología no está en su sitio, con las pseudociencias. Quizás lo ha dejado en alguna estantería del archivo, al fin y al cabo.

Tampoco. Me quedo de piedra cuando al pasar por el pasillo de filosofía diviso ahí de nuevo el estúpido compendio de parapsicología. Justo en el mismo sitio de donde lo he sacado yo al llegar por la tarde. Tiene que haber sido Alar quien lo ha puesto aquí, pero para llegar del pasillo de filosofía al de las pseudociencias hay que pasar por la sala central, y yo no le he visto hacerlo. Es una tontería, pero esto me pone nerviosa. Y tengo que hacer un verdadero esfuerzo por impedir que mi mente se enzarce en imposibles conjeturas.

Capítulo 4
Alastair

S
é que estoy arriesgándome mucho al seguir manteniendo este contacto, pero necesito esclarecer este misterio. La posibilidad de verme acechado en mi propio territorio me irrita sobremanera, y la situación me incomoda más de lo que me gustaría reconocer. Supongo que ahora sé lo que se siente, y realmente no es nada agradable. No soy tan diferente a los demás, me doy cuenta de ello, ni tengo tanto control sobre mí como creía. Maldigo el momento en que se me ha resbalado el libro de parapsicología de entre las manos al saber que había otro de ellos ahí. Era de esperar que alguien más pudiera acudir a la biblioteca ahora que Liadan la mantiene abierta, pero eso nos pone en un apuro a ambos. Sobre todo si Liadan les informa de que yo estoy aquí, y sienten curiosidad por echarme un vistado como ese chico. A los estudiantes del instituto les obsesionan los universitarios.

Tengo que plantearme nuevamente la idea de no volver a la biblioteca, pero eso me enfurece de una forma que me sorprende hasta a mí mismo. Veo a los otros reflejados en mí. Y por otro lado, la chica me preocupa, porque está en peligro.

Me apresuro a salir del edificio y cuando estoy seguro de que ella no me sigue, llamo a Jon.

—Hola, Alastair —me dice alegremente—. ¿Cómo van las cosas, necesitas algo?

—Hola, Jon, no necesito nada. Sólo quería saber si hay alguna novedad por ahí fuera.

Jon tarda unos segundos en responder.

—No, nada nuevo. ¿Debería?

—No, sólo tenía curiosidad —le aseguro.

—Aunque...

—Aunque ¿qué?

—Nada seguro, Alastair. Parece ser que alguien se ha instalado en el Crichton. Intentaré averiguar lo que pueda, ya te avisaré.

—Vale, gracias, hasta pronto.

Me guardo el teléfono en el bolsillo, pensativo. Liadan y el Crichton Castle no pueden estar relacionados de ninguna forma, así que no me preocupo por ese punto todavía. Ahora me inquieta más la expresión del rostro de Caitlin cuando me acerco al lago. Es ya de noche, pero su vestido color crudo y los cabellos rubios resultan visibles a la luz de la luna.

—Alastair Wallace —dice cuando llego a su lado—. Dime ya qué es lo que te pasa.

Me siento al borde del agua meditando las posibilidades, consciente de que Caitlin me está observando preocupada con su mirada vidriosa. Incluso yo noto el frío. Le hago un gesto para que se siente a mi lado, tratando de ganar un poco de tiempo y buscar las palabras adecuadas para explicarle la situación.

—He conocido a una chica.

Se queda perpleja, pues no acaba de entender dónde está la gravedad del problema, aparte de que no sabía que hubiese aparecido nadie nuevo en el castillo.

—A una dúnedain —digo para concretar y sacarla de la confusión.

Caitlin abre mucho los ojos claros cuando asimila lo que le estoy diciendo.

—¿A una de ellos..., una estudiante? —dice con un poco de histeria—. ¿Qué la has conocido?

—Y he hablado con ella.

A mi lado, Caitlin se estremece. Se acurruca recogiendo las rodillas frente al cuerpo.

—Tiene que haber sido algún tipo de casualidad. Estaría hablando con otra persona...

—No había nadie más, Caitlin —la miro a los ojos, con seriedad—. Incluso me invitó a salir de la biblioteca porque tenía que cerrar. Ya ha sucedido cuatro veces.

Caitlin se queda sin habla, como era de esperar. Está asustada, más que yo.

—Ella no sabe...

—No —le aseguro.

—Pues tiene que desaparecer —dice con llaneza, cambiando el temor por resolución—. Hace mucho que no muere nadie en el castillo, podemos permitirnos un accidente.

—No —repito.

Me mira fijamente, tratando de leer en mi rostro.

—No te encapriches, Alar —me advierte—. Es peligrosa, podría hacerte daño. Y a mí, y a todos.

—Sabes que debe desaparecer, será peor para ella de otra forma. Si te amedrenta la idea, tráela aquí, lo haré yo. Jon también puede hacerlo, creo...

—No, Caitlin. Sabes que eso no está bien.

Caitlin sacude la cabeza.

—Tarde o temprano empezará a recelar, Alastair. Y después te será más difícil deshacerte de ella. No vuelvas a entrar en contacto, será lo mejor.

No respondo, porque prefiero no mentirle. Me planteo mis opciones mientras Caitlin se levanta de mi lado recomendándome cordura. Yo no voy a dejar de ir a la biblioteca, y me parece que Liadan tampoco. Ella la cree tan suya como yo mía, y eso es comprensible desde su punto de vista y por mucho que a mí me exaspere. Como último recurso siempre puedo ahuyentar a la joven, como he hecho otras veces, pero no me apetece evaluar esa opción todavía. El problema radica en el resto de la gente, no el Liadan.

Puedo disuadir a los otros usuarios de visitar la biblioteca, pero eso tarde o temprano llamaría la atención y también la aljearía a ella, así que tampoco me apetece contemplar esa posibilidad de momento. Supongo que Caitlin tiene razón, y me estoy encaprichando. Para nosotros es muy fácil, y muy peligroso para ellos. Pero la curiosidad es un sentimiento muy humano, sobre todo cuando la existencia te aporta pocas cosas nuevas. Los míos son un poco obsesivo-compulsivos, he de reconocerlo. Y yo con ellos.

La tarde del martes acudo nuevamente a la biblioteca, pero asegurándome antes de que no haya nadie cerca. Me doy un paseo por el castillo para estar seguro de que no hay ningún otro dúnedain rezagado que pueda estar pensando en dirigirse a ella. Cuando estoy seguro de que estamos solos, si no contamos al bueno del conserje y las mujeres de la limpieza, me dirijo de nuevo hacia ese espacio que es mi santuario invadido.

Liadan está leyendo cuando llego, como siempre, pero esta vez levanta enseguida la cabeza, como si hubiese estado alerta. Frunce el ceño cuando me mira, creo que recelosa, aunque luego sus facciones se relajan y sonríe mientras se ruboriza un poco. Me parece que ya está tan acostumbrada a verme que su sonrojo no es tan intenso como las primeras veces. Es todo un avance en una persona tan tímida como ella, y me complace que me tome confianza. Aunque no debería.

—Hola, Alar —me saluda—. Que vayan bien tus pesquisas. ¿Quieres que te busque el libro de parapsicología por si vuelves a aburrirte?

—No hace falta, hoy tengo cosas que hacer. Pero gracias.

Voy a buscar el libro, sin que ella me vea. Me desconcierta cuando no lo encuentro en su sitio, y ya por costumbre voy a rescatarlo de la estantería de pseudociencia. No sé por qué se empeñan en ponerlo aquí cuando claramente la parapsicología es, en sí misma, un debate profundo sobre la existencia del alma y la vida después de la muerte.

Como ayer, al llegar la hora de cerrar me aseguro de dejarlo todo recogido antes de que ella pueda venir a buscarme y vea que he cogido el libro, ya que en teoría tendría que haber pasado por la sala centra para dar con el pasillo correcto y eso podría despertar su recelo. Respiro hondo varias veces antes de volver hacia ella. La miro y sonrío, pues en el fondo me gusta que esté ahí tanto como me exaspera su presencia. Ahora sí está leyendo enfrascada y olvidada del mundo, relajada, así que me acerco complacido.

—¿Todavía sigues con los vampiros? —le pregunto sobresaltándola.

—No —me contesta sonriendo—. Me he pasado a las historias de fantasmas.

Alza el libro para que lo vea. Se trata de uno de los muchos ejemplares que se han publicado sobre los mitos de los fantasmas de Escocia. Me obligo a sonreír con displicencia, pues no tiene por qué significar nada. Por lo que he podido comprobar, Liadan siempre viste de oscuro, así que bien puede ser una especie de gótica de grado suave. Además las historias tenebrosas son comunes en esta época del año: se acerca el Día de Brujas, y en un lugar que atrae a gran parte del turismo gracias a los fantasmas como es Edimburgo, casi todos los lugareños reciben esa fiesta con alegría. Y con mucha insensatez también, aunque la mayoría tiene la suerte de no tener que comprobarlo nunca.

Mientras nos miramos, mi móvil empieza a sonar insistentemente. Lo ignoro para que no crea que hay algo raro en mí y pasamos unos segundos en silencio. Frunzo el ceño cuando Liadan dirige su mirada increíblemente oscura hacia mis bolsillos.

—No hay nadie más en la biblioteca, así que puedes contestar el teléfono —me dice.

Me quedo mirándola, atónito y ansioso. Lo ha oído, y es la primera vez que lo hace, de eso estoy seguro. Porque mi móvil, como el de cualquiera de los míos que puede tener uno, no funciona ya como los de ellos. Está claro que no hay límites en este contacto y eso me asusta. Tratando de mantenerme sereno, saco el teléfono y lo abro, simulando descolgarlo, mientras siento la mirada de Liadan fija en mi rostro.

—Hola, Alastair —dice la voz de Jon—. He hecho unas cuantas averiguaciones, y ya es seguro que hay alguien en el Crichton. Aunque no sale nada en las noticias. Es raro.

Me doy cuenta de que Liadan puede estar escuchando perfectamente la voz de Jonathan a través del teléfono cuando la veo entrecerrar los ojos y ponerse un poco más pálida. Aunque estoy nervioso, me alejo casualente de ella simulando que observo la vitrina de los tesoros literarios del castillo.

—¿Sabemos quién es y por qué?

—No, pero si tanto te preocupa podemos averiguarlo durante la Noche de Brujas.

—Sí, bien. Te llamaré. Adiós, Jon.

—Adiós —me contesta sorprendido por mi parquedad de palabras.

Al colgar el teléfono me quedo mirando la vitrina unos segundos más, mientras decido qué hacer. Escucho entonces un extraño clic a mi espalda, pero lo ignoro, pues si me giro alerta y alterado será Liadan la que acabe recelando. «Liadan», pienso mientras suspiro. Está claro que se las ha arreglado para sobrevivir, sin saber nada hasta ahora. En realidad no me explico cómo lo ha conseguido. La Noche de Brujas es arriesgar demasiado; quizás al ser extranjera el año pasado todavía no estaba aquí por esas fechas, y es eso lo que la ha salvado. Pero me preocupa que su suerte la abandone esta vez.

Me giro a mirarla, y me doy cuenta de que ella me está taladrando con sus ojos oscuros. No logro entender mi expresión.

—Entonces, ¿te preparas para celebrar la Noche de Brujas al estilo escocés? —digo señalando el libro que sostiene, recuperando la anterior conversación.

—No, sólo es un libro —me responde—. Además no voy a estar aquí para Todos los Santos. Como hay puente, me iré a Barcelona unos días.

—¿Allí también lo celebráis? —le pregunto tratando de no reflejar mi alivio.

—Recordamos a los muertos, se visitan los cementerios y celebramos la Castañada, una fiesta por la llegada del otoño. Comemos castañas y unos dulces llamados panellets, y vamos de excursión a la montaña —tuerce el gesto, molesta de repente—. Aunque cada vez hay más gente que se apunta a eso de Halloween. Viva la globalización —ironiza sin ser totalmente consciente de que está pensando en voz alta.

Sonrío sin poder evitarlo, esta chica me gusta. Parece inteligente, y sin duda tiene las ideas claras.

—Igual que aquí —le digo—. Antes la gente era sensata y se quedaba en casa, asustada pero a salvo, en una noche como ésa.

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