Ahora es menester hablar de aquella compañía que allí estaba con la intención de embriagarse si pudieran. A ambos lados de la mesa se sentaban los escolares, a saber, el llamado Dixon
junior
de Santa María Misericordiosa con otros compañeros suyos Lynch y Madden, escolares de medicina, y aquel gentilhombre que se llamaba Lenehan, y uno de Alba Longa, un tal Crotthers, y el joven Stephen que por el rostro parecía novicio y estaba a la cabecera de la mesa y Costello a quien los hombres llamaban Punch Costello por una hazaña cumplida por él tiempo atrás (y de todos ellos, quitado el joven Stephen, ése era el más borracho y seguía pidiendo más hidromiel) y a su lado el mesurado Sir Leopold. Pero aguardaban al joven Malachi pues él había prometido acudir y hubo quien por despecho contra él dijo que había quebrantado su voto. Y Sir Leopold siguió sentado con ellos pues tenía firme amistad con Sir Simon y con este hijo suyo el joven Stephen y pues su languidez le retenía allí después de larguísimo errar tanto más que le festejaban en la ocasión en la manera más honorable. Piedad le punzaba, amor le impulsaba adelante con afán de errar, reacio a marcharse.
Pues eran muy ingeniosos escolares. Y él les oía razonar a uno contra otro tocante a nacimiento y buen derecho, manteniendo el joven Madden que supuesto tal caso era duro que la esposa muriera (pues así había acontecido cosa de un año antes con una mujer de Eblana en la casa de Horne que ahora había partido de este mundo y la misma noche antes de su muerte todos los físicos y boticarios habían tenido consejo sobre su caso). Y dijeron todavía que ella debería vivir porque en el principio se dijo que la mujer ha de parir con dolor y por cuanto ellos participaban de esta mente afirmaban que el joven Madden había dicho la verdad pues le remordía la conciencia de dejarla morir. Y no pocos y uno de ellos era el joven Lynch estaban en duda de si el mundo estaría ahora mal gobernado como nunca por más que el pueblo bajo lo creyera de otro modo pero ni la ley ni los jueces proveían remedio. El Señor nos libre. Apenas se dijo así cuando todos gritaron en una sola aclamación que no, por nuestra Virgen Madre, que la madre debe vivir y el niño morir. So color de lo cual se acaloraron sobre ese capítulo y parte por la discusión y parte por el beber el caso es que el gentilhombre Lenehan andaba pronto en escanciar de modo que al menos no faltara regocijo. Entonces el joven Madden mostró a todos todo el asunto y cuando dijo cómo había muerto ella y cómo por amor de la santa religión y por consejo de romero y de monje y por un voto que había hecho a San Ultan de Arbraccan su buen marido no quería permitir su muerte todos quedaron prodigiosamente afligidos. A lo cual el joven Stephen dijo las siguientes palabras: El murmurar, señores, es hallado a menudo entre legos. Tanto el niño como la que lo concibió ahora glorifican a su Hacedor, el uno en la sombra del limbo, la otra en el fuego purgativo. Pero, misericordia divina, ¿qué de esas almas posibilizadas por Dios a las que noche tras noche imposibilizamos, lo cual es el pecado contra el Espíritu Santo, Verdadero Dios, Señor y Dador de Vida? Pues, señores, dijo, nuestra lujuria es breve. Somos medios para esas pequeñas criaturas que hay en nosotros y la naturaleza tiene otros fines que nosotros. Entonces dijo Dixon junior a Punch Costello si sabía qué fines. Pero éste había bebido en exceso y lo más que le pudo sacar fue que él siempre deshonraría a una mujer tanto si fuera esposa o doncella o concubina si la fortuna se lo deparara con tal de descargarse de su ansia de lascivia. A lo cual Crotthers de Alba Longa cantó las alabanzas que el joven Malachi hizo de esa bestia el unicornio y cómo una vez en un milenio goza con su cuerno, siendo el otro todo ese tiempo punzado por las befas con que se burlaban de él, todos y cada uno dando testimonio por los atributos de San Jodino de que era capaz de hacer cualquier clase de cosa que al hombre cupiera hacer. Ante lo cual se rieron todos con gran jocundidad salvo el joven Stephen y Sir Leopold que jamás se atrevía a reír demasiado abiertamente por razón de un extraño humor a que no quería faltar y también porque le dolía de la que pariera quienquiera que fuera o donde estuviera. Entonces habló el joven Stephen orgullosamente de la Madre Iglesia que quería arrojarle de su seno, del derecho canónico, de Lilith, patrona de los abortos, de la preñez producida por el viento con semillas de esplendor o por potencia de vampiros boca a boca o, como dijo Virgilio, por el influjo del occidente o por el olor de la flor de luna o si ella yace con mujer con quien su marido acaba de yacer,
effectu secuto
, o por ventura en su baño según las opiniones de Averroes y Moisés Maimónides. Dijo también cómo al fin del segundo mes se infundía un alma humana y cómo en todos nuestra santa madre envuelve siempre almas para mayor gloria de Dios mientras que aquella madre terrenal que fue sólo una hembra para engendrar bestialmente debería morir por cánones pues así dice aquel que tiene el sello del pescador, ese mismo bienaventurado Pedro en cuya santa piedra quedó la santa iglesia fundada por todos los siglos. Todos esos bachilleres entonces preguntaron a Sir Leopold si en tal caso pondría en peligro la persona de ella como riesgo de vida para salvar vida. Una discreción de mente iba él a responder como a todos convenía y, apoyando mano en mejilla, dijo disimulando, como era su costumbre, que, por lo que él estaba noticioso, habiendo amado siempre el arte de la física en cuanto a un lego le es posible, y también de acuerdo con su experiencia de un accidente tan raramente visto, que era bueno en cuanto que la Madre Iglesia de un solo tiro tenía el nacimiento y los dineros de la muerte, y en tal suerte escapó avisadamente a sus preguntas. Eso es verdad, pardiez, dijo Dixon, y, si no yerro, una razón pregnante. Oyendo lo cual el joven Stephen se alegró maravillosamente e hizo notar que quien robare al pobre presta al Señor pues era hombre de condición loca cuando estaba bebido y que en tal condición estaba no tardó en echarse de ver.
Pero Sir Leopold estaba sobremanera grave malgrado sus palabras a causa de que todavía tenía pena por el espantoso chillar de mujeres en sus dolores y se le remembró su buena señora Marion que le había dado un solo hijo varón que en su onceno día de vida había muerto y ningún hombre de artes pudo salvarle, tan negro es el destino. Y ella estuvo fuertemente lacerada de corazón por ese mal suceso y para su sepultura le hizo un bello corselete de lana de cordero, la flor de los rebaños, no fuera a perecer todo y yacer frío (pues era entonces la mitad del invierno) y ahora Sir Leopold que no tenía de sus lomos hijo varón por heredero miró ante él al hijo de su amiga y se cerró en dolor por la pasada dicha pero por triste que estuviera de que le faltara un hijo de tan gentil ánimo (pues todos le consideraban de buenas partes) en no menor medida le afligía el joven Stephen pues vivía crapulosamente con aquellos pródigos y disipaba sus bienes con rameras.
Para aquel tiempo el joven Stephen llenó todas las copas que estaban vacías de tal guisa que no habría quedado sino poco de no ser porque los más prudentes hubieron estorbado el acercamiento de aquel que tanta se esforzaba y que, rogando por las intenciones del Sumo Pontífice, les rogó que brindaran por el vicario de Cristo que también según dijo es vicario de Bray. Bebamos ahora, dijo él, de este pichel y apurad este hidromiel que ciertamente no es parte de mi cuerpo pero sí encarnación de mi alma. Dejad la fracción del pan para aquellos que viven sólo de pan. No tengáis miedo tampoco de ninguna necesidad pues esto os consolará más de lo que lo demás os desconsuele. Ved aquí. Y mostróles refulgentes monedas del tributo y billetes de aurífice por valor de dos libras y diecinueve chelines que había recibido, dijo, por una canción que escribiera. Todos se admiraron de ver las dichas riquezas con tanta carestía de dinero coma había sufrido antes. Y sus palabras fueron entonces estas que siguen: Sabed los hombres todos, dijo, que las ruinas del tiempo edifican las mansiones de la eternidad. ¿Qué quiere decir esto? El viento del deseo asola al espino pero después en el lugar del matorral nace una rosa sobre la cruz del tiempo. Estadme atentos ahora. En vientre de mujer la palabra se hace carne pero en el espíritu del Hacedor toda carne que pasa se hace la palabra que no pasará. Esa es la postcreación.
Omnis caro ad te veniet
. No hay duda de que poderoso es el nombre de Aquella que tuvo en su vientre el amado cuerpo de nuestro Rescatador, Curador y Pastor, nuestra poderosa Madre, y Madre venerabilísima, y muy bien dice Bernardo que ella tiene una
omnipotentiam deiparae supplicem
, a saber, una omnipotencia de petición porque Ella es la segunda Eva y Ella nos ganó, dice también Agustín, mientras aquella otra, nuestra abuela, a la cual estamos vinculados por sucesiva anastomosis de cordones umbilicales, nos vendió a todos, semilla, prole y generación, por una fruta de a penique. Pero ahora viene el asunto. O ella, la segunda digo yo, le conocía y no era sino criatura, de su criatura,
vergine madre, figlia di tuo figlio
, o no le conocía y entonces se halla en la misma negación o ignorancia que Pedro Piscator que vive en la casa que construyó Juan y con José el Carpintero patrono de las felices disoluciones de todos los matrimonios desdichados
parce que M. Leó Taxil nous a dit que qui l’avait mise dans cette fichue position c’était le sacré pigeon, ventre de Dieu! Entweder
transustancialidad
oder
consustancialidad pero en ningún caso subsustancialidad. Y todos se escandalizaron ante aquellas desvergonzadas palabras. Una preñez sin goce, dijo él, un nacimiento sin dolores, un cuerpo sin mancha, un vientre sin hinchazón. Con fe y fervor venere el lascivo. Con fuerte tesón estaremos opuestos.
A lo cual Punch Costello hizo retumbar la mesa bajo el pecho y quiso cantar un estribillo deshonesto
Staboo Stabella
sobre una moza a la que le hizo la barriga un lindo galán en Alemania y empezó a atacar:
Los tres primeros meses no estuvo bien, Staboo,
cuando he ahí que la enfermera Quigley desde la puerta mandó airadamente que se callaran y se avergonzaran y no estaba fuera de lugar que lo dijera pues su voluntad era guardar el orden hasta que viniera el señor Andrew porque celosa estaba de que ningún importuno bullicio pudiera menoscabar el honor de su vigilancia. Era una anciana y triste matrona de sosegado aire y cristiano portamento, en oscuro hábito conveniente a sus males de cabeza y su arrugada faz, y no le faltó efecto a su exhortación pues al punto Punch Costello fue reprendido por todos ellos y se quejaron al jayán los unos con civil grosería y los otros con ásperas blandicias, todos dando en él, la cuartana le venga al animal, en qué diablos se mete, so villano, so miserable, so engendrado en la paja, so truhán, so tripas de infierno, so semilla de horca, so boca de sentina, so aborto, quita de ahí esa jeta borracha, mono maldito de Dios, también el buen Sir Leopold que tenía por divisa la flor de la quietud, la gentil mejorana, advirtiéndole que era la ocasión en todos los tiempos más sagrada y más digna de ser santificada. En la casa de Horne debía reinar la calma.
Para ser breves, apenas se estaba en ese paso cuando Maestre Dixon de Mary en Eccles, sonriendo inocentemente, preguntó al joven Stephen cuál era la razón de que no se hubiera resuelto a tomar votos de fraile y él respondió obediencia en el vientre, castidad en la tumba, pero pobreza involuntaria todos sus días. Maestre Lenehan a esto replicó que él había oído de esos nefandos hechos y cómo, según había oído relatar sobre ello, él había mancillado la lilial virtud de una confiada fémina lo cual era corrupción de menores y todos ellos intervinieron también, poniéndose alegres y brindando por su paternidad. Pero él dijo muy entero que era bien contrariamente a lo que suponían pues era hijo eterno y siempre virgen. Ante lo cual creció en ellos más el bullicio y le recordaron su curioso rito nupcial para el desvestimiento y desfloración de esposas, según uso de los sacerdotes en la isla de Madagascar, ella en vestidura de blanco y azafrán, el novio en blanco y carmesí, con quema de nardos y cirios, en un lecho nupcial, mientras los clérigos cantaban kyries y la antífona
Ut novetur sexus omnis corporis mysterium
hasta que ella fuera desflorada. Diales luego él una muy admirable mínima de himeneo compuesta por esos delicados poetas Maestre John Fletcher y Maestre Francis Beaumont que estaba en su
Tragedia de la doncella
y que había sido compuesta para un emparejamiento análogo de amantes:
A la cama, a la cama
, era el estribillo suyo, para ser tocado con armonía de acompañamiento en los virginales: exquisito y dulce epitalamio de persuasión ablandatoria para juveniles amatorios a quienes las odoríferas antorchas de las paraninfos han escoltado al cuadrupedal proscenio de la comunión connubial. Bien reunidos que estaban, dijo Maestre Dixon, gozoso, pero escuchad, joven señor, mejor se habrían llamado Beau Monta y Leches, pues, a fe mía, de tal juntamiento podría salir mucho. El joven Stephen dijo que en efecto, si él no recordaba mal, no tenían más que una misma fulana para todos y era una sacada de un burdel para solazarse en placeres amorosos pues en aquellos tiempos la vida estaba muy animada y tal era la usanza aprobada del país. Mayor amor que ése, dijo él, no tiene un hombre sino dar su querida por un amigo. Anda pues y haz lo mismo. Así, o palabras semejantes, habló Zaratustra, ex profesor real de condonología en la universidad de Oxte-ni-Moxte, y no ha alentado nunca allí hombre a quien la humanidad le deba más. Mete a un desconocido en tu torre y difícil será que no te quedes con la segunda cama.
Orate, fratres, pro memetipso
. Y todo el pueblo dirá, Amén. Recuerda, Erín, tus generaciones y tus días de antaño, y cómo me tuviste en poco a mí y a mi palabra y trajiste a un extraño a mis puertas para que cometiera fornicación ante mis ojos y engordara y retozara como Jeshurum. Por tanto tú has pecado contra la luz y me has hecho, oh señor, ser el esclavo de siervos. Vuelve, vuelve, Clan Milly: no me olvides, oh Milesio. ¿Por qué has cometido esta abominación ante mí despreciándome por un mercader de jalapa y me negaste ante el romano y el indio de oscura habla con quien yacieron tus hijas lujuriosamente? Alza los ojos allá, pueblo mío, a la tierra prometida, desde Horeb y desde Nebo y desde Pisgah y desde los Cuernos de Hatten, una tierra que mana leche y piel. Pero me has amamantado con amarga leche: mi luna y mi sol los has extinguido para siempre. Y me has dejado solo para siempre en los caminos oscuros de mi amargura: y con beso de ceniza has besado mi boca. Esta tiniebla del interior, pasó a decir, no ha sido iluminada por el ingenio de los Setenta ni aun mencionada, pues el Oriente, que desde la altura rompió las puertas del infierno, ha visitado una tiniebla que era forastera. La saciedad aminora las atrocidades (como dijo Tulio de sus queridos estoicos) y el padre de Hamlet no muestra al príncipe ninguna llaga de combustión. Lo adiáfano en el mediodía de la vida es una plaga de Egipto que en las noches de prenatividad y postmortalidad es su más adecuado
ubi
y
quomodo
. Y como los fines y ultimidades de todas las cosas están en armonía de algún modo y medida con sus inicios y orígenes, esa misma concordancia multiplícita que orienta el crecimiento desde el nacimiento cumpliendo en metamorfosis retrogresiva esa mengua y ablación hacia el final que está en armonía con la naturaleza, así pasa con nuestro ser subsolar. Las ancianas hermanas nos traen a la vida: gemimos, engordamos, jugamos, nos abrazamos, nos conjuntamos, nos separamos, menguamos, morimos: sobre nosotros muertos se inclinan ellas. Primero salvado del agua del viejo Nilo, entre juncos, un lecho de mimbres entrelazados: al fin la cavidad de una montaña, un sepulcro ocultado entre la conclamación del gato salvaje y la oxífraga. Y como nadie conoce la ubicuidad de su túmulo ni a qué procesos seremos por él introducidos, ni si a Tofet o a Villa Edén, de semejante modo todo nos está escondido cuando querríamos ver detrás de nosotros de qué región de remotidad ha sacado su dedondeidad la quiddidad de nuestra quienidad.