El Club del Amanecer (36 page)

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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El Club del Amanecer
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De modo que interrumpe la cháchara políglota de Eddie, una especie de monólogo interior, y le dice:

—Perdona, hermano, pero hoy no cuentes conmigo.

—Tiene que ser esta noche —dice Eddie.

—Pues búscate a otro.

—Te quiero a ti.

Y dice una cifra que equivale a tres veces lo que cobra David al mes por sacar a la gente del mar. Tres putos meses de estar sentado en la torre, vigilando a aquella gente que regresa a su casa, su familia, su cuenta bancaria y su fondo fiduciario.

Además, añade:

—Si te escaqueas esta noche, David, se acabó lo que se daba. Te jubilarás con una pensión de socorrista y tendrás que trabajar de repartidor de correspondencia o cocinando hamburguesas, hermano.

«A la mierda —piensa David—. Yo no quiero ser como George Freeth.»

Capítulo 112

«Allá fuera hay un mundo del cual no tienes ni idea.»

Es lo que piensa Boone cuando sale del apartamento de Tammy, regresa al BMW y arranca. Oscurece y empiezan a encenderse las luces de la calle. El océano se va poniendo gris pizarra, tirando al negro. «¿Qué estabas tratando de decirme, Tammy?», piensa Boone. De acuerdo, volvamos al principio una vez más.

Tammy tiene en su piso una fotografía de una niña llamada Luce.

Teddy entra en el cañaveral situado junto a los fresales y, protegido por un puñado de
mojados
armados, sale poco después con la misma niña. La lleva a una habitación de un motel, la droga y, cuando está a punto de violarla, irrumpes tú y lo pones contra la pared.

La niña sale corriendo y entran los guardaespaldas de Danny, que se llevan a Teddy y él los conduce directamente a donde tiene escondida a Tammy en Shrink’s. Tú llegas primero. Ellos tratan de matarla, pero no lo consiguen. Te la llevas a tu casa, le hablas de Angela y…

Ella no se sorprende.

Tammy ya lo sabía.

Ella no envió a Angela al motel Crest en su lugar, sino que fue con ella. Estaba en el motel la noche que Angela fue asesinada. ¿Era una cuestión de celos? ¿Acaso Tammy tendió a Angela una trampa? ¿La mató ella misma? Tammy es una mujer grande y fuerte: podría haber arrojado a Angela desde el balcón.

Eso sería una locura, porque, cuando salió del motel, fue a la casa de Angela. Se dio una ducha y se acostó. Preparó café, que no bebió, y tostadas, que no comió. A continuación, llamó a Teddy, que la ocultó en Shrink’s. Cuando tú le apretaste las clavijas a él, salió corriendo, pero no a ver a Tammy, sino a…

Los fresales, a buscar a la niña.

Y Teddy sabía bien dónde buscarla, porque ya había estado allí antes. Fue directamente a los fresales y, cuando intenté seguirlo, me topé con un trío de
mojados
furiosos que me dieron de hostias y de patadas y me llamaron…

Pendejo, lambioso, picaflor
.

De modo que estaban acostumbrados a que fueran tíos a los cañaverales a abusar de las menores. Es lo que pensaron que había ido a hacer yo, conque ha de ser un lugar al que suelen ir los pederastas. Y el tío de la escopeta, el chaval con el machete y el anciano estaban hartos. Encontraron la oportunidad de hacer algo al respecto y lo hicieron, salvo que…

No les importó que Teddy fuera a los fresales a buscar a la niña. A él lo dejaron pasar, pero a mí no…

«Eres imbécil, Daniels —dice para sus adentros—. Los
mojados
no estaban vendiendo a la niña, sino que la estaban protegiendo. Sin embargo, dejaron que Teddy se la llevara al motel.»

Se detiene en el Muelle de Cristal, se baja del coche y va a su casa. Entra en el dormitorio, se dirige al escritorio y abre el cajón.

Rain Sweeny lo mira.

Lleva una cadena de plata con una cruz en torno al cuello.

—Dime algo —dice Boone—. Por favor, cariño, dime algo. «Allá fuera hay un mundo del cual no tienes ni idea.»

«Si hubieses visto lo que he visto yo.»

Boone deja la fotografía de Rain y saca la pistola de la mesita de noche. Se la mete en la pretina de los vaqueros y vuelve a salir.

Va a resolver este asunto, pero antes tiene que pasar por un sitio. A resolver eso también.

Capítulo 113

Sunny se acerca a la pared a pasar revista a su colección de tablas de surf.

Su colección es su caja de herramientas, su fortuna, su mayor inversión. Hasta el último dólar que le quedaba después de pagar la comida y el alquiler ha ido a parar a las tablas: tablas cortas y tablas largas de distintas formas y diseños para distintos tipos de olas. Elige entonces la Gun más grande que tiene, la baja de su soporte, la extrae de su bolsa y la apoya en el suelo.

Realmente es una tabla enorme, de tres metros de largo, hecha por encargo para ella, y le costó mil doscientos dólares: muchas propinas de The Sundowner. La revisa en busca de muescas o pequeñas grietas y, como no encuentra ninguna, comprueba las quillas, para asegurarse de que estén bien firmes. Esperará a mañana para encerarla, de modo que la vuelve a meter en la bolsa y la sube a su soporte. Después baja su otra Gun grande, la de recambio, porque olas como aquellas podrían partir sin dificultad una tabla por la mitad y, en ese caso, quiere tener otra a punto, para poder volver a salir enseguida.

A continuación, revisa el «invento»: la cuerda de un metro y medio de largo sujeta por un extremo a la tabla y, por el otro, a una tira de velcro que le rodea el tobillo. Desde que se inventó aquello se pueden remontar olas grandes, porque permite al surfista recuperar la tabla antes de que se estrelle contra las rocas.

Pero el invento es un arma de doble filo. Por una parte, ayuda al posible rescatador a encontrar a un surfista que haya quedado atrapado bajo el agua, en el rompiente, porque la tabla sale a la superficie y actúa como indicador: así los buzos pueden seguir el invento y bajar hasta dar con el surfista. Por otra parte, sin embargo, la cuerda se puede enredar en las piedras o en los arrecifes de coral y no dejar salir al surfista a la superficie.

Por eso se usa una correa de velcro, fácil de abrir, y Sunny se pone a practicar la manera de soltarse. Se ajusta la correa al tobillo y se tumba en el suelo; después se inclina hacia delante y despega el velcro, con lo cual suelta la correa. Lo hace diez veces a partir de la posición tumbada; a continuación, se coloca de lado y lo repite diez veces más del lado derecho y otras diez del izquierdo. Después, apoya los pies en el respaldo del sofá, se tumba en el suelo y se incorpora para soltar el velcro. La repetición de los ejercicios aumenta la fuerza abdominal que algún día podría salvarle la vida, si quedase atrapada bajo el agua y se viese obligada a hacer uno de aquellos abdominales contra una fuerte corriente de agua que la empujase hacia atrás. Además, es una disciplina mental practicar en su apartamento, seco y sereno, para que el movimiento resulte tan automático que pueda hacerlo bajo el agua, con los pulmones ardiendo y el océano estallando sobre su cabeza.

Satisfecha con la maniobra, se pone de pie, entra en la pequeña cocina y se prepara una taza de té verde. Lleva el té a la mesa, enciende el ordenador portátil y se conecta a
www.surfshot.com
para comprobar el avance del gran oleaje.

Es una mancha roja que se arremolina en el mapa electrónico del Pacífico y ahora aumenta de tamaño en los alrededores del condado de Ventura. Allí los grupos se echarán al agua por la mañana, conseguirán sus grandes olas y llegarán a las revistas.

Sin embargo, resulta evidente que el oleaje se dirige hacia el sur.

Sin cambiar de página, consulta los informes de las boyas, la temperatura del agua, los informes meteorológicos y la dirección del viento. Hace falta una combinación perfecta para producir un oleaje realmente grande. Todos los hilos de la cometa tienen que reunirse al mismo tiempo: si fallase un solo elemento, podría estropearlo todo. Si el agua se calienta o se enfría demasiado; si el viento, en lugar de soplar desde tierra, sopla desde el mar; si…

Se levanta de la mesa y se sienta delante del pequeño altar hecho con una tabla de pino dispuesta sobre bloques de toba. La tabla sostiene una estatua de Guanyin, un busto pequeño de Buda, una foto de un Dalai Lama sonriente y un quemador de incienso. Enciende el incienso y reza.

«Te lo suplico, Guanyin; por favor, no dejes que se detenga allá fuera, que se apague en la amplia curva de la bahía del Sur. Te lo ruego, Buda compasivo: que llegue hasta mí. Por favor, no dejes que pierda su furia y su fuerza ni su potencial para cambiar la vida antes de llegar hasta mí.»

«He sido paciente, he sido constante y he sido disciplinada.»

«Ahora me toca a mí.»

«Om mani padme hum.»

«La joya en el loto.»

«La vida va a cambiar —piensa—, sea lo que sea que ocurra mañana.»

«Si consigo un patrocinador, si logro entrar en el circuito profesional… No —se corrige—, no es “si”, sino “cuando”. Cuando consiga un patrocinador y logre entrar en el circuito profesional, viajaré mucho, recorreré el mundo entero. No estaré en The Sundowner, no estaré en el Club del Amanecer.»

«¿Y Boone?»

«Boone nunca se irá de Pacific Beach.»

«Él dirá que sí, nos haremos la promesa de reservar tiempo para estar juntos, hablaremos de que él venga adonde yo esté, pero no será así.»

«Acabaremos distanciándonos.»

«Y los dos lo sabemos.»

«Si he de ser justa con Boone, siempre me ha apoyado.»

Recuerda la conversación que tuvieron dos años atrás, cuando ella se esforzaba por tomar una decisión acerca de qué hacer con su vida. Estaban juntos en la cama y el sol entraba apenas a través de la persiana. Como siempre, él había dormido como un tronco, mientras que ella no había parado de dar vueltas.

—¿Soy buena? —le preguntó ella de improviso.

Sin embargo, él sabía perfectamente a qué se refería.

—Buenísima.

—A mí también me lo parece —dijo ella—. He pensado que tengo que tomármelo en serio y prepararme de verdad para intentarlo.

—Claro que sí —dijo él—. Podrías hacerlo de maravilla.

«Claro que podría», piensa ella ahora.

«Puedo.»

«Lo haré.»

Llaman a la puerta.

La abre y allí está Boone.

Capítulo 114

David el Adonis echa la Zodiac a la laguna de Batiquitos. «Esto es una locura», piensa y tiene toda la razón.

Han advertido que se espera un fuerte oleaje y los guardacostas han dado aviso a las embarcaciones pequeñas y, si algo se puede considerar «una embarcación pequeña», es una Zodiac de mierda.

Conduce la Zodiac fuera de la laguna, hacia mar abierto. Le resulta casi imposible salir y le va a costar atravesar el rompiente. Sin embargo, Eddie el Rojo tiene razón: David conoce aquellas aguas, conoce los rompientes, la corriente, los lugares con buenas olas. Si puede salir con una tabla, puede salir con una embarcación.

Lo consigue.

Gira y pasa por el brazo entre dos olas, sale y dirige la Zodiac hacia el sur. Decide seguir pegado a la costa hasta llegar lo bastante al sur para adentrarse en el mar, hacia las coordenadas que Eddie le ha dado para encontrarse con la embarcación que viene de México con el cargamento.

Capítulo 115

—Precisamente, estaba pensando en ti —dice Sunny.

—¿Mal?

—No.

Sunny lo hace pasar y Boone se sienta en el sofá. Ella le ofrece una taza de té, pero él no quiere nada. En realidad, no quiere nada de beber, pero parece querer decirle algo, aunque no acaba de decidirse. Elle le echa una mano:

—¿Qué nos ha pasado, Boone?

—No lo sé.

—Estábamos tan bien juntos —dice ella.

—Tal vez sea el gran oleaje —dice Boone—. Me da la impresión de que trae algo más.

Ella se sienta a su lado.

—Yo tengo la misma sensación. Es como si viniese un oleaje fuerte que se llevará consigo un montón de cosas y ya nada será igual. No va a ser ni mejor ni peor, necesariamente, sino solo diferente.

—Y uno no puede hacer nada para impedirlo —dice Boone.

Sunny asiente con la cabeza.

—Y la otra chavala…

—Petra.

—De acuerdo. ¿Es que tú y ella…?

—No —dice Boone—. Quiero decir, me parece que no.

—¿Te parece que no?

—No lo sé, Sunny —dice Boone—. No sé qué pasa. Ya no sé lo que sabía antes. Lo único que sé es que todo está cambiando y no me gusta.

—Según Buda, lo único constante es el cambio —dice Sunny.

—Mejor para él —dice Boone.

«Este viejo con barriga cervecera que sonríe como si estuviera colocado —piensa Boone— siempre está metiendo las narices entre Sunny y yo. Conque “lo único constante es el cambio”… Chorradas retro
hippie
New Age. Aunque como que tiene razón. Si te fijas en el mar, por ejemplo, siempre está cambiando. Siempre es diferente y, sin embargo, sigue siendo el mar. Como Sunny y yo: es posible que nuestra relación cambie, pero siempre nos seguiremos queriendo.»

—Pareces cansado —dice Sunny.

—Estoy hecho polvo.

—¿No puedes dormir un poco? —le pregunta.

—Todavía no —dice él—. ¿Y tú? Tienes que descansar: se acerca el gran día.

—He estado mirando lo que dicen en los
chats
. Van a estar allí todos los grandes. Muchos con equipos de remolque. Voy a hacer la prueba, de todos modos, pero…

—Lo bordarás —dice él—. Los harás picadillo.

—Eso espero.

—Estoy seguro.

¡Válgame Dios, qué bien le viene que le diga eso! Boone puede ser o no ser un montón de cosas, pero no cabe duda de que es un amigo y que siempre le ha tenido fe y eso, para ella, lo es todo. Se pone de pie y dice:

—Tengo que irme a la cama.

—Sí, claro.

Él también se pone de pie.

Permanecen cerca y en silencio durante unos minutos dolorosos, hasta que ella dice:

—Quédate, si quieres.

La estrecha entre sus brazos. A partir de hoy, después de que ella remonte su ola gigante, todo será diferente: ella será diferente y ellos también lo serán.

—Hay algo que tengo que hacer —dice Boone— esta noche.

—Está bien. —Lo aprieta con fuerza durante un instante y se da cuenta de que lleva la pistola—. Oye, Boone, se me ocurren como media docena de chistes malos, pero…

—Tranquila.

Lo aprieta aún más por un segundo y después lo suelta. Según Buda, aferrarnos es lo que nos hace sufrir.

—Será mejor que te vayas antes de que los dos cambiemos de idea.

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