—Enderézate, Arde —aconsejó Miles —y trata de parecer profesional. Necesitamos conseguir este encargo. Creía que la medicina betana era lo suficientemente avanzada para curar cualquier resaca. Le vas a causar una mala impresión a este sujeto si te paseas agarrándote el estómago.
—Grm —masculló Mayhew. Pero volvió a poner las manos a los lados y, más o menos, compuso la postura—. Lo conseguirás, chico —dijo en tono de amarga clarividencia.
—Y vas a tener que dejar de llamarme «chico» —agregó Miles. Tú eres mi hombre de armas ahora, se supone que has de dirigirte a mi como «mi señor».
—¿Tomas realmente en serio ese asunto?
Paso a paso.
—Es como un saludo —explicó Miles—. Saludas al uniforme, no al hombre. Ser Vor es… como usar un uniforme invisible que uno jamás puede quitarse. Mira al sargento Bothari, él me ha llamado «mi señor» desde que nací. Si él puede, tú puedes; eres su hermano-de-armas ahora.
Mayhew miró al sargento. Bothari le devolvió la mirada, con su rostro seno en extremo. Miles tuvo la impresión de que si Bothari hubiera sido una persona más expresiva, habría hecho un ruido grosero ante la idea de que Mayhew fuera su hermano-de-armas. Mayhew, evidentemente, recibió la misma impresión, porque se enderezó un poco mas y respondió:
—Sí, mi señor.
Miles hizo un gesto de aprobación y llamó a la puerta.
El hombre que los recibió tenia ojos almendra oscuro, pómulos altos, piel color café con crema y cabello cobre brillante, ensortijado como alambre y muy recortado. Sus ojos examinaron al trío ansiosamente, deteniéndose un poco en Miles; sólo había visto el rostro de Miles esa mañana, en la pantalla.
—¿Señor Naismith? Soy Carle Daum. Pasen.
Daum cerró la puerta tras ellos, rápidamente, y miro inquieto la cerradura. Miles dedujo que acababan de pasar por un detector de armas y que el feliciano estaba espiando los resultados. El hombre se volvió hacia ellos con un aire de nerviosa suspicacia, tocándose automáticamente el bolsillo derecho. Su mirada no reparaba en ninguna otra parte del pequeño cuarto de hotel, y los labios de Bothari se fruncieron con satisfacción ante la inconsciente revelación de Daum del arma que debía vigilar. Un inmovilizador legal, muy probablemente, pensó Miles, pero uno nunca sabe.
—¿No desean sentarse? —los invitó el feliciano.
Su habla le resultaba a Miles de una suave y curiosa resonancia; ni la llana nasalidad de los betanos, fuerte en las erres, ni la cortante y fría guturalidad de Barrayar. Bothari indicó que prefería quedarse de pie y tomó posición a la diestra de Daum, convenientemente alejado de la visión periférica del feliciano. Miles y Mayhew se sentaron delante de una mesa baja. Daum se sentó frente a ellos, con la espalda hacia una «ventana»; en realidad, una pantalla iluminada con un panorama de lago y montañas de algún otro mundo. El viento, que estaba realmente aullando en la superficie, habría reducido esos árboles a palillos en un solo día. La ventana eclipsaba a Daum, mientras revelaba a toda luz la expresión de sus visitantes. Miles admitió la buena elección de la perspectiva.
—Bien, señor Naismith —comenzó Daum —cuénteme algo sobre su nave. ¿Cuál es su capacidad de carga?
—Es un carguero RG. Puede cargar fácilmente el doble del volumen declarado en su manifiesto, suponiendo que las cifras que dio en el sistema de comunicaciones sean las correctas…
Daum no reaccionó ante la indirecta. En su lugar, respondió:
—No estoy muy familiarizado con las naves de saltos. ¿Es rápida?
—¿Oficial piloto Mayhew? —dijo Miles, invitándole a contestar.
—¿Eh? Oh… ¿Usted quiere decir aceleración? Constante, sólo constante. Presionamos un poco más y al final llegamos aproximadamente igual de rápido.
—¿Es muy maniobrable?
Mayhew le miró fijamente.
—Señor Daum, es un carguero.
Daum apretó los labios con cierto fastidio. —Ya sé eso. La pregunta es…
—La pregunta es —le interrumpió Miles—, ¿podemos acelerar y dejar atrás el bloqueo o evadirlo maniobrando? No. Como ve, ya he hecho mis deberes. La frustración ensombreció el rostro de Daum.
—Entonces, me parece que ambos estamos haciéndonos perder el tiempo. Demasiado tiempo perdido… —Empezó a levantarse.
—La siguiente pregunta es, ¿hay otra manera de hacer que el cargamento llegue a destino? Sí, lo creo —dijo Miles firmemente.
Daum volvió a sentarse, tenso, desconfiado, esperanzado.
—Continúe.
—Usted ya ha hecho bastante en el sistema de comunicaciones de Beta. Camuflaje; creo que su cargamento puede camuflarse suficientemente bien para pasar la inspección del bloqueo. Pero tendremos que trabajar juntos en eso, y con un poco más de franqueza… —Miles hizo un cálculo, basándose en el porte y en la edad del feliciano—. ¿Mayor Daum?
El hombre se tensó. ¡Ajá!, pensó Miles, le atrapé al primer intento. Reprimió esa jactancia interna y mostró una suave sonrisa.
—Si es usted un espía peliano o un mercenario oserano, juro que le mataré… —empezó a decir Daum. Bothari tenía los párpados caídos, en una pose de ficticia tranquilidad.
—No lo soy —dijo Miles—, aunque sería una buena estratagema si lo fuera. Le llevo a usted y a sus armas, le llevo hasta mitad del viaje y le hago salir y que camine. Aprecio su necesidad de cautela.
—¿Qué armas? —dijo Daum, tratando tardíamente de recobrar su máscara.
—¿Qué armas? —repitió Mayhew, en un nervioso y casi mudo susurro al oído de Miles.
—Sus rejas de arado y segadoras, entonces —dijo Miles condescendiente—. Pero sugiero que terminemos el juego y nos pongamos a trabajar. Soy un profesional (y si compras eso, tengo también a la venta esa bonita granja en Barrayar) y también lo es usted, obviamente, o no hubiera llegado tan lejos.
Los ojos de Mayhew se abrieron desmesuradamente. Aparentando acomodarse en su asiento, Miles le pateó preventivamente en el tobillo. Toma nota, se dijo; la próxima vez, despiértale antes y prepárale mejor. Aunque lograr que el piloto estuviera funcional esa mañana había sido más bien como tratar de despertar a los muertos. Miles no estaba seguro de que hubiera podido hacerlo mejor más temprano.
—¿Es usted un soldado mercenario? —preguntó Daum.
—Ah… —dijo Miles. Había querido decir un capitán mercante profesional, pero quizás esta interpretación que hizo Daum le resultara más atractiva al feliciano—. ¿Qué cree usted, mayor?
Bothari contuvo el aliento un instante. Mayhew, en cambio, pareció repentinamente desalentado.
Entonces, era eso lo que quisiste decir ayer —murmuró—, reclutar…
Miles, que no había querido decir nada de eso con su humorística salida acerca de estar buscando hombres desesperados o temerarios, le contestó en voz baja:
—Por supuesto —dijo en un tono de máxima naturalidad—. Seguramente, se dio usted cuenta…
Daum miró dubitativamente a Mayhew, pero su vista cayó luego en Bothari. Éste se mantenía en posición de descanso, con una expresión de notable frialdad. La convicción endureció la mirada de Daum.
—Por Dios —murmuró—, si los pelianos pueden contratar galácticos, ¿por qué no podemos nosotros? —Subió un poco la voz—. ¿Cuántas tropas componen su equipo? ¿Qué naves tiene?
Oh, Diablos, y ahora ¿qué? Miles improvisó como loco:
Mayor Daum, no quisiera engañarle… —Bothari respiró agradecido, según pudo ver Miles de soslayo—. Estoy… separado de mi equipo en este momento. Están cumpliendo otro contrato. Yo sólo estaba de visita en Colonia Beta por… razones médicas, así que sólo cuento conmigo mismo y… el personal indispensable y una nave que mi flota me reservó. Sólo eso puedo ofrecerle. Pero se espera habitualmente que operemos de forma independiente, en nuestro grupo (¡exhale, sargento, por favor, exhale!), así que, como tengo algo de tiempo antes de reunirme con ellos y encuentro su problema tácticamente interesante, mis servicios están a su disposición.
Daum movió la cabeza lentamente varias veces.
—Ya veo. ¿Y por qué rango debo dirigirme a usted?
Miles casi se autonombró allí mismo almirante. ¿Capitán? ¿Asistente?, se preguntaba febrilmente.
—Dejémoslo simplemente en señor Naismith, por ahora —sugirió con frialdad—. Un centurión sin sus cien hombres es, después de todo, un centurión solamente de nombre. Por el momento, necesitamos enfrentarnos a la realidad. —¿Alguna vez…?
—¿Cómo se llama su unidad?
Miles asoció libremente con frenesí.
—Los Mercenarios Dendarii.
Al menos lo dijo con fluidez.
Daum le estudió ansiosamente.
—He estado anclado en este maldito lugar dos meses, buscando un transportador que pudiera ocuparse y en quien se pueda confiar. Si espero más tiempo, podría ser la demora lo que destruyese el propósito de mi misión, tanto como cualquier traición. Señor Naismith, he esperado bastante, demasiado. Me arriesgaré con usted.
Miles asintió con satisfacción, como si hubieran estado concluyendo transacciones semejantes durante muchos más años de los que en realidad tenia.
—Entonces, mayor Daum, me comprometo a llevarle a Tau Verde IV. En ello va mi palabra. Lo primero que necesito es más información. Dígame todo lo que sabe sobre los mercenarios oseranos y sus procedimientos de bloqueo…
—Tenía entendido, mi señor —dijo severamente Bothari mientras se alejaban del hotel por la acera mecánica—, que el oficial Mayhew iba a transportar el cargamento; no me dijo nada acerca de acompañarle usted mismo.
Miles encogió los hombros, con un aire elaboradamente natural.
—Hay tantas variables, hay tanto en juego… Sencillamente, debo estar allí. Es injusto cargarlo todo en los hombros de Arde. Quiero decir, ¿tú lo harías?
Bothari, aparentemente atrapado entre su desaprobación del plan-de-rápido-enriquecimiento de su señor y su baja opinión sobre el piloto, respondió con un gruñido no comprometido que el oficial Mayhew prefirió no advertir.
Los ojos de Miles brillaban.
—Por otra parte, esto pondrá un poco de emoción en tu vida, sargento. Debe de ser tan gris como el polvo el seguirme a todas partes todo el día. Yo me aburriría enormemente.
—Me gusta aburrirme —dijo malhumorado Bothari.
Miles sonrió, secretamente aliviado por no haber sido regañado más severamente por su ocurrencia de los «Mercenarios Dendarii». Bueno, el breve momento de fantasía probablemente fuera bastante inofensivo.
El trío encontró a Elena caminando de un lado a otro en el recibidor de la señora Naismith. Dos manchas brillantes de color le encendían las mejillas y estaba murmurando algo en voz baja. Atravesó a Miles con una colérica mirada.
—¡Betanos! —dijo con repugnancia.
—¿Qué ocurre? —preguntó Miles cautelosamente.
Elena dio otra vuelta por el salón, con las piernas rígidas, como si estuviera pisando cuerpos.
—Ese horrible holovídeo —se enardeció—. ¿Cómo pueden…? Oh, no puedo describirlo siquiera.
¡Ajá!, encontró uno de los canales pornográficos, pensó Miles. Bueno, tenía que pasar a la larga.
—¿Holovídeo? —preguntó animadamente.
—¿Cómo pueden permitir esas horribles calumnias sobre el almirante Vorkosigan y el príncipe Serg y nuestras fuerzas? ¡Creo que deberían sacar a los productores y fusilarlos! Y a los actores… y al guionista… En casa lo haríamos, por Dios…
No era un canal pornográfico, evidentemente.
—Eh, Elena, ¿qué era exactamente lo que estabas mirando?
Su abuela estaba sentada en la mecedora flotante, con una rígida sonrisa nerviosa.
—Traté de explicarle que todo es ficción, ya sabes…, para hacer la historia más dramática…
Elena dio rienda suelta a un ruidoso siseo; Miles dirigió a su abuela una mirada suplicante.
—
La Delgada Línea Azul
—explicó crípticamente la señora Naismith.
—Oh, yo lo he visto. Es una reposición —dijo Mayhew.
Miles recordaba vívidamente el docudrama. Lo habían exhibido por primera vez dos anos antes, y su bajeza había contribuido a hacer de su visita escolar a Colonia Beta la experiencia surrealista que, por momentos, había sido. El padre de Miles, por entonces el comodoro Vorkosigan, había iniciado la abortada invasión barrayarana de Escobar, aliado de Colonia Beta, diecinueve anos atrás, como oficial del Estado Mayor. Había terminado, tras las catastróficas muertes de los co-comandantes, el almirante Vorrutyer y el príncipe de la corona, Serg Vorbarra, como comandante de la armada. Su brillante retirada todavía era citada como ejemplar en los anales militares de Barrayar. Los betanos, naturalmente, tenían otra visión del asunto. El «azul» del título del docudrama se refería al color del uniforme usado por la Fuerza Expedicionaria Betana, de la cual había formado parte el capitán Cordelia Naismith.
—Es… es… —Elena se volvió hacia Miles—. No hay nada de cierto ahí, ¿no?
—Bueno —dijo Miles, apaciguadoramente, con años de práctica en aceptar la versión betana de la historia—, algo. Pero mi madre dice que nunca usaron el uniforme azul hasta que la guerra estaba prácticamente terminada. Y jura y perjura, en privado, que ella no asesinó al almirante Vorrutyer; pero no dice quién lo hizo. Todo lo que mi padre cuenta sobre Vorrutyer es que fue un brillante estratega defensivo. Nunca he sabido bien cómo interpretarlo, ya que Vorrutyer estaba a cargo de la ofensiva. Y todo lo que mi madre dice de él es que era un poco extraño, lo cual no suena tan malo, hasta que reflexiono que ella es betana. Nunca dijeron una palabra contra el príncipe Serg, y mi padre estaba en el mando con él y le conocía, por lo que imagino que la versión betana del príncipe es un montón de propaganda de guerra.
—Nuestro mayor héroe —gritó Elena—. El padre del emperador… Cómo se atreven…
—Bueno, incluso en nuestro lado parece haber consenso al respecto de que nos sobrepasamos al asediar y tomar Escobar, además de Komarr y Sergyar.
Elena se volvió ahora hacia su padre, como el único experto entre los presentes.
—¡Usted sirvió con mi señor el conde en Escobar, señor! ¡Dígale a ella —con un gesto de su cabeza señaló a la señora Naismith— que no es así!
—No me acuerdo de Escobar —replicó pétreo el sargento, en un tono que, aun en él, era inusualmente insípido y desalentador—. No le prestes atención a eso… —señaló el visor del holovídeo—. Fue un error que lo vieras.
La tensión en los hombros de Bothari perturbó a Miles. Y su mirada fija. ¿Enojo? ¿Por un holovídeo efímero que ya había visto antes y que había ignorado tan rápidamente como lo hizo Miles?