El Club del Amanecer (31 page)

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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El Club del Amanecer
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—Si te llevo a Cartier —dice Eddie—, eliges un Timex. Si te ofrezco cualquier coche del aparcamiento, eliges un Hyundai. Si te llevo a comer a Lutèce, pides una hamburguesa con patatas fritas. Te vendes barato, Boone, colegui, si canjeas esta ficha por una estríper.

—Es mi ficha —dice Boone.

—Lo es, sin duda —dice Eddie—. ¿Estás seguro de lo que haces, hermano?

Boone asiente con la cabeza.

—Porque tú eres mi amigo, Boone —dice Eddie—. Me has devuelto lo más preciado de mi vida y eres mi amigo. Te daría cualquier cosa. ¿Quieres la casa de al lado? Es tuya. ¿Quieres esta casa? Me mudo esta misma noche y tú te instalas aquí. Por eso, como amigo tuyo, Boone, te lo suplico: no desperdicies este regalo. Por favor, hermano, no malgastes mi generosidad en una gachí barata.

—Es lo que quiero.

Eddie se encoge de hombros.

—Trato hecho. No me meteré con la zorra.

—Gracias —dice Boone—.
Mahalo
.

—Sabes que eso me va a costar.

—Lo sé —dice Boone.

—Y que eso significa echar a Danny a los tiburones.

—Lo dejas librado a su propio karma —dice Boone.

—Es una manera de verlo.

Boone pregunta:

—¿Tú has hecho matar a esa mujer, Eddie?

—No.

—¿De verdad?

Eddie lo mira a los ojos:

—Por la vida de mi hijo.

—De acuerdo.

—¿Todo bien?

—Todo bien.

—¿Más Crunch?

—No, mejor me voy —dice Boone, pero cambia de idea—. Bueno, no sé. ¡Qué demonios!, ¿por qué no?

—¡Más Crunch! —grita Eddie—. ¿Alguna vez has visto Centauros del desierto en alta definición?

—No.

—Yo tampoco —dice Eddie—. Bueno, nunca la he visto entera.

Eddie aprieta unos botones del mando a distancia y el DVD se pone en marcha otra vez. La imagen es tan buena que casi parece que John Wayne fuera de verdad.

Capítulo 88

Danny regresa a la habitación cuando Boone se marcha.

—¿Me has vendido? —pregunta a Eddie.

Eddie sacude la cabeza.

—Mejor piensa un poco antes de abrir el buzón —dice Eddie—. ¿Qué le he prometido? Le he prometido que la zorra puede campar a sus anchas. ¿Y qué?

—Pues que testificará —dice Danny—. Dirá lo que ha visto, lo que sabe…

—Entonces, más vale que le brindemos algún motivo para que no lo haga —dice Eddie—. ¿Qué es lo que ella quiere?

Después de dos años en Wharton, lo que ha aprendido se puede resumir en seis palabras:

Todo

El

Mundo

Tiene

Un

Precio.

Capítulo 89

La pequeña Luce está tumbada encima de un colchón sucio tirado en el suelo.

Está triste y asustada, aunque la presencia de las demás niñas, tumbadas a su alrededor como una camada de cachorrillos, la reconforta un poco. Siente el calor de su piel, escucha su respiración, huele sus cuerpos: el olor acre, pero familiar, del sudor y la suciedad.

Al fondo, la boca de una ducha gotea con el ritmo constante de los latidos del corazón.

Luce intenta dormir, pero cada vez que cierra los ojos ve lo mismo: los pies de un hombre vistos desde debajo de la cama del hotel. Oye el grito apagado de Angela, ve cómo se elevan sus pies. Siente otra vez su propio terror y vergüenza al esconderse bajo la cama mientras los pies se marchaban. Recuerda haber permanecido allí, atormentada por la indecisión: permanecer escondida o salir corriendo. Recuerda el valor que le hizo falta para levantarse, salir al balcón y mirar hacia abajo. Revive aquella imagen espantosa: el cuerpo roto de Angela, como una muñeca arrojada sobre una pila de basura, allá en Guanajuato.

Ahora vuelve a oír pasos. Se cubre la espalda con la sábana delgada y cierra los ojos con fuerza: si ella no ve, tal vez no la vean.

Entonces oye la voz áspera de un hombre.

—¿Cuál de ellas es?

Pasos pesados, mientras los hombres dan vueltas en torno a los colchones, se detienen y siguen andando. Tira más de la sábana y aprieta los ojos hasta que le hacen daño, pero no sirve de nada. Siente que los pies se detienen a su lado y a un hombre que dice:

—Esta.

No abre los ojos cuando siente la manaza en su hombro. Se atreve a deslizar la mano para agarrar la cruz que lleva al cuello y la aprieta, como si ella pudiera evitar lo que sabe que va a ocurrir. Oye al hombre que dice:

—Está bien, nena; nadie te va a hacer daño.

Entonces siente que la levantan.

Capítulo 90

Amanece en Pacific Beach.

La luz amarilla pálida se filtra a través de la niebla matinal como un atisbo leve e incierto de esperanza.

Un surfista solitario está sentado en su tabla sobre el mar crecido. No es Boone Daniels.

Tampoco es David el Adonis ni Sunny Day ni el Marea Alta ni Johnny Banzai.

El único que ha salido aquella mañana es el Doce Dedos. Aguarda solo a unas personas que no van a aparecer.

El Club del Amanecer no ha venido.

Capítulo 91

Las niñas salen de la hilera de árboles que bordea los fresales. Caminan hacia el cañaveral como los soldados de una patrulla.

Teddy Cole las ve venir.

Ha dormido a la intemperie entre las cañas, el cuerpo le duele de frío y se estremece, mientras trata de concentrarse en las formas de las niñas, escudriña a través de la niebla, tratando de reconocer los rostros. Huele el humo acre del fuego de una cocina a sus espaldas: las tortillas que se calientan en una sartén al fuego.

Teddy las observa a medida que van adquiriendo formas definidas y aprecia las sutiles diferencias de estatura y manera de andar. Conoce a cada una de aquellas niñas: sus brazos y sus piernas, la textura de su piel y sus sonrisas tímidas. El corazón le empieza a palpitar de angustia y esperanza mientras enfoca cada rostro.

Pero ninguno es el de ella.

Vuelve a mirar, luchando contra la desilusión y la sensación inefable de pérdida, pero ella no está allí.

Luce ha desaparecido del Club del Amanecer.

Capítulo 92

Sunny se sienta delante del ordenador con su infusión y comprueba el oleaje.

En realidad, no necesita que un complejo programa informático le avise que está a punto de llegar el gran oleaje —¡ni que fuera Navidad!—, porque lo siente en ebullición. Un mar pesado, como preñado. Siente los latidos de su propio corazón, acompasados con la intensidad de las olas que se acercan, como un toque de tambor grave y fuerte en su pecho.

Sunny vuelve al ordenador a comprobar el viento y la corriente a fin de decidir cuál será el mejor lugar para coger la ola, su ola. Repasa las cámaras que enfocan el oleaje, aunque en realidad todavía está demasiado oscuro y no se ve casi nada. Sin embargo, por las imágenes que aparecen en el ordenador —la corriente, el viento—, no cabe duda: su ola se dirige justo hacia Pacific Beach Point.

Se pone de pie otra vez, inquieta, se acerca a la ventana y mira el océano de verdad. Está oscuro y neblinoso, pero el sol comienza a atravesar la capa del mar y se siente rara y desdichada —es una sensación extraña— por no estar en el agua con el Club del Amanecer. Es la primera mañana en muchos años que no se presenta.

Pensó en ir, pero no se sintió capaz de hacer el esfuerzo. Le parecía imposible estar allí con Boone.

«Es ridículo —piensa—. Absurdo.»

Sabe que Boone ha estado con otras mujeres desde que rompieron y ella ha estado con otros hombres, pero el hecho de verlo —ver a aquella mujer con la ropa que ella había usado, tan cómoda, como si estuviera en su casa— le pareció una traición espantosa.

«Y que Boone me hiciera pensar que había muerto, cuando en realidad estaba follando con ella…»

Por eso no se presentó al Club del Amanecer.

«Tal vez sea mejor así —piensa—. Ya va siendo hora de seguir adelante. Mañana cogeré mi ola y, con ella, comenzaré una nueva vida.»

Va a vestirse. Habrá mucho movimiento en The Sundowner, con la llegada de tantos surfistas, y es probable que a Chuck le vaya bien que le echen una mano.

De modo que decide ir temprano.

Capítulo 93

El Marea Alta también piensa en ir a The Sundowner.

Tiene hambre y frío y le apetece tomar una taza de café caliente y una pila de crepes de plátano bañados en sirope de arce.

La noche ha sido larga: ha estado sentado en su coche, media manzana al sur del chabolo de Boone, dirigiendo a sus antiguas tropas como un general que sale de su retiro para librar una batalla. Le ha resultado agradable, aunque extraño, darse cuenta de que, si él lanzaba el grito de guerra, los muchachos reaccionarían como si no hubiese pasado el tiempo. Sin embargo, también le ha dado pena recordar aquella época que ha dejado atrás.

Esa pena, no obstante, no era nada en comparación con el tremendo dolor que le produce tener que fallarle a su primo, pero la vida está llena de decisiones difíciles y él ha dado prioridad a una familia antes que a la otra.

Ya está.

Ahora mira el mar y observa que la familia que ha escogido no está reunida. Él no ha salido aquella mañana porque estaba ocupado vigilando a Boone, que solo Dios sabe por dónde andará. Johnny no está allí probablemente porque está muy cabreado con Boone y tratando de resolver el caso de asesinato. Y Sunny está furiosa: se siente dolida y traicionada.

El único que ha salido es el Doce Dedos, que aguarda, como un niño que regresa solo a casa después del cole, a que su mamá y su papá vuelvan del trabajo.

En eso piensa cuando alguien le golpea la ventanilla.

Es Boone.

El Marea Alta baja la ventanilla.

—Ya está —dice Boone.

—¡Qué bien!

—Todavía estás a tiempo de meterte en el agua —dice Boone.

—¿Y tú?

Boone sacude la cabeza y mira su cabaña:

—Tengo cosas que hacer.

—Sí, creo que yo también me voy a escaquear esta mañana —dice el Marea Alta—. Mejor me voy a desayunar.

—Buena idea —dice Boone—. Ah, y una cosa: gracias, ¿eh?

—Tranqui, tronco.

«Eres del
aiga

Capítulo 94

Johnny Banzai duerme algunas horas, se levanta y, de su armario, escoge una camisa, unos pantalones, una chaqueta de sport y una corbata, pero después deja de lado todo lo anterior y se decide por un traje gris marengo. Hoy tiene que ir a los tribunales —puede que se presente ante el juez— y ya sabe que suele valer la pena añadir un toque de formalidad.

Le resulta extraño ir a trabajar desde su casa, en lugar de hacerlo desde la playa, y cambiarse de ropa en su dormitorio, en lugar de hacerlo en el coche. Ya se ha perdido antes otras sesiones del Club del Amanecer, por obligaciones laborales o familiares, pero esta vez parece diferente.

Como si fuera el final de algo.

El comienzo de algo nuevo.

«Fases y etapas, supongo —piensa Johnny mientras se anuda la corbata encamada y se mira al espejo—. En un momento dado de tu vida, piensas que nunca te casarás y después te casas. Después piensas que nunca tendrás hijos y de pronto tienes dos. Y siempre has dicho que jamás dejarás el Club del Amanecer, pero puede que ahora…»

El truco que utilizó Boone.

No se refiere a lo del Boonemóvil: aquello fue típico de Boone, si bien cuesta creer que haya sacrificado la vieja camioneta que conservaba tantos recuerdos para todos ellos, tantos viajes por la costa, arriba y abajo, las olas, las cervezas, la música, las chicas. Ha sido duro ver desaparecer todo aquello envuelto en llamas, aunque tal vez fuese necesario.

No, se refiere al truco de la abogada, esa inglesa. Quizá fuese su acento lo que puso a Johnny de mala hostia, aunque probablemente fuera que Boone recurriese a unas paridas que cabía esperar de la gente guapa de La Jolla, los ricos y los influyentes, pero no de un camarada de toda la vida.

«Reconoce —se dice a sí mismo, mientras mira a su mujer, Beth, dormida en la cama— que jamás habías pensado que verías a Boone ir detrás del dinero, que jamás se te ocurrió que pudiera gustarle una mujer de ese tipo, toda esa cuestión profesional ambiciosa.»

«Pues bien, nunca digas nunca jamás.»

Johnny besa a su esposa, que le murmura «Buenos días», después pasa por la habitación de cada uno de sus hijos, para verlos. El niño, Brian, está profundamente dormido con su pijama del Hombre Araña, estirado en la cama de debajo de las literas que había pedido para que sus amigos se pudieran quedar a dormir. Abbie también duerme, hecha un ovillo bajo su sábana de la Mujer Maravilla. Una levísima película de sudor le cubre el labio superior.

«Gracias a Dios —piensa Johnny—, ha salido a su madre.»

La observa allí tendida, tan apacible, inocente y —eso espera— segura y piensa en el cepillo de dientes infantil que había en la habitación del motel Crest. ¿Quién sería la niña? ¿Qué estaría haciendo allí? ¿Dónde estará ahora?

Johnny se acerca, deposita un beso tierno en la mejilla de su hija y se dirige hacia la puerta.

Va a ser un día difícil. El juicio civil contra Dan Silver comienza a las nueve; está previsto que Tammy Roddick suba al estrado poco después y Johnny quiere estar presente, de modo que tendrá que llegar antes al despacho del juez para conseguir una orden tanto para Boone como para Roddick. Es probable que ella esté en el estrado un par de horas o algo más; entonces Johnny pretende recogerlos a los dos y tratar de conseguir algunas respuestas sobre la muerte de Angela Hart.

«Lo lamento, Boone —piensa—, pero voy a invocar “la regla del salto”.»

Capítulo 95

De pie en el muelle, Boone observa al Doce Dedos, sentado en el agua completamente solo.

El chaval ni se molesta en coger ninguna de las olas buenas que pasan como si las fabricara una máquina. Se limita a esperar en el rompiente y las deja pasar por debajo, como si estuviera catatónico o algo así.

Boone agita los brazos y grita:

—¡Doce!

El Doce Dedos gira la cabeza, lo ve y mira hacia otro lado.

Poco después, rema hacia la orilla. Boone lo ve recoger la tabla, caminar a lo largo de la playa y subir por la calle.

Capítulo 96

Petra está sentada a la mesa de la cocina cuando entra Boone. Tiene entre las manos una taza de té.

—Oye, ya está —dice él—. Problema resuelto. Se acabó.

—¿Qué quieres decir? —pregunta ella.

—Que ya te puedes ir —dice Boone—. Tammy puede testificar sobre el incendio y decirle a la pasma lo que sepa sobre el asesinato de Angela, sin que Danny mueva un dedo.

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