El Club del Amanecer (42 page)

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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El Club del Amanecer
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Boone arquea la espalda y trata de sacudirse a Dan de encima, pero no puede. Se siente débil, cansado y luego muy somnoliento. Los pulmones claman por que abra la boca y tome aire. Que haga una buena inspiración profunda de cualquier cosa, aunque sea agua.

El cerebro le dice que se rinda. Duerme, no sufras más.

En su imaginación, está en el mar.

Una ola gigantesca, una montaña, se curva sobre su cabeza.

Queda suspendida en el tiempo durante un segundo.

Colgada allí, como indecisa.

Entonces rompe sobre él.

Catapún.

Capítulo 143

Johnny Banzai irrumpe en el claro.

Lleva la chapa clavada en la chaqueta y la pistola de policía en la mano.

Harrington y la gente del condado le van a la zaga, pero Johnny ha exigido ir el primero.

Después de todo, se trata del honor de su familia.

Entra rápido y con decisión, sin preocuparse por su seguridad. Ha oído un disparo a lo lejos y no sabe lo que estará ocurriendo, pero se mete en el claro preparado para lo que sea.

Algunos de los hombres ya han echado a correr. Otros siguen allí de pie, sobresaltados y confusos. Johnny no se preocupa por los mojados; ve a tres tíos más jóvenes y mejor vestidos que se alejan corriendo hacia una hilera de árboles y unas niñas que miran a su alrededor y se arremolinan en medio del caos.

Entonces oye otro disparo.

Aparentemente, procede del otro lado del cañaveral, de al lado del río.

Johnny pide una ambulancia y corre a toda velocidad hacia el ruido.

Capítulo 144

Boone siente que Dan afloja la presión hasta soltarlo y que después su cuerpo se separa del suyo y queda flotando en el agua. Una aureola de sangre rodea la cara de Boone. Se impulsa hacia la superficie y ve, como en un sueño misterioso, a un anciano japonés de pie en la orilla del río.

Tiene una escopeta entre las manos temblorosas.

A lo lejos, Boone oye chillidos, sirenas…, aunque podría ser que su cabeza le estuviese jugando una mala pasada.

Se arrastra hasta la orilla del río y sale de él.

Entonces oye algo más.

Una mujer que llora.

Un bramido producido por un dolor indescriptible.

Capítulo 145

Sunny levanta la vista y ve que tendrá que soportar que le rompan encima una o dos olas más, pero no pasa nada, porque está en un buen lugar, cerca de la base de las olas y lejos del punto donde rompen con más fuerza. De todos modos, ahora sí que suelta el invento, porque la tabla va a querer seguir la ola y ella no quiere.

Aguanta las dos olas y, cuando acaba la serie, David la sube al Jet Ski.

—Aquel pato mareao te robó la ola —dice David.

—Ya me he dado cuenta.

David la lleva a la orilla.

Algunas personas corren por la playa, incluso algunos socorristas con equipo médico, pero ella les hace señas de que no se preocupen:

—Estoy bien, estoy bien.

Sin embargo, David ya se dirige a grandes zancadas hacia el lugar donde Tim Mackie está abriendo la boca delante de su séquito y de algunos periodistas.

—Oye, tú, pato mareao —dice David—. Sí, tú. Contigo estoy hablando.

—¿Te pasa algo, tío? —pregunta Mackie.

Parece sorprendido, como si nadie pudiera tener nada que objetarle a Tim Mackie.

—No, al que le pasa algo es a ti —dice David—. Podrías haberla matado.

—No la vi, tío.

El Marea Alta interviene:

—Entonces hazte mirar la vista, hermano.

—No se hacen putadas así en mi playa —dice David.

—¿Conque esta playa es tuya?

—Exacto —dice David.

Da un paso al frente, dispuesto a separar la cabeza de Mackie de su cuerpo, pero el Marea Alta se le adelanta y Sunny se pone delante de los dos chicos y los aparta.

—Puedo encargarme de esto yo sola. Gracias, pero no necesito que me tratéis como si fuese vuestra hermanita menor.

—Haría lo mismo —dice David— si le hubiese pasado a Boone o a…

—Sé cuidarme sola.

«Magnífico —piensa ella para sus adentros, al ver que todo el mundo la mira fijamente—. Quería la ola del día y, en cambio, logré la caída estrepitosa del día y armar un follón con Tim Mackie, el niño mimado.»

—Has estado mal —dice ella.

—Lo lamento —dice Mackie—. Ha sido culpa mía.

Pero lo dice con una sonrisa de suficiencia.

—Gilipollas —dice Sunny.

Él se ríe de ella.

Hay una sola manera de responderle. Ella coge la tabla y echa a andar otra vez por la orilla, hasta que puede empezar a remar otra vez. Oye que la gente murmura:

—Va a volver a salir. ¡Increíble! ¿Después de aquello? La chavala lo va a volver a intentar.

«Claro que sí —piensa ella—: la chavala lo va a volver a intentar.»

Va a volver a salir a coger la ola más grande.

Capítulo 146

Johnny Banzai corre.

Cuesta atravesar la espesura de las cañas, que le producen cortes en la cara y le arañan los brazos cuando intenta apartarlas para poder pasar.

Entonces oye, como a lo lejos, el lamento de una mujer.

Capítulo 147

Tammy tiene a Luce en su regazo.

Le acaricia el cabello y solloza. Sus manos están calientes y pegajosas por la sangre de la niña, que le brota de un agujerito en el cuello.

—Basta —dice Tammy—. Basta, por favor.

Tammy aprieta el cuello de Luce con la mano, pero la sangre sale a borbotones a su alrededor. Se siente estúpida, débil y mareada y algo le duele, en alguna parte del cuerpo, aunque no sabe dónde, y Luce tiene los ojos muy abiertos y no la oye respirar y no deja de manar la sangre. Oye una voz masculina que dice:

—Dámela.

Alza la vista y ve a Daniels, que intenta coger a Luce. Tammy la aprieta aún más.

—Dámela —dice Boone.

—Está muerta.

—No, no está muerta.

«Todavía no», piensa Boone.

La niña está muy mal —se está desangrando y a punto de entrar en estado de shock—, pero sigue viva.

Es como un sueño en el momento de despertar: en parte real, en parte ilusión. Todo está lejos aún, como cuando se mira por el otro lado de un telescopio, y él siente como si estuviera envuelto en algodones, pero sabe que, para que la niña viva, no puede detenerse.

El anciano japonés ya se está quitando la chaqueta.

Boone la coge y envuelve a Luce con ella. A continuación, se arrodilla a su lado y le pasa la mano por el cuello, encuentra el pequeño orificio de entrada y lo aprieta con el pulgar. La levanta con el otro brazo, la sostiene contra su pecho y se dirige otra vez al cañaveral, en dirección a la carretera, adonde puede llegar la ambulancia.

—No te vayas, Luce —le dice—. Quédate con nosotros.

Pero la niña tiene los ojos vidriosos.

Le tiemblan los párpados.

Capítulo 148

Sunny se seca las gotas de agua de los ojos y vuelve a mirar.

Ha visto lo que ha visto.

A cincuenta metros, pero acercándose a toda velocidad.

Las olas suelen venir en series de tres y ya han pasado las tres, pero, de vez en cuando, la serie incluye también una cuarta. Esta ola adicional es alucinante: más grande, más fuerte, más fantástica.

Una mutante.

Los que tienen experiencia en olas la llaman «la ola Dios mío». Porque eso es, precisamente, lo que dice Sunny cuando la ve:

—¡Dios… mío!

Es la ola de su vida.

«De mi vida —piensa Sunny—. Mi oportunidad de conseguir la vida que quiero viene como un bólido hacia mí y estoy en el lugar perfecto en el momento perfecto.»

Se sostiene sobre las caderas para mirar a su alrededor a ver lo que están haciendo los equipos de las motos de agua. Los ve más lejos, esperando la próxima serie.

«Ajá, pues la próxima serie está aquí, chavales», piensa.

En ese momento, ve que el Jet Ski de Mackie arranca con tanta velocidad que no le costaría nada robarle la ola, pero entonces observa que el Marea Alta se pone a remar hasta situarse entre la moto de Mackie y ella. Tim, el niño mimado, tendría que pasarle por encima y no va a hacerlo. No por encima del Marea Alta.

Normalmente, aquello la molestaría, pero ya ha dicho todo lo que tenía que decir en la playa y se acabó. Ahora no es más que el Club del Amanecer ocupándose los unos de los otros y lo acepta como es.

«Esta ola es mía», piensa, mientras se tumba sobre su tabla, la hace girar y la orienta hacia la playa. Empieza a remar con fuerza y mira una vez por encima de su hombro para ver la ola inmensa que se eleva detrás de ella. Baja la cabeza cuando siente que la ola recoge la tabla, la levanta como si fuese una astilla y después…

¡Está en la cúspide del mundo!

Lo ve todo: el océano, la playa, la ciudad detrás y las colinas verdes más allá de la ciudad. Ve el gentío en la playa, ve que la observan y que los fotógrafos enfocan las grandes cámaras sobre sus trípodes. Ve una barca que se acerca, con fotógrafos a bordo: se acercan lo suficiente para disparar, pero sin cruzarse en su camino. Por encima de su cabeza se acerca un helicóptero y ella sabe que dentro van los tíos con las cámaras de vídeo, preparados para filmarla surfeando.

«Si es que surfeo…», piensa, mientras se arrodilla, preparándose para ponerse en pie.

Si… ¡y una mierda!

Se acabaron los condicionales.

Entonces deja de pensar.

Se ha acabado el momento de pensar; a partir de ahora, solo instintos y acción.

La nariz de la tabla baja de golpe y ella se pone de pie, bien firme, con los músculos de las pantorrillas tensos. El tiempo parece detenerse y ella queda suspendida por un segundo en lo alto de la ola.

«Es demasiado tarde —piensa—. La he perdido…»

Entonces…

La tabla cae en picado.

Ella se inclina hacia la derecha, justo lo necesario para pillar el arranque, pero no tanto como para caer dentro de la ola y sufrir otro revolcón. Abre los brazos para buscar el equilibrio, flexiona las rodillas para ganar velocidad y despega, baja por la pared de aquella ola gigantesca, con el cabello flameando por detrás, como un estandarte personal, mientras gira los pies ligeramente hacia la derecha y remonta un poco más la ola, para volver a bajar a una velocidad increíble.

Demasiado rápido.

La tabla se sacude y rebota sobre el agua y ella queda en el aire por un segundo, con la tabla casi treinta centímetros por debajo de ella. Cae sobre ella y pierde el equilibrio, sigue de refilón, de cabeza hacia la pared de la ola.

Se oye el clamor del gentío de la playa.

Se va a dar un batacazo.

Sunny siente que se va, que la oportunidad se le escapa, conque rota hacia la izquierda, se pone en cuclillas y se endereza cuando la cresta de la ola se forma encima de ella y entonces…

Se encuentra rodeada de verde, totalmente en el interior de la ola. No hay nada más: solo ella y la ola, ella dentro de la ola, su ola, su vida.

Los observadores de la playa la pierden de vista. Contienen el aliento, porque lo único que ven es la ola, aquella chavala tan valiente está ahí dentro, en algún lugar, y la cuestión es si saldrá o no.

Entonces una explosión de espuma brota del costado del tubo y la mujer sale despedida, todavía de pie, tocando con la mano izquierda la pared de la ola, y la multitud le tributa una ovación. Chillan por ella, gritan por ella y ella vuelve a subir a lo alto de la ola.

Ahora vuela y aprovecha el impulso para coronar la cresta.

Está en el aire, muy alto por encima de la ola y, cuando salta de la tabla, pega un salto mortal completo antes de caer al agua por detrás. Cuando sale a la superficie, David está allí con la moto de agua. Ella se agarra a la camilla de rescate, se sube, recoge su tabla y se deja conducir hacia la playa.

Allí la espera el gentío.

La asedian los fotógrafos, los periodistas y los ejecutivos de las empresas de surf.

«Ha sido la navegada del día», le dicen.

«No —piensa ella—, ha sido la navegada de mi vida.»

Capítulo 149

Irreal.

Lo que Johnny ve entre las cañas parece de otro mundo.

Boone Daniels se dirige hacia él con paso vacilante; lleva en brazos a una niña; tiene el pecho empapado de sangre y más sangre le mana por el costado de la cabeza.

—¡Boone! —brama Johnny.

Boone lo mira con ojos vidriosos y un atisbo de reconocimiento y se le acerca a trompicones, tendiéndole a la niña, como un náufrago iza a una criatura hacia un bote salvavidas. Johnny observa entonces que el pulgar de Boone aprieta con fuerza la herida que la niña tiene en el cuello.

Johnny coge a la pequeña de sus brazos y pone su pulgar donde estaba el de Boone. Boone lo mira y le dice:

—Gracias, Johnny.

Y cae de bruces.

Capítulo 150

Olas.

Olas alfa, fenómenos que transportan energía y leves vibraciones desfilan por el cerebro aturdido de Boone mientras Rain Sweeny atraviesa remando el rompiente suave de la playa, se sumerge bajo una ola que se acerca y vuelve a salir del otro lado.

Se sacude el agua del cabello rubio y sonríe.

Es un día precioso; en el cielo azul no hay nubes y el mar es tan verde como el campo en primavera. El Muelle de Cristal resplandece al sol.

Rain levanta la vista hacia el muelle y saluda con la mano.

Asomado a la ventana de su cabaña, Boone sonríe y le devuelve el saludo. Después está en el agua, nadando hacia ella con brazadas suaves y rítmicas; el agua fresca le acaricia la piel y le alivia el dolor, que no tarda en convertirse en mero recuerdo, un sueño de una vida pasada que parecía real, pero solo era un sueño.

Rain le tiende la mano y lo atrae hacia ella y después está sentado en su propia tabla, junto a ella, subiendo y bajando en el ligero oleaje. El Club del Amanecer espera detrás, donde acaban las olas. Sunny y David, el Marea Alta y Johnny… Hasta el Optimista ha venido esta mañana y también Pete. Boone los oye conversar y reír y entonces se acerca una ola.

Empieza a formarse a lo lejos, se levanta y sigue subiendo y rueda y parece tardar una eternidad en formar la cresta y Rain le vuelve a sonreír, se tumba y empieza a remar, tiene los brazos y la espalda fuertes y gráciles y se acerca a la ola sin dificultad.

Boone rema tras ella para coger la ola y navegarla juntos hasta la playa, pero, al mirar hacia delante, no hay orilla, sino solo un mar azul infinito y una ola que se desliza para siempre.

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