Tarzán y los hombres hormiga (9 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras

BOOK: Tarzán y los hombres hormiga
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CAPÍTULO VI

S
KA, el buitre, volaba ocioso en grandes círculos, muy alto, sobre la orilla derecha del Ugogo. El medallón, que lanzaba destellos producidos por el sol, había dejado de molestarle al volar. Ya sólo le estorbaba al descender a tierra y caminar; ya que a veces, lo pisaba y tropezaba, pero hacía rato que había dejado de pelear con él y lo aceptaba como un mal del que no podía escapar. Abajo descubrió la forma inmóvil de Gorgo, el búfalo, cuya postura proclamaba que estaba a punto para alimentar a Ska. El gran pájaro descendió y se posó en un árbol cercano. Todo iba bien: no había enemigos a la vista. Satisfecho, Ska voló hasta la bestia caída.

A varios kilómetros de allí, un gigantesco hombre blanco se agazapaba para ocultarse en un denso matorral con una muchachita negra… Los dedos de una mano del hombre le tapaban la boca y los de la otra le apretaban un cuchillo en el pecho. Sus ojos no estaban puestos en la chiquilla, sino que se esforzaban por ver a través del denso follaje un sendero por el que avanzaban dos guerreros negros como el ébano. La ayuda se hallaba cerca para Uhha, la hija de Khamis, el hechicero, pues los dos que se acercaban eran cazadores de la aldea de Obebe, el jefe; pero no se atrevía a llamarles en voz alta para llamar su atención por miedo a que la afilada punta del cuchillo de Miranda se clavara en su joven corazón, y por eso los oyó acercarse y alejarse hasta que, perdidas sus voces en la distancia, el español se levantó y la arrastró de nuevo por el sendero, donde reanudaron lo que a Uhha le parecían interminables e inútiles periplos por la jungla.

En el poblado de los hombres hormiga, Tarzán encontró una cálida recepción y, tras decidir que se quedaría un tiempo para estudiarlos a ellos y sus costumbres, se puso a trabajar, como era habitual en él cuando caía entre personas extrañas, para aprender su lenguaje lo antes posible. Como ya dominaba varias lenguas y numerosos dialectos, al hombre-mono nunca le costaba adquirir más conocimientos lingüísticos, y por ello en cuestión de poco tiempo fue capaz de comprender a sus anfitriones y de hacerse entender por ellos. Entonces se enteró de que al principio habían creído que él era una especie de alalus y, en consecuencia, que sería imposible comunicarse con él por otro medio que no fueran los signos. Por lo tanto, se mostraron encantados cuando se hizo evidente que podía emitir sonidos vocales idénticos a los suyos y cuando comprendieron que deseaba aprender su lengua, Adendrohahkis, el rey, puso a varios instructores a su disposición y dio órdenes de que toda la gente con que el extraño gigante estuviera en contacto lo ayudara a comprender pronto su lenguaje.

Adendrohahkis sentía una inclinación especial hacia él debido a que el hijo del rey, Komodoflorensal, era el hombre a quien Tarzán había rescatado de las garras de la mujer alalus, y por tanto hacía todo lo posible para que la estancia del gigante entre ellos fuera agradable. Un centenar de esclavos le llevaban la comida al lugar en el que había hecho su residencia, bajo la sombra de un gran árbol que crecía en solitaria majestad a las afueras de la ciudad. Cuando caminaba entre el grupo de casas-cúpula, una tropa de la caballería galopaba delante para despejarle el camino, y evitar así que pisara a alguien; pero Tarzán iba siempre con cuidado de que sus anfitriones no sufrieran daño alguno por su culpa.

Cuando logró dominar su lenguaje aprendió muchas cosas de esta gente notable. El príncipe Komodoflorensal ayudaba casi a diario en la instrucción de su colosal invitado, y con él aprendió Tarzán casi todas las cosas. Tampoco sus ojos eran ociosos cuando paseaba por la ciudad. Particularmente interesante era el método empleado para construir las casas-cúpula relativamente gigantescas que superaban en altura incluso al gran Tarzán. El primer paso en la construcción era delimitar la periferia de la base con piedras de tamaño uniforme de unos veinte kilos cada una. Dos esclavos transportaban con facilidad una de estas piedras colgada de una hamaca de cuerda y, como se empleaban miles de esclavos, el trabajo avanzaba con rapidez. Cuando ya había sido perfilada una base circular de cuarenta y cinco a sesenta metros de diámetro, se trazaba otro círculo dentro del primero, que distaba de éste unos tres metros, dejando cuatro aberturas en cada círculo para señalar la posición de las cuatro entradas al edificio terminado, que correspondían a los cuatro puntos cardinales. Las paredes de las entradas se trazaban entonces en el suelo con grandes sillares, elegidos por su uniformidad, tras lo cual los cuatro cercados resultantes se llenaban de piedras. Se delimitaban entonces los corredores y cámaras de la primera planta, y los espacios entre ellos se llenaban de piedras, que se colocaban con gran cuidado y de un modo agradable en relación con las que estaban en contacto con ellas y con las que descansarían encima cuando se pusiera la segunda hilada, pues éstas tendrían que soportar un peso tremendo cuando el edificio estuviera terminado. En general los corredores tenían noventa centímetros de ancho, el equivalente de tres metros y medio según nuestras medidas, mientras que las cámaras variaban en dimensiones según los usos que se les iba a dar. En el centro exacto del edificio se dejaba una abertura circular que medía tres metros de diámetro y que iba subiendo a medida que la construcción progresaba, hasta que al final formaba un pozo abierto desde la planta baja hasta el tejado.

Una vez construida de esta manera la hilada a una altura de quince centímetros, se colocaban arcos de madera de manera regular a lo largo de los corredores que entonces se techaban con el simple procedimiento de atar delgadas tiras de madera longitudinalmente de un arco a otro hasta que los corredores estaban completamente cubiertos. Las tiras, o tablas, que se superponían, se unían con clavijas de madera que se clavaban en la periferia de los arcos. A medida que avanzaba este trabajo, las paredes de las diversas cámaras y de la pared exterior del edificio se subían hasta una altura de veinticuatro centímetros y se nivelaban con los techos de los corredores arqueados; los espacios entre cámaras y corredores se llenaban de piedras y los intersticios entre éstas, con piedras más pequeñas y grava. Las vigas del techo se colocaban de través en las otras cámaras, utilizando piezas de treinta y ocho centímetros cuadrados cortadas de una madera dura, y en las cámaras más grandes se sostenían, a intervalos regulares, sobre columnas de las mismas dimensiones y material. Una vez colocadas las vigas del techo, se cubrían con tablas ajustadas que se clavaban con clavijas. Los techos de las cámaras se proyectaban entonces quince centímetros por encima de la hilada que rodeaba la estructura. Se traían centenares de calderas en las que calentaban el asfalto hasta que se hacía líquido y se llenaban con él los intersticios de la siguiente hilada de quince centímetros, poniendo la hilada completa al mismo nivel a una altura de setenta y seis centímetros. Encima de todo se ponía una segunda hilada de quince centímetros de roca y asfalto y el segundo piso se construía y se completaba de manera similar.

El palacio de Adendrohahkis, construido de esta manera, tenía sesenta y seis metros de diámetro y treinta y tres de altura, con treinta y seis pisos capaces de alojar a ochenta mil personas: un verdadero hormiguero humano. La ciudad constaba de diez cúpulas similares, aunque todas eran un poco más pequeñas que la del rey, que alojaban a un total de quinientas mil personas, dos tercios de las cuales eran esclavos; éstos eran en su mayor parte los artesanos y servidumbre de la clase gobernante. Otro medio millón de esclavos, los trabajadores no cualificados de la ciudad, residían en las cámaras subterráneas de las canteras de las que se obtenía el material de construcción.

Las cúpulas estaban bien ventiladas por el gran pozo central y las numerosas ventanas que se abrían en las paredes exteriores de forma regular en cada piso sobre la planta baja, en la que, como se ha explicado antes, no había más que cuatro aberturas. Las ventanas, con una anchura de unos quince centímetros y una altura de cuarenta y siete, dejaban entrar cierta cantidad de luz además de aire; pero el interior de la cúpula, en especial las lúgubres cámaras que se encontraban a medio camino entre las ventanas y la luz central del pozo de aire, estaba iluminado por inmensas velas que ardían lentamente y no producían humo.

Tarzán observaba la construcción de la nueva cúpula con el mayor interés, pues se daba cuenta de que era la única oportunidad que tendría de ver el interior de una de estas colmenas humanas y, mientras se entregaba a ello, Komodoflorensal y sus amigos se apresuraban a iniciarlo en los misterios de su lenguaje. Así, al mismo tiempo que aprendía el lenguaje de sus anfitriones se instruía sobre otras muchas cosas interesantes de su cultura. Descubrió que los esclavos eran prisioneros de guerra o descendían de éstos. Algunos llevaban cautivos tantas generaciones que se había perdido todo rastro de su origen y se consideraban ciudadanos de Trohanadalmakus, la ciudad del rey Adendrohahkis, como cualquiera de la nobleza. En conjunto eran tratados con bondad y no se les hacía trabajar en exceso después de la segunda generación. Los prisioneros recientes y sus hijos estaban en su mayor parte incluidos en la casta de la mano de obra no cualificada a la que se explotaba hasta el límite de la resistencia humana. Eran los mineros, los canteros y los constructores, y el cincuenta por ciento de ellos trabajaban hasta la muerte en un sentido literal. Con la segunda generación comenzaba la educación de los hijos. Los que mostraban aptitudes para alguna actividad eran trasladados de inmediato de las canteras a las cúpulas, donde adoptaban la vida relativamente fácil de una clase media próspera y satisfecha. La otra forma que tenía un individuo de escapar de las canteras era a través del matrimonio (o más bien por selección, como ellos lo llamaban) con un miembro de la clase dirigente. En una comunidad en la que la conciencia de clase era tan característica, y en la que la casta era casi un fetiche, resultaba notable que semejantes uniones no originaran odio hacia los inferiores, sino que, por el contrario, automáticamente elevaban al inferior a la casta de la parte contratante superior.

—Así es, Salvador del Hijo de Adendrohahkis —explicó Komodoflorensal, en respuesta a la pregunta de Tarzán relativa a esta excepción tan peculiar de la rígida distinción de clase que el hijo del rey tan a menudo había grabado en él—: Hace siglos, durante el reinado de Klamataamorosal en la ciudad de Trohanadalmakus, los guerreros de Veltopishago, rey de la ciudad de Veltopismakus, marchó sobre nuestra justa Trohanadalmakus, y en la batalla que siguió las tropas de nuestros antepasados casi fueron aniquiladas. Miles de nuestros hombres y mujeres fueron reducidos a la esclavitud y lo que nos salvó de ser aniquilados fue la valiente defensa que nuestros esclavos hicieron de sus amos. Klamataamorosal, del que yo desciendo, peleando en el fragor de la batalla, observó que los esclavos tenían más energía, que eran más fuertes que los guerreros de cualquiera de las dos ciudades y no parecían cansarse nunca, mientras que la nobleza de la casta alta a la que pertenecían los clanes que luchaban, aunque era sumamente valerosa, se agotaba por completo al cabo de unos minutos de lucha.

»Cuando la batalla hubo terminado, Klamataamorosal reunió a todos los jefes de la ciudad, o más bien a los que no habían muerto ni caído prisioneros, y les señaló que la razón por la que nuestra ciudad había sido derrotada no era tanto la superioridad numérica de las fuerzas del rey Veltopishago cuanto el hecho de que nuestros guerreros eran débiles físicamente, y les preguntó por qué era así y qué se podía hacer para remediar un defecto tan grave. El hombre más joven de entre ellos, herido y débil a causa de la sangre que había perdido, fue el único que pudo ofrecer una explicación razonable, o sugerir un modo de corregir la única debilidad evidente de la ciudad.

»Llamó la atención sobre el hecho de que, de toda la raza de minunianos, la de la ciudad de Trohanadalmakus era la más antigua, y durante siglos no había habido en ella infusión de sangre nueva, ya que no se les permite aparearse fuera de su propia casta, mientras que sus esclavos, procedentes de todas las ciudades de Minuni, se habían mezclado, y por eso se habían vuelto fuertes y robustos, mientras que sus amos eran cada vez más débiles.

»Exhortó a Klamataamorosal a emitir un decreto elevando a la clase guerrera a cualquier esclavo que fuera elegido como compañero por un hombre o una mujer de esa clase, y a obligar a cada guerrero a elegir al menos una compañera de entre sus esclavas. Al principio, claro está, las objeciones que se pusieron a una sugerencia tan iconoclasta fueron fuertes y amargas; pero Klamataamorosal fue rápido en percibir la sabiduría de la idea y no sólo emitió el decreto, sino que fue el primero en desposar a una esclava, y lo que el rey hacía todos estaban impacientes por imitarlo.

»La siguiente generación mostró lo acertado del cambio y cada generación posterior ha cumplido con creces las expectativas de Klamataamorosal. Por eso ahora puedes ver entre la gente de Trohanadalmakus a los más poderosos y belicosos minunianos.

»Nuestra antigua enemiga, Veltopismakus, fue la siguiente ciudad que adoptó el nuevo orden, tras conocerlo a través de los esclavos que había cogido en los ataques a nuestra comunidad, pero iban varias generaciones atrasados en relación a nosotros. Ahora todas las ciudades de Minuni casan a sus guerreros con sus esclavas. Es un hecho natural; nuestros esclavos descienden todos de la clase guerrera de otras ciudades, de las que fueron capturados sus antepasados. Todos somos de la misma raza, todos utilizamos el mismo lenguaje y en todos los aspectos importantes tenemos las mismas costumbres.

»El tiempo ha efectuado ligeros cambios en la manera en que se seleccionan estas nuevas compañeras, y ahora es costumbre frecuente hacer la guerra a otra ciudad con el único propósito de capturar a sus mujeres más bellas y de más noble cuna.

»Para nosotros, la familia real, esto ha supuesto una garantía de perpetuidad. Nuestros antepasados transmitían enfermedades y la locura a su prole. La sangre nueva, pura y viril de los esclavos ha limpiado las manchas de nuestras venas, y tanto ha alterado esto nuestro punto de vista que, mientras que en el pasado el hijo de una esclava y un guerrero carecía de casta y era el inferior más bajo, ahora se le sitúa en lo más alto de la casta superior, ya que se considera inmoral que un miembro de la familia real se case con alguien que no sea esclavo.

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