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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (263 page)

BOOK: Cuentos completos
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Suspiró y permaneció un momento en absoluto silencio, como si intentara extraer la última esencia de belleza a los ecos desfallecientes. Después, se volvió y sonrió débilmente al otro ocupante de la habitación.

Garth Jan sonrió a su vez, pero no dijo nada. Garth sentía un gran afecto hacia Lincoln Fields, aunque no le comprendía.

Eran mundos aparte —literalmente—, pues Garth procedía de las gigantescas ciudades subterráneas de Marte y Fields era el producto de la gran urbe terrestre de Nueva York.

—¿Qué te ha parecido eso, Garth, viejo amigo? —inquirió Fields, dubitativamente.

Garth sacudió la cabeza. Habló con el esmero y precisión con que solía hacerlo.

—He escuchado atentamente y, en honor a la verdad, he de decir que no ha sido desagradable. Tiene un cierto ritmo, una cadencia de notas que, en realidad, es tranquilizante. Pero ¿hermoso? ¡No!

Los ojos de Fields expresaron una compasión intensamente dolorosa. El marciano vio la mirada y comprendió su significado, pero no hubo ningún destello de envidia como respuesta. Su huesuda y gigantesca figura siguió doblada en una silla que era demasiado pequeña para él mientras una de sus delgadas piernas se balanceaba hacia delante y hacia atrás.

Fields saltó impetuosamente de su asiento y agarró a su compañero por el brazo.

—¡Ven! Siéntate tú en el banco.

Garth obedeció jovialmente.

—Veo que quieres llevar a cabo un pequeño experimento.

—Lo has adivinado. He leído trabajos científicos que trataban de explicar las diferencias entre los sentidos de los terrícolas y los marcianos, pero nunca he logrado entenderlas del todo.

Tocó las notas do y fa en una sola octava y miró interrogativamente al marciano.

—Si existe una diferencia —dijo Garth dubitativamente—, es muy ligera. De no haber prestado mucha atención, hubiera dicho que habías tocado dos veces la misma nota.

El terrícola se asombró.

—¿Cómo es posible? —Tocó el do y el sol.

—Esta vez sí que he distinguido la diferencia.

—Bueno, supongo que todo lo que dicen sobre tu pueblo es cierto. Pobres de vosotros… ¡Tener un sentido del oído tan imperfecto! No sabéis lo que os perdéis.

El marciano se encogió filosóficamente de hombros.

—No se echa de menos lo que nunca se ha tenido.

Garth Jan rompió el corto silencio que siguió:

—¿Te das cuenta de que este periodo de la historia es el primero en que dos razas inteligentes han podido comunicarse entre sí? La comparación del aparato sensitivo es muy interesante… y amplia mucho las opiniones que uno tiene sobre la vida.

—Es verdad —convino el terrícola—, aunque, al parecer, nosotros tenemos todas las ventajas de la comparación. El mes pasado, un biólogo terrícola declaró su extrañeza ante el hecho de que una raza tan pobremente dotada en materia de percepción sensitiva hubiera podido desarrollar una civilización tan adelantada como la vuestra.

—Todo es relativo, Lincoln. Lo que tenemos es bastante para nosotros.

Fields sintió que le embargaba una turbación creciente.

—Pero, Garth, si por lo menos supieras lo que te pierdes…

»Nunca has visto las bellezas de una puesta de sol, o de un campo de flores. No puedes admirar el azul del cielo, el verde de la hierba, el amarillo del maíz tierno. Para ti, el mundo consiste en sombras de luz y oscuridad —se estremeció al pensarlo—. No puedes oler una flor o apreciar su delicado perfume. Ni siquiera puedes disfrutar de algo tan simple como una buena y sabrosa comida. No tienes gusto, ni olfato, ni distingues los colores. Me compadezco de tu mundo opaco.

—Lo que dices es absurdo, Lincoln. No malgastes tu compasión conmigo, porque soy tan feliz como tú. Se levantó y cogió su bastón, necesario en el campo gravitacional mucho mayor de la Tierra.

—No debes juzgarnos con tanta superioridad, ¿sabes?

Al parecer, aquél era el aspecto más importante de la cuestión.

—Nosotros —añadió— no alardeamos de ciertas perfecciones de nuestra raza, sobre las cuales no sabéis nada.

Y entonces, como si lamentara profundamente sus palabras, una mueca de ironía distendió su rostro, y se dirigió hacia la puerta.

Fields permaneció asombrado y pensativo durante un momento y después se levantó de un salto y corrió tras el marciano, que avanzaba lentamente hacia la salida. Asió a Garth por los hombros e insistió para que volviera.

—¿A qué te referías con tu última observación?

El marciano volvió la cara, como si no fuera capaz de encararse con su interrogador.

—Olvídalo, Lincoln. No ha sido más que un momento de indiscreción, cuando tu piedad me ha puesto nervioso.

Fields le lanzó una penetrante mirada.

—Es verdad, ¿no? Es lógico que los marcianos posean sentidos que los terrícolas no tengan, pero es irracional que tu pueblo quiera mantenerlo en secreto.

—Es lo que debe ser. Pero ahora que mi propia estupidez me ha descubierto, quizá estés de acuerdo en no divulgarlo.

—¡Naturalmente! Seré tan discreto como una tumba, aunque que me maten si puedo hacer algo con este secreto. Dime, ¿de qué naturaleza es este sentido secreto vuestro?

Garth Jan se encogió de hombros con indiferencia.

—¿Cómo puedo explicártelo? ¿Acaso tú puedes definirme el color, a mí, que ni siquiera soy capaz de concebirlo?

—No te pido una definición. Dime qué usos tiene. Por favor —asió al otro por el hombro—, puedes hacerlo. Te he prometido guardar el secreto.

El marciano suspiró fuertemente.

—No te servirá de mucho. ¿Te satisfaría saber que si me enseñaras dos recipientes, ambos llenos de un líquido claro, yo podría decirte enseguida cuál de los dos era venenoso? ¿O, si me enseñaras un alambre de cobre, podría decirte instantáneamente si pasaba corriente eléctrica por él, aunque fuera tan pequeña como una milésima de amperio? ¿O que podría decirte la temperatura de cualquier sustancia, con un margen de error de sólo tres grados, aunque la mantuvieras a cinco metros de distancia? ¿O que podría…? Bueno, ya he dicho suficiente.

—¿Eso es todo? —preguntó Fields, con una exclamación desilusionada.

—¿Qué más quieres?

—Todo lo que has descrito es muy útil… pero ¿qué belleza encierra? ¿Acaso este extraño sentido vuestro no tiene valor para el espíritu así como para el cuerpo?

Garth Jan hizo un movimiento de impaciencia.

—Realmente, Lincoln, hablas sin pensar. No he hecho más que contestar a lo que me has preguntado…, los usos de este sentido. No pretendía explicar su naturaleza. Toma tu sentido del color. En lo que a mí concierne, el único uso que tiene es hacer ciertas distinciones que yo no puedo. Por ejemplo, tú puedes identificar ciertas soluciones químicas por medio de algo que llamas color, mientras que yo tendría que realizar un análisis químico. ¿Qué belleza encierra?

Fields abrió la boca para hablar, pero el marciano le hizo un irritado gesto para que guardara silencio.

—Ya lo sé. Vas a balbucear tonterías sobre puestas de sol o algo parecido. Pero ¿qué sabes tú de la belleza? ¿Has sabido alguna vez lo que es presenciar la belleza de los alambres de cobre desnudos cuando se conecta una corriente alterna? ¿Has percibido la delicada belleza de las corrientes inducidas dentro de un selenoide cuando se pasa un imán a través de él? ¿Has asistido alguna vez a un
portwem
marciano?

Los ojos de Garth Jan se habían empañado al evocar estos pensamientos, y Fields le contemplaba con la estupefacción más profunda. Ahora las cosas habían cambiado y su sentido de superioridad le abandonó de repente.

—Cada raza tiene sus propios atributos —murmuró con un fatalismo que encerraba algo de hipocresía—, pero no veo la razón de que los guardéis en un secreto tan absoluto. Nosotros, los terrícolas, no tenemos secretos para vuestra raza.

—No nos acuses de ingratitud\1\2 Nosotros, los marcianos, nunca actuamos sin una razón. Y desde luego no es por nuestro propio bien por lo que ocultamos esta magnífica facultad.

El terrícola sonrió burlonamente. Se hallaba sobre la pista de algo —lo notaba en sus huesos— y la única forma de averiguarlo era por medio de bromas.

—No dudo que hay algún motivo noble detrás de todo esto. Tu raza posee el extraño atributo de encontrar siempre algún motivo altruista para sus acciones.

Garth Jan se mordió los labios coléricamente.

—No tienes derecho a decir algo así.

Por un momento pensó en alegar la inquietud sobre la futura paz de espíritu de Fields como una razón para guardar silencio, pero la burlona referencia de éste al «altruismo» lo hacía imposible. Un sentimiento de ira le dominó gradualmente y eso reforzó su decisión.

No existía equivocación posible sobre la nota de frígida enemistad que contenía su voz.

—Te lo explicaré por analogía.

El marciano mantuvo la vista fija enfrente de él mientras hablaba, con los ojos medio cerrados.

—Me has dicho que vivo en un mundo compuesto tan sólo por sombras de luz y oscuridad. Tratas de describir un mundo exclusivo tuyo compuesto por infinita variedad y belleza. Escucho, pero no me importa demasiado. Nunca lo he conocido y nunca podré conocerlo. No se llora por la pérdida de algo que nunca se ha tenido. »Pero… ¿qué pasaría si pudieras conferirme la facultad de ver el color durante cinco minutos? ¿Qué pasaría si, durante cinco minutos, me deleitara en maravillas con las que nunca había soñado? ¿Qué pasaría si, después de estos cinco minutos, tuviera que renunciar a ello para siempre? ¿Compensarían esos cinco minutos de paraíso la vida de pesar que seguiría… una vida de descontento a causa de mis propias deficiencias? ¿No hubiera sido mucho mejor no hablarme nunca del color, evitando así su tentación siempre presente?

Fields se había puesto en pie durante la última parte del discurso del marciano y sus ojos se abrieron de golpe con una violenta suposición.

—¿Quieres decir que un terrícola podría poseer el sentido marciano si así lo deseara?

—Durante cinco minutos en el curso de la vida —los ojos de Garth Jan eran soñadores—, y en estos cinco minutos percibiría…

Se interrumpió confundido y miró agriamente a su compañero.

—Tú sabes mejor lo que te conviene. Procura no olvidar tu promesa.

Se levantó apresuradamente y se escabulló con la mayor rapidez que le fue posible, apoyándose sobre el bastón con fuerza. Lincoln Fields no trató de detenerle. Se limitó a permanecer donde estaba y a reflexionar.

La gran altura de la caverna envolvía el techo en una velada oscuridad en la que a intervalos determinados, flotaban luminosos globos de rayos. El aire, calentado por un estrato volcánico subterráneo, se esparcía suavemente. Ante Lincoln Fields se extendía la ancha y pavimentada avenida de la principal ciudad de Marte, que se desvanecía en la distancia.

Caminó torpemente hacia la entrada del hogar de Garth Jan, con el manifiesto estorbo de una capa de quince centímetros de plomo unida a cada uno de sus zapatos. Pero esto era mucho mejor que los incontrolables saltos a que sometía la gravedad más ligera a los músculos terrestres.

El marciano se sorprendió al ver a su amigo de seis meses atrás, pero no demostró alegría. Fields no dejó de observarlo, pero se limitó a sonreír interiormente. Una vez cumplidas las primeras formalidades y hechos los comentarios convencionales, los dos se sentaron.

Fields aplastó el cigarrillo en un cenicero y se enderezó en su asiento, repentinamente serio.

—¡He venido a solicitar esos cinco minutos que dices poder darme! ¿Puedo tenerlos?

—¿Es una pregunta retórica? Por lo menos, no parece requerir ninguna respuesta. —El tono de Garth era abiertamente despectivo.

El terrícola lo consideró pensativamente.

—¿Te importa que defina mi posición en unas cuantas palabras?

El marciano sonrió con indiferencia.

—No servirá de nada —dijo.

—Me arriesgaré. La situación es ésta: he nacido y crecido rodeado de lujos y me han consentido de la manera más repugnante. Aún no he tenido un deseo razonable que no haya podido realizar, y no sé lo que significa no conseguir lo que quiero. ¿Lo entiendes?

No hubo respuesta y prosiguió:

—He hallado la felicidad en vistas hermosas, palabras hermosas y sonidos hermosos. He practicado un culto a la belleza. En una palabra, soy un esteta.

—Muy interesante —la pétrea expresión del marciano no cambió ni un átomo—, pero ¿qué relación tiene todo esto con el problema que tratamos?

—Es muy sencillo: harías de una nueva forma de belleza, una forma desconocida para mí hasta ahora e incluso totalmente inconcebible, pero que podría conocerse si así se desea. La idea me atrae. Más que atraerme… me domina. Vuelvo a recordarte que cuando una idea se apodera de mí, me doblego…, siempre lo hago.

—No eres el amo en este caso —recordó Garth Jan, Es grosero por mi parte recordártelo, pero no puedes forzarme, ya lo sabes. De hecho, tus palabras son casi ofensivas en sus implicaciones.

—Me alegro de que hayas dicho eso, pues así yo también puedo ser grosero sin tener remordimientos de conciencia.

La única contestación de Garth Jan a esto fue una sonrisa de confianza en sí mismo.

—Te lo exijo —dijo Fields, lentamente—, en nombre de la gratitud.

—¿Gratitud? —El marciano se sorprendió violentamente.

Fields sonrió

—Es una apelación a la que ningún marciano honorable puede negarse… por vuestra propia ética. Y tú me debes gratitud porque a través de mí lograste entrar en las casas de los hombres más importantes y nobles de la Tierra:

—Ya lo sé. —Garth Jan enrojeció de ira—. Eres un mal educado al recordármelo.

—No tenía elección. Tú reconociste la gratitud que me debías, allí en la Tierra. Yo solicito la oportunidad de poseer este misterioso sentido que mantenéis tan en secreto… en nombre de esta gratitud reconocida. ¿Puedes negarte ahora?

—Ya sabes que no —fue la sombría respuesta—. No dudaba mas que por tu propio bien.

El marciano se levantó y alzó la mano con gravedad.

—Me tienes asido por el cuello, Lincoln. Está hecho. Pero, después, no te deberé nada más. Esto saldará mi deuda de gratitud. ¿De acuerdo?

—¡De acuerdo! —Ambos se estrecharon la mano y Lincoln Fields prosiguió en un tono completamente distinto—: Sin embargo, seguiremos siendo amigos, ¿no? Este pequeño altercado no estropeará las cosas, ¿verdad?

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