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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

El día de las hormigas (16 page)

BOOK: El día de las hormigas
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Es
una maravilla de nuestro movimiento evolucionario. Hemos conseguido domesticar a estas grandes bestias voladoras. Trata de utilizar una.

103.683 no sabe nada de cómo pilotar coleópteros.

Chli-pu-ni le lanza algunas feromonas consejo.

Mantén siempre tus antenas al alcance de las suyas. Indícale el camino a tomar pensando en él con fuerza. Tu montura obedecerá inmediatamente, lo comprobarás por ti misma. Y en los virajes, no trates de compensar el peso inclinándote en sentido inverso. Acompaña al escarabajo en cada uno de sus movimientos.

44. La CQG es lo que vosotras queráis

La CQG tenía por símbolo un águila blanca de tres cabezas. Dos parecían marchitarse, por lo peligrosamente inclinadas que estaban. La tercera, orgullosamente erguida, escupía un chorro de agua plateada.

Viendo el número y el humo de sus chimeneas uno podía preguntarse si acaso la fábrica producía todos los objetos del país. La empresa constituía realmente una pequeña ciudad por cuyo interior se circulaba en coche eléctrico.

Mientras el comisario Méliés y el inspector Cahuzacq se dirigían hacia el edificio Y, un ejecutivo comercial les precisaba que la CQG fabricaba esencialmente pastas químicas que servían de base a productos farmacéuticos, productos domésticos, productos de plástico y productos alimenticios. Doscientas veinticinco lejías y detergentes, que competían entre sí, habían salido del mismo polvo de jabón de base CQG. Con la misma pasta de queso de base CQG, trescientas sesenta y cinco marcas distintas se disputaba la clientela de los supermercados. Las pastas de resina sintética CQG se convertían en juguetes y en muebles…

La CQG era un
trust
internacional cuya sede se hallaba instalada en Suiza. El consorcio estaba a la cabeza de la producción mundial en numerosos sectores: dentífricos, ceras, cosméticos…

En el bloque Y, los policías fueron conducidos hasta los laboratorios de los hermanos Salta y de Caroline Nogard. Con sorpresa descubrieron que estaban uno al lado de otro. Méliés preguntó.

—¿Se conocían?

El químico de bata blanca y cara llena de granos que les había recibido exclamó.

—A veces trabajaban juntos.

—¿Tenían últimamente algún proyecto en común?

—Sí, pero de momento habían decidido mantenerlo en secreto. Se negaban a hablar de él a sus colegas. Según decían, aún era demasiado pronto.

—¿Cuál era su especialidad?

—Eran generalistas. Tocaban muchos de nuestros sectores de investigación-desarrollo. Ceras, polvos abrasivos, colas para el bricolaje, todas las aplicaciones de la química les interesaban. A veces unían sus talentos, y con éxito, por cierto. Pero por lo que se refiere a sus últimos trabajos, ya le digo que no los habían comentado con nadie.

Siguiendo su idea, Cahuzacq intervino.

—¿Podrían estar trabajando en un producto capaz de volver a la gente transparente?

El químico se rió burlón.

—¿Hacer hombres invisibles? ¿Bromea usted?

—Nada de eso. Al contrario, estoy hablando muy en serio.

El especialista pareció desconcertado.

—Bueno, a ver si se lo explico: nuestro cuerpo no podrá volverse translúcido nunca. Estamos compuestos de células demasiado complejas para que un investigador, aunque sea genial, pueda volverlas de pronto cristalinas como el agua.

Cahuzacq no insistió. La ciencia no había sido nunca su terreno. Lo cual no impedía que algo siguiera preocupándole.

Méliés se encogió de hombros y en su tono más profesional preguntó.

—¿Puedo ver los frascos con las sustancias que estaban estudiando?

—Es que…

—¿Hay algún problema?

—Sí. Ya han venido a pedirlas.

Méliés recogió un pelo de un anaquel.

—Una mujer —dijo.

El químico quedó sorprendido.

—Sí, era una mujer. Pero…

El comisario continuó, muy seguro de sí.

—Tiene entre veinticinco y treinta años. Su higiene es impecable. Es euroasiática y su sistema sanguíneo funciona bastante bien.

—¿Es eso una pregunta?

—No. Lo veo al examinar este pelo que he encontrado en el anaquel, en el único lugar en que no hay polvo. ¿Me equivoco?

El hombre estaba impresionado.

—No se equivoca. ¿Cómo ha sabido esos detalles?

—El pelo está liso, luego ha sido lavado hace poco. Huela, todavía está perfumado. La médula del pelo es espesa, pertenece por tanto a una persona joven. La sección del pelo es de diámetro ancho, característica de los orientales. La médula está muy coloreada, luego su sistema sanguíneo está en perfectas condiciones. Y puedo incluso precisarle que esa mujer trabaja en
El Eco del domingo.

—Está burlándose de mí. ¿Ha visto todo eso en un solo pelo?

Imitó a Laetitia Wells durante su primera entrevista.

—No, me lo ha dicho un pajarito.

Cahuzacq quiso demostrar que tampoco él carecía de olfato.

—¿Qué es lo que ha robado aquí esa dama?

—No ha robado nada —dijo el químico—. Nos preguntó si podía llevarse los frascos a su casa y examinarlos con tiempo. No vimos ningún inconveniente.

Ante el rostro furibundo del comisario, se excusó: —No sabíamos que ustedes pasarían por aquí, ni que también estarían interesados en ellos. En otro caso, por supuesto, los habríamos guardado para entregárselos a ustedes. Méliés dio media vuelta llevándose con él a Cahuzacq: —Decididamente creo que esa tal Laetitia Wells tiene muchas cosas que enseñarnos.

45. Prueba de un escarabajo rinoceronte

103.683 está encaramada en el protórax del coleóptero. La nave mide unos cuatro pasos de largo por dos de ancho. Desde su puesto, por delante de ella, ve alzado y recto, como una especie de proa, saliente, el cuerno frontal curvo del escarabajo. Sus funciones son múltiples: lanza para reventar vientres, visor para disparar ácido, espuela de abordaje, ariete devastador.

Para la valerosa soldado el problema más inmediato sigue siendo el de conducir su máquina.
Con el pensamiento,
le ha aconsejado Chli-pu-ni.

Hay que probar en seguida.

Conexión de antenas.

103.683 se concentra en un despegue. Pero ¿cómo conseguirá vencer la gravedad aquel grueso coleóptero?

Quiero volar. Vamos, al aire.

103.683 no tiene tiempo siquiera de asombrarse. El animal le parecía pesado y torpe, pero, en ese momento, a sus espaldas algo se desliza en medio de bufidos de mecánica bien engrasada. Dos élitros pardos se deslizan hacia delante. Dos alas de envergadura, de color marrón transparente, giran para desplegarse al bies y se animan con un leve batir nervioso. Inmediatamente un ruido ensordecedor invade los contornos. Chli-pu-ni no ha advertido a su soldado que el coleóptero es muy ruidoso en vuelo. El zumbido aumenta todavía de intensidad. Todo vibra. 103.683 no puede dejar de temer el desarrollo de los acontecimientos.

Volutas de polvo y aserrín invaden su espacio visual. Extraño efecto, no es su montura la que se eleva, sino la Ciudad la que parece hundirse debajo de tierra. La reina que, desde abajo, la saluda con las antenas, se hace cada vez más pequeña. Cuando ya no la distingue siquiera, 103.683 comprueba que ahora se encuentra a un buen millar de pasos de altura.

Quiero ir todo recto.

El escarabajo se inclina inmediatamente hacia delante y corre aumentando más aún el ruido de sus alas oscuras.

¡Volar! ¡Ya está volando!

Es el sueño de todas las asexuadas y ella lo está realizando. ¡Vencer la gravedad, conquistar la dimensión de los aires, lo mismo que las sexuadas el día del vuelo nupcial!

103.683 percibe confusamente libélulas, moscas y avispas que desfilan a su alrededor. Todo recto, hacia delante, olfatea nidos de pájaros. Peligro. Ordena un viraje de urgencia. Pero allí arriba no es como en tierra, no se puede girar sin inclinar el equilibrio de las alas al menos 45°. Y cuando el escarabajo obedece, todo se inclina.

La hormiga se escurre, trata de fijar sus garras en la quitina de su montura, falla por poco rayando en vano la laca negra de donde saltan leves copos. No pudiendo asirse, resbala irremediablemente por el flanco de la bestia voladora.

Cae en el vacío.

No termina nunca de caer. Y el escarabajo no se ha dado cuenta de nada. 103.683 lo ve rematando la curva de su viraje y lanzándose valientemente hacia nuevas regiones aéreas.

Mientras tanto, la hormiga cae y cae. El suelo avanza hacia ella, con sus plantas y sus rocas patibularias. Da vueltas, sus antenas giran sin control.

¡Se produce el choque!

Lo recibe con las patas por delante, rebota, vuelve a caer algo más allá, vuelve a rebotar. Un lecho de musgo amortigua oportunamente la última voltereta.

La hormiga es un insecto tan ligero y tan resistente que una caída libre no puede hacerla añicos. Incluso aunque caiga de un árbol muy alto, una hormiga prosigue su tarea como si nada hubiera ocurrido.

103.683 se ha quedado patas arriba debido a la sensación de vértigo que ha acompañado a su caída. Vuelve a poner sus antenas hacia delante, procede a una rápida limpieza y busca el camino de su ciudad.

Chli-pu-ni no se ha movido. Sigue estando en el mismo sitio cuando 103.683 reaparece sobre la cúpula.

No
te desanimes. Vuelve a empezar.

La reina acompaña a la soldado hasta el punto de despegue.

Además de las ochenta mil soldados, puedes aprovechar la ayuda de sesenta y siete de estos rinocerontes mercenarios domesticados. Serán una apreciable fuerza complementaria. Debes aprender a pilotarlos.

103.683 vuelve a despegar encima de otro coleóptero. La primera experiencia no ha sido ningún éxito, tal vez se entienda mejor con un nuevo corcel.

Al mismo tiempo, una artillera despega a su derecha. Vuelan juntas y la otra le hace señas. A esa velocidad las feromonas prácticamente no circulan. Pero no debe preocuparse, las pioneras han inventado recientemente un lenguaje gestual, basado en movimientos de antenas. Según si están levantadas o replegadas, los troncos de las antenas forman a su manera un lenguaje Morse comprensible a distancia.

La artillera le indica que puede soltar las antenas de su montura para pasear por la parte llana de su espalda. Basta con asegurarse unos buenos asideros plantando sus garras bajo los granulados de la coraza. Ella parece controlar perfectamente esa técnica. Luego le muestra que se puede bajar por las patas del escarabajo. Y desde ahí también se puede maniobrar con el abdomen y disparar sobre todo lo que pase por debajo.

A 103.683 le cuesta algo dominar todas esas acrobacias, pero pronto se olvida de que evoluciona a dos mil pasos de altura. Se arrima a su montura. Cuando ésta se lanza en picado a ras de hierba, la soldado consigue disparar y tronchar una flor.

El disparo la tranquiliza. Piensa que con setenta y siete ingenios de guerra como aquéllos, debe ser fácil pulverizar por lo menos algunos de esos dios… ¡algunos de esos Dedos!

Subida en flecha y luego bajada en picado,
le ordena a su escarabajo.

A la soldado empieza a gustarle esa sensación de velocidad en sus antenas. ¡Qué fuerza volante, y qué progreso para la civilización mirmeceana! Y ella pertenece a la primera generación que conoce esa maravilla: ¡el vuelo sobre montura escarabaja!

La velocidad la embriaga. Su caída de hace un momento no ha tenido consecuencias graves y todo la decide a creer que apenas corre riesgos sobre este navío aéreo. Ordena espirales, rizos, acrobacias… 103.683 se embriaga de sensaciones extraordinarias. Todos sus órganos de Johnston sensibles a la posición en el espacio están cortocircuitados. Ya no sabe dónde es arriba, dónde abajo, detrás o delante. En cambio, no olvida que cuando un árbol se perfile en su horizonte, hay que girar rápidamente para evitarlo.

Completamente ocupada en jugar con su aeronave, no se da cuenta de que el cielo se ensombrece de forma inquietante. Necesita un momento para percibir que su montura se ha puesto nerviosa. Ya no obedece al cuarto de vuelta, ya no acepta las órdenes de toma de altura. Incluso desciende de forma imperceptible.

46 Canto

Feromona memoria nº
85

Tema:
Canto revolucionario

Salivadora:
Reina Chli-pu-ni

Soy la gran desviadora.

Saco a los individuos de su camino habitual y eso les llena de espanto.

Anuncio las verdades extrañas y los futuros llenos de paradojas.

Soy una perversión del sistema, pero el sistema necesita ser pervertido para evolucionar.

Nadie habla como yo con timidez, torpeza o incertidumbre.

Nadie tiene mi debilidad infinita.

Nadie tiene mi modestia genética.

Porque los sentimientos sustituyen mi inteligencia.

Porque no tengo ningún conocimiento ni ningún saber que pesen sobre mí.

Sólo la intuición que flota en el aire guía mis pasos.

Y no sé de dónde proviene esa intuición.

Ni quiero saberlo.

47. La aldea

Augusta Wells sí se acordaba.

Jasón Bragel había tosido en su mano, todos estaban a su alrededor formando un círculo y sorbían sus palabras sobre todo porque, en el punto en que se encontraban, a nadie se le ocurría siquiera la sombra de una idea que les permitiese salir de allí.

Sin alimentos, sin posibilidad alguna de salir de aquella caverna subterránea, sin posibilidad de comunicar con la superficie, ¿cómo podían esperar sobrevivir diecisiete personas, una de ellas centenaria y otra un niñito?

Jasón Bragel estaba de pie.

—Empecemos desde el principio. ¿Quién nos ha traído aquí? Edmond Wells. Él fue quien deseó que viviésemos en esta bodega y que continuásemos aquí su obra. Estoy seguro de que tenía previsto que podíamos correr el riesgo de encontrarnos en una situación sombría. Lo que estamos soportando ahora es una prueba mayor en nuestro recorrido iniciático colectivo. Lo que cada uno de nosotros ha conseguido por sí sólo, debemos conseguirlo ahora juntos. Todos hemos resuelto el enigma de los cuatro triángulos porque hemos sabido cambiar nuestro modo de razonar. Hemos abierto una puerta en nuestro espíritu. Tenemos que perseverar en ese camino. Para ello, Edmond nos ha suministrado una clave. No la vemos porque nuestro miedo nos ciega.

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