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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, #Policíaco

Tengo que matarte otra vez (52 page)

BOOK: Tengo que matarte otra vez
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Gillian también bajó. Llevaba la llave del coche en la mano y no paraba de temblarle. Tan solo esperaba que Tara no lo hubiera visto.

Tara rodeó el coche. Se movía de un modo completamente normal.

¿Y si lo que ocurre es que me estoy volviendo loca?, pensó Gillian. Probablemente estoy al borde de un ataque de nervios y no hago más que imaginarme locuras.

En ese preciso instante oyó que la llamaban al móvil. Lo tenía en el bolso, que se había quedado a los pies del asiento del acompañante del coche de Tara.

Gillian se dio la vuelta, pero Tara la detuvo enseguida.

—Déjalo. Ya devolverás la llamada. No deberías perder tiempo. —Había adoptado de nuevo aquella mirada fija.

Gillian notó el sudor en la frente.

—De acuerdo —dijo. Le pareció que su propia voz había sonado extraña, pero también supuso que Tara no se había dado cuenta.

Caminaron pesadamente hasta la casa. Gillian abrió la puerta y se sacudió la nieve de las botas. Oyó cómo su amiga hacía lo mismo justo detrás de ella.

Notó que el corazón le latía rápido y con fuerza. Cada vez tenía la frente más sudada. No sabía si era una casualidad, pero Tara no se despegaba de ella ni un momento. Era impensable que pudiera ir a ninguna parte desde donde pudiera llamar por teléfono. Y en caso de que pudiera, pensó, ¿qué le diría a mi interlocutor, al del otro lado de la línea telefónica? He venido a mi casa con una amiga. De golpe tengo una sensación extraña, le pasa algo. Por supuesto, puede ser que no sean más que imaginaciones mías, pero estoy muerta de miedo y creo que necesito ayuda.

En realidad solo había una persona a quien podía llamar. La única persona que no la tomaría por loca y que acudiría corriendo: John. Solo tenía que decirle: «¡Ven, por favor!» Y él obedecería.

Pero no podía plantearse la posibilidad de llamarlo a escondidas. Llevaba a Tara pegada como una sombra.

En el aseo, pensó Gillian, allí me libraré de ella un momento.

Había un aseo para los invitados en la planta baja. Con una ventana que daba fuera. Podía intentar trepar por ella y correr hasta la calle. Llamar a la puerta de un vecino y pedirle si podía hacer una llamada.

Tara poco podría hacer contra eso.

—¿Qué pasa? —preguntó esta—. ¿No ibas a subir y recoger tus cosas?

Gillian se volvió hacia su amiga con la esperanza de que su aspecto no reflejara lo mal que se sentía por dentro.

—Tengo que ir al baño urgentemente —dijo a modo de disculpa—. ¿Me esperas un momento?

Tara la miró fijamente.

En ese preciso instante sonó el teléfono y las dos mujeres se sobresaltaron. Fue Gillian la que alargó el brazo para cogerlo.

Tara lo evitó.

—Deja que suene. ¡Eso solo nos entretendrá!

Tras el sexto tono de llamada saltó el contestador automático del pasillo.

8

Samson estaba muy lejos de comprender realmente el curso que estaban tomando las cosas y John se había marchado tan rápido del piso que no había podido preguntarle nada más. Se había quedado confuso e inquieto dentro de ese piso tan austero.

Se puso a recordar una vez más los últimos minutos de la conversación.

—¿Gillian está en peligro? —le había preguntado.

La respuesta de John no había sido precisamente tranquilizadora.

—No lo sé.

Y luego él había preguntado si era Tara, su mejor amiga, el peligro que la amenazaba.

—Espero que no —había respondido John.

Y eso había sido aún peor.

Tara.

Samson no sabía qué pensar acerca de las pocas palabras que le había oído decir a John durante la conversación telefónica. Este había mencionado el nombre de Tara Caine y se había quedado de piedra. Habló de un vínculo que habían estado buscando sin cesar. De algún modo todo eso tenía relación con la esposa del Caritativo, pero Samson no conseguía hacer encajar esas ideas sueltas.

Intentó recuperar de su memoria el aspecto de Tara Caine.

La había visto varias veces, cuando ella había acudido a visitar a Gillian. A Samson enseguida le quedó claro que entre las dos mujeres había una estrecha amistad. Nunca se saludaban de forma demasiado efusiva, sino con una profunda intimidad que convertía en superfluo cualquier aspaviento. Tara le había gustado. Celoso y desconfiado, había velado por la imagen que se había creado de Gillian y su familia, cuya integridad era sagrada para él. Por consiguiente, había sido un hecho importante el modo en el que se integraba esa amiga. Tara Caine no lo había inquietado. Le había parecido simpática y, aún más importante, encajaba bien con Gillian. Parecía una mujer muy normal, inteligente, elegante, aunque sin estridencias, sin voluntad de llamar la atención. En ocasiones era evidente que llegaba a casa de Gillian directamente desde la oficina, por los elegantes trajes chaqueta que vestía. Sin embargo, otras veces llegaba en vaqueros, sudadera y zapatillas deportivas.

Bien, había pensado él, todo correcto. La amiga perfecta para la mujer perfecta de la familia perfecta.

Ahora sabía que, evidentemente, se había equivocado. Thomas Ward no era un hombre amable en absoluto y el matrimonio de los Ward llevaba tiempo en la cuerda floja. Gillian se había enredado en una relación extramatrimonial y tenía muchos problemas con su hija. Y en esos momentos parecía que algo tampoco encajaba en la relación de Gillian con su mejor amiga, aunque Samson no tenía ni idea de qué era.

¿Tara supone un peligro para Gillian?

Espero que no.

No podía dejar de recorrer la distancia existente entre la ventana y la silla que había en medio de la habitación. La estancia olía a patatas fritas. Samson miró con repugnancia la hamburguesa mordida que había dejado en la tapa de la caja de cartón. No comprendía que poco antes se le hubiera podido hacer la boca agua de hambre. En esos momentos se le revolvía el estómago con solo pensar en comer.

John había dicho que Gillian estaba en el piso de Tara. Era comprensible. Debía de haber sido una pesadilla para ella volver a la casa en la que habían asesinado a su marido. Y Samson se avergonzaba del alivio inconfesable que había sentido, porque John era la única persona que lo ayudaba y se arriesgaba por él, pero Gillian no había buscado refugio en casa de él, sino en la de su mejor amiga.

Eso le hizo llegar a la conclusión de que al fin y al cabo la relación tampoco debía de ser tan estrecha.

John había intentado llamar a Gillian, pero ella no había respondido al móvil. Si corría algún tipo de peligro, cabía la posibilidad de que ella no lo supiera.

Samson había leído muchas veces la expresión «tirarse de los pelos», y hasta el momento tan solo había sido una manera simbólica de manifestar que alguien estaba en una situación de ira, incertidumbre o perplejidad desesperadas. Por primera vez pudo constatar que realmente era posible acabar haciéndolo físicamente: se dio cuenta de que se estaba tirando de los pelos, que se agarraba la pelambrera con los diez dedos encrespados, como si eso pudiera ayudarlo a movilizar su inteligencia, a dar con una buena idea que pudiera ayudar de algún modo, que lo liberara de esa situación que solo le permitía esperar. En una pensión sin calefacción, en una caravana instalada en una obra abandonada o en un piso antiguo vacío, lo único que había podido hacer había sido sentarse a esperar algo que ni siquiera sabía qué era.

Quería hacer algo de una vez por todas. Quería provocar que sucediera algo de una vez. Quería ser útil. No para sí mismo, sino para contribuir a resolver ese caso tan intrincado.

Y sobre todo por Gillian.

Había quedado completamente despeinado, tenía los pelos de punta, pero al fin se le ocurrió una idea. Era evidente que John había intentado advertir a Gillian con esa llamada que ella no había aceptado. ¿Acaso no podía él hacer lo mismo?

Podía conseguir el número de teléfono de Tara Caine y llamar a su casa. Sin embargo, esa idea no estaba exenta de dudas. Era viernes por la tarde. Había muchas probabilidades de que la mujer ya hubiera salido del trabajo y llevara rato en casa. Posiblemente respondería ella misma al teléfono. En la pantalla del teléfono podría ver el número de John Burton. Y él, Samson, ¿qué le diría?

Hola, soy Samson Segal, el hombre al que buscan como sospechoso de haber cometido varios asesinatos. Como puede comprobar, me encuentro en casa de John Burton, el ex madero. ¿Podría hablar con Gillian, si es tan amable?

Tal vez hubiera alguna manera de desconectar la identificación de llamada del teléfono de John, aunque no tenía ni idea de cómo hacerlo. Quizá fuera capaz de presentarse con otro nombre y tal vez eso le permitiría que Tara le dejara hablar con Gillian.

¿Y luego?

¿Gillian recibiría la advertencia sin alarmarse, teniendo en cuenta que tendría justo al lado a la persona de la que pensaba advertirla?

De todos modos, pensó, tengo que intentarlo.

De repente, tenía calor.

No habría sido necesario que se hubiera preocupado tanto: una locución telefónica lo informó de que no podía obtener el número de teléfono de Tara Caine. La fiscal había bloqueado su número privado.

No me extraña en absoluto, teniendo en cuenta su cargo, pensó Samson, ¡de lo contrario más de un presidiario la acosaría para aterrorizarla una vez en libertad!

No podía limitarse a ocupar el sillón de nuevo y dejar que pasara el tiempo. Imposible, después de haberse atrevido a llegar tan lejos, aunque solo hubiera sido mentalmente.

Por una vez, quería ser decisivo.

Por una vez, quería ser el héroe.

Llevó los restos de aquella comida repugnante a la cocina, los tiró a la basura y, curiosamente, mientras lo hacía se le ocurrió una salida.

Gillian vivía en casa de Tara, a pesar de que probablemente debía de regresar de vez en cuando a su casa. Para regar las plantas, vaciar el buzón o recoger algo que pudiera necesitar. Sabía su número de teléfono de memoria. Y tenían contestador automático. A menudo solía llamar a los Ward cuando sabía que no había nadie en casa, para poder escuchar la voz de Gillian: «No podemos atender al teléfono en estos momentos, pueden dejarnos un mensaje si lo desean».

En esas ocasiones, siempre colgaba sin decir nada. Pero esa vez hablaría. Y aunque esa acción no prometiera ninguna garantía de éxito, puesto que no podía prever cuándo escucharía Gillian los mensajes almacenados, al menos era una oportunidad. Y no le pareció que fuera una oportunidad insignificante. Sería mejor que no hacer nada.

Volvió al salón. Con los dedos temblorosos marcó el número y se aclaró la garganta varias veces.

¡No podía fallarle la voz en ese momento!

9

Gillian y Tara se quedaron mirando embobadas el contestador automático.

La voz de Gillian sonó alta y clara en la habitación: «Pueden dejarnos un mensaje si lo desean».

El aparato emitió un pitido.

Lo primero que se oyó fue un potente carraspeo. Un hombre, pensó Gillian. Tal vez fuera John. Tal vez Luke Palm quería preguntarle algo más acerca de la venta de la casa. Luke Palm, ese nombre que Tara no tenía por qué conocer.

—Sí, bueno… hola, señora Ward —dijo la voz. No cabía duda de que se trataba de un hombre. A Gillian le pareció haber oído esa voz anteriormente, pero no era capaz de ubicarla.

—Soy yo, Samson. Samson Segal.

Gillian se quedó boquiabierta. Samson Segal. Ese hombre extraño al que la policía no conseguía encontrar. No solo la llamaba, sino que además se atrevía a dejarle un mensaje en el contestador automático.

—Señora Ward, estamos preocupados por usted. —La voz de Samson empezó a sonar menos dubitativa—. Tal vez le parecerá extraño y la verdad es que no sabría explicarle el motivo, pero… debería usted tener cuidado con su amiga, Tara Caine. Hay algo raro en ella. Tenga cuidado, por favor. —Hizo una pausa—. Espero que no tarde mucho en oír este mensaje —añadió—. Es importante, por favor.

Se oyó un clic y la llamada terminó.

Gillian no se movió. Incluso tuvo la impresión de que ni siquiera estaba respirando.

No sabía por qué motivo la había llamado precisamente Samson Segal. No tenía ni idea de a quién se había referido cuando había dicho «estamos». No comprendía en absoluto cómo había podido llegar a la conclusión de que Tara suponía un peligro para ella. Pero se dio cuenta de algo: de que tenía razón. Lo que había dicho no era ninguna tontería. Lo que había visto en la casa no había sido ningún fantasma.

—Tienes buenos amigos —dijo Tara detrás de ella. Su tono de voz sonó distinto. Exento de emoción, de entonación de ningún tipo—. Son valientes y se preocupan por ti, me alegro.

Gillian se pasó la lengua por los labios, que parecían habérsele secado de repente. Se volvió hacia Tara e intentó sonreír con la esperanza de lograr algo más que una mueca temblorosa.

—Segal no es amigo mío, sino un perturbado. Como sabes, la policía lo está buscando. Supongo que lo que intenta es exculparse. Debe de pensar que su situación mejorará si va extendiendo rumores falsos.

—Rumores interesantes —dijo la fiscal.

Gillian se encogió de hombros.

—Ese tipo no está bien de la cabeza. No pienso hacerle caso. Oye, debería darme prisa. Voy al baño un momento y luego…

—¿Qué te propones hacer? —preguntó Tara. En su postura y en su tono de voz había una actitud claramente acechante—. ¿Escapar por la ventana del váter?

Gillian intentó mantener una apariencia impasible, pero se dio cuenta de que no podía fingir tanta naturalidad.

—Claro que no. ¿Con qué me sales tú ahora? Solo quiero…

—Olvídalo —la interrumpió la mujer—. ¡No me tomes por tonta! Querías escapar, ¿verdad? Estás temblando de miedo, Gillian. Y no solo por lo que ha dicho ese idiota —dijo con un movimiento de cabeza en dirección al contestador automático—. Ha sido lo suficientemente imbécil para soltar su advertencia en voz alta, ¡para que se oyera por toda la casa!

—No es cierto, yo…

—Ya te he visto rara en el coche. Simplemente todavía no estaba segura al cien por cien, era solo una sensación… Si hubieras sido más hábil, aún podrías haberte salvado, pero… tras esta advertencia tan explícita… ¿En serio crees que te quitaré el ojo de encima?

Gillian notó cómo le titilaban los ojos y oyó el murmullo de la sangre en los oídos, pero hizo un esfuerzo por dominarse. No podía flaquear en ese momento. Tenía que mantener la calma.

BOOK: Tengo que matarte otra vez
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