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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

El día de las hormigas (12 page)

BOOK: El día de las hormigas
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Chli-pu-ni insiste.

Son demasiado peligrosos. No podemos esperar a que desaparezcan por sí mismos.

103.683 observa:

Parece que hay Dedos que viven bajo la Ciudad.

Si Chli-pu-ni pretende acabar con los Dedos, ¿por qué no empieza por éstos?

La reina se sorprende de que la soldado esté informada del secreto. A continuación se justifica. Los Dedos que están debajo no son una amenaza. No conocen la forma de salir de su agujero. Están aprisionados. Basta con dejarlos morir de hambre y el problema se resolverá por sí solo. Tal vez en ese momento no sean otra cosa que cadáveres.

Sería una lástima.

La reina lava sus antenas.

¿Por qué? ¿Te gustan los Dedos? ¿Te permitió tu viaje al confín del mundo comunicarte con ellos?

La soldado se enfrenta.

No. Pero sería una lástima para la zoología, porque ignoramos las costumbres y la morfología de esos animales gigantes. Y sería una lástima para la cruzada porque partiríamos hacia el confín del mundo sin apenas saber cómo son nuestros adversarios.

La reina queda turbada. La soldado aprovecha su ventaja.

¡Y sin embargo, qué ganga! Disponemos de un nido de Dedos a domicilio, a nuestra entera disposición. ¿Por qué, entonces, no lo aprovechamos?

Chli-pu-ni había pensado en ello. 103.683 tiene razón. Es verdad, esos Dedos son prisioneros suyos, en resumidas cuentas, exactamente igual que los ácaros que ella estudia en su sala de zoología. Aprisionados en su concha de avellana, los ácaros son un vivero de lo infinitamente pequeño. Aprisionados en su caverna, los Dedos le ofrecen otro vivero de lo infinitamente grande…

Por un momento la reina siente la tentación de escuchar a la soldado, de gestionar fríamente su «Dedalera», de salvar a los últimos Dedos si todavía viven, e incluso de reanudar eventualmente el diálogo con ellos. En nombre de la ciencia.

¿Y por qué no domesticarlos? ¿Por qué no transformarlos en monturas gigantes? Indudablemente podría conseguirse su sumisión a cambio del alimento.

Pero de pronto ocurre lo imprevisto.

Surgida de no se sabe dónde, una hormiga kamikaze se abalanza sobre Chli-pu-ni e intenta decapitarla. 103.683 reconoce en la regicida a una rebelde del establo de los escarabajos. De un salto, 103.683 abate a la audaz con un golpe de su mandíbula sable antes de que haya conseguido perpetrar su crimen.

La reina ha permanecido impasible.

¡Mira de lo que son capaces los Dedos! Han transformado a las hormigas de olores de roca en fanáticas dispuestas a asesinar a su propia soberana. Ya lo ves, 103.683, no se debe ni hablar con ellos. Los Dedos no son animales como los demás. Son demasiado peligrosos. Incluso sus palabras pueden matarnos.

Chli-pu-ni precisa que está al corriente de la existencia de un movimiento rebelde cuyos miembros siguen conversando con los Dedos que agonizan bajo el suelo. Además, ésa es la forma que ella tiene de estudiarlos. Espías adictas se han infiltrado en el movimiento rebelde y la mantienen informada de cuanto se emite desde la Dedalera. Chli-pu-ni sabe que 103.683 ha entrado en contacto con las rebeldes. En su opinión, es algo bueno. De este modo, la soldado también podrá aportarle su ayuda.

En el suelo, la rebelde regicida reúne sus últimas fuerzas para emitir un último mensaje.

Los Dedos son nuestros dioses.

Y luego, nada más. Ha muerto. La reina husmea el cadáver.

¿Qué significa la palabra «dioses»?

También 103.683 se lo pregunta. La reina recorre arriba y abajo la cámara real, repitiendo y repitiendo una y otra vez que cada día es más urgente matar a los Dedos. Exterminarlos. A Todos. Y cuenta con su experimentada soldado para realizar esa tarea capital.

Muy bien. 103.683 necesita dos días para reunir a sus tropas. Y después, adelante. ¡Abajo todos los Dedos del mundo!

30. Mensaje divino

Aumentad vuestras ofrendas.

Arriesgad vuestra vida, sacrificaos.

Los Dedos son más importantes que la reina o la cresa.

No olvidéis nunca que.

Los Dedos son omnipresentes y omnipotentes.

Los Dedos lo pueden todo porque los Dedos son dioses. Los Dedos lo pueden todo porque los Dedos son grandes. Los Dedos lo pueden todo porque los Dedos son poderosos.

¡Ésa es la verdad!

El autor de este mensaje deja rápidamente la máquina antes de que los demás le descubran.

31. Segundo golpe

A Caroline Nogard no le gustaban las comidas familiares. Tenía prisa de que aquélla se acabara para poder reanudar tranquilamente su «obra».

A su alrededor, aquella gente gesticulaba, parloteaba, se pasaba los platos, masticaba y discutía sobre problemas que a ella le traían totalmente sin cuidado.

—¡Qué calor! —dijo su madre.

—En la tele, el del tiempo ha anunciado que la canícula no ha hecho más que empezar. Parece que se debe a la polución de finales del siglo veinte —dijo su padre.

—La culpa es del abuelo. En su época, en los años noventa, contaminaron sin ningún freno. Deberían llevar a toda su generación ante los tribunales —dijo audazmente su hermanita.

Sólo eran cuatro a la mesa, pero los otros tres bastaban para agotar a Caroline Nogard.

—Dentro de un rato nos vamos al cine. ¿Quieres venir, Carol? —le propuso su madre.

—¡No, gracias, mamá! Tengo trabajo en casa.

—¿A las ocho de la noche?

—Sí, un trabajo importante.

—Como quieras. Si prefieres quedarte sola para trabajar a unas horas muy poco adecuadas en vez de distraerte con nosotros, estás en tu derecho…

Ya no podía aguantar más su impaciencia hasta que, por fin, cerró la puerta con doble llave tras ellos. Entonces corrió en busca de la maleta, sacó la esfera de cristal llena de granulados y vertió su contenido en una cacerola metálica que puso a calentar en un mechero Bunsen.

De este modo consiguió un puré pardo, del que se desprendió una bola de aire, sustituida sucesivamente por un humo grisáceo y una llama mezclada al principio con el humo, que terminó convirtiéndose en una hermosa llama, clara y pura.

El procedimiento era sin duda algo arcaico, pero en ese estadio no había otro. Examinaba su obra plenamente satisfecha cuando sonó el timbre.

Abrió la puerta y allí había un hombre con barba, muy pelirrojo. Maximilien MacHarious ordenó tumbarse a los dos grandes galgos que llevaba sujetos a unas cadenas plateadas y, antes incluso de saludar, preguntó.

—¿Está preparado?

—Sí, he acabado las últimas operaciones aquí, en casa, pero los tratamientos principales se han hecho en el laboratorio.

—Perfecto. ¿No ha habido problemas?

—Ninguno.

—¿Nadie está al tanto?

—Nadie.

Caroline derramó la sustancia caliente convertida en ocre en una gruesa botella y se la ofreció.

—Yo me ocuparé de todo. Ahora usted puede descansar —dijo.

—Hasta luego.

Con un gesto de connivencia, el hombre desapareció en el ascensor con sus dos galgos.

Sola de nuevo, Caroline Nogard se sintió aliviada de un gran peso. Ahora ya nada podría detenerlos, pensó. Tendrían éxito en aquel experimento en el que tantos otros habían fracasado.

Se sirvió una cerveza fresca que bebió saboreándola lentamente. Luego se quitó su blusa de trabajo para ponerse una bata rosa. En una de las mangas descubrió un minúsculo desgarrón de forma cuadrada. Zurcirlo no le llevaría mucho tiempo. Cogió hilo y aguja y se instaló delante de su televisor.

Era la hora de
Trampa para pensar.
Caroline Nogard conectó el aparato.

Televisión.

La señora Ramírez seguía allí, con su aspecto de francesa media y su timidez tan auténtica cuando anunciaba sus soluciones o los procesos de lógica que le habían guiado hasta ellas.

En cuanto al presentador, seguía haciendo su número habitual.

—¿Cómo? ¿Que no ha encontrado la solución? Mire bien el encerado y diga a las telespectadoras y a los telespectadores a qué le recuerda esta serie de cifras.

—Bueno, ya sabe, el problema es realmente singular. Se trata de una progresión triangular que parte de la unidad simple para dirigirse hacia algo mucho más complejo.

—¡Bravo, señora Ramírez! ¡Siga por ese camino y encontrará la solución!

—En primer lugar tenemos la cifra «uno». Se diría…, se diría casi que…

—¡Las telespectadoras y los telespectadores le escuchan, señora Ramírez! Y el público la animará.

Nutridos aplausos.

—¡Vamos, señora Ramírez! ¿Se diría casi que…?

—Que se trata de un texto sagrado. El uno se divide para dar dos cifras, que a su vez dan cuatro cifras… Es un poco como…

—¿Es un poco como…?

—Como el preludio de un nacimiento. El huevo original se divide primero en dos, luego en cuatro, y después sigue haciéndose más complejo. Intuitivamente, este cuadro me hace pensar en un nacimiento, en un ser que primero aparece y luego se desarrolla. Resulta bastante metafísico.

—Exacto, señora Ramírez, exacto. ¡Qué soberbio enigma le hemos ofrecido a usted! Digno de su perspicacia y de las ovaciones del público.

Aplausos.

El animador alimentó el suspenso.

—¿Y qué ley rige esa progresión? ¿Cuál es la mecánica de ese nacimiento, señora Ramírez?

Rostro chasqueado de la candidata.

—No la encuentro… Utilizaré mi comodín.

Un murmullo de decepción recorrió la sala. Era la primera vez que la señora Ramírez fallaba.

—¿Está usted segura, señora Ramírez, de que quiere gastar uno de sus comodines?

—¡Qué remedio me queda!

—¡Qué lástima, señora Ramírez! Después de un recorrido tan hermoso y sin ningún fallo…

—Este enigma es bastante especial. Merece la pena que nos detengamos en él. Comodín, y así me ayuda usted.

—Muy bien. Nosotros le habíamos dado una primera frase «Cuanto más inteligente es uno, menos posibilidades hay de hallar la solución.» La segunda frase es: «Hay que olvidar todo lo que se sabe.»

Aire chasqueado de la candidata.

—¿Y eso qué significa?

—Es usted quien debe descubrirlo, señora Ramírez. Para ayudarla, le diré que, como en un psicoanálisis, tiene que dar media vuelta dentro de su cabeza. Simplifique. Sustituya por el vacío los mecanismos de lógica y de reflexión preconcebidos.

—No resulta fácil. ¡Me está pidiendo que elimine la reflexión mediante la reflexión!

—¡Ah! Por eso nuestro programa se llama
«Trampa para…

—…
pensar»
—terminó la sala a coro.

Los espectadores se aplaudieron a sí mismos.

La señora Ramírez, con el ceño fruncido, suspiró. El presentador hizo un gesto de socorro.

—Con su comodín tiene además derecho a una línea suplementaria en el cuadro.

Cogió el rotulador y anotó:

1

11

21

1211

111221

312211

Y luego añadió:

13112221

Primer plano del rostro consternado de la señora Ramírez. Sus ojos parpadearon. Masculló varios «uno», «dos», «tres», como si se tratara de la receta de un pastel de ciruelas. Ante todo, respetar bien las proporciones de los «tres». Y, en cambio, no escatimar con los «uno».

—Vamos, señora Ramírez. ¿Van mejor las cosas?

Muy concentrada, la señora Ramírez no respondió y refunfuñó un «hummm» que significaba: «estoy segura de que esta vez voy a resolverlo».

El presentador respetó su meditación.

—Espero que también ustedes, queridas telespectadoras y telespectadores, hayan anotado cuidadosamente nuestra nueva línea. Hasta mañana, entonces, si así lo desean.

Aplausos. Títulos de cierre. Tambores, trompetas y gritos diversos.

Caroline Nogard apagó el aparato. Le parecía percibir un leve ruido. Acabó su costura. Había quedado perfecto, no se veía la menor huella de aquel maldito agujero. Colocó en su sitio el hilo y las tijeras. De nuevo oyó un ruido de papel arrugado.

Procedía del cuarto de baño. No podía ser un ratón. No habría producido aquel tipo de sonido corriendo por las baldosas. Entonces, ¿uno o varios ladrones? ¿Qué podían estar haciendo en el cuarto de baño?

Por si acaso, fue a buscar en la cómoda el pequeño revólver de calibre 6 que su padre había escondido allí en previsión de circunstancias semejantes. Para sorprender mejor al intruso o intrusos, volvió a conectar la televisión, aumentó el volumen del sonido y se dirigió a paso de lobo hacia el cuarto de baño.

Un grupo de
rap
berreaba su rebeldía.

«Vuestras casas, vuestras tiendas, todo, todo, todo arderá, todo, todo…»

Caroline Nogard se pegó a la puerta, apretando con fuerza el revólver con las dos manos, como había visto hacer en los telefilmes americanos. La abrió de golpe.

Allí no había nadie y, sin embargo, el ruido continuaba dejándose oír, resonando cada vez con más fuerza detrás de la cortina de la ducha. La descorrió de un gesto seco.

Primero avanzó, para comprender mejor el fenómeno. Luego, espantada, gritó y vació en vano todas las balas de su cargador. Retrocedió, jadeante, y de una patada volvió a cerrar la puerta. Por suerte, la llave estaba en el lado bueno. Cerró con doble vuelta y se puso a esperar, al borde de un ataque de histeria.

¡«Aquello» no se atrevía a traspasar la puerta!

Pero «aquello» la traspasaba. E incluso la perseguía.

Empezó a gemir, corrió, cogió objetos que iba arrojando tras de sí. Dio patadas y puñetazos. Pero ¿qué podía hacer ella contra semejante adversario?

32. Motivos de perplejidad

Está lavándose la cabeza con el peine de su tibia.

103.683 no sabe realmente dónde está.

Tiene miedo a los Dedos y… tiene por misión matarlos a todos. Empezaba a creer en la causa rebelde y… ahora tiene que traicionarla. Llegó al confín del mundo con veinte exploradoras y…, ahora que le ofrecen ochenta mil, considera esa cifra perfectamente ridícula.

Pero lo que le preocupa por encima de todo es el movimiento rebelde en sí mismo. Había pensado unirse a aquellas aventureras reflexivas y resulta que se encuentra enfrentada a unas locas, siempre dispuestas a soltar esa palabra que no quiere decir nada «dioses».Incluso resulta raro el comportamiento de la reina. Habla demasiado para una hormiga. Es anormal. Quiere matar a todos los Dedos pero no está dispuesta a hacerles nada a los que viven bajo su propia ciudad. Pretende que el futuro estriba en el estudio de las especies extranjeras y se niega a aprovechar su Dedalera para realizar experiencias sobre la más exótica y desconcertante de ellas.

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