El despacho de Fetlock no era grande, y él evitaba el exceso de muebles: sólo un escritorio con un ordenador portátil y un sólo teléfono. Dos sillas. Sin embargo, toda una pared estaba ocupada por una enorme vitrina de cristal. El interior estaba forrado de papel aterciopelado de color rojo. Dentro estaba colgado un abrigo largo de cuero, muy viejo y mohoso, además de un raído sombrero de vaquero, y una pistolera de cuero. Reliquias de algún vaquero del oeste, de alguno de los primeros marshals de Estados Unidos. A Fetlock le encantaba contarle a la gente historias de los viejos tiempos, cuando el cuerpo de los Marshals era prácticamente la única fuerza policial que había al oeste del Mississippi.
Clara nunca había logrado entenderlo. Si en el siglo
XXI
había algún ciudadano estadounidense vivo que tuviera menos de vaquero que Fetlock, ella aún no lo había encontrado.
Se hallaba sentado detrás del escritorio con aspecto de estar llevando a cabo una evaluación de personal. Como un sombrío burócrata. Tal vez un fiscal. Tenía las manos unidas por las yemas de los dedos ante la cara, y sobre la mesa estaba el expediente permanente de Clara.
—Han vuelto a herirla.
Ella retiró la silla que había frente al escritorio y se sentó, intentando no suspirar.
—Herida en el cumplimiento del deber. La mayoría de los policías aceptan que es algo que sucede de vez en cuando. Esperan recibir menciones de honor por ello. Claro que usted no es realmente una agente de policía.
Clara frunció el ceño pero no dijo nada.
—Es una especialista forense. No como en
CSI Miami
. Sino del mundo real. Donde se supone que debe examinar escenas de crímenes y luego llevarse las pruebas al laboratorio para analizarlas. Lo más peligroso que se supone que tiene que hacer es manipular pruebas de sangre.
Clara no pudo evitarlo.
—En un caso de vampiros, raras veces hay pruebas de sangre con las que trabajar. Es necesario meterse en medio de la escena cuando se está cometiendo el asesinato, cuando la prueba aún existe, y…
Calló porque Fetlock había bajado las manos hasta la superficie del escritorio. Él no le había pedido que se callara. No era necesario.
La asustaba de una manera que no lograban los vampiros. De una manera muy fea, sombría.
—Laceración en la cadera. Contusiones en el pecho y la cara. Estrelló su propio coche para impedir que escapara un sospechoso. Ni siquiera los auténticos policías, y me refiero a los agentes de campo, los que están en el servicio activo, sufren ese tipo de heridas muy a menudo. En su caso, ésta es la segunda vez en una semana. Hsu… ¿puedo llamarla Clara?
Fetlock esperó, como si de verdad le importara lo que ella respondiera.
«Puedes llamarme Especialista Hsu, chupatintas estirado», tenía ganas de contestarle. En cambio, debido a que aquél era su trabajo, que de allí salía el cheque de su paga mensual, dijo:
—Por supuesto.
—Clara, estoy preocupado por usted. Honrada, humana y compasivamente preocupado por su seguridad. Me pregunto si está intentando hacerse daño.
Ella no pudo evitarlo. Se puso a reír.
Él esperó hasta que hubo acabado.
—Ya lo he visto antes. Los adictos a la adrenalina son bastante corrientes en las fuerzas policiales. Aquí, en el cuerpo de los marshals, es un verdadero riesgo laboral. —Hizo un gesto con la cabeza hacia la vitrina—. Olvidamos que no somos Wyatt Earp. Nos hacemos adictos a la emoción de las persecuciones, el auténtico trabajo honrado y en contacto con la tierra. Atrapar tipos malos. Así que nos ponemos en situaciones desesperadas cada vez con mayor frecuencia. Olvidamos pedir refuerzos. Disparamos mucho más a menudo de lo que sugieren la política y directrices del cuerpo.
—Señor, honradamente, yo…
—Les sucede a los mejores de entre nosotros —dijo Fetlock con un triste suspiro—. Fíjese en Caxton. Le sucedió a ella, y ahora… Fíjese en lo que ha sido de ella.
—Señor, con el debido respeto, anoche descubrimos pruebas reales de una continuada y renovada presencia vampírica en Pensilvania. Nosotros…
Él actuó como si no la hubiera oído.
—Existe sólo una cura, por desgracia. Apartar a la persona del servicio activo. Destinarla a tareas de oficina, donde no pueda hacerse daño.
«Joder, no. Ahora no.»
—Señor…
—Por supuesto, no podemos hacer eso en su caso.
—Ah.
Ella se recostó en el respaldo de la silla y observó cómo él le sonreía durante unos momentos.
—No. Dado que, técnicamente, ya está destinada a una tarea de oficina. Al menos, a un trabajo de laboratorio. En realidad, no hay mucho que pueda hacer para conseguir que su trabajo sea menos peligroso. Dudo que tenga las necesarias habilidades administrativas para desempeñar un trabajo como ése.
—No —admitió ella—. Nunca he hecho ese tipo de trabajo.
—Así que no puedo asignarla a otro puesto de trabajo —dijo Fetlock. Levantó las manos en el aire y las dejó posarse otra vez sobre el escritorio.
El alivio recorrió a Clara como una ducha fresca. Cerró los ojos y sólo pensó «gracias» durante unos momentos. A nadie en particular. Sólo… «gracias».
Fue un agradecimiento prematuro.
—No. La única opción que me queda, llegados a este punto, es despedirla.
Ella se enderezó en la silla con tal rapidez que sus rodillas chocaron contra el escritorio.
—A partir de este momento ya no es usted empleada del cuerpo de los Marshals —le dijo Fetlock—. Necesitaré que entregue su identificación y cualquier equipo o material de servicio que tenga en su poder. Le doy hasta el final del día para que ponga los archivos en orden para su sustituto. No es necesario que le diga… bueno, estoy legalmente obligado a decírselo… que será observada en todo momento hasta que abandone su puesto de trabajo de modo definitivo, y que cualquier suministro de oficina que encontremos sobre su persona al final de la jornada será considerado una propiedad robada. Queda la cuestión de su pensión y de su indemnización, y estaré encantado de repasarlas con usted, si quiere, y…
—¡Hijo de puta! ¡Malvern está viva!
Él la miró, expectante.
—Anoche luchamos contra medio muertos. No sólo está viva, está activa. Está aquí, ahora, matando gente. Tal vez quiera matar a Laura antes de desaparecer bajo tierra, o tal vez sólo tenga la intención de comenzar a arrasarlo todo otra vez. Va a morir gente, montones de gente va a morir, y… y…
—Ya lo sé —dijo él, cuando ella se quedó sin palabras.
—¿Qué?
—Ya sé qué descubrieron, y estoy de acuerdo. Es una prueba positiva de que Malvern está viva y activa. En estos precisos momentos estoy reuniendo un equipo para que se ocupe del asunto.
—Pero… usted… —Durante los últimos dos años, Fetlock había afirmado en público y en privado que Malvern había muerto en el motín de la prisión. Que los vampiros estaban extinguidos. De hecho, entre Clara y Glauer se había convertido en un chiste privado que Fetlock no creería que Malvern aún estaba viva hasta que le arrancara la cabeza y bebiera la sangre de su cuello desgarrado, y que incluso entonces Fetlock le pediría el documento de identidad.
—A pesar de lo que Caxton le haya hecho creer, no soy estúpido —le dijo Fetlock—. Las pruebas que recogieron anoche son buenas. Son sólidas. Estoy convencido.
—Pero… entonces… me necesita. Necesita que intervenga en este caso. En realidad necesita a Caxton, pero puesto que no puede contar con ella, me necesita a mí para…
—Lo que necesito es que se mantenga tan lejos de esto como sea posible —replicó él—. Y por una razón muy buena. Caxton no podrá estar muy lejos del lugar en que aparezca Malvern. Y no puedo fiarme de usted, Clara, ni por un segundo, si Caxton está involucrada. La relación romántica que compartieron en el pasado basta para nublar su juicio. Así que mi decisión sigue en pie. ¿Quiere entregarme ahora su teléfono, o todavía necesita hacer alguna llamada oficial? En cualquier caso, me quedaré con la identificación, ahora que lo pienso.
Clara salió como una tromba del edificio del cuerpo de los marshals con la sensación de no poder respirar, como si pudiera morirse en cualquier momento. Lo había perdido todo: su trabajo, la razón por la que cada mañana se levantaba de la cama, el teléfono, maldición, iba a quitarle el teléfono. Tendría que conseguir otro, ¿y cómo iba a pagarlo? Cómo pagaría el alquiler, o la gasolina del coche, o… o…
Empezó a llorar, intentó reprimir el llanto y fracasó. Se frotó los ojos para eliminar las lágrimas. Si Fetlock la veía llorar en ese momento, si estaba observándola desde la ventana de su despacho, jamás se lo perdonaría a sí misma.
Despedida. Sí. La habían despedido.
Reprimió las lágrimas, y empujó todas las preocupaciones y miedos al fondo de sí misma, donde los comprimió. El espacio que dejaron libre lo ocupó la rabia, que ascendió borboteando. Como un viento caliente que barriera la parte superior de su cerebro, una rabia que le erizaba la piel.
Se enfadó con Laura.
—Tenías que marcharte y dejarme con esto. Tenías que irte a cazar vampiros.
»¡Y los vampiros están aquí!
»Deberías haberme querido más. Deberías haberme querido más de lo que querías luchar contra Malvern. Deberías haber dicho “no” cuando Arkeley te reclutó para esta cruzada demencial. Jamás deberías haberte metido a policía. Podrías haber trabajado en Dunkin’s Donuts y haberme hecho el café cada mañana, y entonces, un día, me habrías puesto el azúcar en el café antes de que te lo pidiera, y nos habríamos mirado a los ojos, y tú habrías dicho algo bonito sobre mi pelo, y luego… y luego…
»Y luego habríamos sido normales. Habríamos sido felices y aburridas, y nada de esto habría sucedido, y ahora yo iría camino de casa, y tú estarías tumbada en mi cama, esperándome. Esperando para oír cómo había ido mi agradable, normal, aburrido día, como agradable, normal y aburrida fotógrafa policial.
»Habríamos sido felices.
»Y cuando aparecieran los vampiros, cuando empezaran a matar gente, entonces… Entonces, ¿qué? Entonces no habría sido nuestro problema. Habría sido algo sobre lo que leeríamos en los periódicos, algo con lo que haríamos bromas. Tú te habrías preocupado por mí, porque estaría hasta altas horas de la noche en todos esos escenarios de crímenes, pero yo te habría dicho que no pasaba nada, que yo sólo llegaba a ver lo que había sucedido cuando ya había acabado y que no me afectaba, que no podía afectarme.
»Pero tenías que ser policía. Y una intrépida cazavampiros. Y yo tenía que pensar que eso era sexy. Debería haberme alejado de ti entonces. Debería haber salido corriendo.
Glauer la cogió por un brazo y ella estuvo a punto de gritar.
—Ven.
Ella se disponía a protestar, pero él ni siquiera la miraba a la cara. La llevó a través del aparcamiento. Dejó atrás su propio coche. Dejó atrás el coche alquilado que ella había aparcado en la entrada, como si hubiese sabido que iba a querer marcharse a toda prisa. Miró hacia ambos lados de la calzada y luego la llevó a remolque y la hizo cruzar cuatro carriles desiertos, a la carrera. Al otro lado estaba el aparcamiento de un bloque de consultorios de dentistas y quiroprácticos. Delante del edificio había una línea de árboles, grises por un lado debido al polvo de la carretera. La llevó hasta un lateral del edificio y a través de una puerta, hasta una sala de espera con aire acondicionado que estaba llena de revistas antiguas y litografías de arte moderno malo en marcos baratos.
Por fin, ella pudo hablar:
—¿Qué demonios estamos haciendo aquí?
—Es un sitio seguro. Podemos hablar. Yo vengo aquí por mi espalda una vez a la semana, y todas las enfermeras me conocen.
Clara miró hacia el mostrador de recepción. Una enfermera que llevaba una bata decorada con ositos alzó la mirada hacia ella durante un segundo, y luego cerró una ventanilla de cristal mate para que se sintieran solos.
—¿Tu teléfono? —preguntó ella.
—En mi coche. Confía en mí. Este sitio es seguro.
Ella se dejó caer en el sofá que miraba hacia la puerta. Sólo tenía ganas de acurrucarse y dormir durante mucho tiempo. En lugar de eso, mantuvo los pies en el suelo y las manos sobre el regazo.
—Me ha despedido —dijo.
—Ya lo sé. Me dijo que iba a hacerlo.
Clara meneó la cabeza. No había secretos en las oficinas de Fetlock. Todos conocían los asuntos de todos. Fetlock pensaba que los chismorreos eran perjudiciales para la cultura de equipo que él quería crear, así que, para prevenir los chismorreos, todo se decía abiertamente. Ella lo odiaba. Sin embargo, le encantaba recibir el cheque del sueldo. Y poder estar al día de cómo iba la caza de Laura Caxton. Y eso lo había perdido.
Entonces se le ocurrió algo.
—¿Tu espalda? ¿Tienes problemas de espalda?
Él suspiró.
—Sí, desde lo de Gettysburg. Los vampiros me dieron una buena paliza allí. Nos la dieron a todos. Caxton recibió la peor de todas, aunque nunca permitió que eso la detuviera.
—Lo… siento. Lo de tu espalda.
—Has tenido que pensártelo. Me refiero a qué decir —le comentó. Estaba sonriendo un poco. No lo hacía a menudo. Estaba haciéndole saber que no se lo había tomado a mal—. Caxton solía confiar en mí para eso. Para saber qué decir.
—Lo recuerdo.
—Curioso, ¿verdad? Un tipo grandote como yo. Y era el tipo amable. El poli bueno. Pero si luchas contra los vampiros durante demasiado tiempo, empieza a cambiarte el carácter. Dejas de pensar en los seres humanos como personas. Son sólo comida. Para Caxton, la mayoría de la gente encaja en una de dos categorías. Las personas que iban a interponerse en su camino y dificultar la lucha contra los vampiros, y las que eran útiles como cebo.
Clara hizo una mueca ante la idea, pero no pudo negar que era verdad.
—Caxton no tenía tiempo para nada que no fuera luchar contra ellos. Aceptaba que iba a resultar herida, aceptaba que algunas personas iban a morir. Aceptaba que su relación contigo iba a romperse.
Clara no tenía ni idea de adónde quería ir a parar, pero no le importaba. Su voz era tan calma y tranquilizadora que contribuía a apagar los fuegos del enojo y la indignación que ardían dentro de su pecho. Si no dejaba de hablar en horas, por ella no había problema.
Pero… allí había algo extraño. ¿Glauer, hablando tanto? Era del tipo fuerte y callado.