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Authors: Katherine Neville

El círculo mágico (43 page)

BOOK: El círculo mágico
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Se rió y sacudió la cabeza, pero cuando retiró sus manos de las mías, me observó con gran atención.

Sin una palabra, sacó algo del bolsillo interior del chaleco y me lo dio. En mi mano abierta yacía un pequeño medallón de oro, de forma ovalada, grabado con el diseño de un animal volador parecido al que Dacian llevaba en el chaleco. Tenía un cierre a cada lado; cuando presioné uno, se abrió. Dentro había una imagen bastante vieja, una fotografía reluciente, pintada a mano sobre metal como los daguerrotipos con capa de platino de finales del siglo pasado. Pero a diferencia de muchas imágenes de esa época, en que las personas aparecían con la expresión petrificada de un salmón, ésta tenía, con sus tonos reales, la frescura de un retrato reciente.

La cara era sin duda la del joven Dacian Bassarides. Observé, algo sobrecogida, ese magnetismo que todos me habían descrito, en esa cápsula del tiempo procedente de su juventud, su primitivismo elemental saltaba como una fuerza de la naturaleza. Tenía los cabellos negros sueltos hacia atrás y la camisa abierta para mostrar el tórax y el poderoso cuello. Su rostro atractivo, con la nariz recta y delgada, los intensos ojos oscuros y los labios entreabiertos desprendían una esencia salvaje e inquietante que me trajo a la mente la pantera de Laf, la compañera del dios.

Pero cuando volví a presionar y se abrió la otra tapa, por poco se me cae el medallón. ¡Era como verme reflejada en un espejo!

La cara que contenía poseía la misma tez pálida «irlandesa» que yo, mis rebeldes cabellos negros y los ojos verde pálido. Pero es que además, todos los detalles, incluso el hoyuelo idéntico en la barbilla, casaban a la perfección. Aunque las ropas eran de otro tiempo y lugar, tuve la sensación de ir por la calle y encontrarme por sorpresa con mi propia hermana gemela.

Dacian Bassandes me seguía observando con atención. Por fin, habló.

—Eres igual que ella —dijo sin más—. Wolfgang Hauser ya me lo había advertido, pero aun así no estaba preparado. Te estuve observando desde la parte trasera del restaurante antes de poder acercarme a la mesa y conocerte. No sabría cómo explicar lo que siento, es como un vértigo, como caer en el túnel del tiempo...

Se quedó en silencio.

—Debiste de quererla mucho.

Cuando lo dije, me vinieron de golpe a la cabeza todos los aspectos espinosos que eso suscitaba en cuanto a él y al papel que había representado en relación con mi familia. Pero por muy brutal que fuera, no quedaba más remedio; tenía que preguntarlo.

—Si tú y la abuela crecisteis juntos, os queríais y ella iba a tener un hijo tuyo, ¿por qué se casó con Hieronymus Behn? Creía que lo despreciaba. ¿Y por qué se fugó luego con Lafcadio, después de que naciera el niño, y lo abandonó también?—Como te he dicho antes, resulta difícil responder preguntas si no están bien formuladas —contestó con una sonrisa irónica—. No tienes que creerte todo lo que oigas y mucho menos de mis labios: al fin y al cabo, soy un
rom.
Pero te explicaré lo que pueda, porque creo que tienes derecho a saberlo. Es más, tienes que saberlo todo, si quieres proteger esos papeles que hay en tu bolso, bajo la mesa.

De alguna forma, un gran trago de vino se me desvió hacia la tráquea. Me ahogaba y alargué la mano hacia el agua, pensando si tenía visión de rayos X o, quizá, podía leerme la mente.

—Wolfgang Hauser me habló de ellos cuando nos cruzamos en la cocina —dijo, leyéndome la mente—. Cuando vio el bolso examinado en dos aduanas y en el control de seguridad de la OIEA, le extraño que llevaras tantos papeles para el trabajo. Hizo una suposición razonable. Pero ya volveremos a eso. Para responderte a la pregunta, Pandora era mi amante y la madre de mi único hijo, pero no era mi prima, sino mi esposa. Esas fotografías que tienes en la mano son del día de nuestra boda.

__¿Estabas casado con Pandora? —solté atónita—. ¿Pero cuándo

fue eso?

—Como verás, en esa foto ella aparenta unos dieciocho o veinte años—afirmó—. Pero de hecho tenía trece, y yo dieciséis, el día que nos casamos. Entonces era diferente: las chicas muy jóvenes ya eran mujeres y, por otra parte, los matrimonios tempranos son bastante habituales entre los
rom.
A la edad de trece años, Pandora era una mujer, te lo aseguro. Luego, cuando yo tenía veinte y ella diecisiete, se marchó, y nuestro hijo Augustus nació en la casa de Hieronymus Behn.

En mi cerebro hervían millones de preguntas, pero en ese momento llegó el camarero con el postre de chocolate con nombre de violinista gitano, un bol de
Schlagobers
y una botella de
grappa,
ese embriagador licor italiano elaborado con semillas de uva fermentadas y que es el doble de fuerte que el coñac. Cuando el camarero se marchó, moví la mano para indicar que no quería beber nada más; ya estaba a punto de darme algo sin necesidad de tomar más copas. Dacian me llenó el vaso de todos modos, luego levantó el suyo e hizo chinchín con el mío.

—Tómalo. Puede que lo necesites antes de que acabe —dijo.

—¿Todavía no has acabado? —susurré muy bajito aunque, cuando miré a mi alrededor, vi que éramos los únicos comensales que quedábamos en esa parte del restaurante y que los camareros, con la servilleta doblada sobre el brazo, se encontraban a una distancia discreta, en el otro extremo de la habitación, hablando entre sí.

Después de todo ese tema de las creencias que casaban con la realidad, de repente me di cuenta de lo que creía: de todo lo que no había querido averiguar hasta entonces, ésta iba a ser la peor parte. Esperaba estar equivocada pero no depositaba demasiada fe en ello. Cerré los ojos un momento. Cuando los abrí, Dacian Bassarides estaba sentado a mi lado, cerrándome la salida del banco. Apoyó una mano sobre mi hombro y de nuevo sentí su energía. Lo tenía tan cerca que percibí su cálido perfume, como la fragancia de la salvia y las hogueras, como el aroma húmedo de las selvas donde vive la pantera divina.

—Sé que lo que te he contado te ha impresionado y puede que incluso asustado, Ariel, pero era sólo parte de lo que he venido a revelarte desde Francia —afirmó con gravedad. Cogió el relicario, lo cerró y se lo guardó en el bolsillo del chaleco—. Es imprescindible que oigas todo lo que tengo que contarte, por muy desagradable que sea. Cerrar los ojos y los oídos en este momento es una decisión peligrosa para cualquiera de nosotros, sobre todo para ti.

No puedo tomar ninguna decisión —me quejé con amargura—. No creo que pueda soportar nada más.

—Ya lo creo que puedes —dijo—. Eres la única nieta de Pandora, y la mía también. Lo sepas o no, naciste para tener lo que se podría llamar una cita con el destino; un viaje que ya has iniciado. Pero mi pueblo distingue entre destino y sino. No creemos que las personas nazcan con un «sino» que las lleve a actuar según un guión escrito por una mano superior, sino que cada uno de nosotros posee un destino, una pauta preexistente que, en el fondo de nuestro corazón, deseamos cumplir algún día. No obstante, para verterte a ti mismo en esa nueva forma, esa vasija superior, como quien dice, tienes que reconocer que es tu destino y buscarlo en consecuencia, al igual que un cisne que ha crecido entre gallinas debe darse cuenta de que su destino es aprender a nadar y a volar, o no dejará de ser un ave pedestre que escarba entre el polvo toda su vida.

Por algún motivo, la comparación me irritó. ¿Cómo se atrevía a sugerir que algo en nuestra sangre «de cisne» merecía una «vasija superior»? Tomé un saludable trago de
grappa
y me volví hacia él.

—Mira, quizá mi «destino» sea ser la única meta de Pandora —le dije, contrariada—. Quizá mi «destino» sea parecerme tanto a ella. Y quizá sea cierto que nací justo después de que ella muriese. Pero eso no me convierte en algún tipo de reencarnación o de clon suyo, ni quiere decir que su destino esté de algún modo relacionado con el mío. No existe ninguna «forma» o «pauta» en mi interior que me induzca a realizar ni tan sólo una de las crueldades que al parecer os hizo a ti y a todos los que se relacionaron con ella.

Dacian me observó un momento con los ojos muy abiertos. Después, se echó a reír, de un modo algo frío.

—A eso me refería al decirte que no creyeras todo lo que oías, y de nuevo es el resultado de no hacer bien las preguntas —concluyó. Al ver que yo no decía nada, añadió—: Tienes que entender que ninguno de nosotros fue un peón. Ni Hieronymus Behn, ni yo. Ni Pandora, Lafcadio, Earnest o Zoé. Como tú, teníamos opciones. Pero una opción implica una decisión, y las decisiones generan acontecimientos. Cuando ya se ha producido un acontecimiento, es demasiado tarde para retroceder en el tiempo y cambiarlo. Sin embargo, nunca es tarde para examinar las lecciones de la historia.

—Me he negado a examinar la historia familiar toda mi vida —le informé—. Si lo he logrado durante tanto tiempo, ¿por qué iba a empezar ahora?

—Quizá porque la ignorancia no es ningún logro —me sugirió Dacian.

¿No era eso lo que yo decía siempre? Extendí las manos para mostrarle que aceptaba que siguiera.

—Justo antes de que nos casáramos —empezó Dacian—, Pandora v yo supimos, horrorizados, que algo de gran valor que pertenecía a su familia, algo de una importancia inmensa, había caído por medio de engaños en manos de un hombre llamado Hieronymus Behn. Pandora estaba obsesionada por recuperarlo, misión que ambos emprendimos a pesar de que éramos conscientes de las posibles penalidades que podíamos sufrir. Nos llevó tiempo encontrarlo y, cuando por fin dimos con ello, compredimos que para lograr nuestro objetivo necesitaríamos conseguir acceso a su casa y ganarnos la confianza de la familia. Trabé amistad con Lafcadio en su escuela de Salzburgo y Pandora conoció a Hermione y a los niños, hasta que por último se trasladó a vivir en casa de los Behn en Viena. Pero nadie podía saber que cuando nuestros esfuerzos estuvieran a punto de dar fruto, Hermione iba a caer gravemente enferma. La dolencia del cerebro acabó con ella muy deprisa y la misma noche que murió, Hieronymus violó a Pandora y la obligó a casarse con él sin demora. Era un hombre de la peor calaña. Pero cuando se casó con él, Pandora ya estaba casada conmigo. Durante cierto tiempo, yo no podía aceptar que nos sometiera a todos a ese destino, porque no puede haber nada peor que ver cómo tu esposa embarazada es ultrajada por otro hombre, que después la expulsa de forma ignominiosa a la vez que secuestra al niño... —¿Secuestra? —dije, estupefacta—. ¿Qué quieres decir?

—Que a tu padre no lo abandonó nadie —me aclaró—. Cuando Hieronymus Behn descubrió que Pandora había conseguido recuperar lo que estaba buscando, la echó a la calle, cerró la casa y huyó con nuestro hijo. Augustus fue retenido como rehén para cobrar un rescate que Pandora y yo no habríamos podido pagar nunca aunque hubiéramos dispuesto de los medios para hacerlo.

—¡Rescate! —exclamé. De pronto lo comprendí todo. Ninguno de los dos dirigió la mirada al bolso que yacía entre nosotros bajo la mesa. Estaba tan desorientada que cuando habló me costó un minuto procesar lo que dijo.

—Puede que no sepas con exactitud lo que llevas en la cartera —comentó—, pero debes tener una idea muy clara de su valor y peligro. Si no fuera así, lo habrías vendido, o quemado, o dejado atrás al venir. No habrías adquirido nunca un compromiso tan importante como llevarlo contigo por medio mundo. Así que cuando Wolfgang Hauser dijo que creía que obraba en tu poder y decidí contártelo todo sobre nuestra familia, incluido lo de nuestras raíces romanís, le pedí enseguida que se íuera. La información sobre esos papeles que obran en tu poder para mí significa algo que, por fortuna, a él se le escapa. Le pedí que se reuniera con nosotros cerca del café, dentro de un cuarto de hora.

Se detuvo y me miró directamente a los ojos. Cuando oí sus siguientes palabras, me quedé helada.

—Sólo puedes haber sabido la importancia de esos documentos hace poco, y de labios de alguien que tuviera algo más que una simple idea superficial de su significado real. Puesto que no fui yo y que los otros se han llevado el secreto a la tumba, me imagino que lo has sabido por la última persona que los tuvo en sus manos. Lo que sugiere que tu primo Samuel está vivo y que no hace mucho que has hablado con él.

EL EJE

Las ramas y la fruta del... Árbol del mundo se muestran en elarte y los mitos de Grecia, pero sus raíces se encuentran en Asia... El Árbol del mundo es un símbolo que complementa, o a veces se
superpone, al de la Montaña central, y ambas figuras son sólo formas más elaboradas del Eje cósmico o Pilar del mundo.

E.A.S. BUTTERWORTH,

The Tree at the Navel of the Earth

En un universo en que los planetas giran alrededor de los soles y las lunas dan vueltas alrededor de los planetas, donde la fuerza sola domina siempre a la debilidad y la obliga a ser una esclava obediente si no quiere que la aplaste, no pueden existir leyes especiales para el hombre. Para él prevalecen también los principios eternos de esta sabiduría última. Puede intentar comprenderlos, pero escapar a ellos, jamás.

ADOLF HITLER,

Mi lucha

 

Estaba hecha un lío. Un auténtico lío. Me sentía enferma de verdad. ¿Cómo podía haber sido tan ingenua como para imaginar que una inocente chica atómica como yo, sin entrenamiento alguno en espionaje, iba a salvar esos peligrosos manuscritos y a proteger a Sam de paso, si las dos primeras personas que me habían visto habían deducido de inmediato lo que acarreaba en el bolso?

Procuré disimular el remolino de emociones que me asaltaba mientras el camarero llegaba con la nota. Sólo Dios sabe cómo logré arrastrarme para salir del banco, ponerme el abrigo y navegar a lo largo del restaurante. Dacian Bassarides me siguió sin decir palabra. En medio de la Herrengasse, me aferré con una fuerza desesperada a mi bolso letal.

—Tus temores son casi palpables —dijo Dacian—. Pero el miedo es una cosa necesaria y saludable. Agudiza la consciencia, es algo que no debe reprimirse...

—No lo entiendes —lo interrumpí con urgencia—. Si tú y Wolfgang habéis adivinado que tengo estos papeles, es posible que otros también lo hayan descubierto. Sam está en un peligro terrible, han intentado matarlo. Pero ni siquiera sé qué son estos manuscritos, ni mucho menos cómo protegerlos. ¡No sé en quién confiar!

—La respuesta es sencilla —sentenció Dacian y, con calma, me tomó la mano y se la puso bajo el brazo—. Tienes que confiar en la única persona que sabe lo que son y que puede aconsejarte, al menos de momento, qué debes hacer con ellos, y en ambos casos resulta que soy yo. Además, puesto que nuestro amigo Herr Hauser sabe que tienes estos papeles, sería un error levantar sus sospechas simulando que no es cierto. Confía en él hasta lo que ya ha sospechado; un gesto que puede acabar siendo oportuno en otros sentidos. Pero nos está esperando cerca de aquí, así que será mejor que nos reunamos con él. Hay algo que os quiero enseñar a ambos.

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