Read Tarzán el indómito Online

Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras

Tarzán el indómito (39 page)

BOOK: Tarzán el indómito
6.54Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Quieren saber qué es lo que quieres —dijo Otobu, después de hablar con el hombre y la muchacha.

—Diles que en primer lugar queremos comida —indicó Tarzán— y algo más que sabemos dónde obtener en esta habitación. Coge la lanza del hombre, Otobu; la veo apoyada en la pared en el rincón de la habitación. Y tú, teniente, coge este sable —y luego de nuevo a Otobu—: Yo vigilaré al hombre mientras tú vas a buscar lo que está debajo del diván adosado a esta pared —y Tarzán indicó la ubicación del mueble.

Otobu, entrenado para obedecer, hizo lo que le ordenaban. Los ojos del hombre y la muchacha le siguieron, y cuando apartó las cortinas y sacó el cadáver del hombre al que Smith-Oldwick había matado, el amante de la muchacha lanzó un fuerte grito e intentó precipitarse hacia el cadáver. Sin embargo, Tarzán le sujetó y el tipo se volvió a él con uñas y dientes. No con poca dificultad Tarzán sometió por fin al hombre, y mientras Otobu le quitaba la ropa exterior al cadáver, Tarzán pidió al negro que interrogara al joven respecto a su evidente excitación al ver al muerto.

—Puedo decírtelo yo,
bwana
—respondió Otobu—. Este hombre era su padre.

—¿Qué le está diciendo a la muchacha? —preguntó Tarzán.

—Le está preguntando si sabía que el cadáver de su padre estaba debajo del diván. Y ella le está diciendo que no.

Tarzán repitió la conversación a Smith-Oldwick, quien sonrió.

—Si ese tipo la hubiera visto eliminar todas las pruebas del crimen y, después de haberme ayudado a arrastrarlo por la habitación, arreglar las colgaduras del diván para que el cuerpo quedara oculto, no dudaría de que ella está al corriente del asunto. La alfombra que has visto extendida sobre el banco del rincón la ha puesto para ocultar la mancha de sangre; en algunos aspectos no están tan locos.

El hombre negro había quitado las prendas exteriores del hombre muerto, y Smith-Oldwick se apresuró a ponérselas sobre su propia ropa.

—Y ahora —dijo Tarzán—, nos sentaremos a comer. Poco se consigue con el estómago vacío.

Mientras comían el hombre-mono trató de mantener una conversación con los dos nativos a través de Otobu. Se enteró de que se encontraban en el palacio que pertenecía al hombre muerto que yacía en el suelo junto a ellos. Él había ocupado un puesto oficial de alguna clase, y él y su familia eran de la clase gobernante pero no formaban parte de la corte.

Cuando Tarzán les interrogó acerca de Bertha Kircher, el hombre joven dijo que la habían llevado al palacio del rey; y cuando se le preguntó por qué, respondió:

—Para el rey, claro.

Durante la conversación el hombre y la mujer daban la impresión de ser bastante racionales, e incluso les hicieron algunas preguntas respecto al lugar de dónde venían sus huéspedes no invitados, y dieron muestras de gran sorpresa cuando les informaron de que más allá de su valle no existía nada más que desiertos sin agua.

Cuando Otobu preguntó al hombre, a sugerencia de Tarzán, si estaba familiarizado con el interior del palacio del rey, respondió que sí; que era amigo del príncipe Metak, uno de los hijos del rey, y que visitaba el palacio a menudo y que Metak también acudía con frecuencia al palacio del padre del joven. Mientras comía, Tarzán se estrujaba el cerebro para encontrar algún plan por el que pudieran utilizar el conocimiento que el joven tenía para acceder al palacio, pero no había llegado a nada que considerara factible cuando se oyó un fuerte golpe en la puerta de la habitación exterior.

Por un momento nadie habló y luego el hombre joven alzó la voz y gritó a los que estaban fuera. De inmediato Otobu se abalanzó sobre el tipo e intentó ahogar sus palabras tapándole la boca con la mano.

—¿Qué está diciendo? —preguntó Tarzán.

—Les está diciendo que echen la puerta abajo y les rescaten a él y a la muchacha de dos extranjeros que han entrado y les han hecho prisioneros. Si entran nos matarán a todos.

—Dile —indicó Tarzán— que calle o le mataré.

Otobu hizo lo que le habían ordenado y el joven maníaco se quedó en silencio con el entrecejo fruncido. Tarzán cruzó la alcoba y entró en la habitación exterior donde observó el efecto de los asaltos a la puerta. Smith-Oldwick le siguió unos pasos, dejando a Otobu vigilando a los dos prisioneros. El hombre-mono vio que la puerta no podría resistir mucho los fuertes golpes que le propinaban desde fuera.

—Quería utilizar a ese tipo en la otra habitación —dijo a Smith-Oldwick—, pero me temo que tendremos que volver por donde hemos venido. No conseguiremos nada esperando aquí y peleando con estos tipos. A juzgar por el ruido que hacen, debe de haber una docena. Vamos, ve tú primero y yo te seguiré.

Cuando los dos volvieron a la alcoba presenciaron una escena completamente distinta de la que habían dejado unos momentos antes. Tumbado en el suelo y aparentemente sin vida yacía el cuerpo del esclavo negro, mientras que los dos prisioneros habían desaparecido por completo.

CAPÍTULO XXIII

EL VUELO PROCEDENTE DE XUJA

Mientras Metak llevaba a Bertha Kircher hacia el borde del estanque, la muchacha no tenía idea de la hazaña que él tenía previsto hacer, pero cuando se aproximaron al borde y él se lanzó de cabeza al agua con ella en brazos, cerró los ojos y entonó una plegaria silenciosa, pues estaba segura de que el maníaco no tenía otro propósito que ahogarse con ella. Y sin embargo, tan potente es la primera ley de la naturaleza, que incluso ante la muerte cierta, que sin duda era lo que ella creía que les esperaba, se aferró tenazmente a la vida, y mientras forcejeaba para liberarse de las fuertes garras del loco, contuvo el aliento para protegerse de las asfixiantes aguas que inevitablemente llenarían sus pulmones.

Durante todo el espantoso episodio mantuvo un absoluto control de sus sentidos de modo que, tras la primera zambullida, se dio cuenta de que el hombre nadaba con ella bajo la superficie. No dio quizá más de una docena de brazadas directamente hacia la pared del fondo de la piscina y luego se levantó; y una vez más supo que tenía la cabeza por encima de la superficie. Abrió los ojos y vio que se encontraban en un corredor apenas iluminado por unas rejas situadas en el techo; era un corredor sinuoso, lleno de agua de pared a pared.

El hombre nadaba por este corredor con brazadas fáciles y fuertes, mientras sujetaba la barbilla de la muchacha por encima del agua. Durante diez minutos nadó así sin detenerse y la muchacha oyó que le hablaba, aunque no entendía lo que decía, como él comprendió enseguida; pues, medio flotando, dejó de sujetarla para tocarle la nariz y la boca con los dedos de una mano. Ella captó lo que quería decir y respiró hondo, tras lo cual él se hundió rápidamente bajo la superficie, arrastrándola a ella, y de nuevo nadaron unas doce brazadas completamente sumergidos.

Cuando volvieron a salir a la superficie, Bertha Kircher vio que se encontraban en una gran laguna y que las estrellas brillaban en lo alto, mientras a ambos lados las cúpulas y minaretes de los edificios quedaban recortadas sobre el firmamento. Metak nadó veloz hacia el lado norte de la laguna donde, mediante una escalerilla, los dos salieron del agua. En la plaza había otras personas, pero prestaron poca atención a las dos figuras mojadas. Mientras Metak caminaba apresurado con la muchacha a su lado, Bertha Kircher sólo pudo adivinar las intenciones del hombre. No veía la forma de escapar y por eso le siguió dócilmente, esperando contra toda esperanza que pudiera surgir alguna circunstancia fortuita que le diera la oportunidad de liberarse.

Metak la condujo hacia un edificio que, cuando entró, reconoció como el mismo al que ella y el teniente Smith-Oldwick fueron conducidos cuando les llevaron a la ciudad. No había ningún hombre sentado tras el escritorio tallado, pero en la habitación había una docena o más de guerreros con las túnicas de la casa a la que pertenecían, en este caso blanca con un pequeño león en forma de cresta o insignia en el pecho y la espalda de cada uno.

Cuando Metak entró y los hombres le reconocieron se pusieron en pie, y como respuesta a una pregunta que hizo le señalaron hacia una puerta arqueada situada en la parte posterior de la habitación. Metak condujo hacia ésta a la muchacha y luego, como si de pronto le hubieran asaltado los recelos, sus ojos se entrecerraron y se volvió hacia los soldados dando una orden que hizo que todos ellos le precedieran a poca distancia por la pequeña puerta y por una breve escalera de piedra que ascendía.

La escalera y el corredor de arriba estaban iluminados por pequeñas llamas que permitían ver varias puertas en las paredes del pasillo superior. Los hombres condujeron al príncipe a una de ellas. Bertha Kircher les vio llamar a la puerta y oyeron una voz que respondía débilmente a través de la gruesa puerta. El efecto que produjo en torno a ella fue eléctrico. Al instante reinó la excitación, y en respuesta a las órdenes del hijo del rey los soldados se pusieron a golpear con fuerza la puerta, a arrojar sus cuerpos contra ella y a intentar cortar las hojas de madera con sus sables. La muchacha se preguntó por la causa de la evidente excitación de sus capturadores. Vio el renovado asalto a la puerta, pero lo que no vio justo antes de que se partiera hacia adentro fueron las figuras de los dos únicos hombres en el mundo entero que podrían salvarla pasando entre las gruesas cortinas de una alcoba contigua y desaparecer en un oscuro corredor.

Cuando la puerta cedió y los guerreros se precipitaron dentro del apartamento seguidos por el príncipe, este último se llenó inmediatamente de rabia y desconcierto, pues las habitaciones se hallaban vacías salvo por el cuerpo muerto del propietario del palacio, y la forma inerte del esclavo negro, Otobu, que yacía en el suelo de la alcoba. El príncipe se precipitó a las ventanas y miró afuera, pero los aposentos daban a la leonera con barrotes de la cual, pensó el príncipe, no podía haber escapatoria, su asombro sólo aumentó. Aunque registró la habitación en busca de alguna pista del paradero de sus antiguos ocupantes no descubrió el nicho detrás de las cortinas. Con la inconstancia de la demencia pronto se cansó de la búsqueda, y volviéndose a los soldados que le habían acompañado desde el piso de abajo les hizo marchar.

Tras reparar lo mejor que pudieron la puerta rota, los hombres salieron del aposento y cuando volvieron a encontrarse solos, Metak se volvió a la muchacha. Mientras se acercaba a ella con el rostro deformado por una espantosa sonrisa impúdica, sus facciones experimentaron una serie de rápidos movimientos espasmódicos. La muchacha, que se hallaba de pie en la entrada de la alcoba, se retiró con el horror reflejado en su rostro. Paso a paso fue retrocediendo en la habitación, mientras el maníaco se acercaba a ella cautelosamente con los dedos puestos como garras anticipando el momento en que saltaría sobre ella. Cuando pasó junto al cuerpo del negro, el pie de la muchacha tocó algún obstáculo a su lado, y al mirar al suelo vio la lanza con la que se suponía que Otobu retendría a los prisioneros. Al instante se inclinó y la recogió del suelo con la afilada punta dirigida al cuerpo del demente. El efecto que produjo en Metak fue eléctrico. Del cauteloso silencio pasó a estallar en roncas carcajadas, sacó su sable y danzó de un lado a otro ante la muchacha, pero fuera adonde fuera la punta de la lanza seguía amenazándole. Poco a poco la muchacha fue observando un cambio en el tono de los gritos de la criatura que también se reflejaba en la expresión cambiante de su espantoso rostro. Su risa histérica iba transformándose lentamente en gritos de rabia, mientras la boba sonrisa impúdica que exhibía era sustituida por un ceño feroz y unos labios curvados hacia arriba que dejaban al descubierto los afilados colmillos que había debajo.

Ahora el hombre corrió casi directo a la punta de la lanza, sólo para apartarse de un salto, correr unos pasos a un lado y volver a intentar efectuar una entrada, al tiempo que daba golpes de sable a la lanza con tanta violencia que a la muchacha le resultaba difícil mantener la guardia, y todo el tiempo se vio obligada a ceder terreno paso a paso. Había llegado al punto en que se encontraba de pie junto al diván colocado a un lado de la habitación cuando, con un movimiento increíblemente veloz, Metak se agachó, cogió un taburete bajo y se lo lanzó directamente a la cabeza.

Ella alzó la lanza para detener el pesado misil, pero no lo logró por completo y el impacto del golpe la hizo caer sobre el diván, y al instante Metak estuvo sobre ella.

Tarzán y Smith-Oldwick pensaron poco en qué habría sido de los otros dos ocupantes de la habitación. Se habían marchado y en lo que a estos dos se refería, les daba lo mismo que no regresarán nunca. El único deseo de Tarzán era volver a la calle, donde, ahora que ambos iban más o menos disfrazados, les sería posible avanzar con relativa seguridad hasta el palacio y proseguir la búsqueda de la muchacha.

Smith-Oldwick precedió a Tarzán por el corredor y cuando llegaron a la escalerilla la subió para quitar la trampilla. Forcejeó unos momentos y luego se volvió y preguntó a Tarzán:

—¿La hemos dejado cerrada cuando hemos bajado? No recuerdo que lo hiciéramos.

—No —respondió Tarzán—. La hemos dejado abierta.

—Eso creía —dijo Smith-Oldwick—, pero ahora está cerrada y trabada. No puedo moverla. Quizá tú puedas —y descendió la escalerilla.

Sin embargo, ni siquiera la inmensa fuerza de Tarzán produjo ningún otro efecto que romper uno de los peldaños de la escalerilla contra el que ejercía presión, lo que estuvo a punto de precipitarle al suelo. Después de que el peldaño se rompiera, descansó un momento antes de reanudar sus esfuerzos, y mientras permanecía con la cabeza cerca de la trampilla oyó claramente voces en el tejado.

Tarzán bajó junto a Oldwick y le dijo lo que había oído.

—Será mejor que busquemos otra manera de salir de aquí —dijo, y los dos se encaminaron de nuevo hacia la alcoba.

Tarzán volvía a encabezar la marcha, y cuando abrió la puerta de la parte posterior del nicho, se sobresaltó al oír, en tono de terror y con voz de mujer, las palabras:

—Oh, Dios, ten piedad —justo detrás de las cortinas.

No había tiempo para una investigación cauta y, sin siquiera esperar a encontrar la abertura de las cortinas y separarlas, sino arrancándolas con un movimiento de barrido de la mano, el hombre-mono saltó del nicho a la alcoba.

Al oír el ruido que produjo su entrada, el maníaco levantó la mirada, y como al principio sólo vio a un hombre con el uniforme de los soldados de su padre, emitió una orden con voz estridente, pero al mirar por segunda vez y ver la cara del recién llegado, el demente se apartó de un salto de su víctima y, olvidando aparentemente la existencia del sable que había arrojado junto al diván cuando saltó sobre la chica, cerró sus manos desnudas sobre su adversario, buscando la garganta del otro con sus dientes afilados.

BOOK: Tarzán el indómito
6.54Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Shift Key by John Brunner
Simple Intent by Linda Sands
Unholy Promises by Roxy Harte
The Perfect Match by Katie Fforde
Seiobo There Below by László Krasznahorkai