El factor Scarpetta (34 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #novela negra

BOOK: El factor Scarpetta
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No destruyas nada
. El BB y lo que contiene es una prueba. Por favor, sigue rastreando. ¿Dónde está Marino? ¿En su casa?

La respuesta de Lucy:

El BB no se ha movido de esa ubicación en las últimas tres horas. Marino está en el RTCC.

Scarpetta no respondió. No iba a mencionar el problema de la contraseña, no en aquellas circunstancias. Lucy podría decidirse a destruir el BlackBerry pese a las instrucciones de Scarpetta, pues últimamente no parecía pedir permiso para nada. Era sorprendente todo lo que Lucy sabía, y a Scarpetta le turbaba, le inquietaba, algo que no alcanzaba a definir del todo. Lucy sabía dónde estaba el BlackBerry, parecía saber dónde estaba Marino, parecía involucrada en la vida de todos de un modo diferente al pasado. ¿Qué más sabía su sobrina, y por qué estaba tan decidida a tenerlos a todos vigilados, o al menos tener la capacidad de hacerlo? «Por si te secuestran», había dicho Lucy, y no en broma. «O por si pierdes tu BlackBerry. Si lo olvidas en un taxi, puedo encontrarlo», le había explicado.

Era extraño. Scarpetta rememoró la aparición de esos sofisticados aparatos y se maravilló de la premeditación, la exactitud y la inteligencia con que Lucy los había sorprendido con su regalo. Un sábado por la tarde, el último sábado de noviembre, el veintinueve, recordaba Scarpetta. Ella y Benton estaban en el gimnasio, donde tenían hora con sus entrenadores personales y después baño de vapor, sauna, una cena temprana y al teatro,
Billy Elliot.
Tenían sus rutinas y Lucy las conocía.

Sabía que nunca llevaban los móviles al gimnasio de su edificio. La recepción era terrible y de todos modos no los necesitaban, porque no podían responder. Las llamadas de emergencia les llegaban por la recepción del club d
e fitness.
Cuando ella y Benton habían regresado al piso, los nuevos BlackBerry estaban allí, en la mesa del comedor, envueltos en sendas cintas rojas, con una nota que explicaba que Lucy, que tenía llave, había entrado durante su ausencia y había importado los datos de sus antiguos teléfonos a los nuevos aparatos. Algo así, e instrucciones detalladas. Debió de hacer algo parecido con Berger y Marino.

Scarpetta se levantó de la mesa del comedor. Llamó por teléfono. Respondió un hombre con acento francés.

—Hotel Elysée, ¿en qué puedo servirle?

—Carley Crispin, por favor.

Una larga pausa, y después:

—Señora, ¿me está pidiendo que llame a la habitación? Es un poco tarde.

Capítulo 14

F
inalmente, Lucy había dejado de escribir. Había dejado de mirar mapas y escribir correos electrónicos. Estaba a punto de decir algo indebido. Berger lo intuía y no pudo detenerla.

—He estado aquí sentada, preguntándome lo que pensarían tus admiradoras. He estado intentando meterme en la cabeza de una de ellas. Esta estrella de cine que me tiene loca... y ahora estoy en la cabeza de una admiradora. Y me imagino a mi ídolo Hap Judd con un guante de látex por condón, follándose el cadáver de una chica de diecinueve años en la cámara frigorífica de un depósito de cadáveres.

Hap Judd se quedó pasmado, como si le hubieran dado una bofetada, la boca abierta, la cara roja. Iba a estallar.

—Lucy, se me acaba de ocurrir que
Jet Ranger
quizá necesite salir —dijo Berger, tras una pausa.

El viejo bulldog estaba arriba, en el piso de Lucy, y no hacía ni dos horas que había salido a hacer sus necesidades.

—Todavía no.

Los ojos verdes de Lucy se encontraron con los de Berger. Temeridad, tozudez. Si Lucy no fuera Lucy, Berger la habría despedido.

—¿Quieres más agua, Hap? Yo me tomaría una Pepsi
light
—dijo Berger, sosteniéndole la mirada a Lucy. No era una sugerencia, sino una orden.

Necesitaba estar un momento a solas con su testigo y que Lucy se serenase. Esto era una investigación criminal, no un desahogo de su ira. ¿Qué demonios le pasaba?

—Estábamos hablando de lo que le contaste a Eric —prosiguió Berger, mirando a Judd a los ojos—. El afirma que hiciste referencias sexuales a una chica que acababa de morir en el hospital.

—¡Nunca dije haber hecho algo tan repugnante!

—Le hablaste a Eric de Farrah Lacy. Le dijiste que sospechabas conductas inadecuadas en el hospital. Personal del centro, empleados de la funeraria que habían tenido una conducta inadecuada con su cadáver, quizá con otros cuerpos —dijo Berger mientas Lucy se levantaba de la mesa y salía de la habitación—. ¿Por qué le mencionaste todo esto a alguien que no conocías? Quizá porque estabas desesperado por confesar, necesitabas aliviar la sensación de culpabilidad. Cuando hablabas de lo que pasó en el Park General, en realidad estabas hablando de ti. De lo que hiciste.

—¡Y una mierda! —exclamó Judd—. Es una trampa, pero ¿de quién? —Hizo una pausa—. ¿Es por dinero? ¿Ese cabrón quiere chantajearme o algo así? ¿Es una mentira asquerosa de Dodie Hodge, esa puta chalada?

—Nadie intenta hacerte chantaje. Esto no va de dinero ni de alguien que supuestamente te acosa. Va de lo que hiciste en el hospital Park General antes de tener dinero, posiblemente antes de que tuvieras acosadoras.

Sonó un tono en el BlackBerry que Berger tenía a un lado, en la mesa. Alguien acababa de enviarle un correo.

—Cadáveres. Me dan ganas de vomitar, sólo de pensarlo —afirmó Judd.

—Pero has más que pensado en eso, ¿verdad? —preguntó Berger.

—¿A qué te refieres?

—Ya lo verás.

—Buscas a alguien que pague el pato o quieres hacerte un nombre a mi puta costa.

Berger no sugirió que ya se había labrado un nombre por ella misma y que no necesitaba la ayuda de un actor de segunda. Dijo:

—Repito, lo que quiero es la verdad. La verdad es terapéutica. Te sentirás mejor. La gente comete errores.

Judd se enjugó los ojos, movía la pierna con tal intensidad que parecía que iba a salir volando de la silla. A Berger no le gustaba Judd, pero menos aún ella misma. Se recordó que él se lo había buscado, podría habérselo ahorrado si le hubiera prestado ayuda cuando lo llamó por primera vez, hacía tres semanas. Si Judd hubiese hablado con ella, no habría sido necesario elaborar un plan que acabó cobrando vida propia. Lucy se había asegurado de ello. Berger nunca había tenido intención de procesar a Hap Judd por los supuestos sucesos del hospital Park General y tenía escasa o ninguna fe en un colgado llamado Eric que se dedicaba a las reparaciones varias, a quien nunca había conocido o interrogado. Marino había hablado con Eric. Marino había dicho que Eric le había contado lo del Park General y sí, la información era desconcertante, posiblemente incriminatoria. Pero Berger estaba interesada en un caso mucho mayor.

Hap Judd era cliente de la muy respetada y exitosa gestoría financiera de Hannah Starr, pero no había perdido su fortuna, ni un centavo, en lo que Berger denominaba un esquema Ponzi por poderes. Él se libró cuando supuestamente Hannah retiró sus inversiones del mercado de valores el 4 de agosto pasado. Exactamente el mismo día transfirieron dos millones de dólares a la cuenta bancaria de Judd. El dinero invertido por Judd un año antes, una cuarta parte de esa suma, ni había entrado en el mercado de valores, sino en los bolsillos de una firma bancaria de inversiones inmobiliarias, Finanzas Bay Bridge, cuyo director general había sido arrestado recientemente por el FBI, acusado de fraude. Hannah proclamaría su inocencia, diría que sabía tanto del esquema Ponzi de Bay Bridge como las reputadas instituciones financieras, organizaciones benéficas y bancos víctimas de Bernard Madoff y los de su calaña. Sin duda, Hannah afirmaría que la habían engañado, como a tantos otros.

Pero Berger no se lo tragaba. El momento de la transacción de Hannah Starr a favor de Hap Judd, sin que en apariencia ni él ni nadie la instigase a hacerlo, probaba que Hannah era una conspiradora y que sabía exactamente en qué estaba involucrada. La investigación de sus finanzas, iniciada desde su desaparición la víspera de Acción de Gracias, insinuaba que Hannah, única beneficiaria de la fortuna y la empresa de su padre, el difunto Rupe Starr, se dedicaba a las prácticas financieras creativas, sobre todo en lo referente a pasarles cuentas a los clientes. Pero eso no la convertía en una criminal. Nada destacable, hasta que Lucy descubrió la transferencia de dos millones de dólares a Hap Judd. Desde entonces, la repentina desaparición de Hannah, que se supuso obra de un depredador y por tanto terreno de Berger, había empezado a tomar un cariz distinto. Berger había unido fuerzas con otros fiscales y analistas en su División de Investigación, sobre todo el departamento de fraudes, y también había consultado al FBI.

La suya era una investigación muy secreta de la que el público nada conocía, porque lo último que Berger quería transmitir por todo el universo era que, contrariamente a la opinión pública, ella sospechaba que Hannah Starr no era la víctima de un psicópata sexual y que, de haber un taxi involucrado, sería el que la había llevado al aeropuerto para subir a un avión privado, que era exactamente lo programado. Se suponía que tenía que embarcar en su Gulfstream el día de Acción de Gracias, rumbo a Miami y después a Saint Barts. Nunca apareció por allí porque tenía otros planes, más secretos. Hannah Starr era una timadora y muy posiblemente estaba viva y fugada. Y no le habría ahorrado a Hap Judd un terrible destino financiero a menos que hubiese sentido por él un interés más que profesional. Hannah se había enamorado de su cliente famoso y él quizá supiera algo de su paradero.

—Lo que nunca imaginaste es que Eric llamaría a mi despacho el martes por la mañana y repetiría a mi investigador todo lo que le habías contado —dijo Berger.

Si Marino aparecía, podría ayudarla en este punto. Podría repetir lo que Eric le había dicho. Berger se sentía aislada y que la tomaban a la ligera. Lucy no la respetaba y le ocultaba cosas, y Marino estaba demasiado ocupado.

—Lo irónico —continuó Berger— es que no sé si Eric, más que desconfiar de ti, en realidad quería pavonearse. Quería fardar de haber salido de copas con una estrella de cine, de que tenía información de un gran escándalo; quería ser el próximo ídolo televisivo y aparecer en todas las noticias, lo que parece ser la motivación de todo el mundo en los tiempos que corren. Por desgracia para ti, al empezar a investigar la historia de Eric, el escándalo de Park General... resulta que descubrimos algo.

—Ese es sólo un colgado que se ha ido de la lengua.

Judd se mostraba más tranquilo, ahora que Lucy había salido de la habitación.

—Lo comprobamos, Hap.

—Han pasado unos cuatro años desde entonces, o algo así. Hace mucho tiempo, cuando trabajaba allí.

—Cuatro años, cincuenta años. No hay límites establecidos. Aunque reconozco que presentas un desafío legal inusual al pueblo de Nueva York. En general, cuando nos encontramos con un caso en que se han profanado restos humanos, lo llamamos arqueología, no necrofilia.

—Tú desearías que fuera verdad, pero no lo es. Lo juro. Nunca le haría daño a nadie.

—Créeme. Nadie quiere que algo así sea verdad.

—He venido aquí a ayudar. —Las manos le temblaban cuando se enjugó los ojos. Tal vez estuviera actuando, como si quisiera inspirarle lástima—. ¿Lo otro? Te equivocas, te equivocas, joder, dijera lo que dijera ese tipo.

—Eric sonaba muy convincente.

Si Marino estuviese aquí, maldita sea, la ayudaría. Berger estaba furiosa con él.

—Una puta mierda, eso es lo que es, que lo jodan. Yo bromeaba cuando salimos del bar. Nos fumamos un porro. Bromeé con el asunto del hospital, exageré. Joder, no necesito hacer algo así. ¿Por qué iba a hacer algo así? Charlábamos, hubo maría y más charla y quizás algún que otro tequila. Estaba ciego, en un bar y ese tío... Ese puto desgraciado de mierda. Voy a joderlo. Lo demandaré, pienso arruinarlo, al muy cabrón. Eso me pasa por ser amable con un don nadie, con un puto admirador de mierda.

—¿Qué te hace pensar que Eric es un admirador? —preguntó Berger.

—Se me acerca en el bar. Yo estoy a mi rollo, tomando una copa, y me pide un autógrafo. Cometo el error de ser amable y poco después estamos charlando y él me hace un montón de preguntas personales, es evidente que espera que yo sea gay, que no lo soy, no lo he sido ni una sola vez.

—¿Lo es Eric?

—Frecuenta el Stonewall Inn.

—También tú.

—Te lo he dicho, no soy gay ni nunca lo he sido.

—Un lugar algo extraño para ti. Ese bar es uno de los locales gay más famosos del país; de hecho, es un símbolo del movimiento que defiende los derechos de los homosexuales. No suelen frecuentarlo los heteros.

—Si eres actor, tienes que frecuentar todo tipo de sitios, para poder interpretar todo tipo de personajes. Soy un actor del Método, ¿sabes? Investigo. De ahí saco ideas, así es como funciono. Todos saben que soy de los que se arremangan y hacen lo que haga falta.

—¿Ir a un bar gay es investigar?

—No tengo problemas con dónde me meto, porque estoy seguro de mí mismo.

—¿Qué otras cosas investigas, Hap? ¿Te suena la granja de cuerpos de Tennessee?

Judd pareció confuso, después incrédulo.

—¿Qué? ¿También os metéis en mi correo electrónico?

Berger no respondió.

—Les encargué algo. Para una investigación. Interpreto a un arqueólogo en una película y excavamos una fosa con víctimas de la peste; ya sabes, con restos de esqueletos. Cientos y miles de esqueletos. Sólo es investigación, y hasta me planteaba ir a Knoxville para hacerme una idea de lo que es verse rodeado de todo eso.

—¿Rodeado de cadáveres en descomposición?

—Si quieres entenderlo, para poder interpretarlo, hay que verlo, olerlo. Siento curiosidad por saber lo que le pasa a un cuerpo que ha estado bajo tierra. Ver qué aspecto tiene después de mucho tiempo. No tengo que explicarte esto, no tengo que explicarte lo que es actuar, no tengo que explicarte mi puto trabajo. No he hecho nada. Has violado mis derechos al entrar en mi correo electrónico.

—No recuerdo haber dicho que lo haya hecho.

—Has tenido que hacerlo.

—Búsquedas de datos —replicó Berger, y él la miraba a los ojos o miraba a otra parte, pero ya no la miraba de arriba abajo. Sólo lo hacía cuando Lucy estaba presente—. Cuando usas ordenadores que están conectados a un servidor, compras algo
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, es sorprendente el rastro que deja la gente. Hablemos un poco más de Eric.

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