Adán Buenosayres (38 page)

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Authors: Leopoldo Marechal

Tags: #Clásico, Relato

BOOK: Adán Buenosayres
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Adán Buenosayres, que había escuchado el engendro con la mayor sangre fría, tomó la palabra y dijo:

—Eso no es un disparate. ¡Bah! Tiene demasiada lógica para serlo. A decir verdad, el disparate químicamente puro no existe ni es posible.

Los tres Bohemios, en el colmo de la sorpresa, lo miraron con tamañas bocas.

—Escuchen —insistió Adán—. Cuando yo digo, verbigracia:
El chaleco laxante de la melancolía lanzó una carcajada verdemar frente al ombligo lujosamente decorado,
hay en mi frase, a pesar de todo, una lógica invencible.

—¡No, no! —protestaron algunas voces.

Adán se mandó a bodega un vaso repleto de mosto latino.

—Veamos —expuso a continuación—. ¿No puedo, acaso, por metáfora, darle forma de chaleco a la melancolía, ya que tantos otros le han atribuido la forma de un velo, de un tul o de un manto cualquiera? Y ejerciendo en el alma cierta función purgativa, ¿qué tiene de raro si yo le doy a la melancolía el calificativo de laxante? Además, y haciendo uso de la prosopopeya, bien puedo asignarle un gesto humano, como la carcajada, entendiendo que la hilaridad de la melancolía no es otra cosa que su muerte, o su canto del cisne. Y en lo que se refiere a los ombligos lujosamente decorados, cabe una interpretación literal bastante realista.

La tesis de Adán produjo consternación en los Bohemios y en Tissone, acentuó el gesto desdeñoso del Príncipe Azul y embarcó al gran Ciro en arduas cavilaciones, mereció el asentimiento incondicional de Schultze y despertó graves dudas en Luis Pereda y Franky Amundsen.

—¡Hum! —dijo Franky, rebuscando en su cerebro—. ¿A ver?
El exquisito anacoreta le pegó un botón adolescente a la llanura de tres pisos...
¡No! Demasiado lógico.

A su vez Luis Pereda hizo una tentativa:


El estornudo a pedal no es indigno del armario soluble con dentadura postiza...
¡Hum! Tampoco.


Ergo
—concluyó Adán—, el disparate no es de este mundo.

—¿Y por qué? —le interrogó Bernini con mucha gravedad.

—Nómbreme, por ejemplo, dos cosas que nada tengan que ver entre sí, y asócielas mediante un vínculo que sabemos imposible en la realidad. De primera intención, en esos dos nombres la inteligencia ve dos formas reales, bien conocidas por ella. Luego viene su asombro al verlas asociadas por un vínculo que no tienen en el mundo real. Pero la inteligencia no es un mero cambalache de formas aprehendidas, sino un laboratorio que las trabaja, las relaciona entre sí, las libra en cierto modo de la limitación en que viven y les restituye una sombra, siquiera, de la unidad que tienen en el Intelecto Divino. Por eso la inteligencia, después de admitir que la relación establecida entre las dos cosas es absurda en el sentido literal, no tarda en hallarle alguna razón o correspondencia en el sentido alegórico, simbólico, moral, anagógico...

—¡Bárbaro! —rezongó Franky, tapándose los oídos.

—Y de ahí resulta —explicó Schultze— que el único disparate absoluto es el creer que la inteligencia humana sea capaz del absoluto disparate. ¡Bah! El disparate absoluto pertenece al orden angélico.

Franky Amundsen clavó una mirada lastimera en el payador Tissone, su absorto rival.

—¡Aparcero Tissone —le dijo—, es mucha ciencia para un cristiano solo!

—Eso, eso —aprobó Tissone, devolviendo al payador Amundsen la mirada triste que acababa de recibir.

Pero Adán Buenosayres, en cuyos ojos ardía ya una inspiración incontenible, bien que fermentada y embotellada en el itálico suelo, no dejó enfriar el cobre y se volvió a los comensales:

—Señores —les dijo—, vean ustedes cómo, al formular una tesis del disparate, nos hemos acercado a la poética. Jugar con las formas, arrancarlas de su límite natural y darles milagrosamente otro destino, eso es la poesía.

—¡Un ejemplo! —exigió Franky.


Per Boceo
—lo apoyó Ciro—. ¡Un ejemplo!

Adán reflexionó un instante.

—Si ustedes comparan un pájaro con una cítara —dijo al fin—, la cítara, rompiendo sus límites naturales, entra en cierto modo a compartir la esencia del pájaro, y el pájaro la esencia de la cítara. Vean: si no es un disparate absoluto, la poesía es casi un disparate.

—¡Está justificando sus escandalosas metáforas! —gritó Franky.

Rió el petizo Bernini, rieron los del trío, rió el payador Tissone. Y de pronto Adán evocó una risa igual, escuchada en Saavedra y en boca de muchachitas frutales, mientras Lucio Negri recitaba, en son de burla:

Y el amor, más alegre

que un entierro de niños...

Con todo, aquella evocación dolorosa no se detuvo en su mente. Y Adán insistió, a pesar de la tormenta que ya se insinuaba entre los comensales:

—El poeta —dijo— está obligado a trabajar con formas dadas, y, por lo tanto, no es un creador absoluto. Su verdadera creación...

Pero el repicar de los cuchillos en los vasos, las exclamaciones airadas, las risas y chiflidos ahogaron su discurso. Franky Amundsen y el petizo Bernini capitaneaban a los insurrectos, y Adán los increpó duramente.

—¡Bestias! —les gritó—. ¡Escuchen!

—¡No, no! —corearon los rebeldes.

Era inútil: la discordia señoreaba ya en todos los pedios. Y Adán, que bien lo comprendía, tomó dos botellas con una mano y la fuente de higos con la otra; hecho lo cual se alejó de la mesa, gritando:

—¡Que me sigan los que tengan uñas de guitarrero!

Así se produjo el cisma en aquel grupo tan armonioso. Luis Pereda, el astrólogo Schultze y Ciro Rossini se pusieron de pie al oír el reclamo de Adán Buenosayres, y lo siguieron hasta una mesa redonda que bajo el sauce amarillento se les ofrecía, diez pasos adelante; Samuel Tesler, que sin duda los hubiera imitado en otras circunstancias, permaneció entre los insurrectos, hundido, ¡ay!, en un éxtasis báquico del que no saldría en todo lo que aún restaba de la noche. Por su parte, dueños exclusivos de la mesa, Franky Amundsen y su hueste apretaron filas.

Y el lector, a su vez, deberá elegir ahora entre los dos bandos; y quedarse, o en la mesa cuadrada de los locos o en la redonda mesa de los cuerdos. En la primera ya vuelve a correr el vino áspero, ya las guitarras desnudas abandonan sus estuches, ya el payador Tissone, solicitado a gritos, puntea y canta:

En el pingo del amor

quise jinetear un día,

creyéndome que seria

solamente escarceador...

En la mesa redonda, sobre la cual es dado ver las dos botellas, la fuente de higos y el vaso único que los exiliados lograran salvar en su fuga, están el astrólogo Schultze, Adán Buenosayres, Luis Pereda y Ciro Rossini: el astrólogo acaba de llenar el vaso, y no sin antes derramar unas gotas en honor del iniciático Hermes, lo vacía de un trago, lo vuelve a llenar y convida ritualmente, de izquierda a derecha, a todos y cada uno de sus convivios. Concluida tan piadosa libación, el diálogo comienza bajo el sauce cuyas ramas de oro, sacudidas por el viento nocturno, rozan las frentes de los interlocutores:

PEREDA

(Se dirige al metafísico bardo villacrespense Adán Buenosayres, quien se ha quedado absorto, al parecer, en hondas reflexiones.)

Si, como decías recién, el poeta se ve obligado a trabajar con formas naturales —rosa, pájaro, mujer—, su actitud no es la del creador, sino la del imitador.

ADÁN

(Tuerce y retuerce una rama de sauce.)

Hay mucho que distinguir en eso. Es necesario considerar al poeta en relación: 1º) con la materia que trabaja; 2°) con su modo de operar, y 3º) con el resultado de su operación, es decir, con la obra poética. Si les parece bien, seguiremos ese orden.

(Asentimiento de Schultze y de Pereda. El grande Ciro adopta un aire solemne.)

PEREDA

Yo me referí a la primera relación.

ADÁN

En lo que se refiere a la primera, ya dije que, por trabajar con formas dadas, el poeta no es un creador absoluto.

SCHULTZE

(Encabritándose.)

Creación absoluta es la que se hace de la nada. Y sólo el Artífice Divino puede crear absolutamente.

ADÁN

Eso quería decir yo.

PEREDA

Luego, el poeta es un «imitador de la natura», como enseñaba el viejo.

CIRO

¿Qué viejo?

PEREDA

Aristóteles.

ADÁN

(Irónico.)

Eso es. Pero el significado que la palabra «natura» tenía para el viejo no es el mismo que tiene para Luis Pereda y otros naturistas ingenuos.

PEREDA

(Retobándose.)

¡Compadradas filosóficas no!

ADÁN

Para el viejo Aristóteles, la «natura» del pájaro no es el pájaro de carne y hueso, como se cree ahora, sino la «esencia» del pájaro, su número creador, la cifra universal, abstracta y sólo inteligible que, actuando sobre la materia, construye un pájaro individual, concreto y sensible.

SCHULTZE

¿Algo así como la «idea» platónica?

ADÁN

Eso es. Pero que desciende a este mundo para unirse con la materia y fecundarla. Los antiguos dan a ese número creador el nombre de «forma substancial», y esa forma es la que imita el arte.

PEREDA

(Combativo.)

¡Eso es especular con fantasmas! No entiendo un pito.

CIRO

(Perplejo.)

;Corno!

ADÁN

(A Pereda.)

¿Y qué culpa tengo yo si tus profesores de Ginebra te convirtieron en un agnóstico de bolsillo?

PEREDA

¡Compadradas filosóficas no! Imitar un pájaro, o la forma de un pájaro, ¿no es lo mismo en definitiva?

ADÁN

No es lo mismo. El pájaro es un compuesto de materia y forma: por lo que tiene de material, está sujeto a todas las limitaciones del individuo, a sus contingencias, a la corrupción y la muerte. La forma, en cambio, libre de la materia por el trabajo abstractivo del entendimiento, goza en éste de una existencia universal y durable. Por eso, al imitar el pájaro en su forma, el artista no crea «un pájaro», sino «el pájaro», con un granito de la plenitud maravillosa que tiene el pájaro en la Inteligencia Divina.

(Schultze aprueba con una insolente sonrisa de iniciado. En su carácter de agnóstico irredento, Luis Pereda gruñe sordamente. Ciro Rossini, absorto, se alborota el pelo a manotazo limpio. Se hace una pausa que Adán aprovecha para refrescar su garguero con el mosto siciliano. Risas inextinguibles llegan del otro sector: voces descompuestas, acentos de guitarra.)

SCHULTZE

¿Y luego?

ADÁN

(Acaricia los flancos de la botella, como en busca de inspiración.)

Luego, el título de «imitador» conviene al poeta, en cuanto al material con que trabaja, es decir, en cuanto a las formas o números ontológicos que no ha inventado él, sino Dios. Pero también le conviene, y con mayor exactitud, en cuanto a su
modus operandi
y a su gesto creador Todo artista es un imitador del Verbo Divino que ha creado el universo: y el poeta es el más fiel de sus imitadores, porque, a la manera del Verbo, crea «nombrando».

(Baja la voz, indeciso y como preñado di misterio.)

Ahora bien, las consecuencias de tal afirmación son incalculables y terribles; porque, si el modo creador del poeta es análogo al modo creador del Verbo, el poeta estudiándose a sí mismo en el momento de la creación, puede alcanzar la más exacta de las cosmogonías.

PEREDA

(Se dirige a Schultze, azorado
y
en voz baja.)

¿Habrá que retirarle la botella?

SCHULTZE

(Imponiéndole silencio.)

¡Chist! La cosa está poniéndose interesante.

ADÁN

(Que ahora vacila, dudando sobre si aventurara o no una confidencia.)

Pues bien, ¡yo he mirado en el fondo de mí mismo! Voy a revelarles el secreto de la inspiración y la expiración poéticas.
(Enigmático.)
¡Nada más que eso! Los que sean capaces de dar el salto analógico, que lo den. ¡Yo me lavo las manos!
(Tartamudea.)Y...
si no fuese... por el vino, ¡ni esto!
(Hace chasquear la uña del pulgar en sus dientes.)

PEREDA

¡Bien por el mosto siciliano:

(Le llena y
alcanza el vaso, que Adán acepta con mucha dignidad)

SCHULTZE

El vino simboliza todo lo iniciático. Por eso...

ADÁN

(Lo interrumpe majestuosamente)

Hablare, pero con una condición, me guardarán el Secreto.

PEREDA

Tiende un brazo al cenit

¡Lo juro!

Schultze de su palabra de honor y Rossini se declara como una tumba.

ADÁN

(Solemne)

Veamos el primer tiempo: el de la inspiración poética.
(Gran expectativa)
En un momento dado, ya sea porque recibe un soplo divino, ya porque ante la hermosura creada, siente despertar en sí una entrañable reminiscencia de la hermosura infinita, el poeta se ve asaltado por una ola musical que lo invade todo, hasta la plenitud, a semejanza del aire que llena los pulmones en el movimiento respiratorio.

SCHULTZE

¿Es realmente una ola musical?

ADÁN

Digo musical por analogía. Es una plenitud armoniosa, verdaderamente inefable, superior a toda música.

PEREDA

(Victima de confusos recuerdos)

Me parece recordar que Schiller, ¿era Schiller? definió a el estado poético como una vaga disposición musical.

ADÁN

(Con infinita modestia.)

Schiller no era un metafísico: yo voy más lejos que Schiller. En esa plenitud armoniosa que adquiere el poeta durante su inspiración, yo diría que resuenan a la vez todas las músicas posibles: resuenan todas ya, y ninguna todavía, en cierta unidad extraña que hace de todas una y de una todas las canciones posibles, y en cierto «presente» de la música por el cual una canción no excluye a la otra en el orden del tiempo, porque todas hacen una sola canción inefable...

PEREDA

(Rezonga.)

¡Eso es el caos!

ADÁN

(Lo mira con sorpresa y desconfianza.)

¿Quién se lo ha dicho? ¡Es el caos, justamente! Así como en el Caos primitivo, antes de la creación, todas las cosas estaban, sin diferenciarse ni combatirse, así están todas las canciones juntas en el caos musical de la inspiración poética.

PEREDA

(Visiblemente confundido.)

¡Ahora resulta que soy un metafísico por carambola!

SCHULTZE

(Misterioso.)

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