¿A que no saben lo que significa, etimológicamente, la palabra «Caos»?
ADÁN
¿Que significa?
SCHULTZE
El tacto del bostezo.
ADÁN
¡Y a mi qué!
SCHULTZE
(A todos, autoritario.)
A ver, ¡bostecen ustedes!
(Adán, Pereda y Ciro, intimidados, ensayan un bostezo de imitación.)
ADÁN
(Con un asombro alegre.)
¡Notable! ¡El bostezo es una inspiración profunda!
SCHULTZE
(Triunfante, pero sin abusar de su triunfo.)
Eso quería demostrar.
ADÁN
¡Formidable, Schultze! Y ahora recuerdo que la inspiración poética viene acompañada en mí de una inspiración física muy honda.
SCHULTZE
¿Y de qué más?
ADÁN
¿A ver?
(Imita otro bostezo.)
Y de un entrecerrarse de párpados, como cuando uno se duerme.
SCHULTZE
Así es. El caos es la concentración y el sueño de todas las cosas que todavía no quieren manifestarse. ¿Y después?
ADÁN
(Sombrío.)
Después llega el segundo tiempo, la expiración poética, ¡la gran caída!
PEREDA
¿Por qué una caída?
CIRO
(Con aire polémico.)
¡Diavolo,
sí! ¿Por qué?
ADÁN
Fíjense ustedes. El poeta, como he dicho, esta gozando de una inspiración en la cual saborea toda la plenitud de la música. De pronto, un movimiento íntimo —necesidad o deber— lo induce irresistiblemente a manifestar o expresar, en cierto modo, aquel inefable caos de música. Y entonces, entre las posibilidades infinitas, que lo integran, elige una y le da forma, con lo cual excluye a las otras posibilidades, baja de la inspiración a la creación, de lo infinito a lo finito, de la inmovilidad al suceder. Así nacerá un poema, otro luego, veinte, ciento. Y así caerá el poeta en la multiplicidad de sus cantos, afanándose por manifestar, con lo múltiple, aquella unidad, y con lo finito aquella infinitud que lleva en sí durante su inspiración. ¡Es la primera caída!
PEREDA
¿Cómo? ¿Hay otras?
ADÁN
Son dos caídas. El poeta, como has visto, cae primeramente al elegir una entre la infinitud de formas posibles que puede asumir su canto. Pero aun se trata de una creación
ad intro,
de una creación interna con toda la amplitud que le confiere todavía su espiritualidad y su inmaterialidad. Luego viene la creación
ad extra
, y esa forma que ha elegido el artista en la intimidad de su alma sale al exterior para encarnarse en una materia, el idioma, que a su vez le impondrá nuevos limites. A este otro tiempo de la creación poética le llamo yo «segunda caída»
PEREDA
(Refunfuñando)
Si, esto último está claro.
CIRO
(Que aun esta en ayunas)
¡Claro como el
acqua!
SCHULTZE
(Capcioso)
¡Hum! ¿Nos habla de una caída en el sentido de «pecado»?
ADÁN
No. Quiero significar un descenso que la necesidad creadora impone al artista: un descenso sin el cual no sería él un creador, precisamente, sino un contemplador.
SCHULTZE
(Tirándose a fondo.)
Pero usted nos habló recién de alguna correspondencia entre la creación del artífice y la creación divina. ¡Cuidado! ¿Habrá que suponer en Dios una necesidad y un descenso parecidos?
ADÁN
(Se turba de pronto y vacila.)
Dios... es el principio inmóvil: ni desciende ni asciende. Es el Omniperfecto: está libre de necesidades.
(Inquieto, vuelve a torcer y retorcer la rama.)
SCHULTZE
¿Y entonces?
PEREDA
(Imperioso.)
Eso es, ¿y entonces?
CIRO
(exaltado.)
¡Cristo!
Eso digo yo.
ADÁN
Es una perfección infinita, eterna
y
simple. De toda eternidad se conoce a si mismo y se manifiesta en su Verbo interior, que por ser una entrañable expresión de la divinidad participa de la esencia divina y hace uno con Dios. Y siendo así, ¿qué necesidad podría tener Él de manifestarse luego por las criaturas exteriores?
SCHULTZE
Con todo, se ha manifestado.
ADÁN
No queda sino admitir un acto libre de su voluntad: creo porque quiso, cuando quiso y como quiso. Acto de amor le llaman los teólogos.
SCHULTZE
En cambio, el poeta crea por necesidad. ¿No es eso?
ADÁN
También el suyo es un acto de amor, pero no libre.
SCHULTZE
¿Un acto de amor forzoso?
PEREDA
¡Bah!
CIRO
¡Ah!
ADÁN
Yo lo concibo así: toda criatura que ha recibido alguna perfección debe comunicarla, en cierto modo, a las criaturas inferiores. Es la económica ley de la caridad. Si yo les explicara el mecanismo del ángel...
PEREDA
(Escandalizado.)
¡Epa! ¡Sólo Schultze puede hablar de los angeles!
CIRO
Los ángeles. ¡Peste!
SCHULTZE
(Severo.)
¡No es chacota!
ADÁN
...verían en el ángel dos movimientos difuntos: uno circular, alrededor de la luz eterna, para iluminarse a si mismo; y otro descendente, hacia el ángel que le es inferior en jerarquía, para comunicarle algo de la luz alcanzada. Como hay tres jerarquías de ángeles, la primera se comunica con la segunda, la segunda con la tercera y la tercera con el hombre. Y como también hay jerarquías entre los hombres, cada uno recibe y da (o debería dar) en la medida que recibe. Ahora bien, el poema recibe algo en el momento de su inspiración, y debe hacer partícipes de lo recibido a los que nada recibieron. El suyo es un acto amoroso; pero, como las demás criaturas que ofrecen algo, el poeta sólo es un instrumento del Primer Amor.
PEREDA
(Escéptico)
¡Hum! ¿Y si el poeta solo trabajara por ambición?
ADÁN
¡Ambición de que: ¡Generalmente cosecha en este mundo mas espinas que flores!
PEREDA
Digamos ambición de gloria.
ADÁN
Tal al vez. Dante suele hablar de la gloria que ha de valerle su trabajo. Y lo hace con tanta seriedad, que uno adivina en él, no su confianza en algún premio humano, sino mas bien su esperanza en algún premio divino.
PEREDA
¿Premio a qué?
ADÁN
(Vacila, y se atreve de súbito.)
Digamos a su «fidelidad» como imitador del Verbo y como agente del Primer Amor.
SCHULTZE
¿Está seguro de que sea tan grande su fidelidad?
ADÁN
El verdadero poeta lo sacrifica todo a su vocación.
(Dramático.)
¡Oigan bien, hasta su alma!
SCHULTZE
(Directo.)
¿Usted escribiría, si en la tierra no quedara nadie para leerlo?
PEREDA
¡Bravo, Schultze!
CIRO
Ecco! Ecco!
ADÁN
(En el colmo de la exaltación.)
Vea, Schultze. Imagínese un rosal a punto de abrir una rosa en el instante preciso en que la trompeta del ángel anuncia el fin del mundo. ¿Se detendría el rosal?
SCHULTZE
(Asombrado.)
Creo que no.
ADÁN
(Sublime.)
¡Así es el poeta!
(Se hace un silencio elocuente. Ciro Rossini, que sin entenderlas ha paladeado el sabor de tan grandes palabras, da señales de sufrir en arrebato lírico, pues tortura furiosamente sus cabellos teñidos con agua «La Carmela». Muy preocupado, Luis Pereda vuelve su atención al otro grupo, donde los tres Bohemios cantan ahora y gesticulan entre un huracán de risas homéricas. El astrólogo Schultze es una estatua.)
PEREDA
Baudelaire tenía ese mismo concepto desmesurado. ¿No ha dicho que Dios reserva un lugar al poeta, entre sus ángeles:
ADÁN
(Sombrío.)
Yo no me fiaría mucho...
PEREDA
Y sin embargo, recién decías...
ADÁN
(Empeñado ya en la lucha interior que ha de resolverse luego en estallido. Los tambores de la noche redoblan en su alma, pero lejanos todavía)
Me refiero a otra cosa. El poeta es un imitador del Verbo en «el orden de la Creación» pero no en el orden de la Redención.
SCHULTZE
(Le clava dos ojos helados.)
¿Qué nos quiere decir?
ADÁN
(Cada vez mas fuerte redoblan en su alma los tambores nocturnos.)
Que si para mí es fácil imitarlo en el orden de la Creación, me resulta difícil hacerlo en el orden de la Redención.
(A borbotones, con angustia creciente.)
¡En ese orden sólo el santo es su imitador perfecto! ¿Y saben lo que es un santo? ¡Lean la vida de Santa Rosa, por ejemplo! Algo terrible, monstruoso, repugnante.
PEREDA
(Ya inquieto)
¡Che! ¡Che!
CIRO
¡Peste!
SCHULTZE
Lo sospechaba desde hace tiempo.
ADÁN
(No los oye y prosigue como hablando consigo mismo)
¡Es absurdo! Uno está navegando en ciertas aguas oscuras, y de repente se da cuenta que ha mordido un anzuelo invisible. ¿Comprenden?
(Los tambores redoblan en un crescendo ensordecedor)
Y uno se resiste, forcejea, trata de agarrarse al fondo! Es inútil: ¡el Pescador invisible tironea desde arriba!
(Se han desfondado los tambores. Adán Buenosayres deja caer su frente sobre la mesa, y al hacerlo derriba con estrépito el vaso único)
CIRO
(Asustado, a Luis Pereda.)
¡Santa
Madonna!
¿Qué tiene?
PEREDA
(Recogiendo el vaso caído.)
¡Un peludo negro!
(Con extraordinaria dulzura, Ciro Rossini palmea los hombros de Adán; y el bardo villacrespense, obedeciendo a esa muda solicitud, levanta la cabeza
y
cumple los gestos que siguen: mete su diestra en un bolsillo y saca el Cuaderno de Tapas Azules; lo vuelve a guardar precipitadamente y en son de alarma; busca en otro bolsillo y da con un pañuelo de color indefinible que no tarda en llevarse a los ojos; guarda el pañuelo, y acepta un vaso de vino que Luis Pereda le tiende con el ademán de la buena Samaritana; sonríe al fin, avergonzado y tímido)
ADÁN
¡Noche absurda!
(Suspirando.)
No es nada.
CIRO
Ecco!
Así me gusta.
PEREDA
Hermano, creí que te daba la pataleta.
ADÁN
Ya pasó.
(Recobrándose.)
Veamos ahora el tercer punto.
SCHULTZE
¿La obra de arte?
ADÁN
Eso es, la obra de arte.
(Suspirando aún.)
¿Saben ustedes lo que es un «homologado»?
(Schultze se dispone a contestar, pero fuertes voces que llegan del otro sector lo dejan con la palabra en la boca.)
BERNINI
(A voz en cuello, desde el otro campo.)
¡Eh, ustedes! ¡Vengan todos!
PEREDA
(Gritando a su vez.)
¿Qué hay?
BERNINI
¡Se han desafiado!
PEREDA
¿Quiénes?
BERNINI
¡El payador Tissone y Franky!
El incidente había ocurrido no bien los tres Bohemios dieron fin a su número. Acallados los aplausos, y en medio del silencio general, el payador Amundsen, cuyos ojos chispeaban, había lanzado su brutal desafío al payador Tissone; y el payador Tissone, súbitamente pálido, advirtió que todas las miradas convergían en él, como aguardando su respuesta; visto lo cual, y sintiendo que una ola de coraje lo arrebataba, no había tardado en responder con acento sublime:
—¡A mi juego me llamaron!
Las condiciones del lance fueron estipuladas inmediatamente: el payador Amundsen formularía una pregunta difícil al payador Tissone, el cual debería responder según el alcance de su ciencia. Dicho payador se acompañaría en su propia guitarra; mas el payador Amundsen, que no se hallaba «en dedos» aquella noche, tendría como acompañante a uno de los tres Bohemios. Los oyentes, constituidos en Jurado, concederían el triunfo al campeón que a su juicio lo mereciese. Las apuestas en favor del uno y del otro quedaban prohibidas, ya que, según lo aclaró Franky dignamente, no estaban en un reñidero de gallos ni en un
match
de box, sino en un certamen criollo de primera categoría.
Cuando Luis Pereda, Ciro Rossini el astrólogo Schultze y Adán Buenosayres llegaron a la palestra, el cuadro que se ofreció a sus miradas era impresionante. Los dos contendores ya estaban sentados frente a frente, graves y dignos como la circunstancia lo requería. El payador Amundsen, con un dedo en la sien, escuchaba muy atentamente los dos o tres compases de música que su Bohemio le hacía oír para que se ajustase a ellos cuando cantara: lo asistían el petizo Bernini y otro de los Bohemios, animándolo con voces y palmadas en las que se traducía una devoción incondicional. Samuel Tesler, el Príncipe Azul y el tercer Bohemio acompañaban al payador Tissone, el cual, con la guitarra entre sus brazos, permanecía indiferente a todo, sin oír siquiera el discurso confidencial que Samuel Tesler le dirigía con lengua pegajosa, ofreciéndole a voz en cuello el auxilio de su ciencia, si la pregunta de Franky lo colocaba en apreturas.
Deseoso de ganar tiempo, Franky Amundsen, que ya centralizaba la general expectativa, se volvió al payador Tissone y le dijo:
—¡No se me asuste, aparcero!
—No hay
cuidao
—le respondió Tissone con una pachorra que bien revelaba su temple.
Todavía sucediéronse algunos instantes de silencio. Repentinamente la cara de Franky se iluminó, y una sonrisa indescriptible amaneció en sus labios.
—¡Ahí va! —dijo.
Rasgueó con furia su guitarrero, y Franky, dirigiéndose al payador Tissone, cantó lo siguiente:
Aparcero don Tissone,
ya que me lo pintan franco
dígale a este servidor:
¿Por qué el tero caga blanco?
Exclamaciones de asombro, significativas miradas cambiaron entre sí los oyentes; como que la pregunta de Franky era brava y se metía en los más profundos arcanos de la naturaleza. El payador Tissone, al oírla, pareció conmoverse hasta sus cimientos.
—¡La preguntita se las trae! —dijo Bernini.
—El diablo mismo no la contestaría —opinó uno de los Bohemios.
Pero al instante, ya repuesto de su marasmo, el payador Tissone afirmó la guitarra en su muslo, y con dedos nerviosos preludió largamente. Acabado el preludio, abrió la boca: todos contuvieron la respiración. ¡Ay, ningún sonido brotó de aquellos labios! Y los oyentes empezaron a mirarse. Con la frente lustrosa de sudor, Tissone volvió a preludiar, llegó a la parte del canto, abrió la boca; y nuevamente se quedó en silencio, provocando entonces un murmullo sordo entre los testigos del lance. Y cuando todos lo daban por vencido, cuando Franky sonreía ya seguro de la victoria, cuando Samuel agachaba su frente como bajo el peso de una insufrible humillación, he ahí que el payador Tissone, tras haber preludiado violentamente y como a la desesperada, miró a Franky Amundsen y le chantó su respuesta: